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Perfiles NBA

Crece y brilla

Con dos anillos en su haber, cuatro finales disputadas y solo cuarenta y siete años, Erik Spoelstra es uno de los mejores entrenadores de la NBA

Erik Spoelstra
Wikimedia

Te mira a los ojos y te envuelve. Rápidamente se define como comunicador, como hombre capaz de atraer a quien sea con la palabra. Ante cualquier pregunta reacciona con naturalidad, sin necesidad de artificiales gestos ni actuaciones. Pero hoy lo hace desde la experiencia. Desde la perspectiva que le dota haber pasado por diversidad de escenarios. Porque el entrenador NBA del presente necesita cautivar, pero sobre todo debe saber gestionar. Los egos, las personalidades, los tiempos y los talentos. En eso siempre destacó. Erik Spoelstra ha dibujado con sus propias manos la cultura de los Heat y hoy no se imagina a la franquicia de Florida sin él.

El base de origen filipino, nombrado freshman del año en la West Coast Conference en 1989, había crecido en un entorno inmejorable para formarse como hombre de parqué. Porque su padre, Jon, fue ejecutivo de Blazers, Nuggets y Nets, pero sobre todo, porque así quiso hacerlo. «Cuando creces en ese ambiente no piensas en eso. Y probablemente incluso te molesta cuando eres un niño. Porque constantemente (su padre) me estaba retando a pensar de manera más profunda de lo que lo hacía.» Se colaba con insistencia en cada entrenamiento de la franquicia de Oregon, bromeaba con soltura con Rick Adelman y aún hoy mantiene amistad con su hijo David.

El matrimonio se produjo entre bambalinas. En el oscuro trabajo de aquel que está y solo aquellos que están a su lado valoran. Años atrás, solo era un extranjero en Europa. «Quería experimentar algo nuevo culturalmente. Me quedé en casa para ir a la universidad, en Portland.» Una vez se licenció en Comunicaciones, eligió su camino. Al menos el principio de este. Y estaría alejado de la NBA de la que llevaba años mamando.

El reto que aceptó en Alemania fue tan curioso como enriquecedor. Volaba para cruzar el charco y sumergirse en otro bien diferente. «Aprende el idioma y prueba su comida. No seas el americano desagradable» le aconsejaba Jon. Allí firmaría por el TuS Herten. El club militaba en la segunda división germana y los ingresos que obtenía apenas le hacían tener la consideración de profesional. Erik hacía de jugador/entrenador y, cuenta, antes de los entrenamientos él llevaría los balones y se reuniría con el head coach del equipo entre cervezas para revisar las jugadas de cada partido. Para dibujar un retrato aún más bizarro de tal experiencia, el hoy líder de los Heat relata cómo esperaban anotación de un base norteamericano y se encontraron con un filipino de metro ochenta y ocho. «Pude ver la decepción en sus caras». Más responsabilidad tendría en el combinado infantil del mismo club. Dueño, allí sí, de la pizarra en su totalidad.

Aunque reconoce no haber sido un buen jugador, hay algo de lo que se muestra especialmente orgulloso. Logró firmar un contrato de dos años. «No hay manera de que hubiera conseguido eso basándome únicamente en mi juego». Se hizo alguien, se dibujó a sí mismo. Y lo hizo del mismo modo en el que ha convertido a South Beach en su casa. Del mismo modo que hoy llaman cultura a lo creado por él en Miami. Trabajo, compromiso y unión, receta mágica. «Realmente fue porque intenté aprender alemán, por intentar sumergirme en la comunidad del equipo, en la organización y fui correspondido». Eso es a lo que llaman espíritu aventurero. Entendió que para sacar provecho del momento debía vivirlo en su plenitud. Que tenía que exprimirlo en su totalidad. No podía ser cínico ni encerrarse. Porque sí, tenía bastante sembrado solo con nacer donde nació. Pero su verdadera suerte fue tener tal personalidad. Solo así se comprendería el futuro que le quedaba por venir. Aquello por lo que hoy es conocido.

Tras su primer año en Europa recibiría una oferta desde Oregon. El instituto Sherwood le quería como entrenador jefe del equipo masculino y Erik accedió. Solo una semana duró tal decisión en su cabeza. Prefirió seguir en el viejo continente. Aún tenía camino que dibujar y muchos pasos que dar. Sin embargo, las canchas serían pasajeras. Al menos al galope. Porque su cuerpo no le permitiría mucho más. No iba a ser uno menos, el físico dicta sentencia y así sería en su caso. La espalda diría basta y tendría que hacer la maleta al término de su segunda temporada en busca de nuevas oportunidades.

Como pudo, en el verano de 1995 hizo llegar su currículum a diversidad de universidades norteamericanas. Buscaba, ahora sí, un hueco entre los banquillos. Los Heat pateaban el mercado persiguiendo su identidad, querían alcanzar la modernidad dando un paso adelante en cuanto a métodos que se viera reflejado en los resultados. Innovar para ganar. Jon intervino. Llamada telefónica mediante, puso a su hijo en el radar. Chris Wallace, por aquel entonces general manager de la franquicia, buscaba entrenador jefe, pero era pronto. Entre las tareas a realizar para la mejora del equipo había una que despuntaba sobre el resto. ¿Qué hacer para mejorar al jugador de manera novedosa? El vídeo era la respuesta. Los requisitos no eran, claro, comparables a los que hoy se pedirían. Más bien, se entendían como eliminatorios. O bien encontraban a alguien capaz de entenderse con ordenadores y cámaras o se hacían con alguien que supiera leer el baloncesto.

Con veinticinco años, Spoelstra tenía en su mano la opción de entrar por la puerta de atrás al mundo al que verdaderamente pertenecía. Fue una apuesta entre amigos lo que le hizo dar el paso adelante. Pero ni la rúbrica estaba sobre el papel, ni la decisión sería tan fácil de tomar. Cuando recibió la invitación oficial de los Heat a entrevistarse, su respuesta fue no. Al menos en esa fecha. Erik tenía entradas para un concierto de los psicodélicos Grateful Dead y no quería dejarlo pasar. Fue su hermana quien dio el debido toque de atención. «¡¿Has perdido la cabeza?!»

Así, ‘La Mazmorra’ se convertiría en su nuevo centro de operaciones. En más que una oficina, el lugar donde la pasión hacía frontera con la obsesión. La habitación rezumaba improvisación. Porque no fue creada para ello, sino, más bien, preparada una vez los planes surgieron. Alejada de las oficinas del antiguo Miami Arena, fue equipada con varios reproductores de cinta VHS y estantes para recopilar decenas de vídeos. Spo rara vez disfrutó de la climatología floridiana. Pasaba horas y horas frente a la pantalla, noches sin dormir ultimando detalles, trabajando en todo aquello que se le pedía. Algunas veces, incluso, apuraba tanto sus análisis que tenía que conducir hasta el aeropuerto para entregarlo a mano casi en la puerta del avión. También ganó experiencia culinaria y en la lavandería. Se prestaba a todo, tanto al scouting como a preparar cafés para el staff técnico.

«A veces ser un coordinador de vídeo y scout te prepara mejor para ser entrenador que ser asistente. Estás forzado a mirar los movimientos y muchas cosas. Tenía un gran depósito de conocimientos de baloncesto». – Pat Riley

Cuatro años después, con veintinueve, sería nombrado responsable de scout de la franquicia. El personal que compartió experiencias con él reconocería a la postre oler algo especial de su parte. Se han declarado sabedores de estar ante alguien que desde pronto propondría algo distinto, que desde bien temprano apuntaría a lo más alto. Para Van Gundy, con quien trabajó hasta su dimisión en 2005, la sorpresa no ha sido tal. «Desde muy pronto en su carrera todos sabíamos que acabaría donde es. No creo que nadie se sorprenda de que haya alcanzado ese nivel. Erik puede decir que está sorprendido, pero nadie más en la organización lo está». Más explícito aún fue Riley, quien ha confiado en él de manera incansable desde el principio hasta el día de hoy. «Su manera de pensar estaba fuera de lo normal como scout o como entrenador, ya fuera una historia sobre un jugador, cualquier cosa para esa noche basada en algo que pasó con un rival, una cita de un libro que había leído, un clip de las noticias de USA Today… Había cosas que muchos chicos probablemente no habrían mandado al entrenador».

Veintitrés años después, es tendencia. Con dos anillos en su haber, cuatro finales disputadas y solo cuarenta y siete años, Erik Spoelstra es uno de los mejores entrenadores de la NBA. Su llegada fue casual, su ascenso totalmente causal. Nunca tuvo nada que no mereciera. Tampoco el enchufe. Porque las oportunidades son de quienes saben aprovecharlas y nadie mejor que él para contarlo.

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