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Perfiles NBA

In memoriam: Jo Jo White

Lejos del derroche anotador que representaban los Maravich, Goodrich o Gervin, la entrega y el lanzamiento ortodoxo del base llamaba menos la atención, aunque resultó vital para los éxitos de los Celtics.

Getty Images

El árbitro Rudy Marich apenas dudó un instante, se llevó el silbato a la boca y el lanzamiento que pudo cambiarlo todo se fue al limbo. Jo Jo White (St. Louis, 1946) había estado a centímetros de entrar en la historia, pero aquella increíble canasta anotada desde treinta pies a distancia no subiría al marcador, ya que se consideró –con mucha polémica- que se había producido cuando el base estaba pisando la línea de fuera pegada al banquillo.

La dramática eliminatoria ante Texas El Paso tendría aquella noche dos capítulos más en forma de sendas prorrogas, y la Universidad de Kansas, para la que jugaba White, quedaría atropellada en pleno camino a la gloria de Don Haskins y los suyos.

Para Jo Jo White jugar para los Jayhawks de Kansas fue la elección natural, un paso más del discurrir de los acontecimientos que se sucedían siempre cerca de casa. Allí vivió una época feliz, al menos hasta aquel maldito lanzamiento que le privó de pisar la Final Four de 1966. Se convirtió en uno de los máximos anotadores históricos del centro, pese a haber disputado tan solo 84 partidos con Kansas, y se ganó el respeto de entrenadores, profesores y alumnos, que admiraban a aquel chico serio e introvertido que se convertía en todo un líder cuando saltaba a la cancha.

Fue, junto con el desconocido por aquel entonces Spencer Haywood, el líder de la selección norteamericana en los Juegos Olímpicos de México, en 1968, aquellos que se celebraron con el asunto de la guerra de Vietnam y los disturbios raciales en Estados Unidos de fondo. Era un combinado aparentemente descafeinado, repleto de dudas, que no contaba con las dos caras más reconocidas del momento en el ámbito colegial: el increíble anotador Pistol Maravich, y el pívot llamado a dominar entre profesionales, Lew Alcindor.

Pese a las bajas y las dudas –de prensa y aficionados- el himno estadounidense acabaría sonando por la megafonía celebrando el séptimo oro olímpico del equipo de baloncesto masculino. White promedió 14.6 puntos por partido, anotando  24 –su cima en el torneo- en la gran final contra Yugoslavia, a la que acabarían derrotando por un holgado 73 a 58. Después de esa medalla de oro, y tras una temporada estelar como senior en Kansas, daría el salto al profesionalismo. Los Boston Celtics se hacían con sus derechos en el draft de 1969 escogiéndolo en la novena posición de la primera ronda. No existía mejor destino en el mundo para un jugador como el.

Durante toda su carrera en los Celtics, White se reveló como un base seguro, extremadamente rápido, capaz tanto de anotar como de botar la pelota- algo no tan habitual en la época- y sobre todo un excelente defensor, probablemente el mejor de toda la historia de los orgullosos verdes hasta entonces. Le tocó vivir un momento de transición tras la retirada de Bill Russell y el resto de mitos de los sesenta, pero pese a ello, los éxitos acabarían llegando en forma de dos anillos, logrados junto a otras dos leyendas célticas, Hondo Havlicek y el pívot Dave Cowens, tres jugadores complementarios que mantendrían durante años a los Celtics como uno de los equipos más duros de los década. Si Havlicek aportada la anotación y Cowens los rebotes, Jo Jo –apodo que le puso su profesor en el instituto- añadía su liderazgo, determinación  y energía.

Toda esa energía le llevó a convertirse en un jugador casi indestructible. En el periodo que abarca los años de 1972 a 1977, White no se perdió ni un solo partido, estableciendo un récord para los de Massachussets con 482 noches consecutivas vistiéndose de verde. Esa condición de jugador infatigable tuvo su punto máximo durante el mítico game 5 de las finales de 1976, un trhiller en el que jugaría 60 minutos y que los Celtics se acabarían llevando por una victoria ajustada 128 a 126, en el que para muchos es el mejor partido de la historia de unas finales de la NBA. White esa noche sumó 33 puntos y 9 asistencias, y unos días después acabaría siendo proclamado jugador más valioso de las finales. Queda para el recuerdo la entrevista al exhausto base justo el concluir el partido, en la que el reportero le pregunta por el secreto para aguantar semejante minutada. “Pensaba que si yo estaba cansado, el resto de jugadores estaría al borde de la muerte”.

Aquella serie de 1976 supuso el punto culminante de una carrera extraordinariamente regular, que encadenó hasta siete presencias consecutivas en el partido de las estrellas (1970-1977) y unos promedios sólidos de anotación durante toda su estancia en Boston. Quizá esa aburrida constancia y una marcada sobriedad en un tiempo en el que comenzaban a destacar jugadores que además de su juego ofrecían espectáculo, restó brillo al legado histórico de White. Lejos del derroche anotador que representaban los Maravich, Goodrich o Gervin, la entrega y el lanzamiento ortodoxo del base llamaba menos la atención, aunque resultara vital para los éxitos de los Celtics.

Con el final de la década Boston asume una profunda reconstrucción, y en uno de esos movimientos White es traspasado a los Golden State Warriors a cambio de una elección de primera ronda. Queda la incógnita, nunca confirmada, de una posible mala relación con Dave Cowens, hasta entonces compañero y que justo antes del traspaso de White, había sido nombrado entrenador jefe. Parece claro que el base consideró entonces que tras una década como referente en los Celtics, se merecía algo más que una salida por la puerta de atrás y un billete a uno de los equipos en el furgón de cola de la NBA desde la marcha de Rick Barry, y así se lo hizo saber a Cowens, que no supo, o no quiso, dar la respuesta adecuada a su ex compañero de batallas, algo que hizo mella en una relación que jamás recobraría el vigor perdido.

White adoptó un rol secundario durante esa segunda etapa, con promedios inferiores –algo más de diez puntos por noche durante los dos años en San Francisco- antes de aceptar una oferta, ya en la recta final de su carrera, de los Kansas City Kings, cerrando un círculo que se abrió en aquella localidad tan familiar para él, y tan cerca de su lugar de nacimiento. Esa despedida tuvo un tono amargo, ya que las lesiones apenas le dejaron participan en una docena de partidos sin apenas trascendencia, dejando una retirada ciertamente inadvertida para un jugador de su poso histórico.

Como curiosidad, hay que mencionar un extraño retorno al baloncesto activo, cuando firmó con los Topeka Sizzlers de la CBA cumplidos ya los cuarenta y un años. Esa experiencia enseñó al mundo a un White en excelente estado de forma para alguien de su edad, y aunque sonaron rumores de una posible vuelta a la NBA, el experimento no tuvo demasiado recorrido.

Jo Jo White entró en el salón de la fama hace tan solo tres años, mucho más tarde que sus compañeros de equipo Dave Cowens y John Havlicek, en una incomprensible falta de reconocimiento con una figura, que, pese a estar en la sombra de estos, resultó pieza fundamental al mismo nivel para aquellos dos anillos. El base, al que en 2010 diagnosticaron un cáncer cerebral, murió anoche a los 71 años de edad. Se va una auténtica leyenda de la NBA y de los Boston Celtics. Un jugador que estuvo a punto de entrar en el selectísmo club de ganadores de la NBA, oro olímpico y NCAA y al que solo unos cuantos centímetros lo apartaron de lograr esa gloria, que finalmente llegó como profesional. Hasta siempre, Jo Jo.

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