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Perfiles

Mike Miller: el compañero perfecto

Durante algunos años, Mike Miller fue considerado el complemento perfecto para cualquier equipo de la NBA. Un verdadero modelo a seguir.

Finales de 2013. Antes de comenzar el último cuarto del sexto partido de una serie en la que Miami pierde 3-2 frente San Antonio, Mike Miller se acerca a sus compañeros. Forma un corrillo y les dice: “Estamos ante una oportunidad histórica de hacer algo grande. En los próximos cinco minutos podemos hacer que nuestros rivales estén cabreados durante cinco o seis meses”. Pegamento. Un tipo que entiende cuál es su rol dependiendo del momento. Quizá por ello haya sido tan valorado por las estrellas de los equipos por los que ha pasado.

Tracy McGrady montaría en cólera en 2003, cuando los Magic traspasaron a Miller a Memphis a cambio de Drew Gooden y Gordan Giricek. El alero era el mejor amigo de T-Mac en el vestuario, y se había apoyado en él cuando tuvo sus más y sus menos con, su entonces entrenador, Doc Rivers. “Si el equipo traspasa a Mike, me retiro. Tan simple como eso”. Lógicamente, McGrady no cumplió su advertencia, pero dejó clara su opinión al respecto.

Los Magic habían seleccionado a Mike Miller con el número 5 en el Draft de 2000. Ese verano, la franquicia de Orlando había planeado volver a ser grande. Atrás habían quedado los años gloriosos en los que, de la mano de Shaquille O’Neal y Anfernee Hardaway, fueron la principal alternativa a los mejores Bulls. El glamour de Los Ángeles cegó a Shaq, y las lesiones limitaron para siempre a Penny. Con mucho margen salarial, los agentes libres Grant Hill y Tim Duncan eran los principales objetivos de los de Florida. Un joven Tracy McGrady, que amenazaba con convertirse en baloncestista de primera línea, apuntalaría el proyecto. Pero el sueño se desmoronó pronto. Timmy apostaba por quedarse en sus Spurs, donde se convertiría en el mejor ‘4’ de todos los tiempos, alcanzando la gloria hasta en cinco ocasiones. Hill, por su parte, se rompía en pedazos, víctima de un sobreesfuerzo que le llevó a jugar lesionado en su última eliminatoria con Detroit Pistons meses atrás. Con 21 años, el que parecía complemento para las dos figuras destacadas debía coger el timón de la nave. Y Miller, un recién llegado a la liga, fue ubicado en el frente desde el minuto uno.

La respuesta de Mike: rookie del año. “Él no sabía la presión que tendría encima. Cuando sabes que te toca ser referente antes de comenzar, te preparas para ello. Pero no fue su caso. Manejó muy bien la situación”. Señalaba Rivers. Y tan bien. Casi 12 puntos por partido, y un porcentaje cercano al 41% en triples. Sin embargo, en 2003, y tras aceptar que Grant Hill no sería la piedra angular de sus aspiraciones, los Magic deciden hacer cambios. Y pese a que Tracy McGrady, posiblemente el jugador más desequilibrante del campeonato por entonces, estuviese en desacuerdo, Orlando enviaría a Miller a Memphis.

“Buscábamos un tirador. Pero no solo eso. Si adquiríamos también a un tipo capaz de manejar la pelota, y polivalente, mejor. Mike tiene todo eso. Es perfecto”, afirmaría su nuevo técnico en Grizzlies, Hubie Brown. Tras entrenarle durante tres campañas, añadiría que “es uno de mis jugadores favoritos. Es un auténtico profesional. Su inteligencia en pista es muy grande”.

Los Grizzlies se presentaban como una franquicia de talento pero inexperta. Pau Gasol había sido el mejor novato en la temporada anterior, y tipos como Jason Williams, Shane Battier, Stromile Swift, Lorenzen Wright o Wesley Person eran buenos mimbres con los que formar un grupo válido. En la 2003/04 se obraría el milagro. Hubie Brown sería galardonado como técnico del año, y la franquicia de Tennessee alcanzaría por fin los Playoffs. Pero lo que parecía el primer escalón resultó ser el techo del grupo. Durante tres abriles consecutivos, fueron barridos en primera ronda. En 2006, último gran curso de aquella plantilla, Miller al menos obtuvo un nuevo reconocimiento: mejor sexto hombre de la temporada.

En 2006 aterrizaría Kyle Lowry, un novato llegado de Villanova. Sus primeros meses serían complicados. Una fractura de muñeca apartaría al rookie de las canchas. Mike Miller se prestaría a ayudarle. La puerta de su casa estaba siempre abierta para el joven base. Las cenas en casa de Mike se convertirían en habituales, como la compañía de este en el gimnasio, trabajando en la recuperación de la lesión. No compartirían muchos entrenamientos estos amigos; tras dos malas campañas, la franquicia decidió tomar un nuevo rumbo. Miller saldría acabada la 2007/08 rumbo a Minnesota en un intercambio que incluiría los nombres de Kevin Love y OJ Mayo. La partida fue dura para Miller, por las grandes relaciones que había forjado en la organización y en la comunidad.

Y tras los Wolves llegarían los Wizards. A la capital en otro traspaso. Serían dos temporadas en dos equipos sin aspiraciones, sin motivación, justo en la edad idónea para un profesional. En Washington viviría extraños episodios, como el de Gilbert Arenas y Javaris Crittenton, por el que tendría que declarar horas antes de un partido, o la disputa con DeShawn Stevenson, cuando, tras firmar por Nike para lucir el modelo de zapatillas de LeBron James, este le recriminó por considerarle un rival. “Llegó a ser portada de un periódico. Un hecho sin importancia. DeShawn fue un gran compañero”. Realmente es difícil encontrar una declaración contraria de Miller acerca de un camarada. Antawn Jamison, que compartió plantel con él, encontró en Mike un salvavidas en medio del mar: “Muchos chicos no eran profesionales, pero tuve la suerte de tenerle a él. Me sentí como si tuviese a alguien que quería las mismas cosas que yo, y el no poder lograrlas era frustrante. Con Mike podía hablar, expresar mis emociones. Y siempre estaba alegre. No sé cómo pudo mantener la sonrisa en una temporada tan negativa”.

En verano de 2010 Mike Miller se convirtió en agente libre. Entonces, Billy Donovan recibió una llamada del que había sido su pupilo una década antes: “Entrenador, creo que LeBron va a ir a los Heat, y me está pidiendo que le acompañe. Tengo un montón de ofertas por un importe superior, pero estoy seguro de que Miami va a tener la oportunidad de ganar el campeonato”. La relación con Donovan era (sigue siendo) especial. Tras ser All American, Miller viajó a Carolina del Norte en su último año para participar en un prestigioso torneo que organiza Glaxo Wellcome, y en el que rompería un registro anotador hasta entonces en poder de Penny Hardaway. En Dakota del Sur, en su High School, se sabía competitivo, pero esto era algo más serio, con futuras promesas de todo el país. John Pelphrey, entrenador asistente en Florida, ya le seguía la pista. De modo que Billy Donovan no tuvo dudas, y su universidad fue la que consiguió convencer al chico. UCLA, Kansas o Kentucky se quedaban sin el muchacho. Tras dos años en los Gators, Miller daría el salto a la NBA, pero su amistad con su coach sería para siempre. “Mike, sé que ganar siempre ha sido tu prioridad. No tengo que decirte qué tipo de decisión económica debes tomar, porque creo que la decisión no tiene que ver con eso. Solo espero que seas fiel a tus principios”. Y Mike se unió a la causa de LeBron James.

Mike Miller conoció a James cuando este estaba aún en el High School. En 2002, acudiría junto a Tracy McGrady a un partido de aquellos que televisaban para toda la nación al instituto de LeBron. Fue en Philadelphia. Miller quedó impactado con el joven y, tras conocerse, ya no perderían el contacto. El juego de Mike encajaba perfectamente en el equipo que estaba construyendo Miami. Con James, Wade y Bosh como amenazas, este podía esperar abierto para lanzar libre de marca. Sin embargo, las lesiones se cebarían con él y solo jugaría la mitad de los encuentros de la regular season. Además, la vida privada no le daba chance. Jennifer, su mujer, esperaba una hija de la que pruebas durante el embarazo habían determinado que nacería con anomalías cardiacas. Del pabellón al hospital. Del hospital al pabellón. Y pese a todo, Miller asegura que “por extraño que parezca, me vino bien. Me hizo poner las cosas en perspectiva. Fallar un lanzamiento no me afectaba de la misma manera”. Las lesiones le darían un respiro para poder enfrentar los Playoffs de 2011, y vivir una derrota durísima ante Dirk Nowitzki y sus Dallas Mavericks. Derrota de la que, nuevamente, haría lectura positiva: “Todos aprendimos que esto va de sacrificios. Sacrificar tiros, sacrificar minutos, sacrificar dinero. Los sacrificios valdrán la pena cuando ganemos el campeonato”.

Las lesiones volvieron durante el curso 2011/12, y Miami valoró la amnistía. Miller era el cuarto jugador mejor pagado de la plantilla, y recortar parte del impuesto de lujo ocasionado por rebasar el tope salarial era factible. Por el contrario, los Heat decidieron mantenerle, y en Playoffs tuvo varios buenos momentos, alcanzando el cénit en el quinto y definitivo partido de las Finales ante Oklahoma City Thunder, cuando en 23 minutos sumaría 23 puntos, incluyendo un enorme 7 de 8 desde más allá del arco de triples. “Había jugado grandes partidos, pero nunca en un escenario como este. Haber sufrido tantas lesiones y ser capaz de hacer esto, es la mejor sensación posible”. Como diría Udonis Haslem: “Nadie va a recordar lo que tuvo que pasar, el tiempo ausente. Todos recordarán que fue grande en el momento más grande para nosotros”. Esa noche, Mike Miller no salió a celebrar. Fue directo a casa a descansar. Cuenta que una hora después del partido le costaba hasta ir al baño. Entonces le entraron las dudas sobre su cuerpo, y contempló la retirada. Días después, en las oficinas del equipo, expuso que dejaría el deporte si su salud se veía comprometida.

Aunque la oportunidad de otro anillo pesaba mucho. Así que tras otro año de altos y bajos, allí estaba, en el quinteto con el que los Heat arrancaban el último cuarto del sexto partido de las Finales ante los Spurs. En una de las primeras jugadas de ese periodo, Miller perdería su zapatilla izquierda justo al recuperar la bola. En el contraataque, se abre a un lateral. LeBron le ve. Gary Neal, su marcador, se percata de que no está correctamente calzado, por lo que le descarta en el ataque. Error. La bola acaba en sus manos. Se levanta. Limpia. De tres. El inicio de la reacción. Miami ganaría ese partido, y en el séptimo, el trofeo Larry O’Brien. Back to back. Llevados por el éxtasis, los Heat anunciarían que no amnistiarían a Miller, pero llegada la calma, la opción se tornó en realidad. “Lo entendí. Mi salida. Lo más complicado fue aceptar que dejaba de formar parte de algo grande. Incluso si tocaba agitar la toalla, yo ya no estaría allí para hacerlo. Eso es duro”.

Y de pronto, el cuerpo le da un respiro. Habla con Jason Levien, general manager de Memphis Grizzlies y le dice que hace mucho tiempo que no se siente tan bien. Pese al escepticismo inicial, Leiven firma a Miller, quien participa en los 82 encuentros de temporada regular por primera vez desde su año rookie. Las cosas son distintas en el equipo que le vio jugar tiempo atrás. Un bloque sólido con la posiblemente mejor pareja interior de la liga (Marc Gasol – Zach Randolph) llevan al límite en primera ronda de playoffs a uno de los favoritos al anillo, Oklahoma City. Salen derrotados en siete duelos, pero con la controversia de la suspensión a Z-Bo por un incidente con Steven Adams. La decepción llegaría en verano. “Pensé que iba a terminar ahí mi carrera. Quería hacerlo, era feliz allí. Quería jugar otros tres o cuatro años”. En cambio, surgió la posibilidad de firmar a Vince Carter, y los Grizzlies tomaron la decisión de prescindir de Mike Miller.

Poco tiempo estuvo en el mercado. LeBron James volvía a tocar a su puerta. Su viejo amigo se embarcaba en una nueva misión. Regresaba a su casa para llevar a los suyos a la gloria. Y quería contar con Mike. La oferta era difícil de rechazar. Hoy se sabe que Denver Nuggets ofreció a Miller un contrato de tres años por doce millones de dólares. Mike Miller aceptaría dos años en Cleveland por seis. “Ganar en Miami fue increíble, el año pasado no tuve la ocasión de hacerlo, pero estoy feliz por estar de vuelta con LeBron y la posibilidad de hacer algo especial aquí”, manifestaba el alero por entonces.

La marejada en los Cavs fue continua esa temporada. Primero se puso en duda la relación entre LeBron James y Kyrie Irving, luego se cuestionó a David Blatt. Y en medio, Miller mediando. “Trato de escuchar a la gente. Con LeBron charlo de una manera diferente de la que lo hago con Kyrie. A veces hay que explicar determinadas cuestiones, otras solo reír”. También aconsejaba al resto del grupo: “Les explicaba mi experiencia en Miami. Cómo todos sacrificamos algo. Les pedía a los chicos que hicieran algo que no estaban acostumbrados a hacer”. Él mismo era un ejemplo, jugando menos de doce minutos por choque a principios de temporada: “Nadie gana campeonatos en noviembre. Hay que ir creciendo. Nuestros jóvenes (en referencia a Irving y Love) nunca han jugado en un equipo con aspiraciones, nunca estuvieron en Playoffs. Mi trabajo es guiarles con mi experiencia”. Love conocía a Miller desde que coincidieron en Minnesota, pero se ganó en seguida a Irving: “Antes que compañero soy amigo. Me gusta crear buenos lazos con la gente”. LeBron James hablaba de la importancia de Miller: “Ha estado en la reconstrucción de varias franquicias, ha estado en equipos que han ganado campeonatos, ha estado en grupos aspirantes, ha sido referencia ofensiva, ha estado fuera de la rotación, ha estado lesionado y ha vuelto, ha sido rookie del año, ha sido mejor sexto hombre. Todos los jugadores de la liga pueden sentir cierto vínculo con él de algún modo, y esto es impagable. En Miami hubo momentos en los que no jugaba un minuto, pero estaba listo. Necesitas a esos tipos en tu banquillo. Gente a la que no le importa el yo, sino el nosotros”.

No pudo ser. En las finales hincaron la rodilla ante Golden State Warriors. Su aventura en Cleveland apenas duró un año. Sin embargo, puede que tenga algo de culpa en el desarrollo de los Cavs que se tomarían la revancha doce meses después. En julio de 2015, Miller sería enviado a Portland Trail Blazers junto a Brendan Haywood buscando aligerar salarios en Ohio. En septiembre sería cortado y acabaría firmando por Denver Nuggets, con los que renovaría en 2016. Y allí sigue, con un papel testimonial en la pista y la retirada cada vez más próxima. Pero aconsejando a una plantilla joven de mucho talento. Es el gran papel de Mike Miller. Estar en el momento oportuno, también para decir las palabras adecuadas. Porque Mike Miller, además de un gran jugador, es el compañero perfecto.

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