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Análisis

Clase 1 de Teología: el Porzingismo

Biggie, Biggie, Biggie, can’t you see? Sometimes your words just hypnotize me. And I just love your flashy ways. Guess that’s why they broke and you are so paid.

La desolación se ve seguida por desesperadas soluciones. Los extremos han ganado históricamente fuerza en situaciones de hambre. Promesas que se toman como última esperanza… o agarrarse a un clavo ardiendo, que se ha dicho siempre.

En este contexto surge nuestro Dios. De la nada, se erigió una figura de pálida piel y pelusilla en modo de barba. Todo era necesidad para los Knicks, y a primera impresión él no la calmaba. Para colmo, parecía salido de una cueva. Nadie le conocía y ante la duda Nueva York critica. «Quiero tornar los abucheos en ánimos», respondía con cierta timidez acompañada de atrevimiento. Los más optimistas en su pronóstico juraban ver en él a un futurible gran jugador; mintieron como bellacos. Estaba sorprendentemente preparado y es precisamente ahí donde la leyenda entró en cocción. Se aprovechó de toda la polvareda levantada para entrar a pies juntillas por la puerta de atrás y, una vez dentro, hacer ruido como si nada.

Sus palabras hipnotizaban. Mezclaban la más admirable humildad con el respetable swag impropio de un europeo de apenas 20 años. Unió a su séquito para que la presión no hiciera mella en su rendimiento y no solo lo logró, sino que además hubo una retroalimentación que dibujó a Kristaps Porzingis como producto mediático. La prensa tenía mucho dinero que ganar tratando de descifrar el misterio y entre horas y horas de trabajo, el letón se daba baños de protagonismo en los medios. Con un perfeccionado acento norteamericano, siempre correcto, dirigía a los micrófonos diversas confesiones que servían de azúcar para el oído del aficionado. Para el seguidor de boca fácil todo lo desconocido es destapado por los periodistas y los neoyorquinos lo tienen por rutina. Años llevan tratando de predecir el resultado de los constantes cambios de la franquicia, sin acierto y derivando en el más feroz de los juicios.

Carmelo Anthony, dueño y señor del vestuario Knickerbocker, lo acogía bajo su ala. «Seré un hermano mayor para él», anunciaba a los cuatro vientos. Para entonces ya se había vislumbrado una obviedad; tal envergadura precisaba de horas en el taller. Las pasó, ganó hasta cinco kilos. Pero su juego iba mucho más allá del físico y desde la primera noche en el Madison, en pretemporada, la expectación podía percibirse con olor especial. Los nervios del debut no mancharon una serie de destellos que ya en Summer League se antojaban de alta factura. No era más que el calentamiento previo a un dulce sueño. El total y completamente anónimo ya contaba con la curiosidad de los fans, entonces pasó a tener el interés.

Correspondido, se demostró en poco tiempo que la duda era un pensamiento errático. Mágicamente el joven ala-pívot irrumpía sobre el parqué con una fuerza rara vez vista. Descaro a raudales y un matrimonio efectuado en cuestión de segundos. No solo era el futuro de la franquicia, sino que también forma parte de un presente en cuyas manos se deposita la posibilidad de variación. Phil Jackson se sacó de la chistera un unicornio. Animal mitológico, no solo por ser rara avis en la mejor liga del mundo, sino por el escepticismo que creó su llegada. Quien diga que creía en él, falta a la verdad. Quien diga que esperaba una explosión más tardía, simplemente no tenía razón. Capaz de casi todo, con un tiro indefendible y un completo arsenal que asusta imaginar en tres temporadas vista. Como decíamos, los más ingenuos hablaban de un plazo medio-largo y lo cierto es que se quedaron muy cortos.

Inevitablemente, Porzingis se casó con el Madison Square Garden. La boda fue celebrada por todo lo alto, no era para menos. El eterno soltero al fin encontraba una esposa a su medida. Muchos años después, un acierto de pleno en el Draft con el que presumir ante los dientes largos de casi toda la liga, que no era ajena al fenómeno Porzingis. Solo un Karl Anthony Towns que mantuvo una espectacular consistencia más propia de un veterano le mantuvo alejado del Rookie del Año. Por sensaciones, era suyo. La capital del mundo le daba el bombo necesario para que el cuento de hadas en el que se convirtió su historia tuviera premio. El maldito muro se lo impidió.

Los aficionados enloquecían con él. Ante sus ojos, el jugador más electrizante visto en años. No solo sus mates, triples y tapones causaban furor. El hecho de parecer salido de un laboratorio, fruto de un experimento del Doctor Frankenstein, le hizo único. Llenaba portadas aquí y allí. NYC es el centro de todas las miradas, pero el tono internacional que rodea su figura amplía horizontes. Podríamos quedarnos en el llano análisis de las habladurías, pero lo cierto es que Knickstaps se compone de hasta tres elementos fundamentales; juego, actitud e imagen. En todos cumple y la ciudad que nunca duerme le aúpa. Llegó a un equipo en crisis cuyo ambiente transformó trastocando la negativa dinámica vivida hasta entonces y calando hondo en el imaginario del colectivo relativo a los Knickerbockers. Ante las cámaras no deja de ser un niño comprometido. En el parqué es todo un asesino sin escrúpulos.

Sus compañeros de profesión tampoco se mantuvieron al margen. Kevin Durant quizá haya sido el más sonado por dotarle del más usado de todos los apodos que Porzingis ha recibido, pero es en Dirk Nowitzki y Kobe Bryant donde encontramos las más significativas muestras de respeto. «Sigue trabajando, tienes un brillante futuro por delante», le confesó el cinco veces campeón al oído. Con el alemán se han sucedido odiosas e inevitables comparaciones, sobre las cuales él mismo se situó en desventaja. «Es mucho mejor de lo que yo era con 20 años, así que las comparaciones probablemente sean injustas para él». Viniendo de dos leyendas que conocen el sabor del champán, cada palabra significa un mundo.

Hoy se ve dentro de un plantel con talento a raudales (no seremos tan optimistas como Derrick Rose) en el que él, sigue siendo un reclamo. Protagonista entre actores de primera plana. Los New York Knicks siguen siendo el equipo de Carmelo Anthony, quien comanda, decide y tiene la última palabra, pero es Kristaps quien levanta pasiones. Jeff Hornacek ha puesto de su parte para que en el reparto del pastel se tenga en cuenta a su preciada joya. Ganan con él en impredicibilidad, pero sobre todo en apoyo. Porque no hay nadie que levante la grada como él. Porque no hay nadie que marque partidos por detalles como él.

Cuando la virtud de asombrar se vuelve rutina, se cae en la monotonía, pero con Porzingod no cabe esa posibilidad. Porque se ha creado a su alrededor un movimiento pseudoreligioso. Porque se le tiene como mesías. Alguien llegado desde el más allá para hacer de nuestro planeta un lugar mejor. El Porzingismo es una realidad cada vez más extendida. ¿Eres creyente?

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