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Reflejos

Kobe Bryant: gestas inmortales (I)

American Idol

«Le he dicho a Kobe que es mi ídolo, lo digo en serio, ha jugado fenomenal. Creo que es sin duda el mejor jugador de la liga».

La cita con la que comenzamos esta entrada ya sería destacable con independencia de la identidad de su autor. Si además añadimos el hecho de que fuera Shaquille O´Neal (cuya relación con Bryant no pasaba ni mucho menos por su mejor momento, en plena y encarnizada lucha por el mando de los Lakers y por el cetro individual de la NBA) el tipo que la enunció, su valía se incrementa exponencialmente a la hora de definir la gesta del escolta nacido en Philadelphia en aquel partido de los playoffs de 2001. Si sumamos al cóctel el rival de los californianos aquel día, ni más ni menos que los eternos San Antonio Spurs de Tim Duncan, el halo de momento histórico de postemporada enmarcará para siempre la exhibición del entonces #8 angelino.

Los Lakers de Phil Jackson habían sufrido un convulso transitar por la temporada regular, tras ganar su primer anillo desde los tiempos de Magic Johnson y su Showtime. La guerra por la supremacía entre el guard y el center del equipo venía enrareciendo el ambiente en la tropa ya desde la pretemporada hawaiana, con Bryant criticando abiertamente el pésimo estado de forma de O´Neal tras el periodo estival y obviando los sistemas en busca de dar rienda suelta a su exhuberante arsenal anotador. El récord final de 56 victorias y 26 derrotas obligaba cruzar caminos con equipos como el tejano, con factor cancha en contra.

El rendimiento de las huestes del Zen se elevaría en la jungla de los POs y, tras aplastar a Blazers y Kings, el rodillo californiano se citaba con unos confiados Spurs en la final de la Conferencia Oeste. Razones tenían los marines de Popovich para anticipar el desastre que se les avecinaba: Bryant había promediado 37.7 puntos en los partidos de regular season entre ambas escuadras, castigando sin piedad a una de las mejores defensas grupales de la competición.

En el choque anterior el escolta había endosado ya 48 puntos y 16 rebotes a los Sacramento Kings, y su inspiración tendría continuidad en el primer duelo de la serie, haciendo saltar por los aires la ventaja de campo de los del Álamo. Festival total de fade-aways, lanzamientos en rectificado e invasiones imparables de una zona patrullada por Duncan y David Robinson, dos de los mejores intimidadores interiores de la historia del juego. Los 36.068 aficionados presentes en el colosal Alamodome no pudieron más que presenciar el impecable trabajo en defensa de los Lakers y las furiosas e imparables acometidas de Bryant en ataque. Ninguna opción para su equipo, más allá de una pequeña reacción que les acercó a 9 puntos de los visitantes a falta de 5 minutos para el final, aprovechando una pájara fugaz de los de púrpura y oro.

104-90 el resultado final a favor de los hollywoodenses, con 45 puntos y 10 rebotes en el casillero de Kobe. 93 puntos totales en dos partidos consecutivos de las eliminatorias por el título, brutalidad nunca vista desde tiempos de Michael Jordan.

«Es el Nº23, podéis escribirlo, sé perfectamente lo que digo». Declaraciones de Horace Grant, el que fuera compañero de Jordan en los Chicago Bulls, tratando de explicar a los medios sus sensaciones ante la obra maestra de su compañero. Más allá de comparaciones absurdas e innecesarias, con noches como aquella del 19 de mayo de 2001 ha ido edificando Bryant su leyenda, la de uno de los mayores talentos de la historia de nuestro deporte. Un genio que, en casi dos décadas como profesional, nunca se cansó de castigar los aros rivales sin piedad.

La estrella de la Meca

El Madison Square Garden no es un lugar cualquiera. El pabellón del nº4 de Pennsylvania Plaza (hogar de los New York Knicks) es historia viva del deporte, y todas las grandes estrellas desean lucirse bajo sus focos, con los ojos de la Big Apple expectantes. Una noche de gloria en la catedral del baloncesto mundial es algo que toda leyenda que se precie de serlo debe poseer en su hoja de servicios.

Cuando los Lakers aterrizaron en Nueva York aquel gélido 2 de febrero de 2009, la mayor anotación lograda en el mítico coliseo llevaba la firma del gran Bernard King, que llegó a los 60 puntos en el día de Navidad de 1984. El equipo angelino, con la baja confirmada de Andrew Bynum y en plena lucha por alcanzar el mejor récord de la Conferencia Oeste, anhelaba regresar a las finales tras la dura derrota del curso anterior ante los archienemigos Celtics. En frente, los Knicks de Mike D´Antoni, en tierra de nadie y con Lee, Harrington y Robinson liderando el cotarro. Un conjunto tan anotador como falto de competitividad, sin nadie interesado en bajar el culo atrás.

Con Lamar Odom en el quinteto y Pau Gasol sustituyendo a Bynum en el puesto de center (excepcional actuación final del de Sant Boi: 31 puntos, 14 rebotes y 5 asistencias), Bryant entraría en calor ya en los minutos iniciales del partido. La ridícula defensa con cambios automáticos de los neoyorquinos había sufrido durante todo el curso ante cañoneros de todo pelaje y condición: situación ideal para el rey de los anotadores. 17 puntos en el primer cuarto, en su mayor parte producidos desde letales lanzamientos exteriores. 16 en el segundo, tras el pertinente paso por el banquillo para tomar aire. Los Lakers once arriba al descanso.

Kobe Bryant declararía al final de la velada no haber tenido en mente en ningún momento aquel fantástico partido de Jordan en 1995 (55 puntos, mayor anotación individual de un jugador visitante en el recinto hasta entonces). Verdad o no, el genio de Philly no se iba a detener ahí.

Contundentes mates, penetraciones rodeado de jugadores de los Knicks, alucinantes rectificados en el aire, perfecta ejecución desde la línea de tiros libres (20/20)… su exhibición de juego de pies en una canasta ante Wilson Chandler desencadenaría la risa nerviosa de un Spike Lee incapaz de creer lo que estaba presenciando desde su prohibitiva butaca a pie de pista. Y los cánticos de la afición del Garden coronarían una faena para la historia. ¡MVP!, ¡MVP!.

61 puntos grabados con dígitos de oro en la legendaria historia del Madison.

Phil Jackson, enlace histórico entre las exhibiciones de Jordan y Bryant, no acertaba a destacar una por encima de otra («both remarkable performances») y D´Antoni, encarnizado rival de Kobe y de sus Lakers en los playoffs de 2006 y 2007 (mandándoles a casa en sendas 1ªs rondas con los maravillosos Phoenix Suns de Nash y Stoudemire), desempolvaba el decálogo del coach impotente ante la enésima erupción anotadora del escolta criado en la Vieja Europa, que admiró fervientemente al D´Antoni jugador durante su infancia en Italia.

Y Bryant, honrado y agradecido, se retiraba entre los vítores de la Meca del basket, consciente de la nueva obra maestra que acaba de completar.

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