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Reflejos

Paul Pierce, con la verdad por delante

En septiembre del año 2000 recibió once puñaladas, atravesando una de ellas su esternón y quedando a milímetros del corazón.
Aquel pudo ser el final, pero realmente la leyenda de Paul Pierce solo había comenzado.

Wikimedia

Corría el año 2001, concretamente el 13 de marzo. Aún resuena la voz grave y cavernaria del gran Shaquille O’Neal después de un partido en el que sus Lakers acababan de vencer a los Boston Celtics en el Staples Center de Los Ángeles: “He is the motherfucking truth”. La historia es un poco más larga, y también bastante más interesante contada por el gran dominador de la NBA durante los primeros años del milenio:

“Conocía a Paul Pierce desde su época de instituto en California, y también lo vi jugar un par de veces en la Universidad de Kansas. Sabía que el tipo era bueno, pero lo que hizo aquella noche fue increíble. Por eso, después del partido agarré por banda a Steve Bullpet, del Boston Herald, y le dije literalmente: Soy Shaquille O’Neal y Pierce es la jodida verdad. No omitas ni una palabra de lo que digo. Tuve suerte de que no tuve que defenderlo. Antes ya se me habían ocurrido otros apelativos como ‘The Big Fundamental’ para Tim Duncan o ‘Big Ticket’ para Kevin Garnett, y estoy orgulloso de ello, pero no más que con el de Pierce. Además, diez años después de que le buscara su apodo llegamos a jugar juntos”.

El bocazas de Shaq acababa de dejar para la historia un apelativo curioso pero a la vez muy signifcativo. Pierce había endosado 42 puntos al mejor equipo del mundo y vigente campeón de la NBA, y aunque su equipo perdió por escaso margen dejó acciones para el recuerdo. Entonces, el futuro mito de los Celtics ya no era en absoluto un desconocido, pero su pertenencia a una franquicia perdedora no le había granjeado el nombre que por su calidad y carisma merecía. Todo acabaría por llegar de forma natural, o quizá no tanto. Sin embargo, su historia nace mucho antes, en Oakland, la sede de los actuales Warriors, la dorada California, donde Paul Pierce viene al mundo.

Efectivamente, el último gran mito de los Boston Celtics, el último romántico, era de pequeño un seguidor acérrimo de Los Ángeles Lakers, criado y crecido en el mismo barrio donde estaba localizado el Forum, y Magic Johnson su gran ídolo de infancia. Qué gran contradicción, cuando el sustituto de Larry Bird en los corazones de los aficionados célticos, tan pródigos a la mística y la cuasi reverencia divina, había sido seguidor de su gran némesis angelina. Los designios del destino dieron con los huesos de Pierce en los Boston Celtics después de un meritorio paso por la Universidad de Kansas, pero también tras una ceremonia del Draft de 1998 que le marcaría internamente. Esperando salir el número dos, tuvo que esperar hasta el décimo puesto para escuchar su nombre, algo extraño teniendo en cuenta que los hombres que le precedían, a excepción de Vince Carter, Dirk Nowitzki o en menor medida Antawn Jamison, acabarían siendo poco menos que fracasos en toda regla. Pierce, una persona pasional y orgullosa, repetía compulsivamente aquellos nombres durante los entrenamientos del Summer Camp para motivarse y demostrar al mundo que se había cometido una injusticia.

El segundo capítulo vital que moldea su personalidad llegaría en septiembre de 2000, ya con dos años de experiencia en la NBA, en la noche de su famoso altercado en una sala de fiestas de Boston llamada Buzz Club. Allí fue atacado y golpeado con una botella en la cabeza para posteriormente ser apuñalado hasta en once ocasiones, la mayoría superficiales, pero una de ellas atravesó el esternón y se quedó a apenas unos milímetros del corazón. Su gruesa chaqueta de cuero le salvó la vida, así como la rápida actuación de su compañero Tony Battie, llevándole en coche hacia un hospital cercano llamado New England Medical Center. Pierce nunca habló demasiado de aquel incidente, se limitó a interiorizarlo y a utilizarlo como acicate e impulso para seguir viviendo, disfrutando del privilegio de ser un atleta de élite y reconocido mundialmente. De hecho, apenas un mes después ya se encontraba entrenando y a punto de debutar en la siguiente temporada, en la que no se resiente en absoluto su contribución al equipo.

En lo deportivo, la historia de Paul Pierce en los Celtics abarca dos etapas perfectamente diferenciadas, divididas por una línea demasiado evidente como para no ser tenida en cuenta; los movimientos en los despachos del Presidente de Operaciones, Danny Ainge, con el objetivo de traer a Kevin Garnett y Ray Allen a engrosar las filas del trébol, con el Leprechaun como testigo. Durante la primera etapa, el recorrido de Pierce es el de un líder natural y un ‘all-around player’ en el seno de una franquicia perdedora y sin rumbo aparente (excepción hecha de 2002, cuando alcanzan las Finales del Este, siendo apeados por los New Jersey Nets). Durante este período negro de la historia céltica Pierce se convierte en el principal rayo de esperanza dentro de un territorio oscuro. Explota en anotación y liderazgo, pero destaca también en todos los ámbitos del juego. Sin embargo, una vez aterrizados los mentados Allen y Garnett, Pierce continúa como líder espiritual del equipo, pero asiente a la hora de delegar ligeramente labores anotadoras y se centra bastante más en defensa. La estrategia resulta devastadora para los rivales, y los Celtics se transforman de un equipo desahuciado a un campeón a la vieja usanza, no sin ciertas dosis de épica ancestral y gloria cuasi mística. El brazo derecho de Pierce con el trofeo de MVP de las finales, unido a su regreso teatral a la pista después de una lesión en el primer partido de la final, devuelve al Garden a épocas ya casi olvidadas.

Desafortunadamente, aquella escuadra diseñada para reinar durante un lustro sucumbe los años siguientes a un cúmulo de mala suerte, y quizás envejece demasiado pronto. La defunción de aquel mítico equipo la marca la llegada de Ray Allen a Miami, territorio enemigo, en 2012. Mientras la llama de LeBron James se engrandece, la de Pierce y sus Celtics se apaga gradualmente, no sin antes dejar para el recuerdo otros momentos grandiosos, como un enfrentamiento directo de pistoleros entre los dos mencionados durante los Playoffs de 2010. Y es que, como decía Roy Williams, su entrenador en Kansas, lo mejor de Pierce no es su calidad como jugador, sino que cuanto mayor importancia tenía un partido más elevaba su nivel. Y eso está al alcance de unos pocos elegidos.

La grandeza de Paul Pierce no hay que buscarla en la dictadura de los números. Jamás ganó un galardón estadístico individual, pero aun así aguanta el tipo ante cualquier jugador de la liga, por dominador que fuese, incluido el probablemente mejor ‘3’ de la historia, LeBron James. Por eso, a medida que sus cifras fueron descendiendo por motivos lógicos, su liderazgo no se vio mermado en absoluto. La estancia en sus últimos destinos, los Nets, los Wizards y los Clippers podrían resumirse en una búsqueda de nuevos horizontes donde precisamente aportar ese factor tan complicado de encontrar, el instinto ganador y el gen competitivo. Sin embargo, su labor ya quedó cerrada anteriormente bajo llave en Boston, cuna de dioses y aposento de mitos. Allí yace le legado del último romántico. La vida es en ocasiones así de caprichosa. Como diría el gran Shaq: “Disfruta del juego, de tu familia y gana tanto dinero como puedas. Esas son las claves de la felicidad”.

Paul Pierce devolvió con creces esa felicidad ganada a pulso. El 34 será elevado a los altares en el Garden. Los aficionados no olvidan. No olvidamos.

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