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El día que Michael Jordan rechazó a Tracy McGrady

Michael Jordan y Scottie Pippen. Una de las parejas más fructíferas de la historia de la NBA que dominó con autoridad la competición durante los noventa. Sin embargo, Pippen estuvo muy cerca de ser traspasado en el verano de 1997 a cambio de un joven talento llamado a dominar la NBA.

Vía: Wikimedia

McGrady, Pippen y Jordan

“Malone, molestado por Michael. Cae al suelo, ¡robo de Michael Jordan! ¡Michael roba el balón! 16 segundos para el final, los Bulls pierden por uno. Michael contra Russell, doce segundos, once, diez… Jordan, Jordan la conduce, lanza… ¡Anota! ¡Ha anotado! Los Bulls ganan 87 a 86 a falta de cinco segundos y dos décimas para el final. ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!”.

Mientras Neil Funk, la voz de los Bulls desde 1991, pronunciaba estas palabras, un silencio sepulcral se instalaba en las gradas del Delta Center de Salt Lake City. Aquel 14 de junio de 1998 los Jazz veían cómo el título se les escapaba por segundo año consecutivo en el sexto partido a causa de la hegemonía impuesta por Michael Jordan. El ‘23’ ofrecía en bandeja el sexto campeonato a su equipo con la que se convertiría, finalmente, en la última canasta con la camiseta de los Bulls, bautizada para la eternidad como ‘The Last Shot’.

Este segundo ‘three-peat’ había comenzado a fraguarse años atrás con un hilvanado de movimientos de gran calibre maquinados por Jerry Krause, que incluyó la incorporación de figuras, a posteriori, claves -Rodman, Harper, Kukoc o Kerr, entre otros-, además del paso adelante dado por Scottie Pippen tras la primera retirada del propio Jordan. Fue el propio escolta el que prendería la mecha el 18 de marzo de 1995 con su ya mítico “I’m back”.

Sin embargo, esta infranqueable muralla colectiva, así como la gran química existente entre los propios componentes de la plantilla y su entrenador Phil Jackson, corrió peligro de desvanecerse –o al menos de situarse en entredicho- en la niebla de la Ciudad del Viento meses atrás, cuando el periodo estival irrumpía con fuerza en el seno de la competición.

La noche del 25 de junio de 1997 se posaba sobre el hemisferio NBA con una gran expectación entre los dirigentes y aficionados de la liga, la propia que acompaña cada año a la frenética e impredecible cita del Draft. Con un talentoso joven que había dominado la NCAA a su antojo en Wake Forest como gran atractivo y anhelo por parte de las franquicias, en las oficinas de Chicago se maquinaba, en el más absoluto secretismo, una gran operación cuya intención no era otra que prolongar la hegemonía de una franquicia que acababa de conquistar su quinto campeonato, el segundo tras el famoso retorno de ‘Su Majestad’.

El planteamiento por parte de Krause estaba claro: rejuvenecer la plantilla –la edad media del núcleo principal del equipo superaba los 32 años- y rodear a Michael Jordan de savia nueva con la que seguir aspirando a todo y, de paso, asegurar la competitividad de la plantilla a medio y largo plazo. Sin importar –o casi- el precio a pagar. Conjuntamente, todo componente del ‘roster’salvo el poseedor del dorsal 23- fue declarado transferible.

El modus operandi a seguir también estaba cuidadosamente planificado. Con Tim Duncan –número uno de aquel Draft por San Antonio Spurs, franquicia que experimentaría un frenético salto al éxito tras ello y en la que se convertiría en, para muchos, el mejor ‘4’ de la historia- completamente alejado de toda posibilidad de ser seleccionado, los ojos de la directiva se posaron sobre el de un, hasta hacía apenas un año, desconocido chaval que quemaba sus horas en las calles de Auburndale (Florida) antes de ser ‘rescatado’ por Joel Hopkins y la estricta disciplina del centro educativo religioso de Mount Zion, en Carolina del Norte.

El prestigioso Adidas ABCD Camp, uno de los eventos más importantes del baloncesto de institutoen el que dejaron su huella futuras estrellas de la NBA como Kobe Bryant y más tarde LeBron James, fue su carta de presentación. La soberbia temporada con los Mighty Warriors sirvió como confirmación de su frenética –e incontenible- irrupción en la élite del baloncesto nacional y su exhibición en el Reebok Holiday Prep Classic de Las Vegas –evento obligatorio para los scouts universitarios que, por primera vez, llamó la atención también de ojeadores de la NBA- terminó por convencer, tanto a dirigentes como al propio jugador, de que su lugar estaba en la mejor liga de baloncesto del planeta.

Así –confirmados que los cantos de sirena de las mejores universidades del territorio no iban a ser escuchados-, los Bulls quedaron completa y gratamente convencidos de que Tracy McGrady era el diamante en bruto que necesitaban para prolongar la dinastía.

Con todos los informes en mano y la decisión tomada, dio comienzo el siempre laborioso trabajo de oficina con McGrady. Tras firmar el mejor registro de toda la competición, Krause tendría que buscar la forma de ascender puestos en el Draft y ofrecer un paquete lo suficientemente suculento como para aspirar a una de las primeras elecciones. Una oferta en la que el mayor atractivo iba a ser, ni más ni menos, Scottie Pippen.

Un ‘pez gordo’ que fue ofrecido por toda la geografía norteamericana y que, acorde a las grandes dimensiones del nombre en cuestión, no tardó ni un suspiro en recibir las primeras propuestas. Muchas franquicias se mostraron ansiosas por hacerse con los servicios de uno de los mejores aleros de todos los tiempos, con –a priori- varios años a buen nivel todavía por delante.

Desde Boston, donde se encontraban inmersos en una odisea por el desierto tras la retirada de Larry Bird, se recibió una de las ofertas más interesantes. Ante la oportunidad de volver a ser competitivos y abandonar el pozo de la liga –concluyeron la temporada 1996-97 con un irrisorio balance de apenas 15 victorias y 67 derrotas-, Rick Pitino, por aquel entonces entrenador del Orgullo Verde, no dudó un segundo en presionar a los dirigentes y ofrecer sus dos tentadores ‘picks’ de primera ronda –el tercero y el sexto-, además de solicitar la incorporación del pívot Luc Longley en las negociaciones.

La oferta fue recibida con entusiasmo en las oficinas de Chicago, donde, además de Tracy McGrady, comenzaron a soñar con poder incorporar también a Keith Van Horn, leyenda de la Universidad de Utah que había sido seleccionado en tres ocasiones Mejor Jugador de la Western Athletic Conference tras promediar 20’8 puntos y 8’8 rebotes por partido durante su periplo universitario.

Sin embargo, la jerarquía interna de la plantilla importaba –y mucho- en la decisión final y, cuando la noticia del inminente traspaso llegó a oídos de Michael Jordan, la bomba no tardó en explotar.

“No vas a traspasar a Scottie”,vino a ser la tajante réplica del astro tras conocer la intención de la dirigencia de dar salida al que había sido su mejor complemento y fiel escudero en la pista durante casi una década, repleta de momentos amargos y, recientemente, de éxitos individuales y colectivos.

Una de las voces más autorizadas y con mayor peso en la liga había hablado. Y sin ‘peros’ que valieran. Ni siquiera ante la tentativa final de la cúpula Bull –casi a la desesperada- de ofrecer a Pippen a los Raptors. Serían, finalmente, los canadienses los que se llevarían el gato al agua, al seleccionar a McGrady en la novena posición de aquel Draft.

Una noticia que no trascendió a la prensa por aquel entonces –salvo por una pequeña nota publicada por el New York Times días más tarde, con carácter de ‘rumor’- y que fue revelada por el periodista Jonathan Abrams en su libro Boys Among Men: How the Prep-To-Pro Generation Redefined the NBA and Sparked a Basketball Revolution. Una historia que sería confirmada por el propio McGrady poco después en una entrevista para ESPN.

“Lo que poca gente sabe de aquella noche es que, en realidad, Jerry Krause estuvo tratando de cerrar un traspaso que nos involucrara a Pippen y a mí. MJ acabó con esa operación”.

Tracy McGrady para ESPN

Curiosamente, tres años antes, en 1994, había sido el propio Michael Jordan el propulsor de una operación por la que ‘Pip’ estuvo muy cerca de hacer las maletas y abandonar Chicago rumbo a Seattle.

Por aquel entonces, Jordan se encontraba disfrutando del retiro –el primero de sus tres- y Pippen acababa de liderar a los Bulls a una temporada de 55 victorias que, sin embargo, finalizó en Semifinales de Conferencia ante los New York Knicks de Patrick Ewing. Por su parte, los Supersonics concluyeron la regular season con el mejor récord de la liga (63-19) para, posteriormente, firmar la sorpresa de los Playoffs y convertirse en el primer equipo de la historia en caer eliminado en primera ronda ante el octavo clasificado –ante Denver, por 2 a 3-  tras haber liderado la conferencia.

Los Bulls vieron la oportunidad perfecta para mover ficha con McGrady ante el ambiente de desilusión y enfado establecido en Seattle. Cuatro días antes del Draft, Jerry Krause llamó a las oficinas de los Supersonics, dirigidas por Barry Ackerley (propietario), Wally Walker (mánager general) y –como entrenador jefe- George Karl. La propuesta del general manager de los Bulls fue la siguiente: Shawn Kemp, Ricky Pierce –galardonado en dos ocasiones con el premio al Mejor Sexto Hombre- y una ronda de Draft a cambio de Pippen. La oferta era interesante. Tanto como dudas ofrecía a los dirigentes de los Supersonics y, principalmente, a Karl.

“Cuando traté de imaginar a los Sonics sin Shawn sabía que íbamos a extrañarlo, pero me emocioné bastante al imaginar a Gary y Scottie formando pareja en la pista; ahogarían a los atacantes rivales. Pero toda operación provoca un debate. Estaba a favor del traspaso, pero no estaba seguro del todo. Así que llamé a Michael. Hablamos de las ligas menores de béisbol, del baloncesto en Carolina del Norte y de golf. Hasta que dimos paso al plato principal: Hey, Mike, ¿deberíamos seguir adelante con el traspaso?

La respuesta de Jordan fue firme y contundente: “Hazlo. Scottie puede hacer mejores a tus jugadores. Kemp no.”

“Así que, el día antes del Draft, llamamos a Chicago y dijimos que sí”. La decisión estaba tomada. Pero la alegría no duraría demasiado. La noticia se filtró de forma inmediata y fue retransmitida a través de la emisora de radio Seattle’s Sports Radio 950 KJM. Y, por ende, una oleada de llamadas de aficionados enfurecidos llegó hasta a colapsar los despachos de Ackerley y Walker. Ante la amenaza de una “revolución popular” en el Key Arena, los Sonics recularon en su propósito y tanto Kemp como Pippen continuaron en sus respectivos equipos.

Regresando al asunto que nos concierne, el veto de Michael Jordan fue asumido con resignación –qué otro remedio había- por parte de la directiva de los Bulls, mientras que el otro gran protagonista, McGrady, casi hasta agradeció la postura inamovible del escolta. La presión de convertirse en el jugador encargado de hacer olvidar a Pippen, unido a un posible recelo por parte de Jordan, podrían haber convertido su carrera, aún sin iniciar por aquel entonces, en un auténtico calvario.

“Sé que yo no era capaz de ponerme en la piel de Scottie Pippen en ese momento. Al final me alegré de que Michael Jordan vetara aquel traspaso. Mi carrera, sin duda, se habría vuelto un poco diferente. Sé que Michael es muy duro con los jugadores jóvenes. Así que me alegro de haber tenido la oportunidad de jugar en Toronto, pero si miras hacia atrás, hubiera sido increíble jugar junto a MJ”.

Los posibles escenarios abiertos de haberse cerrado el traspaso se presentan ilimitados, en uno de los ‘what if’ menos conocidos por el aficionado general y que, quién sabe, podría haber cambiado completamente los años venideros y la historia contemporánea de la mejor liga de baloncesto del planeta.

De este modo, McGrady daría comienzo a su andadura en la NBA en los Raptors, franquicia que se le quedaría demasiado pequeña en apenas tres años, momento en el que comenzó a exigir un protagonismo imposible de ofrecer por la presencia en la plantilla de un Vince Carter que era la seña de identidad de la franquicia canadiense. 

Por su parte, Michael Jordan lograría un nuevo campeonato junto a Pippen, aunque una nueva retirada del escolta provocaría el desmantelamiento completo del plantel, cumpliéndose las peores pesadillas de un Jerry Krause que había vaticinado tal escenario y poniendo fin, así, a uno de los mejores equipos que ha visto nunca la historia del deporte.

DESTACADOS

Krause quería rejuvenecer su plantilla, y todos salvo ‘Su Majestad’ tenían el cartel de transferible sobre sus cabezas

Asumido como inalcanzable en el aquel Draft, en Chicago tenían un objetivo con nombre y apellido: Tracy McGrady

Jordan detuvo la salida de Pippen en 1997, pero tres años antes fue él mismo quien dio luz verde a su traspaso a Seattle

“Me alegré de que Jordan vetara aquel traspaso”, reconocería después McGrady

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