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Reflejos

Los tres milagros de Bernard King en 1984

Su pasado había marcado sus primeros años en la NBA. Uno oscuro, alejado de los flashes. Esos que lo iluminaban ya en sus años de universidad. Sports Illustrated dedicó un artículo, en 1976, a la pareja más explosiva de la NCAA. En Tennessee jugaban dos neoyorkinos que no parecían tener nada en común, salvo el deporte que practicaban. Ernie Grunfeld, un rumano judío, y Bernard King, un chico negro de Brooklyn, se alejaron de la capital del mundo, juntos, para convertirse en estrellas en Knoxville, una urbe tan distinta a la que les había visto crecer, para ser dos auténticas máquinas de anotar. Cuando la prestigiosa publicación sacó aquella pieza, ambos estaban entre los diez máximos cañoneros de la competición. Sin embargo, sus carreras profesionales, pese a compartir algunos episodios, no fueron paralelas. King hoy es leyenda. Grunfeld nunca destacó entre los mayores. Su amistad, eso sí, sería para siempre.

Aquel texto de Sports Illustrated hablaba solo del apartado deportivo. Fue en la serie documental de ESPN, 30×30, cuando salieron a la luz otras cuestiones que daban pistas respecto al carácter de King y sus desconcertantes primeros años en la liga. Siendo niño, Bernard no conoció el amor. Su madre le pegaba cuando, por ejemplo, no iba a la iglesia, y ni ella ni su padre se dignaron a aparecer en ningún partido de su hijo en la escuela secundaria, cuando ya se trataba de una figura emergente. Posteriormente, en sus años como jugador universitario, sufrió abusos verbales y físicos por parte de la policía racista de Tennessee. Allí fue arrestado varias veces por infracciones de tráfico, conducir en estado de ebriedad, posesión de marihuana, robos y resistencia a la autoridad. Un chico negro difícil en un Sur todavía marcado, mala combinación. Incapaz de hablar de estos asuntos, buscó consuelo en el alcohol.

Tan talentoso como problemático, King salió a los 22 años de los Nets rumbo a Salt Lake City vía traspaso. En New Jersey era nuevamente detenido por conducir borracho, sin licencia y en posesión de una pequeña cantidad de cocaína. Llegar en estado de embriaguez a los entrenamientos colmaría la paciencia de los directivos. Seguramente tratando también de ayudarlo, optarían por los Jazz como destino. Adrian Dantley era la estrella mormona y Pete Maravich el gran ídolo local. Su liberación podía estar entre ellos, no necesitando ser el líder. Pero su problema se fue agrandando, hasta el punto de perder el control una noche en la que se declararía culpable de intento de agresión sexual tras pasar en seis ocasiones por el detector de mentiras. Tampoco allí encontró la paz. Solo 19 encuentros y la búsqueda de una última oportunidad en Oakland. Justo en California, donde tantas tentaciones existían, logró controlarse. Pese a las sombras en la relación con su progenitor, recordó cómo este salía cada mañana para trabajar en la obra, inspirándose en él y negándose a darse por vencido. Y tan lejos de la costa que conocía desde pequeño, renació.

Tras dos buenos años en los que los Warriors se quedaron a las puertas de disputar los Playoffs, regresó a New York. A su casa. A donde quería estar. Se reencontró con Grunfeld y con las eliminatorias por el título, a las que únicamente había accedido en su segunda campaña como profesional. Superó a sus ex, New Jersey, en un duelo que le enfrentó a su hermano Albert. 40 puntos la primera noche, 18 la segunda. Albert, 17 y 25. Dos a cero. Claro que Philadelphia sería un rival inalcanzable. Y así, llegamos a la temporada 1983-84.

31 de enero y 1 de febrero de 1984. Primer milagro.

“Fue increíble. Imparable. Acaba de hacer un ‘back-to-back’ de 50 puntos. Es otro rollo”, decía Mark Aguirre, jugador de los Dallas Mavericks. Fue en Texas. Ocurrió las noches del 31 de enero y 1 de febrero de 1984. Bernard King ponía a sus Knicks 26-18. San Antonio y Dallas. Los Spurs caían por 117 a 113. Los Mavs, 105 a 98. La última vez que alguien había alcanzado los 50 puntos en dos noches consecutivas fue en 1964. Se trataba de Wilt Chamberlain. Y tampoco nadie, desde 1967, había sumado tal cantidad de puntos en dos choques seguidos: fue Rick Barry. Aguirre, al ser entrevistado, no podía hacer otra cosa que alabar el hito y aceptar lo que acababa de ocurrir. El día 4 de febrero culminaría la gira texana con otros 25 puntos en Houston. 103 a 95. Tres de tres. 125 puntos.

Pero centrémonos en los dos primeros duelos. La estadística toma aún otra dimensión si hablamos de porcentajes. Entre los dos partidos, Bernard solo lanzó a canasta 58 veces. En 40 intentos, acertó. Nada menos que un 69% de efectividad. De locos. King aterrizaba en San Antonio promediando 24’4 puntos por noche. Era el quinto máximo anotador del campeonato. La semana anterior, en el All-Star, había sumado 18 tantos en 22 minutos. Fue en Denver. Desde allí voló a la ciudad del Álamo con Rick Pitino, entrenador asistente de aquellos Knicks dirigidos por Hubie Brown, un hombre que se cuidaba de liberar la ofensiva de sus pupilos, haciendo a King sentirse como pez en el agua. Contaba Pitino que a su chico le preocupaba que ante equipos no considerados de élite el balance no fuese tan bueno como ante los grandes. El 6-2 frente a Celtics, Sixers y Lakers no se correspondía con el 18-16 restante. De ahí una mayor determinación a la hora de afrontar la segunda mitad de la competición.

Foto: NBAE

En San Antonio se vivió un cara a cara de época. Un auténtico duelo en OK Corral. George Gervin, en su duodécima temporada en activo, seguía siendo uno de los mayores cañoneros de la NBA. Cuatro veces primero en la tabla de anotadores, era el líder de los locales. En el primer cuarto se fue hasta los 16 puntos. King sumaba la misma cantidad. En hasta nueve ocasiones en la primera mitad, una canasta anotada por uno de ellos fue contestada en la siguiente jugada por el otro. “Pude ver y sentir todo. Era como si tomase las decisiones correctas en el momento adecuado. Recibía el balón justo en las posiciones donde me gusta. No me importaba la defensa. Simplemente sentía que iba a salirme todo”. Aquella noche, los Knicks corrieron más de lo habitual: “Correr es lo que más me gusta. Mi nivel de percepción aumenta cuando corremos. No me considero un jugador creativo en estático. Pero existe un sistema que se impone al uno contra uno. Y nos funciona. Significa más anotar tanto dentro de ese sistema que siendo individualista”. Dentro de ese sistema, por supuesto, estaba el pasarle habitualmente el balón a Bernard en el poste bajo. Su capacidad única para girarse y su rapidez armando el brazo le daban ventaja incluso ante defensores más altos.

Al final del tercer periodo, King se enfrió. Con Gene Banks superado, los Spurs pusieron sobre él al rookie Fred Roberts. La ventaja de nueve puntos de New York se esfumó y ahora perdían por 105-110. King llevaba casi trece minutos sin anotar. “Miré el reloj cuando quedaban cuatro o cinco minutos y pensé que habíamos trabajado demasiado como para perder el partido”. En un lapso de 36 segundos, anotó tres canastas consecutivas que ponían a los suyos de nuevo por delante. Acabado el partido, los compañeros de King le llevaron bolsas de hielo para que se las pusiera, de manera simbólica, en su muñeca. Había superado al propio Iceman, George Gervin, quien se fue ‘únicamente’ hasta los 41 puntos.

El día siguiente, King, quien asegura no ser supersticioso, encargó al servicio de habitaciones del hotel la misma comida que en San Antonio y exactamente diez minutos antes de la charla técnica previa al enfrentamiento con los Mavs. Y del mismo modo que hizo la noche anterior, salió a tirar a canasta. “Traté de seguir el mismo patrón de San Antonio”. Y, como para poner a todo el mundo en aviso, añadió: “Algunas de mis mejores actuaciones han llegado en el segundo de los partidos consecutivos. Por lo general, suelo sentirme mejor la segunda noche”.

Esa segunda noche fue igual de espectacular que la anterior. Incluso dicen que parecía más relajado. Hubie Brown era entrevistado al final: “No se puede decir que sea espectacular. Crees que lleva 18 puntos y cuando levantas la mirada ves 32 en el marcador. Cuando llegando al final contemplé que ya estaba en 48. No podía entenderlo”. “Todo el mundo en nuestro ataque sabe que cuando Bernard recibe el balón, va a buscar la línea de fondo nueve de cada diez veces. Sus puntos nunca son fáciles”, añadía Pitino. Dick Motta, ‘coach’ rival, señalaría días más tarde, tras revisar el partido en vídeo, que King podía ver la canasta en la mitad de sus lanzamientos. No era necesario. Jamaal Wilkes, jugador de los Lakers, indicaba que King buscaba el contacto con otros jugadores debajo de la canasta porque de esa forma sabía dónde estarían sus defensores. “Me golpea más cuando ataca que defendiéndome”.

King no anotó su punto 50 contra los Mavericks hasta que restaban siete segundos. Los Knicks, deliberadamente, buscaron a su alero para que alcanzara la cifra. Rory Sparrow, base de equipo, botaba esperando al final cuando desde el banquillo comenzaron a gritarle que le pasara la bola. Bernard recibió en la línea de tres puntos, se marchó hacia la izquierda, se detuvo a media distancia ante la oposición de Jay Vincent. “Me dije a mí mismo, ‘esto no me lo pierdo’”. Giró entonces a la derecha y lanzó. “Jugué con el mismo deseo e intensidad de toda la temporada y como hice igualmente durante toda mi carrera. Fue un momento particularmente bueno en mi vida. Fue un buen momento para Bernard King”.

17 – 27 de abril de 1984. Segundo milagro.

Los Knicks ganaron 47 partidos en temporada regular, quedando quintos en su conferencia. Su rival en primera ronda, serían los Pistons, quienes tenían en factor cancha a su favor tras haber sumado dos victorias más que ellos. Detroit iba camino de convertirse en equipo aspirante. Isiah Thomas y Bill Laimbeer como caras más reconocidas, aunque por entonces otra estrella brillaba en la Motown: Kelly Tripucka. La grandeza de Bernard King quedaría patente en esa serie. A pesar de jugar con varios dedos dislocados en ambas manos (incluso entablillados para mantenerlos en su sitio) y pasar por una gripe a mitad de eliminatoria, King acabaría promediando 42.6 puntos por noche. 213 puntos en cinco partidos, en una portentosa serie de 84 de 139 (superior al 60 por ciento de acierto). El anterior récord de anotación en un cruce a cinco encuentros estaba hasta entonces en posesión de Elgin Baylor (197 vs. Detroit en 1961). “Elgin lo tuvo suficiente tiempo”.

Al ser cuestionado, en la previa al primer partido de segunda ronda ante los Celtics, sobre si su actuación había sido una buena racha, King mostró su enfado: “¿Por qué una persona no puede mejorar? ¿Por qué alguien no puede llevar su juego a otro nivel?”. Pese a perder por 110-92 aquel día, Bernard sumó 26 puntos en 32 minutos. La realidad es que estaba un escalón por encima del resto de jugadores a la hora de ver el aro.

El quinto partido de primera ronda fue un festival anotador. Isiah Thomas se marcharía hasta los 35 tantos y 12 asistencias. Pero los 44 y 12 rebotes de King pesaron más. El mérito es aún mayor si se tiene en cuenta que en el descanso, el alero de New York estuvo a punto de desmayarse tras sufrir una severa deshidratación.

Puede que aquel enfrentamiento no se hubiese disputado si los Pistons no hubieran tirado por la borda una ventaja de seis puntos en el primero de la serie, quedando apenas 1:16 por jugarse. Sin embargo, perdieron la bola en tres posesiones consecutivas. El 94-93 final otorgaba el factor cancha a los visitantes. Los 36 de King podrían haber parecido escandalosos, de no ser por su brutal segundo partido. Con problemas por sobreesfuerzo en sus rodillas y calambres en las piernas, además de los dedos dislocados mencionados anteriormente, se iría hasta los 46 puntos, incluyendo un asombroso primer cuarto, en el que en cinco minutos y medio encadenó hasta 23 tantos de manera consecutiva, rompiendo el registro hasta entonces en poder de Wilt Chamberlain y Walt Hazzard. Los locales empataban la eliminatoria, pero King sentía que podía hacer daño siempre que lo desease, ajustando su baloncesto ofensivo: “Busqué la deficiencia de cada jugador en defensa y traté de aprovecharme de ella”. Si era defendido por Tripucka, aprovechaba su mayor potencia de salto, si Kent Benson lo marcaba, se marchaba por velocidad, frente a Cliff Levingston o Earl Cureton, optaba por alejarse un poco más del aro. Chuck Daily admitía: “Intentamos pararlo, pero es absolutamente magnífico. Se levanta tan rápido que no puedes responder”. El problema aquella noche fue que el resto de los Knicks apenas lanzaron. De los 88 tiros de campo, 35 fueron suyos (la mayor cantidad de la temporada). “Si solo confías en un jugador, al llegar los momentos finales el resto no sabe muy bien qué hacer. Tienes que ser capaz de involucrar a los cinco en el juego”, matizaba Tripucka.

Las palabras de Tripucka se volvieron en su contra en el tercer duelo. De los 87 tiros de los Pistons, 46 serían suyos o de Thomas. Por el contrario, King solo miraría el aro 27 veces de las 86 de su equipo. La defensa de New York ahogó a los visitantes en la primera parte: solo 36 puntos. Y si bien Isiah anotaría sus 29 puntos tras volver de vestuarios, fueron insuficientes, como los 40 de Tripucka, ante el acierto coral local: hasta seis jugadores alcanzaron los dobles dígitos. King, como no podía ser de otro modo, sumó más que nadie: 46 puntos, 10 rebotes y 4 asistencias, con un acierto en el tiro superior al 70 por ciento. El cuarto partido se desarrolló a la inversa: esta vez fueron siete en la plantilla de Detroit los que se irían a más de 10 puntos. Y pese a que King volvió a superar los 40, no pudo evitar la derrota de los suyos. El banquillo visitante fue la clave en aquel encuentro. Entre los elegidos, Isiah Thomas sobresaldría del resto: 22 puntos, 16 asistencias y 7 rebotes. En palabras de Ernie Grunfeld: “Cuando botaba el balón entre sus piernas, nos volvía locos. Hizo que todo sucediese tan rápido que no parecía posible. Tras culminar una jugada pensábamos en el banco si realmente había sido capaz de hacer eso”. Otra llave fue el juego por encima del aro. “Nosotros no teníamos atletas como ellos”, reconocía King. “No siempre puedes ponerte delante de ellos y debes hacerlo. Esos tipos pueden saltar”, añadía Truck Robinson.

Foto: AP Photo / Bill Kostroun

En un partido a vida o muerte la experiencia puede jugar un papel determinante. Era la primera aparición de los Pistons en Playoffs en siete años. Tal vez pensando que no se llegaría a un quinto duelo, el viejo Pontiac Silverdome, pabellón habitual de Detroit, había sido alquilado para un evento de motocross. El Joe Louis Arena, un complejo en el centro de la ciudad, desconocido por la mayoría de los jugadores locales (se dice que Mike Abdenour, miembro del ‘staff’ técnico, tuvo que indicar cómo llegar a muchos de sus pupilos), albergaría el choque.

Fue épico. El calor del pabellón se hacía notar y King lo puso de manifiesto al ser cuestionado: “Era tan duro que casi me desmayo en el descanso. Estaba allí, pero a la vez no estaba. Parecía totalmente drogado”. A Bernard le señalaron su cuarta falta personal al principio del tercer cuarto, perdiéndose casi nueve minutos. Aun así, los Knicks mantuvieron su ventaja, que a falta de poco menos de dos minutos era de ocho puntos (106-98). Entonces apareció Thomas, quien anotaría 16 puntos consecutivos en 94 segundos. Se llegó al tiempo extra. Pero en la prórroga Isiah no pudo mantener el acierto, Laimbeer se cargó de faltas y Tripucka no fue capaz de arreglar su mala noche. Por el contrario, King añadió otros 4 puntos a los 40 que ya llevaba. Una de sus canastas, un palmeo en un rebote decisivo en forma de mate. “Aún no comprendo cómo lo hice. ¿Podría alguien en su sano juicio haber dicho antes de esta serie que tendría que promediar más de 40 puntos por noche para que ganemos? No lo creo. Afortunadamente, no creo que se espere que haga esto durante el resto de mi carrera”.

Los Knicks llevarían a los Celtics, a la postre campeones, a siete partidos en semifinales de conferencia. Cada equipo ganó los encuentros que disputaron como locales. En aquella serie, de nuevo King rayó a gran altura: 29.1 puntos con casi un 55 por ciento de acierto en sus lanzamientos. Claro que en el otro bando jugaba un tal Larry Bird, el mejor baloncestista del momento. 30’4 puntos, 10’6 rebotes, 7’1 asistencias y 2’7 robos con un 58’5% en el tiro. Para superar a los verdes otro milagro no era suficiente.

25 de diciembre de 1984. Tercer milagro.

Si la campaña 1983-84 había descubierto al mejor Bernard King, en la 1984-85 vio su mejor momento. Alcanzado el día de Navidad, lideraba la liga en anotación. Los Knicks llegaban al partido con varias bajas, de modo que King sabía que iba a tener que producir más de lo habitual. El duelo de mayor atractivo ese día era el enfrentamiento entre New York y New Jersey. Todas las miradas del baloncesto estaban pendientes del Madison Square Garden.

Para alguien nacido en la Gran Manzana, enfundarse la elástica local es vivir un sueño. Representar a su ciudad, el día de mayor interés televisivo, ante los vecinos (y rivales) el mayor de los desafíos. Se trata del pabellón donde jugaban los héroes de cuando era crío y por entonces conducir desde Brooklyn hasta allí ponía la piel de gallina a King. En sus propias palabras, “cada partido en el Madison es como Navidad”. Bien, pues en esta ocasión se jugaba en el Garden, en Navidad.

Bernard King sentía que, para él, jugar allí era una responsabilidad superior a la de sus compañeros. Representaba a la organización más grande de aquella urbe, su urbe. Y los aficionados sabían lo especial que era para el propio personaje. Cuenta King que una de las cosas de las que más orgulloso se siente, es que jamás lo abuchearon en el Madison Square Garden. “Los fans eran conscientes de que cada vez que pisé la cancha lo di todo, no me guardé nada”.

Arrancó el partido y enseguida se le vio muy cómodo. Reconocía cada espacio, leía con claridad las defensas contrarias. En los dos primeros cuartos ya se había ido a los 40 puntos. “La primera mitad más grande que he jugado en mi carrera”. Stan Albeck, coach de los Nets, probó con varios jugadores sobre King. Buck Williams, Michael Ray Richardson, Jeff Turner… El alero de los Knicks lo recuerda así: “Lo que hice en el partido es algo a lo que yo llamo ‘el arte de anotar para ganar’. Nunca hablé de ello siendo profesional, porque no quería que nadie supiera lo que estaba haciendo. Se trataba de lanzar estrictamente desde nueve lugares diferentes de cada lado del ataque, junto a otros cuatro puntos en el centro. Y como entendía las maneras de defender a un alero, todo lo que tenía que hacer era adaptar mis movimientos para contrarrestar esa defensa. Así, acabaré yendo a uno de esos lugares para tirar. Mi favorito, y por el que se me recuerda, es la línea de fondo”.

Pero el partido acabó en derrota para los locales. Los Nets, con Michael Ray Richardson, Mike Gminski, Kelvin Ransey y Buck Williams como pilares, se impusieron por 120-114. “Al final de cualquier encuentro no me preguntaba si había anotado 15 o 60 puntos. La pregunta era si habíamos ganado. Es lógico que meter 60 tiene un sabor dulce, especialmente cuando miras atrás en el tiempo y comprendes que sigue significando mucho para mucha gente, pero ese día solo sentí abatimiento. No pudimos ganar, no pudimos regalarle una victoria a nuestro público”.

Aquella noche, Bernard King arrebataba el récord de puntos en el Madison Square Garden a Richie Guerin, que anteriormente había alcanzado los 57. Su registro, aquellos 60 puntos, se mantendrían como máxima anotación en el pabellón neoyorkino hasta que Kobe Bryant lo superase en febrero de 2009. Unos 60 que también fueron durante 30 años la máxima anotación de un jugador de los Knicks. Carmelo Anthony, frente a los Bobcats, en enero de 2014, hizo 62. Aunque tales marcas hayan sido rebasadas, la gesta de King perdura en la memoria. “Hace poco, Spike Lee me llamó para hacerme saber que haría un anuncio sobre todos los partidos en los que se mencionaría mi actuación. Y ver que los aficionados me lo siguen recordando es como superar la prueba del tiempo”. Y es que esos 60 puntos sí que siguen siendo, todavía hoy, la máxima anotación en un partido el día de Navidad. “Es divertido. Cada Navidad quiero saltar a la cancha. Todos los jugadores quieren hacer un gran partido ese día. El mundo entero está observando”.

Tras 55 partidos en la temporada 1984-85, el 23 de marzo ante Kansas City Kings, Bernard King sufrió una rotura del ligamento cruzado anterior de su rodilla derecha. Era otra época y la medicina no alcanzaba a garantizar una recuperación satisfactoria. Pero tras casi dos años en blanco, volvía. Para obrar su último gran milagro. No en sus Knicks, camiseta que se enfundaría solo en otras seis ocasiones, sino en Washington. Aquel milagro data de 1991. Pero esa ya es otra historia.

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