Hay muchas maneras de contabilizar la influencia de un técnico de baloncesto. Sin duda, los títulos juegan un papel vital y son bien visibles. De idéntica manera, el porcentaje victorias-derrotas de su carrera será uno de los primeros datos disponibles. No obstante, algunos de los criterios no medibles inmediatamente son indicios clave, ¿Cómo ha influenciado el libreto de jugadas de ese entrenador a sus colegas? Rick Adelman (Lynwood, 1946) no luce anillos en la que fue su larga trayectoria en los banquillos de la NBA. De cualquier modo, sus Sacramento Kings de comienzos del siglo XXI siempre serán recordados por su juego vistoso. Amante de la velocidad baloncestística como vehículo de diversión para el público y su plantilla, el paso de los años hace que la gente olvidé que el estratega del Arco Arena fue antes un exitoso preparador en una de las franquicias más complicadas del mejor campeonato del mundo sobre el parqué: los Portland Trail Blazers.
Un tipo discreto
Era un atleta aplicado dentro del programa de la Universidad de Portland. Entre los años de 1988 y 1992, Erik Spoelstra, futuro técnico ganador de dos anillos con los Miami Heat, disfrutaba de sus ratos de ocio yendo al Memorial Coliseum. Sencillamente le encantaba el mensaje propuesto por Rick Adelman para los Blazers: “Es un absoluto modelo de consistencia, profesionalismo, integridad y, por supuesto, un entrenador de baloncesto jodidamente bueno”. ¿De dónde había salido aquel tipo de pocas palabras que parecía estar llevando a los Blazers a una nueva edad de oro tras los días de Bill Walton? Elegido en el Draft de 1970 por Portland, Adelman fue un jugador aseado y cumplidor que defendió por tres años los intereses de los de Oregón. Tiempo después él mismo afirmaría que con su físico no habría podido ser point guard en la NBA que llegaría en el futuro, si bien logró dejar una muy buena imagen que le haría marcharse en buenos términos con la ciudad y la propiedad de la franquicia.
Desde finales de la década de los setenta del pasado siglo iría trabajando la modesta Chemeketa Community College para irse labrando una reputación como futurible coach de baloncestistas ya en edad adulta. Su estancia en Salem le permitió reflexionar sobre el deporte que tanto le apasionaba, si bien él mismo era consciente de no estar pendiente, laboralmente hablando, de un hilo: de hecho, si el vínculo con las canastas no iba bien podría haber terminado dando tranquilamente clases de Historia. Esa posible salida profesional quedó olvidada cuando recibió la llamada de Jack Ramsay para convertirse en uno de sus ayudantes. Deseaba cubrir con él la baja de Jimmy Lynam (quien había logrado ascender a primer técnico de Los Ángeles Clippers) y recordaba una entrevista que había tenido con Adelman dos años atrás (1981). Al poco estaría hablando con el presidente Harry Glickman y se incorporaba a una franquicia donde tendría muchas alegrías y alguna tristeza deportiva importante. No obstante, nada de eso estaba en su mente cuando habló con Mary Kay, su esposa, para hacer la mudanza. Ramsay iría apreciando cada vez más la contribución de su nuevo lugarteniente, quien mantenía un perfil bajo ante los medios de comunicación y no dudaba en expresar sus propias ideas sobre el libreto de jugadas, pero nunca cuestionándolo en público. La pareja funcionó muy bien hasta 1986, momento del despedido de Ramsay y la llegada del que parecía un cambio de ciclo en Portland con Mike Schuler.
Superviviente
Aunque sea en deportes distintos, no puede subestimarse nunca la capacidad de un asistente que logra permanecer en su puesto dentro una modificación del organigrama. Tras la marcha de Sir Bobby Robson, José Mourinho logró convencer a un primer entrenador con la personalidad de Louis van Gaal de que le podía resultar muy útil. Por su lado, Adelman intentó permanecer calmado mientras los rumores de pasillo indicaban que Schuler iba a llegar con varios finiquitos bajo el brazo para colocar a su propia gente de confianza. Glickman fue una de las primeras voces en defender la lealtad mostrada por Adelman a la franquicia, además de que Schuler había intentado informarse un poco del perfil de aquel miembro del staff antes de tomar ninguna opción impulsiva. Opiniones tan autorizadas como las de Don Nelson o Jerry West le dieron referencias muy positivas de una persona que parecía tener una visión propia de cómo mejorar el rendimiento de la plantilla.
Schuler hizo trabajar bastante a Jack Schalow, otro de los ayudantes, y al propio Adelman, si bien era una vida que tenía sus ventajas con respecto a otras escuadras. El mister creía mucho en los informes de las otras franquicias, pero no veía ningún impedimento a la hora de aplicar el vídeo, evitando que, en la mayoría de las ocasiones, sus colaboradores tuvieran que exponerse horas y horas en carretera. Eso favorecía la conciliación familiar y no hacía disminuir el grado de detalle que ansiaba un nuevo jefe entusiasta que venía de los New Jersey Nets y estaba ansioso de empezar su primer curso baloncestístico como comandante supremo.
El reciente dueño de la pizarra Blazer pasaría al recuerdo español por ser el primero en alinear a un fornido center llamado Fernando Martín, quien terminó siendo elegido por Portland cuando todos los indicios apuntaban precisamente a New Jersey. No es tan conocido el hecho de que el antiguo astro del Real Madrid pudo trabajar bastante con Adelman, puesto que sus funciones incluían el asesoramiento de los hombres altos de Oregón. Estamos frente a unos días de crecimiento en una ciudad donde la gran (y casi única) atracción deportiva son los Trail Blazers. Y nadie lo maneja mejor que el general manager “Bucky” Buckwalter, un sagaz elector que selecciona a Clyde Drexler, Cliff Robinson, Terry Porter y Jerome Kersey. Adelman deberá mucho en el futuro a este sagaz negociante que obtendrá mediante hábiles traspasos a Kevin Duckworth y Buck Williams, entre otros. Apodada en ocasiones como Rose City o Stumptown, nadie sabía con certeza cómo Portland quedó bautizada como la Rip City, pero, de repente, empezó a sonar como destino apetecible para los agentes libres con ambiciones deportivas.
El gran salto
Febrero de 1988. El instante que provocó que Adelman tuviera que tomar los mandos de manera interina como entrenador en jefe. Ni él mismo se hacía ilusiones sobre prolongar la estancia y era consciente de que el club atravesaba una crisis de resultados. Como confesaría posteriormente al periodista Dwight Jaynes, la primera entrevista con la organización fue tensa. Le forzaron a mandar a John Wetzel, otro asistente, a hacer labores de ojeador y scouting fuera de la urbe americana del noroeste, puesto que lo consideraban una persona demasiado afín al recientemente depuesto Schuler.
Schalow se encargó de coordinar la defensa de los nuevos Blazers, mientras que el nuevo coach buscaba la manera de hacer regresar a su colega de inmediato para trabajar en Portland, pero sin ofender a la franquicia. Lo mejor y lo peor de Schuler se debía a que era una persona muy apasionada y que transmitía sus emociones sin filtro. Asimismo, corrían rumores de que adolecía de una miopía muy frecuente en aquella NBA a la hora de apreciar el talento venido de otros lugares del mundo. De inmediato, se confirmó que Adelman representaba un perfil más discreto, tímido incluso en varias cuestiones asociadas a su cargo.
Después de unos arranques prometedores, su predecesor le había dejado dos problemas fundamentales: el estado físico de Kiki Vandeweghe y Steve Johnson. Brad Greenberg, director del personal Blazer, hombre con mucha experiencia a sus espaldas, fue una ayuda vital para una remodelación donde el recién aterrizado estratega descubrió una verdad esencial en su puesto: la NBA es un campeonato dominado por sus jugadores y había que ganarlos a la causa, evitando pulsos por el poder. De hecho, solamente en casos muy especiales (en aquellos días el de Pat Riley en Los Ángeles Lakers) se daba la
circunstancia de que un head coach tuviera un salario realmente alto en comparativa con cualquier profesional de la cancha, sin importar su rol marginal en la plantilla. Su bautismo de fuego se saldó con una derrota frente a un enemigo íntimo como Seattle.
En los momentos duros era positivo contar con buenos amigos y nuestro protagonista los tenía: Geoff Petrie, otro antiguo Blazer y buen camarada de Adelman, estaba escalando en su cursus honorum particular dentro de las oficinas de la franquicia. En todo momento transmitió calma al interino, en quien confiaba al máximo. De hecho, años después los dos llevarían su filosofía al máximo en Sacramento. Aunque no figurara en su espectacular currículum, aquella segunda mitad de temporada mostró qué se podía esperar de Adelman como técnico. Logró convencer a jugadores venidos de la CBA de dar lo mejor de sí mismos y se creó una atmósfera que llevó a una épica clasificación para los Playoffs con una victoria tras prórroga en la última jornada de la fase regular. Consiguió recuperar la relación con Clyde Drexler, auténtico ídolo de la grada que había chocado finalmente con Schuler. La primera impresión había sido excelente y pudo renovar en la posición. Algo importante ya que se había producido una cesión de testigo en la propiedad que iba a marcar el rumbo de la franquicia durante décadas.
El fundador
Paul Allen era un multimillonario que, como otros de sus colegas de abultadas cuentas bancarias, se había dado cuenta de las posibilidades del deporte profesional como escaparate y buena publicidad de su figura. Algo que venía bien a un caballero que había fundado con su amigo Bill Gates una empresa llamada Microsoft en 1975. Junto con su segundo de a bordo, Bert Kolde, compró los Portland Trail Blazers y, en una de sus primeras decisiones, habló con Rick Adelman. Consideraban que había hecho un buen trabajo y que incluso la derrota en primera ronda ante Los Ángeles Lakers del Showtime había sido una derrota honorable y con destellos de buen juego. Considerando que Larry Weinberg, el anterior dueño, había tenido una relación muy cordial con él, era una excelente noticia que no se abriera ninguna hostilidad en la transición. El único problema con el reciente propietario radicaba en que solamente le ofrecería el puesto por un año. El adinerado Allen pensaba que había firmado una extensión al propio Schuler y al poco lo tuvo que despedir en una atmósfera enrarecida. Sea como fuere, la sinergia entre técnico y el emprendedor iría creciendo en las siguientes campañas, dentro de un clima de respeto cómplice.
Buscando que, si era su única carrera en solitario, se desarrollara acorde a sus términos, Adelman consiguió llevar su primer training camp a su querida Salem, un lugar que cumplía dos requisitos: estaba alejado de la ciudad (donde los Blazers son una de las comidillas de la sociedad de Portland) y había sido su cuna como preparador, el terreno amigable. Para su sorpresa, sintió que de su usual tono introvertido podía pasar a dar discursos convincentes a sus nuevos discípulos. Herencia de su familia (L.J. y Gladys Adelman, sus padres, eran ambos profesores) tenía una gran facilidad para exhibir una caligrafía clara y preciosista en las pizarras donde exponía las jugadas que iban a poner en práctica. La tranquilidad y respeto que transmitía a los suyos jugaba a su favor. El núcleo duro de su proyecto serían Clyde Drexler, una más que futurible estrella, Jerome Kersey, Terry Porter y Kevin Duckworth. A esa sólida columna vertebral se unieron dos novatos dispuestos a comerse el mundo: Cliff Robinson y Byron Irvin. Al poco, estaría tomando un vuelo a Seattle para defender su filosofía de baloncesto ante el mismísimo Paul Allen.
A diferencia de Mike Schuler, su sucesor tenía menos reparos en utilizar a talentos foráneos. Por supuesto, todavía quedaba un margen de flexibilidad a la hora de hablar del mismo Adelman que dio buena parte del peso ofensivo de Sacramento a estrellas balcánicas. De cualquier modo, un tal Dražen Petrović sentía que tenía una oportunidad de oro y que le llegarían oportunidades.
Así sucedió en el segundo encuentro de la primera ronda contra los Dallas Mavericks. Hacía muy poco que fueron un club en plena ascensión, pero ahora estaban iniciando su descenso a los infiernos deportivos que los alejaban de la Conferencia Oeste. Y ya no contaba con Mark Aguirre, traspasado a los Detroit Pistons. Sea como fuere, el entrenador de Portland desconfiaba mucho de las eliminatorias al mejor de cinco partidos. Podían ocurrir accidentes y sorpresas desagradables. Probablemente, él sería uno de los más aliviados en 2003 cuando la competición dio luz verde a que todos los Playoffs se disputasen al mejor de siete.
Después de dominar el primer juego y alejar los viejos espectros de decepciones previas, los texanos sacaron su mejor artillería para desconcertar a los titulares Blazer. Sin rubor, se dio protagonismo ofensivo a la antigua estrella de la Cibona y a Danny Young, quienes brindaron piernas frescas y puntería. Un verdadero acierto que permitió colocar un colchón de 2-0 con el que rematar el trabajo en la tierra de J.R. De cualquier modo, Adelman pudo comprobar que las victorias tenían un precio en la postemporada.
Duelo en O.K. Corral
Antes de caer eliminados, los Mavs y sus intentos de resistir en su feudo llevaron a importantes bajas en Portland para la siguiente parada: Buck Williams y Kevin Duckworth quedaron realmente tocados. El momento era sumamente inoportuno. Aterrizaban los San Antonio Spurs de David Robinson, un oponente joven y vigoroso que querría llevar las semifinales del Far West a una devolución pausada de golpes. Adelman había prometido que si superaban la barrera psicológica de pasar una ronda podía ocurrir cualquier cosa. Para cumplirlo volvió a buscar en su fondo de armario y recibió la valerosa respuesta de Wayne Cooper entre sus interiores. Cada enfrentamiento resultó agónico, algo que suele suceder cuando hay en frente un estratega como Larry Brown, maestro defensivo. El quinto encuentro incluyó dos prórrogas y una de las mejores actuaciones de Terry Porter. Criticado en ocasiones por no aparecer en los momentos delicados, cualquier crítica debería revisar atentamente esa actuación para cuestionar el axioma.
“Es la serie más excepcional que nunca he visto”, terminó reconociendo Adelman tiempo después. Hizo falta todo el aliento del Memorial Coliseum, con una grada emocionada al ver regresar a Duckworth. Portland respiraba baloncesto y la victoria frente a un titán como Robinson en otra prórroga llevó al delirio. El entrenador recordó la importancia del factor pista en esta clase de lides. “Creo que su afición tuvo mucho que ver con nuestros balones perdidos” reconoció con galantería Brown frente a los micrófonos de la NBA.
Los Phoenix Suns resultaron el último obstáculo para que la Rip City rememorará sus mejores días con Bill Walton. Curiosamente, aquella temporada la habían iniciado retirando el dorsal del legendario pívot. En aquellos momentos, Rick Adelman únicamente podía mirar con respeto a la figura del jugador más importante en la historia de la franquicia, si bien Clyde Drexler estaba empezando a arrebatarle varios de sus récords y a erigirse como el máximo anotador de los Blazers. No podía saberlo el técnico, pero apenas un año después estaría en plena guerra de columnas de prensa contra Walton.
Ese pleito todavía parecía lejano. Con mucho cariño, la grada del Coliseum hablaba de “Porterland” en sus pancartas para homenajear a su playmaker, el hombre en quien más confiaba su staff técnico. Con lanzamientos exteriores y sangre fría logró liderar la remontada del segundo choque, donde Eddie Johnson hizo contener la respiración a todo el estado de Oregón con su lanzamiento sobre la bocina. No entró y Portland empezaba a hacer cálculos para su viaje a las Finales.
Desgraciadamente, la felicidad pronto quedó cuestionada por Kevin Johnson y los suyos,capaces de apabullar a los Blazers en los enfrentamientos de Arizona. Sin importar lamaestría de Drexler en el quinto juego, Adelman percibía que su afición necesitaba saberque podían vencer a domicilio tras los problemas mostrados contra San Antonio. La última presencia por el anillo en 1977 sonaba ya demasiado lejana. La mentalidad demostrada en la victoria clave del sexto día pone en tela de juicio el adjetivo de dump team con el que un sector de prensa y adversarios les obsequió durante la década de los noventa del pasado siglo. Es decir, plagados de músculo y fundamentos, pero sin cabeza fría. En un ejemplo de saber hacer la goma, los visitantes nunca se despegaron de los Phoenix Suns y Jerome Kersey hizo el tapón decisivo a Jeff Hornaceck. En un contraataque magistralmente dirigido por Drexler, el propio Kersey culminó la remontada.
Normalmente comedido, Adelman se desvivió a aplaudir una jugada defensiva para el recuerdo de Buck Williams sobre Tom Chambers. Volvieron con la clasificación y más de 10.000 personas les aguardaban en el aeropuerto. Las 59 victorias en fase regular no eran una casualidad. Lo único que empañó la felicidad ocurrió al poco de arrancar el curso: el portorriqueño Ramón Ramos Ranso sufrió un terrible accidente de coche al regresar de un partido contra los Golden State Warriors en diciembre de 1989. No volvería a poder regresar a las canchas y la antigua leyenda de los Seton Hall Pirates iniciaba un lento y esforzado proceso de recuperación.
El odiado Bill
Bill Laimbeer observaba la lluvia desde los cristales de su hotel en Portland. Había algo que le venía mal a los Pistons cuando viajaban a dicha ciudad; razón de más para buscar cómo desestabilizar a un contrincante que había logrado robar el segundo partido en el Palace de Auburn Hills, la fortaleza que Isiah Thomas y el polémico pívot había construido para la Ciudad del Motor en los Playoffs. Odiado por Larry Bird (quien le respondía a sus saludos con un elocuente Fuck you Bill! cuando se encontraban en el All Star) y otras leyendas como Michael Jordan, Laimbeer estaba motivándose con los gritos de Terry Porter camino de los vestuarios.
El base predilecto de Adelman hizo una racha de 15 tiros libres sin fallo. Con 1-1 en las Finales, los Blazers soñaban con no volver a Michigan. Tal vez lo consiguieran, pensó el chico malo conteniendo una maligna sonrisa. Por su lado, Clyde Drexler tenía motivos para sentirse satisfecho antes de saltar a aquel tercer duelo. Sus compañeros y él fueron muy criticados el primer día por dejar vivos a Isiah Thomas (autor de 16 puntos en la remontada del último cuarto) y los suyos. Ahora habían respondido y él fue el maestro de ceremonias que sacó la falta personal a Dennis Rodman para marcar los dos tiros libres decisivos. Hacía apenas unos segundos que Rick Adelman se echaba las manos a la cabeza por un triple imposible de Laimbeer sobre su escolta. Ahora la estrella de la Rip City respondía y era legítimo soñar con ganar el anillo a costa del verdugo de Michael Jordan, aquel conjunto de Detroit que impedía al dorsal 23 reinar en la NBA. Con un título, Drexler adelantaría muchos enteros en la carrera como mejor escolta de su época. Guillermo Ortiz, perfecto conocedor de los entresijos del campeonato, resumió mejor que nadie el nivel de desgaste psicológico que Laimbeer impuso en el Coliseum, una exhibición que iba mucho más allá de la hoja estadística (El hombre más odiado de Portland). Sus 11 puntos y 12 rebotes eran guarismos fantásticos, pero no hacían justicia a la forma en la que había captado toda la atención del conjunto de Adelman. Isiah Thomas presumió de que su sospechoso habitual logró allanar el terreno a la fabulosa línea exterior de Detroit.
Los vigentes campeones recuperaron los mandos de inmediato y no bajaron el pie del acelerador el cuarto día. Resultaba conmovedora la concentración de Joe Dumars, el asesino silencioso de Chuck Daly, uno de los pocos defensores que ponía a Michael Jordan en dificultades. Con el reciente fallecimiento de su progenitor en la cabeza, Dumars mantuvo su condición de pistolero infalible y gran socio de Thomas. Los Blazers respondían, si bien en un tiempo muerto el técnico de Portland advirtió que todo se iba a
decidir en una posesión. ¡Y pareció salirles bien! Danny Young metió el triple sobre la bocina más importante de su carrera. El pabellón estalló de júbilo y todo volvía a estar en tablas. Sin embargo, una
acertada revisión mostró que la pelota seguía en sus manos cuando el reloj ya estaba a 0. De nada sirvió la versión con menos compostura de Adelman en todo lo que iba del año. Al cuarto partido llegaron con una herida psicológica terrible, si bien la medida arbitral resultó irreprochable. El quinto encuentro sería el último de unas Finales bastante más igualadas de lo que estaba reflejando el cómputo global. Vinnie Johnson, el microondas favorito de Chuck Daly, salió desde el banquillo a falta de dos minutos para frustrar la heroica intentona de Drexler y los suyos para lograr devolver la serie al Palace de Auburn Hills.
Terry Porter tuvo una última daga que fue repelida por la paleta. Isiah Thomas se llevaba, al fin, su codiciado galardón como MVP de la eliminatoria más importante de la NBA y Rick Adelman dio
todo el crédito del mundo a un rival que había demostrado tener un punto más de concentración para esas alturas de competición. Eso sí, notaban el respaldo detrás de toda una ciudad y eran conscientes de que habría nuevas oportunidades para brillar.
Cicatrices
Aproximarse a las posibles secuelas dejadas por los Bad Boys fue el primer objetivo de Rick Adelman en el training camp de 1990. Vio con agrado a un conjunto hambriento y que se tomaba aquel revés como un paso necesario para triunfar en un futuro inmediato. La segunda tarea, conversada con sus ayudantes, tuvo que ver con el rendimiento de la promesa universitaria Aala Abdelnaby, producto del programa de Duke. No había impresionado especialmente durante las prácticas de aquel verano, si bien el entrenador
de los Blazers creía que poseía un magnífico juego de pies y que podía ayudar a su ofensiva. Finalmente, permanecería y se convertiría en un gran amigo de Cliff Robinson, con quien perpetraría la peculiar danza de “Uncle Cliffy” tras algunas victorias importantes del ciclo. Pese a tener un flamante aspirante a la NBA, el dueño del banquillo de la Rip City pudo comprobar que las promesas en los despachos de que la situación contractual de sus estrellas (Buck Williams, Clyde Drexler y Jerome Kersey) iba a resolverse antes de empezar a trabajar eran una quimera. Le generaba ansiedad imaginar tener que volver a dominar el Oeste si perdía alguna de esas tres piezas esenciales. De igual manera, juzgaba que Terry Porter estaba a punto de evolucionar a auténtica estrella de la Liga.
Por fortuna, tenía una fe ciega en su antiguo camarada Geoff Petrie para manejar esas negociaciones. En pista contaba con dos brazos derechos: Jack Schalow (su experto para trabajar con los pívots) y John Wetzel (quien hacía lo propio con el resto del roster). El segundo solía hacer el scouting de los adversarios para Adelman. Honolulu es un lugar que evoca a vacaciones. Sin embargo, los Blazers no estaban disfrutando especialmente de Hawái aquel partido de exhibición disputado en octubre de1990, Rick Adelman había intentado estar calmado. Ya había llevado a cabo su training camp en Salem y estaba viendo con agrado que su gran fichaje, Danny Ainge, aportaba carisma, buena puntería y un legado ganador como integrante de los Boston Celtics. Sea como fuere, aquella derrotada por 119-115 no debía doler tanto, pero así era. Rick Adelman reconocería siempre esos rostros cuando una escuadra de Oregón caía frente a Los Ángeles Lakers, el gran ogro de la Conferencia Oeste.
No era ninguna desgracia perder ese día frente a la habilidad de James Worthy, si bien el dueño del banquillo de Portland notó que la prensa de su ciudad empezaba a evocar antiguas historias de debacles frente a Magic y compañía. En su fantástico libro The Long, Hot Winter: A Year in the Life of the Portland Trail Blazers (1992), escrito con Dwight Jaynes, nuestro protagonista reconoció sentirse abrumado por aquella sensación que escapaba a lo meramente baloncestístico.
Y eso era justo lo que menos necesitaba un proyecto que había rozado el cielo la anterior campaña. Adelman admitiría sentir que incluso un sector de su público imaginaba que habían llegado a las Finales contra los Bad Boys de Detroit porque no se cruzaron en su camino los de púrpura y oro. Con calma, él intentaba explicar que la dinastía californiana no había sido capaz de eliminar a unos Phoenix Suns en estado de gracia y que, por una vez, no habían sido lo suficientemente buenos. Ellos sí.
No obstante, había una guerra civil importante dentro de casa: Dražen Petrović. A diferencia de algunos de sus predecesores, Adelman había demostrado ser capaz de apreciar sus habilidades y poder usarlo incluso en postemporada. Sea como fuere, el genio croata llevaba como una losa no haber tenido ni un minuto en pista el último día de la derrota contra los Detroit Pistons. El antiguo ídolo de Cibona y Real Madrid no soñaba con poder presumir de estar en la NBA o tener alguna buena actuación.
El propósito del Amadeus croata era ser el primero en todo el Viejo Continente que triunfara de pleno al otro lado del Atlántico. Sin dejarnos llevar por fanatismos, es fácil entender ambas posturas. El staff técnico tenía a todo un subcampeón de la NBA, una plantilla muy completa donde era difícil hacer huecos. Por el otro lado, el agente del escolta inició una serie de declaraciones que marcaron su divorcio con Adelman.
El head coach habría podido lavar la ropa sucia en privado, pero juzgaba que esas distracciones perjudicaban a todos. El propio Real Madrid podía dar fe de lo problemático de Petrović cuando quería marcharse. Lo lograría en enero de 1991 hacia los New Jersey Nets, dentro de una operación que también afectada a los Denver Nuggets. El genio de Šibenik prefería en aquella aventura estadounidense ser cabeza de ratón antes que cola de un león de Portland que arrancó su reválida con unos bríos inusitados.
Un caballo de carreras
“Es difícil mantener las cosas en perspectiva en Portland”. Rick Adelman sabía que estaban en boca de todos y ya no eran ninguna sorpresa. De cualquier modo, el calendario (con muchos partidos iniciales en casa) benefició a los dueños del Oeste, capaces de encadenar sus once primeros encuentros con victorias. Frente a los Houston Rockets de Hakeem Olajuwon, Jerome Kersey terminó convirtiendo el salto inicial en la primera de las muchas canastas que vería el Coliseum. La incorporación de Danny Ainge encajaba a todos los niveles. Era un céltico campeón de los días de gloria de Larry Bird, además de una persona originaria de Oregón, encantado de firmar una campaña por el equipo de su estado. Aportó puntería y un estilo desenfadado que venía muy bien a un vestuario al que se le iba a pedir mucho más que dominar la División del Pacífico.
Hubo momentos donde el cuerpo técnico de Portland tuvo que frotarse los ojos ante la perfección alcanzada por sus pupilos: en un cuarto inolvidable conectaron 22 de sus 25 lanzamientos para dejar sin respuesta a un maestro defensivo como Larry Brown. Los San Antonio Spurs se convirtieron en un espectador de lujo en el Coliseo de Oregón para ver a un conjunto que también se dio lujos como tomarse la revancha contra los Bad Boys. Con todo, el triunfo más épico llegó ante el incómodo vecino. Jugar en el Seattle Center solía dar duelos de verdadero alto voltaje. En aquella velada ganaron tras tres prórrogas, incluyendo 38 puntos de Terry Porter, autor de uno de los lanzamientos de tres sobre la bocina más surrealistas en la historia de la NBA, conectándolo tras perder la bola y recibiendo varias faltas antes de soltar la recuperada pelota. Cada pieza encajaba en su sitio. Solucionado el inquietante asunto de Petrović quedó bien suplido con la incorporación de Walter Davis. Era un sólido veterano con buen rango de tiro que no iba a protestar ninguna jornada en el banquillo, encantado de poder estar en un club con aspiraciones de llevarse el anillo. Hubo lujos como batir dos veces a Chicago. El cuerpo técnico de la Rip City solía aprovecharse de la motivación de Duckworth, originario de la Ciudad del Viento, quien se animaba especialmente jugando en casa. Además, Jerome Kersey solía emparejarse bien con un pilar de los Bulls como era Scottie Pippen. Adelman lamentaría que la NBA no pusiera esos duelos televisados a escala nacional, peaje que pagaba su franquicia por ser un mercado pequeño.
Las primeras dudas
Siempre tienen que terminar surgiendo en una campaña tan larga. Al Charlotte Coliseum llegaron varios embajadores de los Portland Trail Blazers: el técnico de los de Oregón pudo dirigir a las estrellas del Oeste en el All Star, además de volver a disfrutar de sus pupilos Clyde Drexler, Kevin Duckworth y Terry Porter. Este último quedó subcampeón del concurso de triples contra el infalible Craig Hodges de los Chicago Bulls. Todo parecían días de vino y rosas. Sin embargo, llegó una mala racha en marzo donde hasta terminaron perdiendo cuatro partidos consecutivos. En sus interesantes memorias sobre ese largo curso, Adelman admitía que Don Nelson, flamante estratega de los Golden State Warriors, era su adversario más incómodo. En cada encuentro parecía hallar la manera de transformarse camaleónicamente para hacerle la vida más difícil a sus contrincantes.
Hubo varias reuniones y se puso a debatir si estaban perdiendo algo de combustible. Frente a rivales teóricamente inferiores en aquella época de la NBA como Sacramento ofrecían imágenes abúlicas y poco disciplinadas. A nivel de presión, la Conferencia Oeste estaba asistiendo al resurgir de Los Ángeles Lakers. Jerry West había apostado por otro ex jugador relativamente desconocido como primer entrenador, Mike Dunleavy, quien se estaba revelando como un gran estudioso del juego. Estaba sacando la segunda juventud de Magic Johnson y James Worthy, además de encontrar acomodo al joven pívot Vlade Divac. Los de púrpura y oro llegaron a amenazar la ventaja de campo que parecía el destino natural de Portland. Hubo palizas severas como la sufrida en Arizona, donde los Phoenix Suns de Dan Majerle los sacaron de la pista a base de buen trabajo reboteador. Años después, Avery Johson, otro entrenador de éxito en Dallas, afirmó que en 2006 hubo cosas que le preocuparon más en su marcha triunfal de la temporada regular que en su célebre descalabro frente a los Warriors. Adelman habría entendido perfectamente esa sensación. En ocasiones, tras un triunfo gris ante oponentes como Cleveland se marchaba cabizbajo y dudando de la auténtica fortaleza mental del proyecto que encabezaba. Mientras ellos daban síntomas de agotamiento, potencias del Este como los Chicago Bulls, en su segundo año siendo preparados por Phil Jackson, iban cogiendo una velocidad de crucero.
El 21 de abril de 1991 se cerró un curso fantástico en Portland con una derrota en Phoenix. La ciudad lamentaría que las cámaras de la NBC se marcharan para transmitir un Detroit Chicago donde ninguno de los dos gallitos tenía nada en juego esa última velada. La despedida del torneo regular sirvió para confirmar el estado de gracia de Buck Williams, quien mantuvo su estadística de 60% de aciertos en tiros de campo. El telón cayó frente a unos Suns desesperados por lograr la octava plaza del Far West. La impresión era que tenían un bloque potentísimo (hasta ocho jugadores tuvieron dobles figuras de promedio) y debían ser la gran amenaza para Los Ángeles. Habían terminado con 63 victorias y el Coliseum parecía inexpugnable.
Velocidad sónica
Adelman estrechó la mano de Paul Allen poco antes de salto inicial. El rictus del estratega parecía taciturno. Pese a haber batido a Seattle en los cuatro duelos de la campaña, los SuperSonics eran un rival muy incómodo. Y estaba su usual pesimismo para los equipos más compactos en las series cortas a cinco duelos. Eso daba una ventaja extra a los oponentes que llegaban sin presión. Ninguno de esos malos vaticinios se notó en un arranque donde Clyde Dexler y Jerome Kersey firmaron más de 60 puntos entre los dos. Incluso con el posterior 2-0, el viaje a la ciudad del doctor Frasier Crane resultaba tenso. Adelman sabía que los Sonics tenían a estrellas jóvenes como Gary Payton y Shawn Kemp, además de estar dirigidos por un genio de los sistemas como K. C. Jones, ganador de anillos como jugador y técnico. Los Blazers querían cerrar el negocio por la vía rápida. Sedale Threatt fue capaz de modificar las sensaciones de la primera ronda con un triple devastador, superando la buena defensa de Danny Ainge. La expedición de Portland supo que algo había cambiado al ver la emoción del pabellón al evitar la eliminación. El cuarto día mostró a un aspirante al título descolocando (fallaron 19 tiros libres) y dejándose empatar la ronda por unos Sonics que recuperaron su energía al máximo nivel.
El revisionado de los ayudantes de Adelman dio varias pistas para el duelo decisivo: tanto Nate McMillan como Gary Payton eran grandes penetradores y debían forzarlos a tirar más en lugar de animarlos a romper su defensa con sus cambios de ritmo. El entrenador de los Blazers insistió en usar una agresividad bien entendida y forzar a Seattle a pasar la bola constantemente, pausar el intercambio de golpes. Para colmo de males, Kathy, la hija de Adelman, había sido detenida hacía poco por vender unas camisetas con publicidad del equipo. Vista con calma, era la clásica chiquillada de un grupo de adolescentes, pero todo se magnificó por estar la hija del preparador en el pequeño negocio. El head coach de Oregón lamentaría el celo policial que llevó a la joven camada a la comisaría. Al menos, habían logrado alcanzar la segunda ronda.
Problemas en el paraíso
Las semifinales del Oeste permitieron a los Blazers superar a un rival tan incómodo como los Utah Jazz, un equipo muy bien trabajado por Jerry Sloan. John Stockton y Karl Malone habían elevado a arte el pick and roll, pero no se encontraron cómodos en el Coliseum, marchándose con una desventaja de 2-0. Estuvieron a punto de robar la ventaja de campo el último día, pero Adelman usó una de sus fórmulas favoritas: la combinación two out entre Terry Porter y Clyde Drexler. El segundo terminó asistiendo a su playmaker tras dejar atrás a Stockton, quien no conectó el lanzamiento de la victoria sobre la bocina en aquella ocasión.
Sin importar la facilidad de Karl Malone para conseguir ir a la línea de tiros libres, Buck Williams hizo el mejor trabajo posible sobre un ala-pívot casi indefendible. Terry Porter podía decir lo mismo sobre su trabajo oscuro sobre Stockton, además de verse al Clyde Drexler más generoso: sus porcentajes de tiro le convencieron de promediar 10 rebotes por noche y 5 asistencias, hallando otras vías de auxiliar a los suyos.
Castigar 4-1 a la escuadra de Sloan era toda una hazaña y Adelman se sintió incómodo ante varias columnas de Bill Walton sobre los Playoffs de su ex equipo. En el futuro, el estelar antiguo pívot chocaría con otros Blazers de carácter volcánico como Bonzi Wells o Rasheed Wallace, por lo que este precedente indica que cierta sensación ambigua ya estaba orbitando en el Coliseum antes de los Jail Blazers en el Rose Garden (edificación ordenada por Paul Allen). Walton, recientemente fallecido, fue el jugador más determinante mientras estuvo sano de la Rip City. De igual manera, su fama como polemista le llevó a varios pleitos con miembros de su antigua franquicia.
La pesadilla amarilla
El pandemónium volvía a surgir. A. C. Green era un hombre de hierro, el especialista en contención defensiva de los ala-pívots que atacaban a L.A. Por ello, parecía sensato permitirle tirar a la desesperada un triple, algo que no era para nada su hábitat natural. Para jolgorio de Jack Nicholson y el resto del séquito de Hollywood, la canasta entró y el Forum sabía que marchaba al descanso con 11 puntos de ventaja. Rick Adelman y los suyos estaban mirando al abismo. Todo empezó a ir mal cuando dejaron escapar la ventaja de campo con una remontada impensada de los de Magic en Portland. “No puedes hacer ese último cuarto ante un rival con esa calidad”, reconoció el entrenador del equipo con mejor récord. Después cada escuadra impuso la condición de local. Estaban en el sexto y parecía que el Showtime volvería a celebrar una fiesta a sus expensas. Nada de eso importó. Los Blazers volvieron de los vestuarios con sangre inyectada en los ojos.
Con profesionalidad y un juego efectivo, los hombres de negro irían recortando cada canasta para ver cómo Clyde Drexler y su elegante manera de penetrar al aro rival colocaban el empate a 83. Los angelinos reaccionaron y, a falta de un minuto, estaban en la cómoda posición de 3 tantos de margen y posesión para ellos. Justo entonces, el escolta obró el milagro, una jugada que habría sido muy recordada de no haberse producido un suceso curiosísimo que resume la andadura de este poderoso equipo de Oregón.
Magic vio a Drexler robarle la cartera y firmar un mate de concurso para helar al Forum. Volver al aeropuerto no estaba en la hoja de ruta del doctor Buss y psicológicamente podía ser devastador. Tal vez recordando una de sus pocas noches aciagas como profesional, frente a los Boston Celtics de Larry Bird en 1984, el mago de Los Ángeles dio un mal pase o, mejor dicho, Cliff Robinson logró desviarlo. De inmediato, había un contraataque de tres contra uno. Adelman no lo habría soñado mejor en su pizarra: Terry Porter, Drexler y el propio Robinson. Nada podía salir mal.
Robinson negó con la cabeza al bajar a defender. Se le había escapado de las manos una de las asistencias más sencillas que tendría en toda su carrera como profesional de la NBA. Sin oposición, Portland desperdiciaba su ataque más importante con un lapsus inexplicable en profesionales de ese nivel. Incluso el propio Adelman parecía tocado en un tiempo muerto que parecía estéril. Magic no podía regalar dos errores consecutivos en el último cuarto, así que amagó con facilidad para dejar solo a Vlade Divac. Quien fuera el diamante en bruto del Partizan de Belgrado amagó como un bailarín para lanzar a tabla… encontrándose con la inesperada ayuda defensiva de Jerome Kersey, quien fue capaz de firmar un impresionante tapón. No se contentó con el highlight y persiguió al balcánico para que sonase el reloj de posesión.
El poderoso guerrero había dado 12 segundos a los suyos para olvidarse del fallo previo. Todas las miradas estaban puestas en Clyde Drexler. Los hombres franquicia deben asumir la responsabilidad en ese momento en la cultura del deporte estadounidense. Sea como fuere, el fino escolta era asimismo un hombre de equipo, así que atrajo toda la atención para doblar la pelota a Terry Porter. En muchas ocasiones, Adelman hacía referencia a lo mucho que adoraba la contribución de su base. Observando una fotografía del dorsal 30 armando una jugada, colocó esta nota a pie de página: “Terry Porter con el balón donde más me gusta que esté: en sus manos”. Ejecutó un fino lanzamiento no forzado que se estrelló en el hierro.
El joven Vlade Divac pudo observar la mente de un genio en acción: Johnson agarró la bola y no tenía ninguna gana de practicar la lotería de los tiros libres y dar una oportunidad de oro a Portland para llevarlos a la prórroga. Con finura, arrojó la pelota en parábola para que botara tranquilamente en la pista Blazer para consumir el reloj. Ya en Sacramento, a las órdenes de Adelman, Divac intentaría esa misma treta en Los Ángeles… con nefastos resultados por culpa de Robert Horry. No quedaba tiempo para nada más. En una bonita estampa en el aeropuerto de Oregón, una gran confluencia de personas aficionadas al baloncesto en la Rip City les esperaron para ovacionarlos y agradecer el tremendo esfuerzo que habían hecho para tratar de propiciar un séptimo partido en su guarida.
El mejor de los tiempos, el peor de los tiempos
Finalizada la usual preparación inicial en la Universidad de Willamette (Salem), Rick Adelman pronto descubrió que deberían tomarse decisiones duras desde los despachos. En varios mentideros del club se hablaba de que dejar escapar a Dražen Petrović tan fácilmente sin reclamar primeras rondas del Draft era un lujo que nunca debió ocurrir. Pocas voces eran más críticas que la de Danny Ainge, quien ya estaba instalado en Oregón y quería apretar las clavijas para mejorar su contrato. Sus protestas iban tanto sobre sus emolumentos como alrededor de la incorporación de Walter Davis, un buen profesional, pero que provocaba overbooking en la posición exterior. Además, el vestuario no dejaba de estar plagado de seres humanos y hubo alguna pérdida familiar sumamente dolorosa con la que lidiar de la misma manera. Terry Porter era el catalizador de muchas cosas buenas para Portland. Rivales como Byron Scott así lo reconocían y esa pretemporada sufrió la pérdida de su padre. Apenas hacía dos años aconteció con su madre. Estrechos amigos como Jerome Kersey intentaron rodear a la mano que mecía la cuna en el Coliseum.
A nivel físico, el cuerpo médico Blazer tuvo máxima cautela con Clyde Drexler. El escolta estuvo excelso, quedando segundo en las votaciones por el MVP, solamente por detrás del inalcanzable Michael Jordan. En el All Star de 1992 tuvo la grandeza y la discreción de omitir su excelente performance para arropar a Magic Johnson en su despedida por todo lo grande del evento. Aquel día incluso el propio dorsal 23 de los Chicago Bulls admitió que, por jugar en un mercado pequeño, nadie era realmente consciente del rango de juego alcanzado por su colega. Razón de más para que Adelman dijera basta cuando uno de los tobillos de su hombre franquicia quedó en riesgo tras un enfrentamiento con la vecina Seattle. Con mucha cautela, el staff técnico le dio muchas jornadas de descanso en el último tramo de la campaña.
Acabaron con 57 triunfos, una marca excelente, pero que les alejó del peso de presión de su registro anterior. Habían planificado todo para ir de menos a más. La gerencia supo mantener la cabeza fría con el 13-9 inicial de balance que mostraron. Ese respaldo se tradujo en otro título de la División Pacífico y una revancha contra Los Ángeles Lakers. Magic ya no estaba y los Blazers mostraron oficio para minimizar a Vlade Divac y evitar el peso de la mística de una camiseta. Tenían mejor plantilla que los californianos y lo demostraron. Sin embargo, Adelman pudo volver a comprobar lo caprichoso de las series en formato
corto. Se les escapó el tercer duelo, pese al esfuerzo de un descomunal Drexler. Los incidentes en las calles de Los Ángeles obligaron a posponer el partido y, en una decisión con pocos precedentes en la NBA, a hacerlo en Las Vegas. Demasiadas distracciones que exigieron un alto grado de concentración de sus hombres, quienes cerraron en la cuna del juego legalizado una primera ronda que se reveló envenenada.
Ainge, siempre sagaz para motivar a propios y extraños, ideó una camiseta elocuente “Us Against the World”, enfatizando esa autopercepción de Portland como el underdog que estaba cerca de dar la campanada. Para ello deberían pasar por un viejo conocido, el conjunto de los Phoenix Suns. A esas alturas, Kevin Johnson admitía que tenían un incómodo déjà vu cuando les tocaba medirse a unos Blazers que les habían propinado alguna dolorosa derrota en el último segundo. Sin desplegar su mejor juego, los hombres de Adelman se fueron 2-0 a Arizona. Allí pudieron comprobar que en otras ciudades también había tensión con la prensa. Peter Vecsey, influyente y polémico columnista de la NBC, afirmó que Cotton Fitzsimmons le había hecho declaraciones quejándose individualmente de la actitud de varios de sus jugadores. El técnico negó tales afirmaciones, pero una sombra de duda cayó en el vestuario. Johnson, líder espiritual del grupo, suspiró aliviado cuando los 30 puntos del pistolero Jeff Hornaceck les hizo volver a la vida. “Saben que no van a ganar los cuatro partidos en casa. Tienen que ganar aquí”, dijo la estrella Sun poniendo alicientes a una cancha que ya tenía el título de una de las más ruidosas de los Estados Unidos.
Y el gran día llegó. Los Blazers sobrevivieron a todo el cuarto encuentro (151-153), justo el mismo día en que se confirmaba que Clyde Drexler estaba seleccionado para el Dream Team de Barcelona 92. Una sonrisa que llevó, tras la épica batalla, a cerrar la serie la jornada siguiente. “Habéis dejado atrás en cinco partidos a un muy buen equipo. Debéis sentiros muy orgullosos de lo que habéis hecho” afirmó Rick Adelman delante de la victoriosa plantilla, recordando de inmediato que el objetivo marcado era ser los dueños de la Conferencia Oeste otra vez.
El equipo más físico
Jerry Sloan había apostado que el equipo más físico se llevaría el cetro del Oeste. Y los dos primeros enfrentamientos avalaron la teoría… a favor de Portland. Porter marcó con mucha solvencia a Stockton, mientras que Rick Adelman logró cumplir su plan táctico: ala-pívots como Karl Malone van a lograr hacerte sus estadísticas, pero sí puedes obligarlos a trabajar mucho para hacerlo. Buck Williams hacía esa ingrata tarea en las sombras que tanto complacía a su staff técnico.
Curiosamente, el 2-0 con el que marcharon a las tierras mormonas incluía el rictus serio de Cliff Robinson, quien no estaba hallando la manera de producir como en él era habitual. Periodistas como Kerry Eggers elogiaron la capacidad y paciencia de Adelman, quien intentó hacerle ver que esa pequeña crisis no era ningún problema cuando todo lo demás en la eliminatoria estaba funcionando como querían. En opinión de Eggers, existían pocos dueños de la pizarra más pacientes y con capacidad docente para esas situaciones peliagudas de egos, tan frecuentes en la NBA. Por desgracia para nuestro protagonista, sus pupilos acabaron absolutamente desquiciados en el Delta Center por algo más que la resurrección de Karl Malone en todo su esplendor al poste bajo: Joey Crawford, Hue Hollins y Jack Nies fueron realmente severos penalizando a la defensa visitante. Hasta ese momento, Drexler se había focalizado en superar a Jeff Malone en su duelo individual. Ahora, ese pulso incluía recibir técnicas de Crawford. Bryant Gumbel, usando su altavoz desde la NBC, habló unos días atrás de crybabies para cuestionar la madurez de la plantilla aspirante al título. Gordy Chiesa, uno de los asistentes de Sloan, confesó a los medios que estaban empezando a descifrar las claves de Porter para ayudar a Stockton a recuperar el control en la dirección del parqué.
Adelman regresaba a casa visiblemente preocupado por la reputación que los medios alrededor de la NBA les estaban otorgando, colocándolos en el ojo del huracán del estamento de los colegiados.
Curiosamente, la vida suele tardar poco en reclamar la atención a las cuestiones realmente importantes: la baja del Jazz David Benoit para acudir al funeral de su padre era un recordatorio para propios y extraños de ello. El entrenador de Portland acabaría satisfecho de un quinto enfrentamiento con prórroga (127-121), donde supieron sacar partido de los minutos perdidos por Stockton al recibir un golpe fortuito de Drexler. Karl Malone respondió con toda su energía a las contrariedades.
Habría logrado colocar a su rival contra las cuerdas de no haber sido por Jerome Kersey (29 puntos, 10 rebotes, 5 asistencias y 4 tapones), quien terminó su hazaña con una defensa magnífica ante El Cartero de la NBA. Danny Ainge mostró su sangre fría en los tiros libres. Haberse dejado remontar sin Stockton en pista habría sido un durísimo revés en la hoja de ruta de un proyecto que apenas hallaba jolgorio en un título de Conferencia: soñaban con el anillo. Les obsesionaba.
Duckworth recibió muchos elogios por su forma de encarar a una muralla como Mark Eaton. El subidón anímico de la comunidad de fans de Salt Lake City al saber que su base preferido forzaba para volver a pista el sexto día se silenció con un parcial de 0-9 para los visitantes. Magic Johnson, improvisado analista televisivo para la ocasión, subrayó que aquella postemporada estaba mostrando a los Blazers más maduros y que no descartaba que pudieran terminar llevándose el premio gordo. Adelman pudo sentir las paradojas de su profesión. Ahora parecía que Paul Allen y Bert Kolde lo ratificarían en su puesto. Para ello solamente habían sido precisos dos viajes al anillo en el mejor campeonato baloncestístico del mundo. Karl Malone y John Stockton demostraron su categoría al acercarse a sus parejas de baile: Williams y Porter recibieron sus ánimos para dar el último paso en su ascenso hacia la gloria.
Ser como Mike
Clyde Drexler presentaba pocas fisuras en su juego. Se trataba de uno de esos escoltas estadounidenses que combinaban plasticidad y efectividad a partes iguales. Sin importar que lo conociera cuando su carrera ya estaba en decadencia, Kobe Bryant siempre afirmó que fue uno de los jugadores con los que más le impactó compartir pista. De hecho, a diferencia de otras leyendas como John Stockton o Charles Barkley, “The Glide” pudo escapar a la maldición de retirarse como futuro Hall of Fame sin anillo. Además, era una persona impecable frente a los micrófonos, un caballero en la pista y fuera de ella. Eso le había permitido sortear una pesada carga que a muchos otros habría roto las espaldas en la Rip City: él era la principal causa de que su franquicia no hubiera escogido a Michael Jordan cuando se les presentó la ocasión en el Draft. Aunque hoy pueda parecer una blasfemia, la gerencia Blazer tomó una decisión muy lógica. Sam Bowie era una fuerza interior de la NCAA que podía mejorar una de las lagunas del juego de Portland.
Era imposible pensar que sus constantes lesiones truncarían su carrera. De la misma manera, del escolta de North Carolina se podía decir que presentaba una pasta de excelente jugador, pero ni siquiera el más entusiasta análisis habría vaticinado que iba a ser el futuro ganador de seis anillos de campeón y el líder de una dinastía inolvidable en Chicago. Cada año era palpable que Drexler y MJ eran los mejores en su puesto, pero que el segundo alcanzaba unos niveles inhumanos. El astro de Portland era un sobresaliente.
Jordan, la matrícula de honor. Por ello, un sector de la prensa Blazer acusó a su ídolo en las Finales de 1992 de aceptar, como Héctor frente a Aquiles, un combate individual bajo las murallas: olvidándose del esfuerzo colectivo que él mismo pregonaba, intentó responder a cada golpe del dorsal 23 de la Ciudad del Viento. Un campo de batalla donde el referente de Chicago siempre iba a salir ganador. Las cadenas televisivas aderezaron el espectáculo en contra de los intereses de Adelman y sus ayudantes. Muchas noticias y reportajes alrededor de un pleito entre individualidades, cuando la mejor oportunidad de los de Rick Adelman era apostar por lo coral.
Magic Johnson, desde la lejanía, afirmaba que solamente veía dos plantillas capaces de evitar el inminente reinado de los de Phil Jackson: Celtics y Blazers. A juicio del
playmaker, lo podrían alcanzar apostando por muchísimo juego interior y llevando la lucha bajo los tableros.
Jordan necesitaba poco para acrecentar su competitividad. No le importaba nada que Drexler siempre hablara bien de él y que iban a ser compañeros olímpicos en Barcelona aquel verano. Quería cerrar cualquier debate sobre quién era el MVP indiscutible de la NBA. Lo que nadie pudo sospechar es que su primera victoria llegaría a base de lanzamientos de tres: los seis que convirtió llevaron al delirio a la cuna de Al Capone, mientras el propio escolta de los locales hacía gestos de incredulidad. Adelman, consciente de que aquello podía hacer mucho daño a los suyos, usó el humor en la rueda de prensa y afirmó que era un logro haber contenido a Michael Jordan en apenas 4 puntos en la segunda mitad. Por supuesto, a aquellas alturas el encuentro estaba totalmente cerrado. El espectro de los Bad Boys de Detroit volvió a hacerse muy fuerte y los vigentes subcampeones debían dar un golpe sobre la mesa cuanto antes. Y ocurrió. Horace Grant, espléndido ala-pívot a las órdenes de Phil Jackson, lo resumió a la perfección cuando señaló que Chicago llegó a la prórroga con una sensación errónea. Habían logrado la expulsión por seis faltas personales de Jerome Kersey y Clyde Drexler. Sin embargo, el banquillo Blazer respondió en el tiempo extra con la pericia en el lanzamiento de Danny Ainge, mientras que el emparejamiento de Terry Porter con el propio Jordan dio inesperadas ventajas a los visitantes. Habían recuperado la ventaja de campo y ya sabían que sus adversarios no eran invencibles. El regreso a casa permitió disfrutar de la auténtica versión de The Glide, quien estuvo soberbio en el tercer y cuarto encuentro. De cualquier modo, los hombres de Jackson recuperaron de inmediato el factor pista en un encuentro cuyo denominador común fueron las pérdidas de balón y los malos porcentajes: “No sé cómo se ha visto desde las gradas, pero era feo de ver desde el parqué”, afirmó un aliviado Scottie Pippen. Por su lado, Wayne Cooper lamentó que aquel sería el instante crítico de la eliminatoria, cuando dejaron escapar la oportunidad de golpear de gravedad a los Bulls.
Pese a ello, Adelman tuvo motivos de satisfacción cuando igualaron a dos las Finales. “Los últimos cinco o seis minutos han sido la mejor defensa que hemos jugado en mucho tiempo”. El técnico estaba encantado por las manos rápidas y la capacidad de recuperar balones exhibidas por sus pupilos en casa. “Si juegas muchas veces contra un rival, puedes aprender algunos de sus trucos. Michael debe tener alrededor de 2.000. Ha sido una de esas raras ocasiones en que he sido capaz de anticiparme sobre él y la pelota…” admitía con su usual galantería Drexler. En muchos sentidos, el pleito dialéctico entre Portland y Chicago, otro elemento básico de cualquier Final, se basó en una fuerte sensación de ser subestimados por parte de los primeros protagonistas. Adelman afirmó sentirse molesto de que los Bulls resumieran sus tropiezos el segundo y cuarto día como faltas de concentración, casi como si fuera imposible que los Blazers les vencieran en buena lid. Jordan dictó los términos del quinto enfrentamiento y el estratega de Oregón no vaciló en hablar de que era un jugador capaz de anotar desde cualquier posición.
Ahora, el día de la coronación, Phil Jackson casi podía ir preparando alguna buena excusa para tener que ir al séptimo: iban 15 tantos abajo al arrancar el último cuarto. Recientemente, los micrófonos de la NBA le habían sorprendido hablando a sus pupilos de la capacidad de Portland de bloquearse en situaciones de ventaja. Aunque dolió a Adelman el comentario cuando le llegó, ninguno de los dos lo tenía especialmente en cuenta a la víspera de 12 minutos de infarto. El Maestro Zen determinó retirar a los titulares, salvo Pippen. Una medida desesperada que incluía dejar en el banquillo al mismísimo Michael Jordan. Scottie, resentido por la forma de enfocarse la serie The Last Dance, ha sacado recientemente del baúl de los recuerdos que Text Winter, brazo derecho de Jackson, recomendó sentar a la leyenda con el dorsal 23 porque estaba destruyendo la dinámica de la ofensiva Bull al querer hacer demasiadas cosas en solitario para remontar él solo. El resto es leyenda, si bien muy discutida. Algunos dicen que la proeza llegó con un triple increíble de “Bobby” Hansen, actor de reparto en aquella plantilla de Chicago.
Otros en Oregón hablan de Mike Mathis, colegiado que se arriesgó a cortar una recuperación de Danny Ainge para señalizar una de esas faltas controvertidas que no se aciertan a distinguir ni en mil repeticiones de vídeo.
La grada de Illinois ayudó de manera admirable a sus jugadores, creando una atmósfera envolvente en el pabellón, sin importar los muchos puntos que todavía debían recuperar. Adelman gastó todos los tiempos muertos posibles, haciendo cuanto estaba en su mano para intentar romper la dinámica establecida por los favoritos. Las pérdidas de balón y los nervios ayudaron a robos como el logrado por Stacey King, mientras que otro de los árbitros, Hugh Evans, aderezó un poco la controversia al señalar una flagrante de Jerome Kersey en una acción que no parecía más dura que otras que se habían dado durante la velada. “No hay manera en que eso sea considerado una falta flagrante” marcó el entrenador de Portland. De repente, Phil Jackson notó que sus pupilos le estaban dando la vuelta, que Pippen lideraba con maestría y jugadores como B. J. Amstrong querían entregar a Jordan el partido en bandeja a su retorno, una demostración de que, en contra de lo que pensaba incluso un sector de la plantilla Blazer, no eran el espectáculo de un solo hombre. Jordan regresó para cerrar como el mejor jugador del mundo el trabajo hercúleo de su segunda unidad. En las declaraciones posteriores, un sector del vestuario de Portland confirmó haberse sentido ninguneados durante los seis duelos a nivel mediático. Pippen, en su autobiografía, afirmó que nunca sabrían qué habría sido de un séptimo encuentro contra aquellos Blazers… y que se sentía muy afortunado de que así fuera.
Balance
Vista en perspectiva, la andadura de los Blazers durante sus tres primeros año únicamente podría catalogarse como casi milagrosa. Con un balance de 179 triunfos y 67 derrotas, cada temporada habían rozado (o superado) las sesenta victorias en el torneo regular, llegando siempre como mínimo a las Finales del Oeste. De cualquier modo, un aire de fatalidad parecía rodear el entorno de una urbe cuyo gran y único equipo en el deporte profesional era vivido con salvaje intensidad emocional. Against the World: A Behind-the-Scenes Look at the Portland Trail Blazer’s Chase for the NBA Championship (1993), libro conjunto entre los periodistas Kerry Eggers y Dwight Jaynes, volvió a demostrar el detallado acceso que la prensa local de Oregón tenía alrededor de los Blazers. John Lashway y Johsn Christensen, responsables de las relaciones públicas de la franquicia, permitía una accesibilidad cercana que parecía atípica en comparativa con otros proyectos. De hecho, si se lee con detalle este fascinante trabajo, se comprobará que el texto escrito dista de ser complaciente. Incluso en los más detallados análisis de Los Ángeles Lakers, a cargo de plumas como la de Jeff Pearlman, no deja de ser evidente una lógica tendencia a proteger al equipo de sus amores, omitiendo algunos de los partidos más humillantes o instantes poco edificantes. Nada de eso es palpable en Against the World, cuyas reflexiones incluyen un cierto pesimismo vital hacia un conjunto cuyo único pecado era haber competido el anillo a dos de los mejores equipos de la historia: los Chicago Bulls de Michael Jordan y Scottie Pippen y los Bad Boys de Detroit.
Adelman intentaba calmar las aguas y desde su rueda de prensa en la Ciudad del Viento, todavía con las heridas de la remontada en carne viva, invitaba a la calma hacia un proyecto que era el líder indiscutible de la Conferencia Oeste. Queriendo verificar esa predicción, Portland ganó sus ocho primeros encuentros del curso baloncestístico 1992/93 para elevar la moral de la afición. Con todo, la configuración de la plantilla recibió un duro revés. El primer día de apertura del mercado de agentes libres, Danny Ainge firmaba por los Phoenix Suns. No solamente perdían un tirador experimentado, ahora iba a reforzar a un rival directo que ya contaba con figuras como Kevin Johnson o Charles Barkley. No en vano, Arizona pudo disfrutar aquel año del mejor récord de la NBA, superando incluso a los Bulls de MJ.
Sea como fuere, los meses pasaban y algo no terminaba de cuajar en la Rip City, sin importar que llegaron al parón del All Star con el saludable balance de 31-16 en la clasificación. El staff técnico tuvo que aprender muchas semanas a vivir sin la estimulante presencia de Clyde Drexler, aquejado de varias lesiones de gravedad. Pese al buen hacer de Cliff Robinson, quien promedió cerca de 20 tantos por partido, resultó lógico que los Portland cayera a la cuarta posición de su Conferencia. Las 51 victorias presentadas estaban muy bien, pero lejos de lo que había acostumbrado la andadura de Adelman con ellos. Con todo, el peor acontecimiento surgió fuera de las canchas: en febrero de 1993 se hizo pública y notoria la noticia de que varios Blazers habían estado involucrados en un escándalo con dos adolescentes de Salt Lake City. Los acusados fueron tres novatos (Reggie Smith, Dave Johnson y Tracy Murray) y Jerome Kersey, uno de los pilares de la franquicia a ambos lados de la cancha. Resuelto con una multa en una época donde no había todavía una concienciación social realmente fuerte acerca de este tipo de conductas, ponerse en el escaparate del país de esa forma golpeó en el vestuario. Buck Williams no solía ser uno de los líderes vocales de los subcampeones. De cualquier modo, alzó la voz para hablar del daño que sus camaradas habían hecho a un roster plagado de estrellas afroamericanas que siempre eran analizadas al milímetro por un sector de Norteamérica más que dispuesto a confirmar con sesgo sus atávicos prejuicios por temas raciales.
Ciertamente, ni Kersey ni los otros jóvenes terminaron recibiendo ningún cargo al respecto. Sin embargo, medios como el Washington Post recordaron que los cuatro hombres habían sido muy afortunados de que las leyes en ese estado contemplaran el consentimiento a partir de una edad tan temprana como los catorces años. Decir que las aguas quedaron enturbiadas en los dominadores del Far West sería quedarse muy cortos. “Dumb Team”, la cruel etiqueta que una parte de la afición y los medios deportivos les querían colocar a cada instante, tenía ahora un fundamento al que los detractores de los de Oregón podían afirmarse. Drexler, una de las personas que más había hecho por la imagen pública de la institución, se mostró igualmente consternado: “Pienso que nadie puede contestar realmente qué ha pasado. El tiempo lo dirá. Para un equipo que tiene tan buena reputación, y la mantiene, y la ha tenido desde hace mucho tiempo, que algo como esto suceda es algo realmente molesto”.
En cuanto a los rostros nuevos, el joven playmaker Rod Strickland tardó muy poco en enloquecer a la grada. Era alguien eléctrico, con movimientos vertiginosos y gran facilidad anotadora. En teoría la clase de elemento joven que encaja a las mil maravillas en una plantilla campeona. No obstante, como él mismos reconoció, desde su primera juventud había ido adquiriendo malos hábitos y un estilo de vida poco saludable que le impidieron sacar su auténtico potencial en una Liga tan exigente como la NBA. Dentro del ambiente enrarecido, consiguieron la cuarta plaza del Far West, lo cual daba ventaja de campo contra un rival tan incómodo como los San Antonio Spurs. Adelman y su recurrente rechazo a las series en formato corto, al fin, se justificó. Los Spurs robaron la ventaja de campo y lograron cerrar en su feudo el cuarto día, en un partido con prórroga donde David Robinson se multiplicó en la cancha. Caer en primera ronda contando con estrellas como Clyde Drexler era un verdadero varapalo. Tal vez en ese instante un sector de la comunidad comprendió lo absurdo de lamentar vehemente caer en la lucha por el anillo teniendo delante a Michael Jordan. Ahora sí debían estar tristes deportivamente hablando.
Un buen interior como Chris Dudley trajo aparejado un cambio en el sistema de juego que perjudicó a algunos y benefició a otros. Mientras que Cliff Robinson mejoró sus números anotadores con esa presencia en la pintura, otros como Jerome Kersey fueron naufragando. Incluso un seguro de vida como Clyde Drexler empeoró algo sus porcentajes de tiro en un año que pareció de transición. Más que un problema de Dudley, pesaba la añoranza hacia Duckworth, traspasado a los Washington Bullets. El training camp se vio salpicado con la horrenda noticia de la muerte de Dražen Petrović en un accidente automovilístico. Aunque ahora estuviera escribiendo su historia con los New Jersey Nets y la recién formada selección croata, la plantilla de Oregón seguía viendo en él a un compañero. Una muerte prematura y terriblemente absurda por la juventud de las personas que fallecieron aquella infausta velada. Rick Adelman lo recordaría con afecto en su discurso como miembro del Salón de la Fama.
Conforme volvía la rutina, quedó claro que Clyde Drexler ya no sonreía como antes en la pista. El caballero sin espada del Coliseum empezaba a pedir discretamente una salida satisfactoria para ambas partes.
La plantilla se plagó de pistoleros (James “Hollywood” Robinson y Tracy Murray), pero la química de antaño ya no estaba y el equipo Blazer no estaba balanceado. La caída frente a los Houston Rockets fue el canto de cisne para Adelman.
Habían ganado 47 partidos y perdido 35 en una campaña que habría sido buena para cualquier otra franquicia que no tuviera sus estándares. Dave Deckard, estudioso de los Blazers, afirmó que aquella versión representaba a un conjunto plagado de talento, pero que ya no sabía funcionar como unidad ni sacrificar números individuales en aras del éxito colectivo. Rick abandonaba la Rip City y no lo hacía solo. Geoff Petrie se marchaba de igual manera y ya planeaban otra revolución en la Conferencia Oeste. No obstante, esa es ya otra historia y habremos de esperar otro nuevo día para contarla.
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