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Perfiles NBA

Darryl Dawkins: «Bringing funkiness»

Una personalidad fuera de la pista, y una fuerza de la naturaleza dentro. Darryl Dawkins no dejaba a nadie indiferente.

En 1975, en una época en la que la segregación racial seguía estando en el foco de una sociedad americana que trataba de pasar página, intentando deshacerse de la pesadilla de Vietnam, un desgarbado muchacho de color que se levantaba hasta los 2’11 metros de altura abandonaba su Orlando natal para jugar en una NBA que en aquel tiempo trataba de ser el deporte de la familia de la clase media americana. Entraba por la puerta grande en una liga necesitada de iconos mediáticos y se ponía, desde el principio, en boca de los aficionados sin haber jugado ni un solo partido como profesional.

A pesar de que un año antes Moses Malone lo había hecho en la liga rival, la ABA, Darryl Dawkins rompía moldes al convertirse en el primer jugador en firmar con un equipo de la NBA sin haber pasado por la universidad. Una decisión que sorprendía a todos por no adaptarse a los cánones establecidos hasta entonces: High School, NCAA y después NBA; pero la NBA proveía una regla denominada «de necesidad”. Dawkins lo tenía claro porque su familia estaba en dificultades financieras y, además, había visto cómo su madre y su abuela tenía los dedos hinchados y deformados de los duros trabajos que hacían para sacar adelante a los suyos. Aquello lo tenía grabado en la mente y nunca se le borraría de la cabeza.

El muchacho realmente pensaba:”quería ir a la universidad, pero mi familia estaba en dificultades financieras. Tuve la oportunidad de hacer cosas para ayudarles a salir”. En su fuero interno sabía que debía apartarse. Una decisión que permitió posteriormente que sus hermanos y primos ingresaran en un colegio universitario. Además, lo hizo porque su naturaleza era la de un pionero y quería demostrar que sabía tomar sus propias decisiones fiándose únicamente de sí mismo y no de alguien más que estuviera detrás y que le dijera lo que tenía que hacer, y, sobre todo, lo hizo porque sabía que estaba perfectamente cualificado para hacerlo, pues su fuerza le decía en su interior que estaba preparado para jugar a nivel profesional: «yo realmente creía que podía hacerlo. Sólo sentí que pude”.

Además, existía la posibilidad de que, en un momento dado, su carrera como jugador de baloncesto se podría truncar por una lesión en la universidad, dejándole apartado de los dólares que ganaba un buen pívot en la NBA. Y así, con el apoyo su madre y su reverendo tomó la decisión correcta basada en la necesidad, la confianza y la prudencia. Tras el verano de 1975 cogió las pocas pertenencias que tenía en la casa, miró por última vez los cristales del pabellón de la Maynard Evans High School, donde se había formado, y se marchó de la soleada Florida a la fría Phialdelphia tras ser elegido en el puesto número cinco en el Draft de aquel año por el club de Pennsylvania.

Tardó dos años en empezar a tener minutos, pero no se equivocó. Desde el primer momento en que fue elegido supo que tenía que trabajar duro para ganarse su sitio en un mundo plagado de estrellas. George McGinnis, Doug Collins, World B. Free, Joe «Jellybean» Bryant y Julius «Dr. J» Erving, que llegaría al año siguiente, serían sus compañeros en una franquicia de leyenda, en la que no era fácil que un chavalín recién salido del cascarón destacase. Pero la NBA abre puertas al campo cuando de lo que se trata es de mejorar la empresa y, unas pocas temporadas después en una liga siempre necesitada de imágenes frescas que atraigan al consumidor, una acción irresistible en la cancha de Kansas en 1979, de una violencia inusitada y sorprendente dentro de un juego cuyas noticias de máximo interés se generaban por la peleas entre jugadores, vino a situar a Dawkins y a la NBA en la mirada del mundo.

Tras un pase desde la parte derecha del campo por el base de Philadelphia 76ers, Maurice “Mo” Cheeks, al poste bajo, donde lo recibió Dawkins, que salía de un bloqueo en el poste alto libre de marca; se giró, saltó hacia el aro y… ¡bum! Las cámaras de televisión lo grabaron todo, el realizador del partido empezó a gritar pidiendo repeticiones desde todos los ángulos, el director de programación llamó al comisionado de la NBA, Larry O’Brien, para decirle que aquello no se podía permitir porque suponía retrasar el partido y la programación hasta que se limpiara la pista y se reparara la canasta, y el público, el bendito publico que marca los niveles de audiencia, se apiñaba ante el televisor para ver, una y otra vez, algo que no había visto nunca: la rotura de un tablero en mil cristales. Aquella jugada fue recogida en una fotografía y publicada en todos los periódicos y revistas de baloncesto del mundo. La violencia que refleja la imagen aumenta la espectacularidad de la escena, y el mate del jugador situó a la NBA haciéndola global por primera vez y alejándola de la imagen endiosada y limpia que se tenía del juego en otros países. Allí, no solo se jugaba un baloncesto de otra galaxia con mates, asistencias y tapones imposibles, allí había espectacularidad unida a violencia. Puro Hollywood.

Efectivamente, ese alcance mediático le llevó a repetir la hazaña veintitrés días después en Philadelphia ante su público porque: “El primero que se rompió fue accidental […] el segundo fue bastante intencional”. Simplemente quería saber: “si podía hacerlo de nuevo”. Y lo hizo. La imagen posterior del aro inerte en el suelo, carente de movimiento, era el reflejo de una sentencia: Dawkins había hecho un autentico mate real. Había destrozado el tablero y matado al aro. Sin embargo, aquella acción estaba bien vista como una anécdota esporádica y no como algo repetitivo, y el comisionado de la NBA, Larry O’Brien, tomó cartas en el asunto condenándole a una multa de 5.000 dólares cada vez que lo repitiera. Años más tarde, cuando le preguntaron a Dawkins cómo se definía, su respuesta fue tajante: “Coja la fuerza de Shaquille O’Neal y júntela con la libertad de Dennis Rodman, y tiene usted el Chocolate Thunder”.

Y es que entre lo múltiples apodos que tenía Dawkins, el que más le gustaba era el de «Chocolate Thunder». Fruto de una visita del equipo a un hospital de Philadelphia en la que un niño le dijo que era como una masa de chocolate, aquel apodo le gustó tanto que comenzó a llamarse a sí mismo Chocolate. Más adelante terminaría por completar el nombre cuando oyó que el cantante Stevie Wonder decía en una canción que había escrito: “Soy malo como Stevie Wonder y duro como un trueno de chocolate”. Aquella frase completaba el círculo y su apodo más famoso, Chocolate Thunder. Pero su faceta creativa no terminó aquí. También, fruto de la necesidad de reivindicarse como alguien único en aquel equipo plagado de estrellas y como si se tratase de un perfecto empresario que sabe cómo denominar a sus productos para que sean recordados, les puso nombres a algunos de sus mates: The Heartstopper, The Cake Shaker, The Baby Maker, The Turbo Sexaphonic Delight y The Left Handed Slam Chiller’s Delight. Sin embargo, su mate predilecto, y al que le puso nombre primero, fue al llamado Your Mama. Años después, cuando le preguntaron cuál era el mate al que más cariño  tenía, respondería: «Your Mama siempre me gustó porque si algún individuo trataba de taponar mi mate, y yo podía derribarlo con él, sólo le miraba a los ojos para decir, simple pero eficazmente, your mama. Realmente, no hay nada mejor que eso”. Quizás no tuvo tanta suerte con este nombre, pero recuerda a la expresión que se emplea hoy cuando un jugador posteriza a un rival directo que le intenta taponar y después le dice mirándole a los ojos: “In your face”.

Cuando colgó las zapatillas y se despidió de la canchas, tras estar catorce años jugando en la NBA, le preguntaron si no sentía pena por no haber conseguido el titulo con los 76ers en las finales del 77 y del 80, pero él respondió
simplemente que: ”Solo pienso que cuando jugamos contra Portland y Los Ángeles, estos eran mejores equipos. Debe darse cuenta de eso. Todo el mundo pensaba que deberíamos haber ganado un campeonato, pero nos quemamos. Ellos también tenían mucho talento, pero jugaron más desinteresadamente, con más concepto de equipo”. Quizás por eso, porque tenía un concepto de equipo diferente al de sus compañeros, cuando le preguntaban por la famosa pelea con Maurice “Mo” Lucas en el segundo partido de la final del 77 ante Portland, en el cual, tras una terrible llave de pressing catch que Dawkins propinó a Bobby Gross en un rebote, Mo le golpeó por la espalda, Dawkins respondía quejándose de que su equipo le hubiera dejado solo: “Si alguien está corriendo detrás de mi compañero de equipo, voy a agarrarlo o hacer algo para detenerlo”.

Un concepto de equipo que aplicó después cuando se hizo entrenador. Una faceta en la que se sintió muy a gusto y en la que no tuvo reparos en ser humilde y empezar por la base para  entrenar a  un pequeño equipo de instituto, el Lehigh Carbon Community College en Schnecksville, un pueblo cercano a Allentown en Pennsylvania, a unos cien kilómetros de Philadelphia. Posteriormente llegó a dirigir a los Winnipeg Cyclone, un equipo profesional de Canadá. Pero siempre se sintió más unido a los chavales de instituto, con los que podía desarrollar su pasión por el baloncesto y su generosidad en la enseñanza, ya que según sus propias palabras: “El coaching es una oportunidad de permanecer alrededor de los chicos y de permanecer en el baloncesto”.

Darryl fue una fuerza de la naturaleza imparable. Su forma de jugar, sus acciones, la espectacularidad de sus mates, su manera de tratar con la prensa y con los aficionados hicieron de él un jugador muy querido por el público y respetado por los rivales. Por eso, cuando la NBA implantó el programa NBA Cares para ayudar a los más necesitados, pensaron en él para que formara parte del evento. Y ese cariño que había recibido lo devolvió con creces siempre con su inconfundible sonrisa y sin poner reparos a la hora de coger el martillo y arrimar el hombro para ayudar a los más necesitados en todas las obras sociales que desarrolló el programa. Fue un embajador de buena voluntad que devolvió al baloncesto todo lo que el baloncesto le había dado. Se sentía tan agradecido como lo grande que era. Y lo manifestaba sin tapujos, cuando hablada de baloncesto, diciendo: “me ha dado mucho, y creo que tengo mucho que devolverle”.

Hacer un esbozo de la personalidad de Dawkins siempre fue complicado, quizás por lo simple que era. Sin embargo,  las palabras escritas por él en su cuenta de Twitter, @Thunderdunk53, son la mejor forma de comprender su manera de caminar por la vida: “NBA Legend, Don’t need to be called the real I am the only Chocolate Thunder from the Planet Lovetron, bringing funkiness to all over the world.”

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