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Costa a costa

Nowitzki y los Eurobasket, una historia de amor y odio (I)

GettyImages

El perfil de Facebook de la Federación Alemana de Baloncesto dejó una de las bombas del año para el baloncesto FIBA. Dirk Nowitzki, para muchos el mejor jugador europeo de la historia, volvería a vestir la camiseta germana una vez más y acudiría con su selección al Eurobasket que se celebrará en pocos días

La leyenda de los Mavs no se enfundaba la «Mannschaft» desde 2011, cuando en compañía del NBA Chris Kaman naufragó en un torneo dominado por el equipo español. Repasamos en este artículo la trayectoria de un jugador que ha marcado una época en el baloncesto europeo y que previsiblemente acabará aquí su andadura internacional, salvo que logre -algo a priori bastante improbable- clasificar a su selección para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro que se disputan el año que viene.

Wir freuen uns mit dem @DBB_Basketball auf die #EuroBasket2015 mit @swish41 via @fredsta23 https://t.co/KUMC5B8GtZ

— DOSB (@DOSB) junio 4, 2015

Francia 1999: cuando nació una estrella

Cuando Dirk Nowitzki saltó al parquet del Arena SAOS de Dijon para disputar su primer partido oficial con la selección alemana absoluta, ya era toda una estrella. Si, tal vez no era el nombre más rutilante de aquel Eurobasket que tan buen sabor de boca nos dejó a los españoles, pero después de su controvertido fichaje por Dallas y una dura experiencia de aclimatación a la liga americana, Dirk había acabado la temporada con muy buenas sensaciones y, lo más importante, con la titularidad en el bolsillo. Y ser titular en la NBA de los 90 siendo europeo era una carta de presentación inmejorable

Con apenas 20 años Nowitzki ya se daba por hecho que sería el faro ofensivo de una Alemania que llevaba desde el milagro del 93 sin pintar nada a nivel internacional, y que consideraba a aquel altísimo alero, capaz de hacer mil cosas en la pista, la mayor esperanza para conseguirlo.

Nowitzki no tendría muy buena compañía para lograr ese objetivo, y al margen de su eterno mentor  Holger Geschwindner, solo podría contar con la ayuda destacada de Patrick Femerling, un esforzado pívot que pasó por el Barcelona poco tiempo después, el veterano alero Henrik Rödl y un talentoso elemento extraño llamado Ademola Okulaja, inmigrante alemán nacido en Nigeria y que acababa de concluir su periplo en la Universidad de Carolina del Norte (aunque Okulaja ya tuvo presencia en la selección en 1995).

Esta pobre corte de escuderos, no obstante, ayudó a la primera victoria alemana en el torneo, en el choque inicial ante Grecia. En un partido tosco, como no podía ser de otro forma frente esos griegos de Sigalas y Jake Tsakalidis, y Nowitzki logró 21 puntos y 5 rebotes dando la victoria a los alemanes en los instantes finales (59-58) y supuso toda una sorpresa, poniendo el grupo D (compuesto por Lituania, República Checa, Grecia y Alemania) completamente patas arriba. Este equipo griego acabaría fuera a las primeras de cambio, lo que aceleraría el cambio generacional de los helenos y la llegada de la savia nueva (Papaloukas, Diamantidis…) en los próximos años.

El segundo partido del grupo D en este Eurobasket se ha convertido, con el paso del tiempo, en una especie de película de culto, un Reservoir Dogs baloncestístico que nunca está de más revisar si se puede. El motivo, tan evidente como excepcional. Se enfrentaban el considerado por muchos mejor jugador europeo de la historia, el lituano Arvydas Sabonis, y el a la postre considerado por muchos (no sabemos si los mismos) mejor jugador europeo de la historia en el presente, nuestro amigo Dirk. Como suele pasar en estas ocasiones, el choque no fue para tanto y la partida la ganaron fácilmente los lituanos, con un Sabonis notable (20+11 aunque con bajos porcentajes) y un Nowitzki anulado, pese a irse a 16 puntos. La clase de Stombergas tumbó a los alemanes (84-74), que se jugarían la segunda posición del grupo ante la República Checa, que venía de ganar a Grecia con un gran Lubos Barton.

Ese partido quizá fue el mejor de Alemania en todo el Europeo, aplicando una defensa voraz y muy activa (patrimonio del equipo germano durante los próximos años) y liberando todo el talento de un Nowitzki que se marchó hasta los 23 puntos y que terminaba su alumbramiento europeo en Dijon. Tocaba la segunda fase.

Esa segunda fase, fruto de un sistema de competición algo extraño, supuso un segundo grupo de seis equipos y tres enfrentamientos de liguilla más. Alemania debería verse las caras ante Croacia, Turquía e Italia, y precisamente estos últimos fueron el primer rival.

Esa Italia del 99 parece sacada, vista desde el prisma de nuestros días, de un viejo cuento del baloncesto europeo, pero hay que recordar que hasta no hace tantos años la azzurra era la tercera potencia continental justo por detrás de yugoslavos y soviéticos.

El conjunto transalpino, todo un equipazo sustentado en los nacionalizados (uno más que otro) Gregor Fucka y Carlton Myers, trituró a los de Henrik Dettmann y borró a Dirk del mapa (8 puntos y problemas con las faltas) hasta desesperarlo. El objetivo de cuartos estaba más complicado que nunca.

La siguiente parada fue un día más tarde en el mismo escenario de Le Mans, y el rival era la siempre irregular selección turca. Al contrario que los italianos, los turcos tenían fama por entonces de amilanarse en las grandes citas, y sin duda parecía un contrario mucho más asequible. En un partido tenso (y aburrido, muy aburrido) los turcos se aprovecharon de la juventud de Nowitzki y compañía para llevarlos a su terreno, y derrotar (63-55) a los alemanes que tuvieron demasiados fallos en los instantes clave.

El pase a cuartos dependía de una carambola, que pasaba, en primera instancia, por derrotar a la selección Croacia de Toni Kukoc. El alero croata y su equipo de estrellas (Vujcic, Giricek, Prkacin…) cayó estrepitosamente ante los alemanes y se despidieron del torneo de forma abrupta, con una actuación destacada de Nowitzki (21 puntos y rebotes.) Esta eliminación supuso también el fin de Kukoc y su relación con la selección balcánica, tras dos medallas de bronce (1994 y 1995) y la plata ante el Dream Team en 1992.

La paliza alemana, -que fue otra sorpresa enorme-, colocaba a Alemania por encima de los Croatas por diferencia de puntos y dejaba todo en manos de Turquía, que debía ganar a los checos para no tener un problema de puntos en el triple empate. Un enorme Mirsad Türkcan se ocupó de esto y Alemania llegaba, contra todo pronóstico, a los cuartos de final, donde esperaría la potentísima Yugoslavia

El 1 de julio de 1999 fue quizá la primera vez que los ojos del gran público europeo se detuvieron en Dirk Nowitzki. Pese a su buen hacer en la NBA y una notable primera y segunda fase del Eurobasket, jugar ante Yugoslavia por las medallas estaba a otro nivel (al menos por entonces) y podía suponer su consagración ante el gran público. Sin embargo, los doce mil parisinos no pudieron ver nada de eso, y el jugador de los mavs estuvo muy gris durante los cuarenta minutos. Alemania aguantó el tipo toda la primera parte (38-35 al descanso) pero en los minutos finales carecieron del acierto y la determinación que si tenían, y de sobra, los yugoslavos. Danilovic y Bodiroga fueron demasiado y Alemania quedó fuera de las semis, con solo 11 puntos y 5 rebotes de su mirlo blanco.

En la batalla por la quinta plaza (clave para disputar el pre olímpico de Sydney 2000) Alemania cayó ante los rusos (74-70 con 15 puntos de Dirk) y acabó en séptimo lugar tras derrotar a Turquía, en un partido que no sirvió para enjuagar las lagrimas de un equipo que se quedaba sin sueño olímpico a pesar de haber derrotado a equipos del nivel de Croacia o Grecia.

Turquía 2001: Cuando Dirk conoció a Pau

Si en 1999 Nowitzki llegó a su primera gran cita con un relativo desconocimiento de el gran público hacia él, dos años más tarde ya era una de las caras reconocibles del torneo que se iba a celebrar en tierras otomanas. Consolidado con toda una estrella de la NBA, el cuatro de los Mavs adquirió una jerarquía rotunda en su selección, hasta el punto de acreditar unos números sin parangón a lo largo del campeonato, con 28.7 puntos y 9.1 rebotes de media.

El equipo alemán, entrenado por Henrik Dettmann, quedó encuadrado en el complicado Grupo C, y tendría como compañeros de viaje a una Yugoslavia herida en su orgullo tras fracasar en 1999 y en las olimpiadas de Sydney, a la siempre peligrosa Croacia y a toda una incógnita, la selección de Estonia. El primero de grupo pasaría directamente a cuartos (plaza que presumible mente sería para Yugoslavia) mientras que tanto el segundo como tercero jugarían una repesca. Esa selección alemana parecía más potente que la de dos años atrás, al contar también con el altísimo Shawn Bradley, el belicoso Stefano Garris y los ya citados anteriormente Femerling y Okulaja. Por cierto, que fiel a su costumbre en la NBA, Bradley sería una decepción del torneo. Pero eso seguro que ya lo intuían, queridos lectores.

Alemania arrancaba el torneo ante el teórico rival más sencillo, Estonia, en un partido básico para la superviviencia en el torneo. Los estonios afrontaban su primera cita de máximo nivel, y, pese a contar con el NBA nacionalizado Martin Müürsepp, poco pudieron hacer ante un Dirk Nowitzki que desde el primer momento quiso dejó constancia del nuevo orden en el firmamento europeo. Estonia duró media parte, hasta que en el tercer cuarto el alero de los Mavs comenzó a anotar desde todas las posiciones -a pesar de sufrir dobles marcajes en varias fases del partido-, terminando con 33 puntos y 12 rebotes. El público de la pequeña sede de Antalya acababa de conocer todo el poder del mejor jugador europeo del momento.

Muy distinto fue el segundo choque, que enfrentaba a Alemania y Croacia, con el recuerdo del partido de 1999 como telón de fondo. Los alemanes abrieron fuego a base de ataques rápidos, con un Nowitzki que castigaba una y otra vez a su emparejamiento a base de fintas y velocidad. Ni Zan Tabak ni Nikola Prkácin podían frenar al de Wuzburg, que volvió a superar la treintena de puntos (31) y estuvo excepcionalmente acompañado de Femerlin (10+4) y el base Demirel. Croacia también caía (98-88) y Alemania se aseguraba el pase y jugar el primer puesto del grupo ante Yugoslavia.

Esa Yugoslavia, como hemos dicho antes, venía de dos tropiezos muy serios y había armado un equipo potentísimo (Stojakovic, Jaric, Drobnjak, Tarlac, Tomasevic…) Por si le faltaba algo,  estaba dirigida por la mano de hierro de Pesic, el hombre llamado a gobernar en un vestuario repleto de egos y envidias. Las cosas pronto comenzaron mal para Alemania, que veía como su estrella se cargaba rápido de faltas, mientras que el acierto plavi dejaba el encuentro roto casi al descanso, con una diferencia de 15 puntos. Solo Okulaja mantenía vivas las aspiraciones de la Mannschaft, que creyó en el milagro tras recortar la diferencia y llegar al periodo definitivo a solo cuatro puntos. Sin embargo, la quinta de Dirk y la sangre fría del otro All Star que había en pista, Stojakovic, cercenaron las ilusiones alemanas, que tendría que jugar la repesca ante la siempre incómoda Grecia.

El cuadro alemán se trasladaba a la capital, Ankara, para un partido que les iba a hacer sentir como en casa. Las guerras púnicas volvieron a estar más vivas que nunca, y el público turco se alió con los alemanes en la lucha contra su eterno enemigo, Grecia. Sin embargo, ese belicoso ambiente no hizo dudar a los hijos de Zeus, que sacaron del partido a los germanos, una sombra del equipo compacto que tanto agradó en la primera fase. Tras ese primer periodo demoledor (29-10) Alemania recobró fuerzas y mostró una fé y un amor propio que a partir de ese momento serían el santo y seña de un equipo al servicio de un líder. Nowitzki sacó a pasear todo su repertorio (incluido su famoso fade away a una pierna) para ir limando diferencias, que ya eran mínimas en el minuto 30 de partido (53-57)

Los griegos, por una vez en su historia, se vieron intimidados ante el huracán que era en ese momento el equipo alemán, que tras encadenar varias jugadas de un acierto sensacional, se alzaron con una gloria que parecía imposible apenas una hora antes. Nowitzki firmó 25 puntos y 15 rebotes en una noche que no se olvidaría en mucho tiempo.

La fase final de este torneo se celebraría en el Abdi İpekçi Arena de Estambul, un recinto que era el orgullo del país y símbolo de una modernidad en ciernes. Francia y Alemania serían los protagonistas de un cruce de pronóstico incierto. El equipo galo era sospechoso (y lo seguiría siendo durante unos cuantos años más) de naufragar en los momentos cumbre, mientras que Alemania dependía en exceso de la inspiración de Nowitzki, que ya había demostrado ser el mejor jugador del torneo.

Con un Abdi İpekçi todavía caldeado tras el pase de su selección a semifinales en el partido previo, Alemania arrancó de nuevo excesivamente fría, maniatada por una defensa mixta francesa, que obstaculizaba el flujo de juego hacia el jugador de los Mavs. Sin embargo, conforme avanzaba el duelo los galos se mostraban cada vez más incapaces de sujetar a Dirk, que acribillaba sin piedad desde el 6,25 la zona francesa, y humillaba al pequeño Bilba (1,98 de altura) en la zona. Un tercer periodo demoledor (25 a 8 de parcial para los alemanes) cerró en partido, pese a los intentos de Laurent Foirest. Nowitzki acabó otra vez por encima de los treinta puntos (32) y rompía su techo con la selección. Esperaba Turquía en semifinales.

Y que semifinales. Empate a 77 y arde un Abdi İpekçi enloquecido, a 17 segundos del final de la prorroga. Ese fue el momento cumbre de una semifinal que pasará a la historia con mayúsculas del basket continental. Ni el acierto de Kutluay, ni la polivalencia de Torkoglu, ni la presión de una grada volcada con su país, había conseguido diezmar a un equipo con un Okulaja imperial (18+17) y un Nowitzki sublime hasta que fue expulsado por faltas poco antes. 17 segundos , Femerling en la línea con dos tiros tras una falta en un rebote y una presión enorme, más incluso que él (y el tipo mide 2,12 y pesa 115 kilos…). Lanza el primero y anota. Resopla. Aprieta el infierno turno. Bota, mira al aro una vez más, apunta… y Patrick falla.

La bola le llega inmediatamente a Torkoglu, con esa jerarquía invisible pero que nadie cuestiona. Bota sin prisa, sin un miedo aparente, a pesar de que tiene a doce mil almas detrás de sí, y todo parece ir más despacio. Rechaza el bloqueo directo que le ofrece su pívot y engaña a su defensor con una finta, penetra hacia en centro de la zona, de la que emerge el gigante Femerling, en busca de la redención. Torkoglu no cambia de ritmo, no pestañea, flota por el parquet y lanza una semi bomba. Anota y pone el 79-78. Provoca unos cuantos cientos de infartos en Turquía y acaba con el sueño germano. No habrá oro para Dirk.

No habrá oro, pero llevarse un metal de Turquía sigue sonando muy bien, como el principio de un cuento prometedor del que apenas se han escrito un par de capítulos. Eso mismo piensa España, otro equipo en crecimiento y que basa su esqueleto en una joven generación de jugadores que lo han ganado todo en categorías inferiores.

Si el partido ante Sabonis en 1999 significó la lucha entre el pasado y el futuro, el primer enfrentamiento ante Pau Gasol significa la primera reunión de titanes llamados a dominar el baloncesto europeo en la próxima década, con permiso de Asterix Parker. El ritmo del encuentro es frenético, y tanto Gasol como Dirk se pierden el respeto pronto. Se conocen bien de la NBA y saben donde pueden hacerse daño. Es un todo por el todo, un duelo sin red que eleva al alemán hasta los 43 puntos y 15 rebotes, mientras que Gasol se queda en los 31, pero abandona el pabellón con el bronce del cuello. Hay una jugada al final del partido en la que Dirk se inventa un estratosferico mate sobre Carlos Jimenez que hace enmudecer (y es difícil) al publico turco. La sensación de la jugada, y por ende del partido es mitad asombro, mitad incredulidad, como si se acabase de asistir al choque entre King Kong y Godzilla, entre dos bestias mitológicas que salen de Turquía consagrados definitivamente al Olimpo del baloncesto Europeo.

Suecia 2003: cuando Norrköping rimó con Waterloo

Dirk Nowitzki acudió por tercera vez a la llamada de la selección, pese a las reticencias de Marc Cuban, que había advertido cierto agotamiento de su estrella tras en Mundial de 2002 celebrado en Indianápolis, una cita que había concluido con un exitazo para el equipo alemán, una medalla de bronce ante Nueva Zelanda (y una épica venganza ante España en cuartos…) que los convertía en uno de los favoritos para el campeonato de Europa que se iba a celebrar en Suecia.

Alemania había consolidado del todo un grupo que se ponía siempre al servicio de su gran estrella, y que contaba con un quinteto muy marcado (Demirel, Okulaja, Pesic, Femerling y Nowitzki) y un sexto hombre como Garris, que hacía de chico para todo. Después de estos seis jugadores válidos -de acuerdo, Dirk es mucho más que válido, pero me aceptarán que lo meta en el grupo- la más absoluta nada. Ni el joven Maras, ni el veterano Arigbabu, ni nada de nada. Alemania presentaba un equipo tan corto que cualquier contratiempo era pagado de sobremanera.

Afortunadamente, el Grupo B parecía accesible y solo Lituania era un rival a considerar para el primer puesto, que daba acceso automático a cuartos de final, y que a la postre era el gran objetivo. El debut sería ante la débil Israel en el helado pabellón de Norrköping. Alemania comenzó mandando y a base del talento de Okulaja y Nowitzki (17 puntos para ambos) se impuso sin excesivos problemas, pero tampoco con demasiada brillantez (86-81). Por cierto, como casi en todo el torneo, apenas dos mil personas en las gradas. Enhorabuena a la FIBA por la elección de Suecia como país anfitrión.

Un día más tarde fue el turno de Letonia, que había firmado un gran papel en 2001 y buscaba repetir hazaña. Nowitzki tuvo uno de esos días en los que no suele dejar muchos amigos en el rival y acabó con 32 puntos y 9 rebotes, jugando con la defensa letona en la que Kaspars Kambala no tuvo su día (6 puntos). Dos de dos y clasificación en el bolsillo.

La tercera jornada se prometía mucho más dura, y vaya que si lo fue. En uno de los peores partidos de la selección alemana de los últimos años, Lituania sacó los colores del supuesto tercer mejor equipo del mundo, y a base de un ritmo imposible para un equipo tan corto de efectivos, acabó fácilmente con los germanos. El partido estaba prácticamente roto al descanso (quince abajo y una sensación de superioridad incuestionable) y Jasikevicius en modo predator, terminó de dar la puntilla de la paliza (93-71). Otro año más, era el turno de la repesca.

El rival para ese partido era la selección de Italia, un equipo completamente distinto al de 1999 y en principio muy vulnerable. Aunque Alemania comienza lanzada gracias a un Demirel en estado de gracia (primeros cuatro triples sin fallo), pronto se vería que el cruce se iba a dirimir en un final apretado en el que los alemanes llegarían asfixiados -nadie a excepción de los seis jugadores mencionados antes jugó más de 4 minutos- y que se resolvería, como no podía ser de otra forma, en un cara o cruz.

Con solo 55 segundos por jugar y los italianos mandado por dos (78-80) Dirk disponía de dos tiros libres. Anota el primero, lo que suponía un 9/9 en su serie esa noche, pero el segundo se va desviado y golpea contra el hierro. Italia tiene la pelota con un punto de ventaja. Bulleri saca el yo-yó y ejecuta una posesión larga. Busca la penetración y choca con Dirk, que se pasa de frenada y comete falta. No hay bonus, y los italianos vuelven a empezar su cuenta de 24 segundos. Italia mueve el balón, y aunque está a punto de perderlo, consigue una buena penetración que acaba con el mate de Marconato.

Alemania pide tiempo con poco más de 22 segundos por jugar. Italia, que se supone hará falta ya que gana de tres, prepara la defensa. Sin embargo, salta la sorpresa y los italianos optan por jugar. El balón le llega a Nowitzki, que sale al trastabillado del bloqueo, lanza de tres… y balón al cristal. Mientras pide falta Okulaja falla solo debajo del aro, Italia coge el rebote y cierra el partido en la línea de tiros libres. Alemania cae antes de tiempo y Nowitzki se desahoga golpeando una puerta del helado pabellón de Norrköping, al sureste de Suecia.

El sueño olímpico tendrá que esperar.

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