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Análisis

El eterno déjà vu de Los Ángeles Clippers

Desde que llegaron a la meca del cine desde San Diego, los Clippers han mantenido una constante en su historia vital: empeñarse hasta el absurdo de estar siempre en el vagón de cola de la NBA. Mientras su vecino rico vivía incontables alegrías, al son del glamour y las chicas guapas de California, en los Clippers se sucedían incontables episodios de malas decisiones y fortuna esquiva que siempre terminaban por destruir cualquier atisbo de esperanza en forma de proyecto deportivo. Esa leyenda negra parecía destinada a un final desde el momento en el que Blake Griffin se enfundó el treinta y dos a su espalda en 2010, justo después de superar su particular maldición en forma de lesión en la rodilla.

La irrupción de Griffin, junto con la llegada de Chris Paul y DeAndre Jordan al equipo, daban al hermano pobre un respiro, que además quedaba acentuado por el desastroso agujero en el que es metieron los Lakers tras una serie de operaciones a cada cual más ruinosa y estúpida – Jerry Buss debe estar muy cabreado allá donde esté- y que dejaban el deslumbrante foco mediático de Los Ángeles entero para la franquicia de Steve Ballmer.

El proyecto Clipper iba subiendo escalones sin descanso hasta mayo del año pasado. En ese momento, esa suerte de encantamiento que siempre acaba de torcerlo todo, hizo una breve pero devastadora aparición. Semifinales de Conferencia, serie contra unos Houston Rockets seriamente disminuidos, en pleno ejercicio de la barba dependencia a través de James Harden y con un casi cuarentón Prigioni como base. Acaba el cuarto partido y los Clippers mandan, y además claramente. 3-1 y la serie que está virtualmente acabada. Tras acabar con los eternos Spurs en primera ronda, esto parece pan comido. Y de repente, todo cambia.

Los Clippers se olvidan de atacar, a Paul le entran todos los achaques a la vez, y Crawford y Jordan dejan de ser esos escuderos fiables para empezar a restar más de lo que suman. Griffin se ve de repente totalmente solo y los Rockets se lo creen. 4-3 y remontada para la historia. ¿Qué demonios ha pasado?

Se apagan los focos. Los Warriors se llevan el anillo después de barrer a los Rockets y llega el verano. Tiempo de rearmar la nave para el golpe definitivo. Doc Rivers, que lleva ya un tiempo de mandamás, y que incluso ha enchufado a su hijo Austin como si se tratara de una oposición al ayuntamiento, se levanta una mañana y casi se atraganta con el café cuando lee el titular. DeAndre Jordan se va a los Mavs de Mark Cuban. Sin apenas dudarlo, hace sonar todas las alarmas en el núcleo duro del equipo para intentar retener a un Jordan que ya se ha comprometido verbalmente con Dallas. Llamadas de Blake, llamadas de Paul. DeAndre recula y acepta quedarse en Los Ángeles, justo mientras ve por la ventana de su mansión de Houston como se aleja el coche de Mark Cuban, que anda como un loco buscando al pívot e intentando que no haga lo que ya tiene decidido: plantar a los Mavs y renovar por los Clippers.

Se desactivan las alarmas y vuelve la calma. Además, parece que la leyenda negra ya es historia. Por una vez, el pupas de la historia no son los Clippers, sino los Mavs que se ven sin center titular y sin opciones de contratar a ninguno, y que acaban por recurrir a gente como Salah Mejri (¿?) para llenar la pintura con algo de carne.

Se reanuda el rodaje de una nueva temporada en la meca del cine y llegan nuevos y prometedores actores secundarios. Un galán venido a menos pero todavía de muy buen ver, el mítico Paul Pierce, y un malo de la anterior entrega que ahora se ha metido a bueno, o eso dicen, y que responde al nombre de Josh Smith.

Pues bien, todo comienza de cine. Cuatro primeros partidos y cuatro victorias al zurrón. El equipo, aunque no es perfecto, transmite buenas sensaciones con un Griffin a nivel MVP, y parece que ese salto que les permita entrar de una vez por todas en unas finales de conferencia no queda tan lejos. Y sin embargo, todo se vuelve a torcer. Otra vez.

Llegan las primeras derrotas y el ambiente se va enrareciendo, tanto que justo terminar el encuentro del domingo ante los Raptors -dolorosa derrota en casa tras ser despedazados de hasta treinta puntos de diferencia en la primera parte- Josh Smith se encara con uno de los asistentes de Rivers, al que insulta gravemente. El propio Rivers sale momentos más tarde a rueda de prensa con pocas ganas de hablar, y aunque admite el incidente, trata de restarle voltaje. El equipo, con una de las presumiblemente mejores plantillas de la liga, luce con un mediocre balance de seis victorias y siete derrotas (peor récord a esta alturas desde el traspaso de Paul) y una racha de siete derrotas en las últimas nueve citas. Pura mediocridad para una plantilla pensada para vencer el anillo. Hasta para vencer maldiciones.

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