Alguna mueca de incredulidad. Otras de sorpresa. Alguien que deja caer un cuchicheo al aire, seguido de una risilla sorda. La noticia empieza a correr, imparable.
Este mes de febrero se cumplen doce años de un terremoto que sacudió con fuerza no solo a la NBA, también al deporte profesional norteamericano. El protagonista no tenía un nombre ilustre, ni siquiera formaba ya parte de la liga. Era un pívot limitado e intrascendente, retirado, un apellido que parecía condenado a perderse en la bruma de la historia como decenas lo hacen cada año.
Pero no. John Amaechi no estaba destinado al olvido.
El 8 de febrero de 2007 John Amaechi reconoció, a través de su biografía Man in the Middle, que era homosexual. El primer jugador de la NBA que lo hacía en toda su historia. El sexto en el deporte profesional de los Estados Unidos.
John nunca tuvo una vida normal. Ausente su padre, fue criado en Inglaterra por su madre, una médico que procuró que nunca le faltara nada a un mozalbete que parecía que jamás cesaría de crecer. Al final de su adolescencia viaja a los Estados Unidos para pelear en el deporte que tanto amaba por la oportunidad con la que llevaba tanto tiempo soñando. Como tantos y tantos jóvenes.
Contra todo pronóstico, consigue un contrato temporal con los Cavs. No era mucho, pero para un ‘undrafted’ como él, sentarse en la mesa de los mejores, aunque fuese de forma pasajera, era casi como ganar un anillo. Tras la experiencia en Ohio, los siguientes años fueron los de volver a Europa, ya convertido en todo un hombre. Años de explorar, de sentir. De disfrutar de las atracciones que la vida ofrece a un joven deportista. Y después, el gran premio.
Los Magic reclaman sus servicios, ahora con un contrato mucho más serio encima de la mesa. Los años en Orlando serían los mejores de su carrera.
Distaba mucho de ser una estrella, pero John cumplía cuando saltaba a la pista como el que más, haciendo uso de su potencia y sus kilos. Un jugador aseado, se podría decir.
El 20 de julio de 2001, Amaechi firma por los Jazz. Quizá no era el destino más apetecible del mundo, pero un contrato multianual no es algo que un tipo como él se pueda dar el lujo de rechazar. Casi ocho millones de dólares en total. Toda una fortuna. John a partir de ahí se relaja. No deportivamente, aunque no tuviese demasiada confianza de coach Sloan, pero sí fuera de la pista. La seguridad de una vida resuelta le permite empezar a ser él mismo. Él mismo de verdad. Y eso es algo que no todo el mundo puede asimilar.
– ¿Eres maricón?
– Tranquilo, no tienes nada que temer.
Greg Ostertag, el colosal pívot de los Jazz, le hizo la pregunta de la que casi todos en el vestuario conocían hace tiempo la contestación.
Una respuesta que cuatro años después se hizo pública a nivel global. Al igual que el modo en el que fue tratado John desde que mostró su condición de homosexual. Cuenta en su libro que Larry Miller, el dueño de la franquicia, era un fanático intolerante. Es fácil de creer esta versión, ya que Miller, dueño de los cines de Salt Lake City, vetó de sus salas la película Brokeback Mountain, en la que dos vaqueros mantienen una relación intima. También habla John Amaechi de su compañero Karl Malone, al que tacha de homófobo. Y del mítico Jerry Sloan, al que acusa de odiarle simplemente por su condición sexual.
Pero no todas las referencias son negativas. Amaechi describe el apoyo que recibió de un compañero, al que se refiere como Malinka, que traducido al ruso significa “pequeño”, y que fue uno de sus pocos apoyos en tierras mormonas. Malinka, que es fácilmente asociable al fantástico alero Andrei Kirilenko, le invitó a pasar el fin de año en la fiesta que organizaba, a la que, según le dijo, era libre de acudir con un compañero, si es que lo tenía. Aquel gesto tuvo un valor simbólico extraordinario para Amaechi, sumido entonces en un infierno personal, y es sin duda uno de los pasajes más emocionantes del libro.
Ha pasado una eternidad desde que John contó su secreto al mundo. Desde entonces, solo Jason Collins ha dado un paso más. Confesar su orientación sexual estando todavía en activo. Un acto valiente pero aislado. Demasiado, para una liga tan avanzada como la NBA, que presume de integración a tantos niveles, pero que sigue teniendo vigente una asignatura que sencillamente no se puede permitir suspender.
Artículo publicado originalmente en Skyhook #14, que puedes adquirir aquí
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