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Perfiles

Kevin Magee, un soñador con acento maño

Kevin Magee dejó una huella imborrable tanto en Zaragoza como en la ACB. Un jugador espectacular, carismático y entrañable. Un mito improbable que hizo al CAI soñar en código europeo.

ACB Photo

La supremacía de la voluntad, la lucha sin límites o el no rendirse jamás son algunos de los aspectos que podemos asociar al gran Kevin Magee. Un jugador con el que, sin duda, muchos zaragozanos todavía sueñan, ya que, en parte, tuvo la ‘culpa’ de poner a la ciudad de la Pilarica en el mapa baloncestístico de los ochenta.

Con un físico bastante peculiar (2’02 metros y 104 kilos) de descomunal tren inferior que lo convertía en un excepcional reboteador pese a no sobrarle centímetros, llegó a dominar la pintura con una facilidad pasmosa y elevó al CAI a las alturas. Gracias a su fuerza e intensidad y a su impetuoso liderazgo pudo paliar las carencias de sus fundamentos técnicos. Su inteligencia bajo los aros le convertía en un jugador vital para los esquemas de su equipo. Tan vital como recordado. Una delicia.

Nacido en Indiana en enero de 1959, sus primeros contactos con una pelota de baloncesto llegan en el South Pike High School de Magnolia, Mississippi. Posteriormente, entre 1978 y 1980, Kevin Dornell Magee jugó en Saddleback College para, desde ahí, dar el salto a la Universidad de California-Irvine. Hasta 1982, el bueno de Kevin fue dejando píldoras del enorme jugador que se estaba originando. Fue nombrado dos veces All-American y jugador del año en su conferencia. Sus 26’3 puntos y 12’6 rebotes de media le transformaron en un jugador muy atractivo al que seguir la pista. Se convirtió en el tercer máximo anotador de la NCAA en las dos temporadas jugadas y, también, el cuarto máximo reboteador en una de ellas. Su dorsal número ’44’ fue retirado en California-Irvine.

En el Draft de la NBA en 1982 fue seleccionado en segunda ronda por los Suns. La primera piedra en el camino. Su sueño parecía cumplirse, pero los de Arizona no contaban con él. Ser uno de los últimos descartes del equipo le llevó a Italia. A principios de la temporada 1982/83, el Cagiva Varese recibía a Kevin Magee. Un diamante en bruto del que no imaginaban cuánto sería capaz de relucir.

Su equipo acabó ese curso baloncestístico en octava posición, pero sus números no dejaron indiferente a nadie: 25’3 puntos (segundo máximo anotador de la Lega A) y 14’8 rebotes (máximo reboteador) por partido. La NBA volvía a estar en el horizonte, otra vez rozándola con los dedos y desvaneciéndose a la vez. Su gran actuación en Italia despertó el interés del F.C. Barcelona, quien presentó una oferta millonaria para hacerse con sus servicios. Pero Magee quería cumplir su sueño. Denegó la propuesta a la espera de encontrar hueco en el roster de los Suns. Un hueco que nunca llegó. Sin equipo y con esos enormes guarismos, recaló en el CAI de Zaragoza. La salida de Harry Davis dejaba un gran socavón en la pintura perfectamente idóneo para ser cubierto por Magee. El presidente del CAI, que ya lo había intentado fichar tras verlo en la Liga de Verano de Los Ángeles en su año rookie, pudo hacerse con él merced a sus contactos pese a tener ya ocupadas las dos plazas reservadas a extranjeros.

Con tres entrenamientos completados y apenas una semana en la ciudad (un americano de 24 años en Zaragoza) llega su primer rival: el Real Madrid. Imagínense las expectativas que se habían creado en torno a este partido. Pues bien, un soñador sueña a lo grande y las expectativas fueron aplastadas por los hechos. Con unas ganas imponentes de demostrar su valía, Magee descifraba una realidad que dibujaba la primera victoria del CAI Zaragoza de su historia sobre el Real Madrid por 83-82. Una realidad que daría lugar a una de las temporadas más exitosas del club. Una semana después, destrozaba al Cajamadrid con 35 puntos y lanzaba al CAI a la disputa de la Copa del Rey que, precisamente, se celebraba en la capital maña.

El CAI jugaba ‘su’ copa. Durante décadas ningún club que no fuese Barcelona, Real Madrid o Joventut se había llevado uno de los dos títulos nacionales. Pero los sueños están para cumplirlos y los precedentes para romperlos. En las semifinales, y ya como un aragonés más, Magee le endosaba 36 puntos y 15 rebotes a la Penya. Victoria por 87-83 y una locura desmedida, pero con calma e ilusión. Quedaba un paso. El más difícil todavía. La gran final, nada menos que contra el Barcelona de Epi. Partidazo, sin duda. Magee, quien no pudo estrenar los nuevos pantalones presentados por Adidas debido a la desorbitada anchura de sus cuádriceps, fue maniatado por Starks. Parecía que la final se decantaría del lado blaugrana, pero ante la liberación de Starks por faltas, Magee se desató (19 puntos y 11 rebotes) y, junto con Jimmy Allen, llevó al Zaragoza a la victoria. Primer título nacional para el conjunto aragonés, el cual inscribía su nombre en la historia del baloncesto patrio.

La temporada culminaría de forma excelente. Campeones de la Copa del Rey, cuartos en la Liga ACB y semifinalistas de la Copa Korac. Qué más se le podía pedir a la plantilla liderada por Magee. Sus números fueron brutales: 24’7 puntos y 10’5 rebotes por partido. Todo el mundo le quería, aunque desde la NBA seguía sin recibir señales -un sueño que ya le dejaba dormir-.

Sabedor de su más que probable salida, el presidente José Luis Rubio, en pleno verano de 1984, se desplazaba hasta la residencia familiar de Kevin Magee en California dispuesto a convencerle para que rechazara la oferta económica del Maccabi de Tel Aviv y continuara en el equipo. No hubo suerte y Kevin jugaría los próximos seis años en Israel. También aclamado por la multitud y muy querido por la afición local, el de Indiana recopiló seis ligas y cinco copas en el tiempo que estuvo en la plantilla macabea. La espina, el no poder ganar una Copa de Europa a pesar de llegar a tres finales (1987, 1988 y 1989), probando el amargo sabor de la derrota en todas ellas, las dos primeras ante el Olimpia Milán (71-69 y 90-84) y la última ante los talentosos jóvenes de la Jugoplastika de Split (75-69).

Su casa le esperaba y no se lo pensó dos veces. Volvió a Zaragoza en la temporada 90-91 con 31 años, para formar, junto a Mark Davis, una dupla letal. Pese a mantener un estado de forma envidiable, su juego había evolucionado, rehuyendo el contacto físico, abriéndose al exterior y llegando a la línea de tres puntos con mayor asiduidad. Su inteligencia y su trabajo siguieron dando réditos, acumulando estadísticas que asustaban. Un buen vino que mejoraba con el paso del tiempo. Ser máximo reboteador de la Liga ACB en la 90/91 con 406 rebotes (12’7 por partido), alcanzar una valoración de 53 créditos (récord de la liga hasta la llegada de Sabonis) o endosarle 41 puntos y 10 rebotes al Estrella Roja, en apenas media hora, para luego llevar al CAI a la final de la Recopa de Europa son algunos de esos logros que demostraban que Magee seguía estando en la élite. Posteriormente, llegarían sus últimos contratos en Turín, París e Israel, donde finalmente se retiró.

Tras una carrera tan exitosa (altar eterno en Zaragoza) y con un recuerdo de él asociado a la felicidad, en 2003 Kevin Magee fallece en un accidente de coche en Estados Unidos a la edad de 44 años. Una verdadera pena. Un guerrero de los tableros que nos abandonaba prematuramente. Dejaba a Melanie, a sus tres hijos (Brandy, Jacob y Jeremy) y a una multitud de zaragozanos huérfanos, aficionados al baloncesto gracias a él. Soñadores, como Kevin, de un recuerdo imborrable.

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