1989. Bozidar Maljkovic apremia al periodista: “apunta este nombre”, le dice. “Es un chico de las características de Petrovic, se llama Komazec, Arijan Komazec”. El ilustre técnico ya seguía la pista de un chaval de 18 años que jugaba en el Zadar desde los 16. Fue el primero que mentó a Drazen, nombre que persiguió a Arijan hasta el final de sus días como profesional. Uno de ellos, porque Komazec estuvo rodeado de presiones, expectativas y cotas altísimas. Él soñaba con ellas, pero se las impusieron como si de por ley se tratara: le tocaba a él sustituir a Petrovic; después a Danilovic; y Bodiroga triunfaba allí donde él no lo conseguía. Condiciones no le faltaban, pero el camino era harto complicado y nuestro protagonista lo experimentó hasta el extremo, siempre con tres fantasmas a su alrededor.
Ambidiestro, maestro del contraataque y anotador, muy anotador -y mucho anotador-, como el buen canon yugoslavo marcaba. Su facilidad para sumar puntos le hace debutar con 16 años en el primer equipo del Zadar. Genes tampoco le faltaban: su padre fue jugador del mismo conjunto y Arijan llegó a coincidir con Petar Popovic, su tío, en la plantilla. Aunque era él, por condiciones y talento, el que debía llegar más lejos.
Con la mayoría de edad recién cumplida, Komazec lideraba al Zadar en la misma competición donde jugaban Sasha Djordjevic y Toni Kukoc. Metía 40 puntos por partido. Desde Petrovic no se veía un registro ofensivo similar. El camino estaba marcado y Komazec, por ahora, no se salía de él. Para redondear el año fue campeón del mundo con Yugoslavia en Argentina 1990.
Si con la selección disfrutaba de éxitos y medallas (llegarían dos bronces más con Croacia), con el Zadar no llegaban los títulos. Es más, Komazec no alzaría ni un solo trofeo de liga durante toda su carrera. Paradigmático a la vez que cruel. Múltiples circunstancias lo evitaron. Por ejemplo, cuando el Zadar dio un paso adelante y fichó a un tal Dejan Bodiroga, estalló la guerra. Éste huyo a Italia; Komazec se quedó, a pesar de los consejos de sus allegados de que buscara el éxito lejos de su país. Pero él quería triunfar con su equipo y disputó la primera liga croata, fue otra vez el mejor, pero perdió la final contra la Cibona. Otro subcampeonato, otra vez la miel en los labios.
Toca explorar Europa
Zeljko Pavlicevic le terminó convenciendo para su proyecto en el Panathinaikos. Komazec, con 21 años, dejó su casa y salió a conocer el Viejo Continente. Talento yugoslavo para las ligas europeas, como tantos otros jugadores en esa época. La intención del club heleno era ganar el campeonato ante el dominador Aris, que contaba con Nikos Galis en sus filas. Con lo que Komazec ni nadie contaba es que la directiva verde se planteó, y realizó, el fichaje del griego.
Dos anotadores, dos líderes baloncestísticos, dos de los mejores escoltas de Europa, juntos. Pero dos gallos en el mismo corral siempre induce al peligro. Y así fue: Komazec aguantó el duelo anotador a Galis, con 23 puntos por partido. Se fue hasta los 30 en la final de Copa ante el Aris, la misma en que Galis anotó 36. Panathinaikos ganó pero a Arijan no le dejaron celebrarlo. Tras el partido, el presidente del PAO, Pavlos Giannakopuolos, bajó a los vestuarios para poner en advertencia al croata: “Has anotado demasiado; Galis podría enfadarse”.
No se equivocaba el mandamás: días después, Nikos Galis, egoísta como él mismo, exigió a la directiva un ultimátum: o él o Komazec. Y empezó el declive mental de Arijan.
Bajaron sus minutos, sus porcentajes de tiro. No recibía apenas balones y el entrenador ya no confiaba en él. La peculiar grada del Panathinaikos prefería al nacional Galis, y se lo recordaban en cada partido. Imposible adaptarse a un entorno así. Desde Croacia, los acontecimientos bélicos eran aún peores: muerte de amigos del colegio, de conocidos, de vecinos… Zadar estaba siendo destruida y Komazec, lejos de allí, con ella.
Solo y depresivo en Atenas, Arijan optó por la opción más fácil: el suicidio. Dispuesto a lanzarse desde la cornisa de un hotel, Stojan Vrankovic, croata y quizá su único amigo en la capital griega, le agarró en el último momento. La prensa rumoreó después sobre problemas con el alcohol y las drogas, aunque nunca se llegaron a esclarecer esos hechos.
En el plano deportivo, la temporada acabó de manera lamentable, con el millonario presidente retirando al equipo de la última fase del Playoff argumentado un “complot arbitral”. Acto seguido, echó a Komazec por orden de Galis. Como argumentación pública, sugirió que Arijan había fingido lesiones para no jugar.
Varese, amor a primera vista
Mientras sucedía el despido, Komazec fue ofrecido a media Europa. Incluso Real Madrid y Barcelona rechazaron su fichaje. Los recientes problemas anímicos del croata frenaban cualquier avance deportivo.
Solo un club mostró interés en su incorporación: el Varese. Comenzó el idilio entre Komazec y el histórico equipo italiano. Lejos de su máximo nivel -cinco Copas de Europa en su haber-, el Varase deambulaba por la segunda división. Dieron a Komazec el mando del equipo, confiados en su ascenso. El entrenador americano Joe Isaac le ofreció la confianza necesaria para explotar su potencial, ayudándole no solo en su vida deportiva, sino también en la personal: organizaba barbacoas y reuniones entre sus jugadores. Fue un psicólogo para Arijan, como un padre en Europa. Así, el ambiente en Varese fue diametralmente opuesto del que Komazec vivió en Atenas.
Y claro, el apestado en Grecia recuperó su mejor versión. No había rival en la liga que parara al croata: 69% en tiros de dos, 53% en triples y 32 puntos de media por partido (¿es todo esto legal?) certificaron el sobrado ascenso del Varase a la serie A-1. En la máxima división, Komazec experimentó más mejoras en su juego, sobre todo en el plano defensivo. Se transformó en un baloncestista más completo, logrando una intensidad atrás no vista antes. Recuperó el nombre en el Viejo Continente, y volvió a estar entre los grandes balcánicos de aquellos años.
Ese segundo año con Varase fue brutal: máximo anotador con 33’7 puntos de media por partido (siete encuentros por encima de los 40), cuarto en asistencias, segundo en balones robados, segundo en porcentaje en tiros de dos y sexto en tiros de tres. Sus porcentajes, de época: 68% desde dentro del aro y 47% más allá de la línea de 6’25.
En total, Komazec promedió un estratosférico registro de 37’94 de valoración media por partido, récord que aún hoy sigue vigente y probablemente no se bata nunca.
Pero una vez más, los números individuales no vinieron acompañados de títulos colectivos: el Varese era un ‘one-man team’ y cayó en los playoffs frente al Stefanel de Milan de Bodiroga. El equipo italiano se tuvo que conformar con un quinto puesto.
Danilovic a escena
El destino quiso que Komazec se encontrara con viejos fantasmas, y uno nuevo. Varase se le quedaba pequeño, y el croata buscó nuevos retos. Recuperado de sus desdichas mentales, ahora sí llovían las ofertas. Incluso del otro lado del charco. Raptors y Suns mostraron interés, pero fueron los Nets quienes llamaron a su puerta tras la trágica muerte de Petrovic. Le veían un perfil similar. Drazen, otra vez. Komazec llegó a decir: “Estoy orgulloso de que los Nets tengan interés en mí. Drazen Petrovic es mi ídolo y Drazen fue una gran parte de los Nets. Siento que puedo jugar en la NBA y veo esa oportunidad con con los Nets“.
Pero Arijan no quería dejar Europa sin el ansiado título. Por eso aceptó la oferta de última hora de la Virtus de Bolonia, campeón italiano las dos últimas temporadas.
En Bolonia se enfrentó a una nueva comparación que le terminaría desquiciando. Si en sus primeros años la losa se llamaba Petrovic, ahora era la de Predrag Danilovic. El serbio, otro escolta impresionante, se había apuntado a la NBA gracias a Pat Riley y sus Miami Heat. El campeón italiano necesitaba un nuevo líder, y Komazec había sido el mejor jugador en Italia la pasada campaña.
La Virtus contaba con grandes opciones de repetir título doméstico y de lograr grandes cosas en la Euroliga. Komazec lo sabía. Lo que no vio venir fue la sombra de Danilovic, presente en cada partido como local. Su propio público añoraba al serbio y nunca apoyó la llegada de Arijan. No le pasaban una. En la primera temporada, la Virtus cayó en semifinales de Lega frente, otra vez, el Stefanel de Dejan Bodiroga. Por supuesto, las críticas se volcaron en Komazec, a pesar de los 22’5 puntos de promedio.
El segundo año en Bolonia fue aún peor, ya que nuestro protagonista fue golpeado por las lesiones. Como en Atenas, la prensa le acusó de fingirlas. Komazec, presionado por todos los frentes, respondió jugando lesionado y rozó los 18 puntos de media. La Virtus volvió a caer en semifinales, esta vez ante el gran rival de la ciudad, la Fortituto. Arijan Komazec se fue de Bolonia con la etiqueta de culpable de acabar con la supremacía que Danilovic les había otorgado. Y con el tobillo roto. Por ello, la Supercopa de Italia en 1995 y la Copa de Italia en 1997 no significaron nada para él.
Marcha atrás
Varese volvió a acoger al croata cuando peor estaba, pero ya nunca volvió a ser el mismo. No se recuperó de su lesión de tobillo y jugaba cojo muchos partidos. Sus registros bajaron hasta los 17 puntos por partido. Quién los firmaría, pero Komazec tenía -o tuvo- talento para mucho más. Además, el azar le seguía provocando malos tragos: el Varese perdió ese año en semifinales ante su exequipo, la Virtus, que gana el campeonato con Danilovic de vuelta.
En 1998 deja Varese para recalar en el Olympiacos de Ivkovic, en la que es su última gran opción de ganar un título liguero. Sin embargo, el regreso a Grecia no trajo buenas noticias. Perdió en la Final Four de la Euroliga y el título heleno lo gana Bodiroga, su tercer fantasma, con el Panathinaikos. Por si fuera poco, el Varese ficha a otro croata, Veljko Mrsic, y se alza con el Scudetto. El equipo italiano vuelve al trono sin el mejor jugador en sus filas. Como si no le echaran de menos. Como si el talento de Komazec espantara a los trofeos. De ciencia ficción.
Al año siguiente, Komazec vuelve a su Zadar natal, al que se une Dino Radja. Ni por esas, la maldición continua: la liga croata es para la Cibona con diferencia. Es entonces cuando el escolta decide probar una última experiencia, la NBA.
Como es evidente, tampoco sale bien. Los Vancouver Grizzlies habían firmado una horrible temporada de 22-60 y decidieron firmar un contrato al escolta croata para cortarlo cuatro días antes de empezar la temporada. Komazec jugó siete minutos de pretemporada, todos en suelo canadiense. El jugador que promediaba entre 20 y 30 puntos en Europa solo anotó 1 con un equipo NBA.
Sus últimos tres años como profesional los pasa en Atenas, con el AEK (10’9 puntos), en Polonia, con el Śląsk Wrocław, y cierra su carrera en Italia, en las filas del Avellino. Con 35 años mantuvo su talento anotador, ya que promedió 18 puntos con un 60% de acierto en el modesto equipo italiano, pero con una desmotivación evidente que terminó imponiéndose.
Incluso en sus primeros años de su retirada tuvo problemas donde menos lo hubiera pensado, en Zadar. En una ocasión, los ultras del equipo que le tenía como un ídolo le acusaron de ser serbio e intentaron lincharle. Komazec pasaría esa noche en los calabozos.
Después, su pista se pierde. Nadie sabe dónde vive, aunque podemos intuir la ubicación.
Marzo de 2015. Tintinean las campanas al abrirse la puerta. El propietario de la tienda de zapatillas de baloncesto las ha colocado a propósito. Asoma una figura de dos metros de altura. El dueño le reconoce al instante; es toda una celebridad allí en Varese, la cuna del baloncesto italiano. Arijan Komazec acepta una foto con el sonriente vendedor y con unos cuantos clientes. Compra un par y sale de local, no sin antes despedirse en un casi perfecto italiano. No ha olvidado dónde vivió sus mejores años como profesional de la canasta. Desde entonces no se le ha vuelto a ver, alejado de ese deporte que amó y le consumió al mismo tiempo. Un pasado truculento del que ya solo quedan recuerdos.
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