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Reflejos

Pat Riley: bella y bestia es

Durante su carrera como entrenador, Pat Riley abrazó dos estilos completamente opuestos: del evocador showtime pasó en pocos años al conservadurismo más recalcitrante.

Getty Images

Temporada 1979/80. El desgraciado accidente de bicicleta sufrido por Jack McKinney sacude las entrañas de los Lakers. En plena liga regular, la escuadra púrpura y oro necesita un nuevo coach con desesperada urgencia, y Paul Westhead es el elegido. Para completar su cuerpo técnico, Westhead reclama al que era broadcaster del equipo desde 1977, además de miembro con rol secundario del equipo campeón en el 72: el neoyorquino Pat Riley.

El curso acabaría de la mejor manera posible, con anillo ganado frente a los Sixers de forma épica (inolvidable actuación de un Magic Johnson novato en el sexto partido, dominando en Philly y sustituyendo al lesionado Jabbar tanto en el puesto de pívot como en el rol de líder del grupo), pero los problemas no tardarían en reaparecer. Las presiones del propio Johnson situaron entre la espada y la pared a Jerry Buss, y la decisión del dueño no se hizo esperar: Westhead destituido al sexto partido de la campaña 1981/82. Magic se había cargado al coach, y la negativa de Jerry West (el elegido por Buss para hacerse con el timón) acabaría con Pat Riley asumiendo el cargo de entrenador jefe, con «The Logo» como ayudante. El resto es parte de la historia más brillante de la organización angelina: 5 anillos de campeón, adornados del baloncesto que exigía Johnson.

El inmortal Showtime

Un mago de 2’06 metros con una combinación de visión de juego y creatividad letal, que detonaba una ofensiva con la transición fulgurante por bandera. Jabbar, Worthy, Scott, Cooper, Green… nombre míticos para un ataque fastuoso y trepidante, tatuado a fuego en la identidad hollywoodiense en plena recuperación de la vieja rivalidad compartida con los archienemigos Celtics. Glamour, sonrisas y anillos, con la impecable figura del tipo trajeado y engominado de pie en la banda del Forum. Tras hacerse con el premio al entrenador del año en 1990, la derrota ante los Phoenix Suns en Playoffs acabó por tornar en irrespirable el ambiente del vestuario que había sido campeón apenas un par de años antes. Y la cuerda se rompería de nuevo por el extremo más débil, confirmando ese viejo axioma del deporte profesional: Riley hacía las maletas.

Trabajar no iba a ser un problema para un tipo con el carisma de nuestro protagonista, y la nueva oportunidad le encontraría ejerciendo de analista para la NBC. Tras una conversación mantenida con Pat, Rick Pitino mandaría el aviso a su amigo Stanley Jaffe, CEO de la Paramount y dueño del Madison Square Garden. Riley aceptaba de buen grado el estimulante desafío que constituía el equipo de su ciudad natal, los New York Knicks, y al productor de «Kramer vs Kramer» le faltó tiempo para activar los resortes necesarios…

En mayo de 1991 los Knicks presentaban en sociedad al ex-entrenador de los Lakers, pero el que esperara un modelo similar al del cegador Showtime se daría de bruces con el implacable muro del realismo. Pat Riley era un animal baloncestístico, y sabía lo que tenía entre manos. «La NBA no es diversión, es un trabajo para nosotros»; «el objetivo de un entrenador es diseñar entrenamientos tres veces más duros que los partidos»; «siempre tuve la mentalidad de un patea-culos»; «tenemos problemas ofensivos, por la falta de tiro desde el perímetro, pero también talento para defender y algunos tipos muy desagradables para el rival».

Con Pat Ewing como ariete ofensivo, dos enforcers míticos en las figuras de Anthony Mason y Charles Oakley, y el volcánico y agresivo Starks alternando la de cal y la de arena, aquellos Knicks recuperaron la respetabilidad perdida. Cuatro temporadas consecutivas con más de 50 victorias en temporada regular, dos títulos de división y una final de la NBA (perdida en siete partidos ante los Houston Rockets del bailarín Olajuwon). Como muestra, un botón: en aquel curso 1993/94, los de Riley fueron la defensa más eficiente de toda la NBA (98’2 puntos encajados por cada 100 posesiones).

El tipo del Showtime había abrazado la ideología del cemento, sin perder un ápice de su aura de ganador patológico. La suculenta oferta de los Miami Heat (40 millones de dólares y un 10% de la propiedad de la franquicia) resultó imposible de igualar para la gerencia de la Big Apple, y Riley cambió el rudo clima neoyorquino por el calor del sur de Florida. Pero su estela triunfal quedaba grabada a fuego en los dos mercados más importantes de EE.UU., edificada desde estilos antagónicos.

Bella y bestia, reunidas en una sola figura engominada.

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