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Reflejos

Guerreros del Peloponeso

«La historia es un incesante volver a empezar». – Tucícides, historiador griego.

Año 431 a.C. En la península del Ática, corazón de la civilización griega, se han dado cita dos de los mayores ejércitos que jamás conoció el mundo. La ambición y el poder han provocado un encarnizado enfrentamiento entre los que antaño fueron aliados. Esparta, que lidera una coalición de ciudades denominada ‘Liga del Peloponeso’, busca frenar la expansión de una pujante y desafiante Atenas, cabeza de la ‘Liga de Delos’. En el fondo, representa un choque entre dos civilizaciones que abanderan valores muy distintos. Como dos trenes destinados a colisionar.

Van a dar comienzo las Guerras del Peloponeso, un conflicto bélico que, durante tres largas décadas, servirá para que los griegos se aniquilen unos a otros. Nada volverá a ser igual.

Por los dominios espartanos se ha extendido la leyenda de un guerrero tan coloso como fiero. Se llama Kevintos Garnettias, nacido en la propia Esparta y forjado desde niño en el arte de la guerra. Los que le han visto en acción cuentan que es tan alto como las columnas de Hércules, pero que se mueve con la gracia y agilidad de un guepardo. Grita, ruge y se golpea el pecho antes de entrar en batalla, y es tan intenso que su sola mirada provoca pavor en el enemigo. La historia cuenta que otro Kevintos, de apellido McHelias, le recomendó muy joven para las tropas de élite espartanas, maravillado por su destreza y bravura. Ahora dirige un escuadrón de hóplitas que se hacen llamar los ‘Lobos’, por sentirse vástagos de una misma manada. Hace tiempo que Garnettias se ganó el respeto del clan merced a su fiereza. Cree en el honor y en la ley del más fuerte. Por su sangre corre el espíritu mismo de Esparta. Con él al lado, habrá más posibilidades de vencer en la gran guerra.

Desde la isla de Ceos, una de tantas perdidas en el Egeo, ha llegado para la causa Timmicles Dunkanos. Ya es, y a pesar de su precocidad, el mejor guerrero que tiene Atenas. Cuando era un niño, Dunkanos soñaba con usar el barco de su padre para salir a la mar y vivir de la pesca. Una noche, y con la luna como testigo, un huracán se presentó violentamente para hacer añicos su patria. Casas, barcos, templos…todo quedó destrozado. Dunkanos culpó directamente a Apolo, dios de los espartanos, y juró combatir para poder clamar venganza algún día. Muchos años después, el gran sabio Popovicles, señor y general de Atenas, le adiestraría como soldado. Ahora Dunkanos es conocido por su valor y frialdad en la batalla. Siempre lidera con el ejemplo, sin hacer grandes aspavientos, y sus hombres le admiran por ello. Cree en la democracia, en la fortaleza del grupo y en la virtud de la modestia. Es uno de los hombres más nobles de toda Grecia.

Dentro de muy poco, y aunque no lo sepan, Garnettias y Dunkanos se verán las caras en los áridos campos del Ática. Son tan antagónicos que es como si hubieran nacido para odiarse. De hecho, hasta los caminos azarosos del destino dictaminaron que su entrada en el mundo se produjera con apenas un mes de diferencia. En otra vida podrían haber sido hermanos, gemelos incluso, pero no en esta.

La guerra espera.

Han pasado más de 2.400 años. La existencia en el primer mundo es radicalmente distinta. Con contadas excepciones, los estados y las naciones ya no se disputan la supremacía a base de machetazo limpio. Ahora importa más saber plegarse a la voluntad de los mercados. El mundo entero es una empresa. Avanzan las tecnologías, crece el nivel de vida, llega Internet y la perspectiva de afrontar un nuevo milenio. Pero aunque es otra época, hay algo que no ha cambiado. El afán por batallar, antaño manifestado de forma literal, ha terminado mutando. Ahora son los deportes profesionales, como continuación de la guerra por otros medios, los que llevan la voz cantante. En el fondo, ese instinto natural por competir y machacar al adversario sigue latente, oculto en cada corazón humano.

Estamos en 1999. Las almas de Garnettias y Dunkanos no se han perdido, más bien han adoptado otro cuerpo, otra vida y otro nombre. Ahora se llaman Kevin Garnett y Tim Duncan, son superestrellas de la NBA, y van a enfrentarse por primera vez en una serie de postemporada. Los San Antonio Spurs, que han cosechado el mejor record de la liga en un curso marcado por el cierre patronal, reciben en primera ronda a unos inexpertos pero hambrientos Minnesota Timberwolves. Las espadas están en todo lo alto.

A los pocos minutos de comenzar el primer partido, y en una de esas interminables refriegas en el poste bajo, los colegiados señalan falta sobre Garnett. Furibundo y soflamado por una pasión incontrolable, no se dirige a los arbitros sino que encara directamente a Duncan, como apuntando al verdadero culpable. Por su boca salen escupidos mil demonios mientras la estrella de los Spurs le observa con gesto socarrón y relajado. Se puede palpar el odio con las manos.

https://www.youtube.com/watch?v=ll1Snhuz4eQ&t=366s

(Minuto 05:38)

Llega el cuarto encuentro, esta vez en Minnesota y con los Wolves a una derrota de ser eliminados. A poco de que finalice la primera mitad, ambos equipos se enzarzan debido a una dura falta de Joe Smith sobre David Robinson, pívot titular de San Antonio. En el fragor de la escaramuza acude presto Garnett para ladrarle al ‘Almirante’. Justo en ese momento llega también Duncan para tratar de poner orden y separar a los contendientes. Garnett, visiblemente molesto por la actitud condescendiente de Duncan, dispara un sopapo seco en la nuca como el que no quiere la cosa. Duncan, experto en mantener siempre la calma, no puede evitar estallar y le recrimina el gesto con buen criterio. «¡¿A ti qué cojones te pasa?!»

Vuelven los empujones. Vuelve el caos. Es lo de siempre.

Antes de que Tim Duncan (abril de 1976) y Kevin Garnett (mayo de 1976) pusieran un pie en este universo, los Dioses (en singular o plural, según cada cual) ya habían decidido que sus destinos irían unidos eternamente. Tal vez era una especie de macabro equilibrio cósmico, la sensación de que los opuestos se complementan y se necesitan mutuamente para crecer. No lo sé. El caso es que durante casi dos décadas, las carreras de ambos discurrirían prácticamente en paralelo, hasta el punto de decidir marcharse al mismo tiempo. Hasta llevarían el mismo dorsal.

Garnett llega a la liga en 1995 con la vitola de ser el único jugador desde Moses Malone, Darryl Dawkins y Bill Willoughby (1975) en dar el salto al profesionalismo sin pasar por la universidad (el otro fue Shawn Kemp, que sí llegaría a estar matriculado en un centro colegial, aunque nunca debutaría debido a problemas extradeportivos). No solo representa un mero modelo deportivo, también se identifica con una posición social, e incluso moral. Desde muchos puntos de vista, no es más que la viva expresión del too fast too young (demasiado joven y demasiado pronto), un ejemplo evidente de lo comercial y absurda que se ha vuelto la liga. Por si fuera poco, ese mega contrato firmado en octubre de 1997 con Minnesota (record histórico en su momento) acabará precipitando el lockout de la 1998/1999, cuando una serie de poderosos bolsillos temblaron pensando en las posibles consecuencias. Aquello amenazaba con crear una tendencia, y la mayor parte de los propietarios no estaban dispuestos a hipotecarse con jugadores tan jóvenes. Ni por asomo. Solo el paso del tiempo acabaría dando la razón al propio Garnett. La mezcla excelente de rendimiento, trabajo y compromiso rentabilizaría cada centavo de aquella operación.

Garnett y Duncan

NBAE

Duncan aterriza un par de temporadas después, en 1997, y lo hace abanderando un modelo completamente distinto. Es el representante de una filosofía que resulta mucho más simpática a ojos de la vieja escuela. Ha completado sus cuatro años de formación universitaria en Wake Forest, lugar donde, gracias a la magnífica labor de Dave Odom, ha ido puliendo progresivamente su juego hasta convertirse en la pieza más codiciada del país. De tal manera que ser drafteado en primera posición por San Antonio es el siguiente paso lógico. El discurso mediático concibe a Duncan como un jugador que quema etapas de manera mucho más natural, y que no está intoxicado por las extravagancias de la era moderna. Lo cual es verdad hasta cierto punto. Su carácter discreto y comedido, unido al caché que le aporta ganar el campeonato de 1999 con los Spurs siendo el mejor jugador del equipo, es el broche de oro para escribir la historia perfecta. Aunque para los medios pueda resultar en ocasiones aburrido, y pese a que apenas regale titulares jugosos, lo cierto es que en la práctica Duncan personifica al deportista ideal.

Pero hay otra cosa, quizá lo más importante de todo: ambos juegan en la misma posición, la de ala-pívot, lo que equivale a defenderse mutuamente la mayor parte del tiempo. No pueden escapar el uno del otro, y aunque pudieran, tampoco lo harían.

Todo ello acabará siendo el caldo de cultivo perfecto para que germine la rivalidad más auténtica, apasionada y visceral que ha conocido la NBA del siglo XXI. Cada partido en el que se citaban, aunque fuera un enfrentamiento de liga regular en apariencia intrascendente, significaba un mundo para ambos contendientes. Sencillamente se convertía en una cuestión personal.

Por ejemplo, en un encuentro disputado en febrero de 2002, ambos serían expulsados al mismo tiempo merced a un encontronazo verbal ocurrido durante el tercer cuarto. Un empujón de Garnett sobre Parker, que no gustó nada a Duncan, provocaría el ciclo de réplicas y contrarréplicas. No hacía falta más. Con la primera frase Duncan haría oídos sordos, con la segunda solo emitiría un escueto «Tú lo flipas chaval», pero con la tercera no aguantaría más: al darse la vuelta y contestar acabaría cayendo en la trampa de Garnett. Al día siguiente, la NBA revocaría la decisión y levantaría la suspensión a Duncan (no así a Garnett), pero el daño ya estaba hecho. Para un tipo que habitualmente se mostraba como un muro de hielo impenetrable, escuchar aquella voz le sacaba automáticamente de quicio. Con nadie más le ocurría.

La rivalidad llegó a ser tan extrema que inclusó podría confundirse con odio. En un magnífico reportaje de Sports Illustrated publicado en 2012, y dedicado a indagar en la personalidad de Tim Duncan, el periodista Chris Ballard llegaría a escribir lo siguiente:

«De hecho, Duncan odia a Garnett. Le odia de la misma manera que los progresistas odian a Sean Hannity. Esta información procede de fuentes muy fiables. Hablan de cómo KG ha intentado abusar y acosar a Duncan durante toda su carrera, buscando provocarle y vacilándole con frases susurradas al oído. Hablan de lo gracioso que es esto, porque lo peor que puedes hacer es enfadar a Duncan. Como dice Malik Rose, ‘si haces eso te dará por el c***’. Duncan, no obstante, se mantiene diplomático con el tema. Preguntado sobre si quizá todos esos años de rivalidad han suavizado sus sentimientos hacia Garnett, transformando la relación en una amistad como la de Bird-Magic, Duncan se estira en su sofá y pone cara de circunstancias. Hay una pausa. Una segunda pausa aún más larga. Finalmente responde: ‘Define amistad’.

Duncan y Garnett

NBAE

En otra pieza de 2012, esta vez publicada por la ESPN y firmada por Aaron McGuire, se comentaba lo siguiente:

«Para mí, la rivalidad más intensa de la última década se apoya sobre el odio retroalimentado que sienten Kevin Garnett y Tim Duncan. Los dos ala-pívots se profesan un desprecio absoluto y el odio fluye cada vez que se enfrentan. Prestad atención a los pequeños detalles. Gestos, muecas y expresiones. Es una salvajada.»

Lo irónico de todo esto es que a pesar de las circunstancias, y a diferencia de otras grandes rivalidades, Garnett y Duncan nunca tendrían la oportunidad de enfrentarse en unas Finales. Ya fuera porque durante buena parte de sus carreras coincidieron en una misma Conferencia, o porque sus equipos rara vez se encontraron en situaciones competitivas análogas. Mientras que Duncan disfrutó de un contexto muy favorable para sus intereses desde el mismo principio, Garnett se vería obligado a soportar la carga de plantillas menores durante casi toda su trayectoria en Minnesota (a excepción de 2004, cuando solo la lesión de Cassell privó a los Wolves de poder eliminar a Lakers en Finales de Conferencia, que a su vez habían eliminado a los Spurs de Duncan en la ronda anterior).

Cuando Garnett ficha por los Celtics en el otoño de 2007, la ventana de los Spurs de Duncan comienza a cerrarse. Sí, es cierto que venían de ganar el campeonato, pero el grupo era un año más viejo, y además, los Lakers habían vuelto a reclamar el liderazgo del Oeste tras el fichaje de Pau Gasol. Unos pocos años después, Popovich se apoyaría en su genialidad para transformar y relanzar a los Spurs (llegan nuevos jugadores de rotación, el ritmo general se acelera, y el punto focal ofensivo vira hacia Parker-Ginobili). Todo ello ocurre justo en el momento en el que los Celtics de Garnett, que a título individual ya no volvería a ser el mismo merced a una terrible lesión de rodilla sufrida en 2009, comienzan a experimentar un evidente declive. Sí, se colarían en las Finales de 2010 gracias a una tremenda demostración de orgullo, y jugarían las Finales de Conferencia de 2012 ante Miami (al mismo tiempo que San Antonio se disputaba un pase a las Finales contra Oklahoma), pero el proyecto empezaba a mostrar síntomas claros de agotamiento. Más allá de ese año, Garnett ya no volvería a jugar en un contender real, mientras que Duncan alcanzaría las Finales de 2013 y 2014 (venciendo en las segundas y siendo testigo del auge de Kawhi Leonard), y disfrutaría de una situación competitiva privilegiada hasta el día de su retirada.

Incluso si realizamos la comparativa abarcando todos los Playoffs, y contando el caso ya citado de 1999, nos queda que Garnett y Duncan solo se cruzarían una vez más, en 2001. De nuevo en primera ronda y con idéntico resultado: 3-1 a favor de los tejanos.

Demasiado poco.

En cualquier caso, esta dicotomía en el plano colectivo no debe llevarnos a equívoco: durante buena parte de sus respectivas carreras, Tim Duncan y Kevin Garnett se movieron en planos de rendimiento muy similares. Casi idénticos. Algunos incluso han llegado a preguntarse qué habría pasado de haberse invertido los roles. En otras palabras, cómo se habría desarrollado la carrera de Garnett de haber aterrizado en San Antonio, o si Duncan habría podido replicar el mismo éxito si hubiera jugado con Minnesota. Debate bonito, a la par que apasionante, pero imposible de resolver. Queda reservado para el siempre espinoso terreno de la especulación.

A nivel estrictamente técnico, es más lo que les une que lo que les separa. Resumido muy a grosso modo, ambos se caracterizaron por redefinir la posición de ‘4’ y por ejercer un impacto mayúsculo en ambos lados de la cancha. Garnett, de cuerpo más fino y gran movilidad, fue un absoluto terror a nivel defensivo por su intensidad, su capacidad para ocupar amplios espacios y su esencia omnipotente. Como un Draymond Green de ‘7’ pies, era capaz de aparecer en cualquier lugar de la cancha. Resultó una figura absolutamente novedosa por diversos motivos. Duncan, sin embargo, de cuerpo más robusto y anclaje sólido, contaba con una habilidad natural para proteger su aro y defender en el poste bajo. Por otro lado, en ataque se puede observar un fenómeno parecido. Mientras que Garnett se comporta más como un alero, haciendo daño gracias a su agilidad y su arquetípico fadeaway; Duncan nos retrotrae a la figura del pívot clásico (aunque en su juventud también añadiera la movilidad natural del ‘4’), atacando de espaldas al aro y castigando desde la paciencia. Además, ambos lograron sobresalir por su buena visión de juego, su espíritu coral y su capacidad para mejorar al resto.

En términos de galardones y percepción mediática, ambos figuraron repetidamente entre la élite de la NBA durante muchos años. Por si fuera poco, y a pesar de que vivieron situaciones colectivas diferentes, sus picos respectivos de rendimiento coincidieron completamente en el tiempo. Entre 1999 y 2004, aproximadamente, Garnett y Duncan realizaron su mejor baloncesto. Es muy interesante observar cómo comparan atendiendo a diversos parámetros.

Votaciones para el MVP:

TEMPORADA

GARNETT

DUNCAN

1998-1999

10º

1999-2000

2000-2001

2001-2002

12º

2002-2003

2003-2004

A partir de 2005, los Wolves se desplomarán como equipo y Garnett quedará atrapado en una situación disfuncional, impidiéndole optar a cualquier galardón. No obstante, el fichaje por los Celtics para la temporada 2007-2008 logra reactivar su caché, quedando 3º en la votación para el MVP solo por detrás de Bryant y Chris Paul (Duncan finaliza 7º).

Veamos cómo comparan en algunos medidores estadísticos avanzados, por ejemplo el PER (Player Efficiency Rating):

TEMPORADA

GARNETT

DUNCAN

1998-1999

12º (22.4)

7º (23.2)

1999-2000

7º (23.6)

4º (24.8)

2000-2001

8º (23.9)

9º (23.8)

2001-2002

6º (23.8)

2º (27.0)

2002-2003

4º (26.4)

3º (26.9)

2003-2004

1º (29.4)

2º (27.1)

O en Box Plus/Minus total bruto (+/-):

TEMPORADA

GARNETT

DUNCAN

1998-1999

7º (+5.7)

11º (+4.9)

1999-2000

6º (+6.1)

5º (+6.1)

2000-2001

5º (+5.7)

9º (+5.4)

2001-2002

3º (+6.7)

1º (+7.6)

2002-2003

2º (+8.7)

3º (+7.4)

2003-2004

1º (+9.9)

3º (+7.3)

O en VORP (Value Over Replacement Player):

TEMPORADA

GARNETT

DUNCAN

1998-1999

7º (3.5)

8º (3.4)

1999-2000

4º (6.6)

5º (5.9)

2000-2001

4º (6.2)

6º (5.9)

2001-2002

2º (7.0)

1º (8.1)

2002-2003

1º (9.0)

3º (7.6)

2003-2004

1º (9.8)

3º (5.9)

Y podríamos seguir así eternamente. En el fondo, ninguna de estas estádisticas es definitiva (todas presentan algún punto débil), pero sí sirven para orientarnos sobre un hecho concreto: que en sus mejores años, el grado de separación real que existió entre Duncan y Garnett fue prácticamente mínimo. Más allá del factor títulos, que como es lógico, no dependen solo del individuo sino también del colectivo. Tal vez el estilo de Duncan resultara algo más efectivo de cara a la postemporada, teniendo en cuenta las características de aquella NBA; pero no es menos cierto que San Antonio solía ofrecerle a Duncan más armas para competir que Minnesota a Garnett.

En cualquier caso, y a pesar de las circunstancias externas e internas, la llama de la rivalidad no dejaría nunca de arder. Eso sí, es de justicia admitir que en los años finales de sus respectivas carreras lo ha hecho con otra intensidad. Tal vez la perspectiva de afrontar sus últimos momentos como profesionales, y con la certeza de no tener nada más que demostrar, ha terminado relajando posiciones. O al menos ha servido para constatar el mérito del rival, como un ritual de honra entre grandes guerreros. Sin ir más lejos, y en una entrevista concedida en 2015, Garnett se expresaba en estos términos sobre Duncan:

«Aprecio a todos los competidores contra los que me he enfrentado, pero con Tim fue otra cosa. Fuimos como los jovenzuelos de nuestra era y nos enfrentamos innumerables veces. Eso lo hizo un poco más épico. Eso es lo que quieres como profesional, alguien con el que puedas medirte. Tim siempre fue un competidor feroz, respeto su carga de trabajo y sus logros.»

Por su parte, Duncan también reflexionaría sobre el asunto:

«Fue difícil. Siempre teníamos buenas batallas. Parecía que siempre existía el peligro de que se convirtiera en una guerra en algún punto del partido, pero nos divertimos mucho. Nos obligamos a sacar lo mejor de nosotros mismos.»

El odio no ha podido transfomarse en amistad, pero sí en respeto. Incluso con un poco de suerte, y a pesar de la distancia, en cierta admiración. «Tim fue un cabronazo muy duro de manejar en el poste bajo», contaría un Garnett más Garnett que nunca.

En el fondo, la esencia de su rivalidad se ha alimentado de una contraposición extrema entre personalidades. La frialdad contra la pasión. La paciencia contra la impulsividad. La introversión contra la extroversión. El silencio contra la palabra. La noche contra el día. El hielo contra el fuego. Dos modelos de liderazgo que, cada uno a su manera, han terminado resultando efectivos en función de lo que les rodeaba. Y que desde luego han servido para añadir chispa a una liga que precisamente bebe de estas rivalidades. Sin ellas no sería ni la mitad de lo que es.

Ahora Garnett y Duncan disfrutan de un merecido retiro. Ya ha pasado más de un año desde que decidieran poner punto y final. Ambos se pasean por su casa con la misma tranquilidad del jubilado. Preparan el desayuno, acarician al perro, charlan con sus hijos y despiden a sus mujeres. A mitad de la mañana, y con un sol radiante iluminando la casa, pasan por delante del salón y notan la tele encendida. Está puesto el canal de la NBA y están rememorando grandes duelos clásicos. Casualmente esta vez toca un Minnesota vs San Antonio de 2002. Recordar les dibuja una sonrisa en la cara. Antes de irse, y proseguir con sus cosas, notan algo en la retransmisión, como una especie de tensión. Se ven enfadados, discutiendo por algo. No les gusta. Entonces se acomodan en el sofá con gesto serio, cogen el mando y suben el volumen. Ahora sí que recuerdan de verdad. Aunque se haya jugado hace tantos años, este partido lo van a volver a ver.

Una primera llamada procede del jardín.

«Cariño, estoy ocupado.»

La mujer y los hijos pueden esperar. A la segunda llamada ya ni contestan.

Todo su poder de concentración está en la pantalla. Hace tiempo que pasaron la fase de reflexión y ahora aflora la memoria residual, la que está sellada en su genética. Como un monje Shaolin, han trasladado su mente a otro lugar y a otro tiempo. Se ven a sí mismos en los campos del Ática, hace más de dos milenios, el uno frente al otro, dispuestos a morir por su patria. Garnettias ruge furibundo mientras Dunkanos avanza con decisión. Es el orgullo de Esparta contra la nobleza de Atenas. El odio fluye. Va a ser la batalla más dura jamás vista.

La historia siempre se repite.

Duncan y Garnett

NBAE

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