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Perfiles NBA

Relato de una tragedia con final feliz

El camino de Jimmy Butler hasta convertirse en toda una estrella no ha sido una línea recta. Pero es un camino del cual el jugador se siente orgulloso.

Jimmy Butler Miami Heat
Getty Images

Hay momentos que te marcan. Hechos que redefinen vida y carácter  a partir de la más ínfima coyuntura. Aunque, en ocasiones, en lugar de motivar al individuo, lo que provocan es un hundimiento en la miseria.

Jimmy Butler no debería estar aquí. No debería estar jugando en la NBA. No si todo se hubiera desarrollado acorde a lo que se presuponía tras quedarse sin un techo donde cobijarse cuando apenas contaba con trece años de edad. Sin embargo, la realidad es que se encuentra entre los mejores jugadores de la NBA merced a su entereza y espíritu de superación. Es, sin lugar a dudas, un hombre hecho a sí mismo.

«No me gusta tu aspecto. Vete«. Según el propio alero, estas duras palabras son el último recuerdo que posee de su madre antes de que ésta le expulsara del hogar donde vivían en Houston y le desterrara de su vida para siempre. Como en los exorbitantes relatos que alumbran a los mitos, hubo de transmutar de niño a hombre en tiempo récord.

El joven Jimmy se iba trasladando periódicamente por las casas de sus amigos en busca de un techo y alimento caliente. Esas estancias no solían traspasar la barrera de las tres semanas, pues se sabía una lacra para la familia de turno. Sin embargo, él lo único que anhelaba era un emplazamiento fijo donde poder desarrollar una vida tranquila y centrada únicamente en el baloncesto. <<Vivía únicamente para él>>, afirmaría años después.

Tan solo aquello. ¿Verdaderamente era tanto pedir?

Un día, además de lograr la ansiada morada, tropezaría con alguien que más tarde se convertiría en su hermano: Jordan Leslie –actual jugador de la NFL-. El bisoño Butler mostraba unas excepcionales aptitudes para el deporte de la canasta que exhibía día tras día tanto en el conjunto del instituto como en las canchas callejeras de Tomball –a las afueras de Houston y donde pasaba los ratos muertos-. Un día, Leslie, dos años más joven que él y ferviente admirador de su juego, le desafió a un concurso de triples. El actual jugador de los Wolves evidenció su sorpresa ante el desparpajo de aquel zagal –dos años menor que él-, congeniando así rápidamente.

No obstante, la realidad en el domicilio de Jordan, aun mostrando una irrebatible mejora respecto al modo de vida que sobrellevaba Butler, no se presentaba como la más halagüeña, pues Michelle Lambert, la progenitora de Leslie, ya poseía siete hijos a su cargo: cuatro de sus primeras nupcias –el marido falleció- y tres que trajo consigo su actual cónyuge. Con Jimmy, el montante ascendería hasta ocho, un número nada despreciable teniendo en cuenta que la manutención de siete retoños ya conllevaba un elevado gasto de 400 dólares mensuales y los problemas crematísticos arreciaban cada vez con mayor firmeza. Michelle se multiplicaba y efectuaba dos trabajos que apenas le producían réditos. Por tanto, ayudar al nuevo amigo de uno de sus hijos se antojaba como una faena casi irrealizable.

Se suele decir que la unión hace la fuerza y la familia lo acuñó en el más estricto sentido de la palabra. Al acordar el matrimonio Lambert que Butler podía quedarse, dictaminó a su vez que su estancia no podía sobrepasar las dos noches seguidas. Pero cada vez que el nuevo inquilino acudía a pernoctar, uno de los chicos exclamaba <<Hoy Jimmy me toca a mí>>. Así, paso a paso, fueron logrando que la estadía de Butler se fuera prolongando hasta que finalmente se convirtió en un miembro más de la casa.

Pero no a cualquier precio.

Acogerle en su hogar acarreaba el cumplimiento de unas normas que Michelle impuso a Jimmy como parte del modelo de conducta en el que pretendía que se convirtiera. Ella procuraba que Butler se transformase en un espejo en el que se mirasen sus hijos y, para ello, implantó un toque de queda y le obligó a mejorar sus prestaciones académicas, cosa que su hijo adoptivo aceptó de buen grado y sin rechistar. <<Le dije a mis hijos que se fijaran en él. Tenía que alejarse de los problemas, trabajar en el instituto y, en resumen, ser un ejemplo. ¿Y sabes lo mejor? Que todo lo que le ordenaba, lo realizaba sin protestar>>. Palabra de Michelle Lambert.

Por primera vez en su ardua existencia, Jimmy Butler consiguió centrarse en el baloncesto sin trabas familiares en su haber, lo cual no le valió para llamar la atención de grandes universidades, por lo que emprendió rumbo a Tyler (Texas) con el objetivo de atraer algún college de Division I.

Tan solo una temporada allí bastó para que Iowa State, Clemson o Kentucky fijaran su radar sobre él. No obstante, él se decantó por Marquette, la menos potente deportivamente pero la que más peso académico poseía. De nuevo, aquí Lambert jugó un papel fundamental en la decisión: <<Le dije que debía ir allí [Marquette] porque el baloncesto no es para toda la vida. Necesitaba una buena educación y una carrera para recurrir a ella en caso de necesidad>>.

En los Golden Eagles dio con la horma de su zapato, Buzz Williams, especialmente en lo que a ética de trabajo se refiere. El veterano entrenador explica que Butler era duro debido a lo mucho que confiaba en sí mismo. Por ello, aunque no dispusiese apenas de cancha en su primera temporada, en su último año se erigió como líder absoluto del equipo, aupándole hasta el Sweet 16 y siéndole retirado el dorsal.

En la NBA ha continuado su filosofía. Trabajar duro, día tras día, y esperar pacientemente hasta que le llegue la oportunidad. Pero nada es cuestión de suerte. Todo lo que le ha ido pasando le ha forjado hasta llegar a lo que es hoy: un auténtico ganador.

«Odio que la gente sienta lástima por mí porque no hay nada por lo que apenarse. Amo lo que me ha pasado. Me ha hecho quien soy. Estoy agradecido de haberme enfrentado a los desafíos a los que lo he hecho» Jimmy Butler

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