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Perfiles

Maurice Lucas, territorio sagrado

Referencia histórica en los Blazers, Maurice Lucas fue una de esas estrellas anónimas que dejaron los setenta en la NBA, pero a las que conviene acercarse cada poco tiempo

Maurice Lucas

“Para que los jugadores muestren su talento, la liga ha beneficiado el juego menos basado en el físico. Tipos como Mo Lucas o yo mismo no tendríamos sitio en la NBA actual. Basábamos nuestro potencial en la presencia física, la intimidación, y el erigirnos en protectores de nuestros compañeros a toda costa”.

Las palabras de uno de los mejores jugadores interiores de la década de los 80, Buck Williams, sirven como perfecta guía de presentación de un marco competitivo actual en el que se premia el virtuosismo bajo el manto protector de unas reglas hechas a medida. Podríamos caer en la eterna tentación de priorizar lo antiguo únicamente por el hecho de serlo, cayendo en la nostalgia y ponderando un estilo mucho más duro, agresivo y casi darwiniano. Pues bien, Maurice Lucas representa el espíritu de aquella época convulsa en la que el valor de la fuerza primaba bastante más que ahora. Muchas veces se ha intentado describir el término inglés ‘enforcer’, básicamente aquel jugador que atrae para sí como nadie el concepto de intimidación, pero no la clase de intimidación que consiste únicamente en taponar tiros y modificar trayectorias para provocar errores. Aquí nos referimos, por el contrario, a intimidación física, verbal, aquella que intenta provocar el pánico en el contrario para sacarlo del partido en la medida de lo posible. Esta definición podría ser sustituida en una hipotética enciclopedia deportiva al uso con la foto de Maurice Lucas.

La mirada de Maurice Lucas a un adversario que se hubiese comportado de manera demasiado agresiva con un compañero o se hubiese atrevido a penetrar en la zona con excesiva libertad no habría dejado dudas. A veces se alzaba más poderosa que cualquier codazo, puñetazo o agresión física. Resulta curiosa la manera en que la que su bien ganada fama de duro se originó. Lucas dio sus primeros pasos en la ABA, corría el año de 1974. Jugando en los Kentucky Colonels tuvo un intercambio de impresiones con Artis Gilmore, el Shaquille O’Neal de la época, un tipo inmenso de 2’18 y más de 120 kilos. La refriega acabó con Gilmore en la lona tumbado de un crochet de derecha. Pocos días más tarde le tocó el turno a un casi intocable, Julius Erving, entonces el verdadero icono de una liga que iba decayendo poco a poco. Acababa de hacer su presentación oficial el maestro de las artes subterráneas. Lucas no encajaba en absoluto con la imagen de leñero, un jugador incapaz de anotar a más de medio metro de la canasta, muy al contrario, poseía un juego al poste con bastantes recursos ofensivos. Sin ir mucho más lejos, el inolvidable Bill Walton le calificó como el Blazer más grande de todos los tiempos, el verdadero culpable de que aquel milagro deportivo llamado Rip City tomara cuerpo una calurosa primavera de 1977. Ciertamente, Lucas ofrecía a aquel grupo de buenos jugadores y uno superlativo exactamente lo que se necesitaba para aspirar al trono.

Probablemente el episodio más recordado de su carrera tuvo lugar en la final contra los Philadelphia 76ers y el otro tipo duro oficial de la NBA, Darryl Dawkins. Durante una refriega entre Dawkins y el alero blazer Bob Gross, el pívot soltó el brazo pero impactó sin querer a su propio compañero Doug Collins. Lucas no pudo resistir más la tentación y la emprendió contra Dawkins por la espalda. Se pusieron en posición pugilística, intercambiaron algunos golpes al aire y ambos acabaron expulsados sumariamente en medio de un tumulto inmenso incluso con aficionados exaltados saltando a la cancha. Los Sixers anotaron su victoria número dos en la serie, pero en la presentación del tercer partido Lucas hizo un movimiento inesperado: fue directamente al banquillo, cogió la mano de su rival, la estrechó fuerte y le dijo: “nada de malos sentimientos”. No se sabe cómo, pero la situación cambió completamente, los Blazers remontaron la final y se impondrían por 4 a 2.

Cuarenta años han transcurrido desde entonces. Ahora, tanto Dawkins como Lucas están muertos, ya no pueden seguir siendo ni erigirse como el paradigma de aquellos tiempos de soterrada guerra de guerrillas en las que la selección natural provocaba una lucha feroz por la supervivencia en el llamado territorio sagrado. Lucas, el cual soportó los envites de los tipos más duros del salvaje Oeste, aquella estirpe de ‘enforcers’ que comenzaría con “Jungle Jim” Loscutoff en los 50, y que continuarían Rick Mahorn, Bill Laimbeer, Charles Oakley, Kermit Washington, Luke Jackson y tantos otros, acabó sucumbiendo a un enemigo más poderoso que todos ellos y seguramente mucho más innoble, un mal mortal y silencioso al que no puedes encarar únicamente con la cabeza bien alta y los puños dispuestos al combate, un cáncer de vesícula tan rápido como devastador. Los viejos guerreros mueren de pie, cantó el poeta, pero su espíritu permanece en vigor aunque los tiempos modernos no favorezcan la aplicación de sus reglas rituales, aquellas que forjaron a sangre y fuego para defender un territorio sagrado.

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