Se trataba de un nuevo obsequio para el Bercy Arena. La grada internacional ya debía estar acostumbrada a estos gestos, puesto que hasta en cinco ocasiones de las últimas y fabulosas semanas el protagonista ha regalado esta misma hazaña: Nikola Jokić se dispara a otro triple-doble sin importar que se mida a la flamante campeona de la Copa Mundial FIBA: Alemania debe ceder ante el peso incontestable de 19 puntos, 12 rebotes y 11 asistencia del genial hombre alto balcánico, una de las atracciones de los Juegos Olímpicos de París (2024).
Siempre es gratificante ver a las grandes figuras pasar dejando su impronta en la honorable tradición inaugurada en la antigua Grecia. Con todo, hay algo más que escapa al merecido bronce que se colgaran en el cuello los pupilos de Svetislav Pešić: Jokić dedica unos importantes instantes para abrazar y felicitar a sus contrincantes bávaros. Sin importar su condición de MVP, el jugador de los Denver Nuggets confirma involuntariamente ante el globo que el espíritu olímpico ha pasado también por su interior, que no ha sido únicamente un atleta excepcionalmente dotado.
Posteriormente, apenas unas horas, una de las ciudades más hermosas de mundo asiste a otro evento de máximo nivel. Francia intenta responder con todo ante la enésima versión del monstruoso Dream Team. Guerschon Yabusele festeja con rabia su mate ante toda una deidad de la NBA, el campeonato donde quiere regresar a toda costa, como LeBron James. El encuentro se va apretando y únicamente los triples milagrosos de Stephen Curry evitan males mayores para los sueños de oro de Steve Kerr. Su pupilo aventajado en los Golden State Warriors no solamente hipnotiza con su ataque vibrante y legendaria puntería, se permite mandar a dormir al público; lógicamente, al celebrarse en casa, la mayoría iban con la causa gala.
Vincent Collet, quien renunciará el día siguiente a su puesto, puede presumir de una plata bien ganada frente a un adversario casi todopoderoso. La delegación del USAB respira al mantener su hegemonía, permitiendo con apuros que enfant terribles como Draymond Green puedan seguir provocando con sus polémicos comentarios en las redes sociales. De cualquier modo, si colocamos la lupa, sucede algo parecido a la fantástica Olimpiada de Barcelona, aquella donde Michael Jordan lideró a la primera generación de profesionales NBA en el viaje áureo: hay un tercer invitado. Una escuadra que no ha disputado siquiera la final, pero que merece por méritos propios un pedacito del corazón de la persona aficionada a los valores del deporte.
En el 92 sucedió con la recién reconstruida Lituania de Arvydas Sabonis. Actualmente, por más que se deslumbrante ver la puntería de Kevin Durant o intuir el futuro esplendoroso de Víctor Wembanyama, parece legítimo pensar que la cita parisina tuvo un seleccionado capaz de entender que significa exactamente este fenómeno que paraliza al planeta cada cuatro años: Serbia hizo algo más que competir en el parqué con excelencia, recorrió un camino de honor que no se puede cuantificar.
El viejo mulero
“Solamente nos ha faltado competir contra los Golden State Warriors”. Las palabras del curtido técnico provocan alguna risa en la sala de prensa. Sin embargo, no ha mentido bajo ningún concepto. El viejo maestro balcánico ha aterrizado en la Ciudad Condal a comienzos de 2018 para lograr una misión imposible: sanar a un Barcelona herido y llevarlo a una Copa del Rey donde tiene menos vitola de favorito que nunca.
Cada ronda suena a un pequeño milagro de estratega que estuvo en la pizarra del triplete blaugrana del año 2003. Vencen al anfitrión del torneo, un siempre correoso Gran Canaria. Asimismo, al Baskonia, equipo del que Pešić está enamorado por su propuesta de juego. El título, finalmente, se alza a costa del Real Madrid de Pablo Laso, el conjunto dominador de la década, una máquina bien engrasada de veteranos donde hay promesas con el calibre galáctico de Luka Dončić. La sonrisa del viejo zorro esconde la pasión de un enamorado de las canastas que no otea en el horizonte una merecida jubilación.
Tampoco se entiendan estas palabras como un mero panegírico. Junto con magníficas prestaciones, nuestro mismo protagonista fue capaz de permitir la venta rápida y acelerada de Šarūnas Jasikevičius, cuando cualquiera podía ver que se estaba casi regalando a un playmaker diferencial en el Viejo Continente que dio dos Euroligas consecutivas al Maccabi Tel Aviv. De igual manera, hay quien reprochara que en el Palau hizo planteamientos conservadores cuando contaba con plantillas que podrían haber plasmado una propuesta mucho más alegre para el público.
Tampoco terminó de encajar del todo bien con Nikola Jokić. En los comienzos como seleccionador de Serbia, solía acusarse al coach de no dar los minutos que merecía una estrella de ese calibre, tal vez por ese sentido de balanza equilibrada que siempre ansía imprimir Pešić, poco amigo de las heroicidades individuales. No obstante, esos y otros justificados reproches deben afrontar una realidad: a sus setenta y cinco años, cual grabado de Goya, el técnico sigue aprendiendo, aplicando nuevos sistemas y mostrando que respira pasión por los cuatro costados ante retos imposibles. De eso tuvimos varias muestras en Francia.
El milagro de Australia
Josh Giddey estaba siendo una pesadilla. Por momentos, el electrónico lucía un apabullante 46-22 que parecía sepultar cualquier esperanza serbia en aras de poder luchar por las medallas. Por supuesto, todo el mundo parecía contar con el “Joker” de la NBA, uno de esos enigmas tipo Larry Bird que reconcilian a la hinchada con un deporte que parece condicionado por el físico y la altura: puro talento. De cualquier modo, para tumbar a una escuadra como la australiana nunca ha bastado con una figura. Los balcánicos hallaron al escudero ideal en Bogdan Bogdanović, quien fue de menos a más durante toda la velada.
Discípulo aventajado de Željko Obradović, quien fuera estrella del mejor Fenerbahçe que se ha visto en las canchas turcas, Bogdanović ha acostumbrado a su selección a caviar, representando el factor Scottie Pippen al servicio de su estrella. Mientras todas las miradas se posan en el genio que juega para el estado de Colorado, él se postuló como “culpable” principal de la clasificación para aquellos cuartos de final donde estaban casi noqueados. De idéntica forma, Jordi Fernández todavía mantendrá dolorosos recuerdos de los triples de un asesino nato que apeó a su Canadá de la máxima cita mundialista.
Sin importar su aspecto de abuelo entrañable, existen pocas broncas en el mundo deportivo que puedan igualar en intensidad a las de Pešić. La arenga tuvo lugar en el instante más crítico del segundo cuarto, justo cuando la calidad australiana estaba levantando todo tipo de grietas en el muro defensivo serbio. Reprochó ásperamente la poca utilización del límite de faltas que llevaban sus pupilos, levantando a los suyos de una siesta inadmisible frente a un rival del máximo nivel. Casualidad o no, las barricadas mejoraron y el marcador quedó totalmente volteado en un hito que pasará a las estadísticas más insólitas de la competición.
Entre las sombras, Aleksa Avramović se convirtió en el héroe poco apreciado en las loas posteriores, puesto que su ejemplo marcó cuál debía ser el balance defensivo preciso para emerger de la terrible trampa en la que se habían adentrado. Nikola Milutinov, una torre colosal que ha recuperado el Olympiacos para la causa de la Euroliga, se iría convirtiendo en el mejor socio posible para el Joker de los Balcanes. «¡Srbija! ¡Srbija!» comenzó a escucharse en Bercy.
Patty Mills emergió, confirmando que es un experimentado líder guerrillero que sabe interpretar como nadie las señales de humo. Cuando se apostaba por el descalabro total de Australia, el exterior asumió la responsabilidad y clavó una daga a décimas de la bocina final que abocada el duelo a una prórroga donde la fuerza emocional, una vez más, volvía a cambiar caprichosamente de bando.
Nada menos que cinco minutos de agonía donde actores secundarios con la solera de Filip Petrušev dieron un paso al frente para salvaguardar las espaldas de sus astros. Cansado de deambular alrededor de contratos mínimos en la NBA, el pívot estaba necesitado del contacto con gradas como la de Atenas o Belgrado, mientras que este verano le ha permitido compartir cancha con algunos de los mejores baloncestistas del planeta. Ha sabido aprovecharla con un trabajo de intendencia lúcido en un día donde Jokić destapó su habilidad taponadora para cerrar el peligro aussie.
Los lobos cherokees
La profecía de Svetislav Pešić no se ha cumplido, pero casi. No son los Golden State Warriors, aunque Steve Kerr y Stephen Curry lucen en la bandera estadounidense. A lo largo de las ruedas de prensa previas a las semifinales, advierte de que se van a enfrentar al mejor combinado nacional jamás ensamblado. Lo conocen de amistosos y enfrentamientos previos, nadie se hace ilusiones: deben perder en un 99’9% de escenarios. Incluso podría decirse que a la organización le vendría bien el asunto porque un duelo de las leyendas NBA contra la anfitriona garantizaría gratas audiencias.
En paralelo, Novak Djokovic, otra leyenda de Serbia, va camino de uno de los pocos retos que se le han resistido: la medalla de oro olímpica en individuales. Incluso alguno de sus más prodigiosos competidores, Roger Federer, tuvieron que “conformarse” con el éxito en dobles y la esforzada plata en modalidad individual. Entre sus clases de raqueta y polémicas extradeportivas por sus actuaciones durante la época pandémica, Djokovic es uno de esos tenistas que no dejan indiferente a nadie. Suele contar la historia de su niñez cuando vio a un lobo muy de cerca y finalmente sintió una conexión. Un relato tan bien contado y con tantos detalles que, sin negar su poso de verdad, parece esconder un ingenioso ejercicio de auto-marketing para hacerse ver como una encarnación del animal feroz. Algo parecido a lo acometido por Kobe Bryant con la Black Mamba de ecos tarantinianos.
Djokovic termina triunfando en el suelo parisino a costa de un talento exuberante como el de Carlos Alcaraz. En dos sets, el juego del español deja algunos golpes memorables, celebrados con mucha efusividad. De cualquier modo, queda una sensación en el aire de que las picaduras mortales son las de un veterano forjado en una rivalidad con dos colosos como Rafael Nadal o el ya citado Federer. Saber distinguir el momento vital. Si bien Draymond Green concedía nulas posibilidades a Serbia contra los Estados Unidos en la previa, Pešić esconde un depredador bajo la piel de cordero. Al sonar la bocina, Steve Kerr admitiría haberse sentido agradecido y humilde ante unas semifinales que nunca serán olvidadas.
Con el recuerdo de las anteriores palizas y una hábil defensa zonal camuflada, el curtido técnico supo crear un dispositivo que exigió el máximo de su contrincante. Solamente Curry y su mítica puntería aguantaban el tipo, pero incluso el habitualmente sonriente Carmelo Anthony vestido de civil buscaba alguna una situación que podía revivir a los fantasmas del pasado. Normalmente alejados de la villa olímpica y con sus propias reglas en algunas cuestiones de la FIBA, cada versión del Dream Team despiertas emociones ambiguas en la persona aficionada neutral. Su talento y superioridad suscitan admiración. Ciertas maneras y la manera de afrontar posibles derrotas asocian a auténticos devoradores de récords como niños prodigios malcriados.
Jokić fue mucho más que sus 20 puntos. Con desparpajo y sin perder el rictus, regalaba asistencias fáciles, casi de pachanga, frente a iconos del basket como LeBron James. Una carta ganadora a la que sus compañeros se acogieron y se lanzaron a por el cuello del gran favorito del oro. Bogdanović, con muchísimas ganas de reivindicarse como uno de los mejores en su posición, igualó el tanteo de su líder e hizo soñar a toda una nación con una auténtica hazaña homérica en los Juegos Olímpicos.
Incluso en la atronadora respuesta (32-15 de parcial para remontar), Estados Unidos pareció alejarse de la historia mil veces contada frente a las hogueras de que Chuck Daly no tuvo que pedir nunca un tiempo muerto como máximo responsable de la selección de Barcelona 92. Kerr precisó de todo lo que Curry tenía en el depósito y de que los colegiados fueran tan generosos con los bloqueos de Joel Embiid como rigurosos e implacables con las cuatro rápidas faltas personales asignadas a Jokić. El gigante se limitó a desplegar todo su potencial y mantuvo a expresión que lo acompaña tanto cuando “barre” a Los Ángeles Lakers en una postemporada como cuando le toca a él caer eliminado.
Pešić no pensaba dejarlo correr. Hay una leyenda entre los nativos americanos más aguerridos sobre dos lobos, uno de piel blanca y el otro de color oscuro, en la perenne lucha por el alma de la persona. Igual que puede ser despiadado ante las malas defensas o una actitud poco sacrificada a su juicio, el curtido profesor protege a su alumnado cuando lo siente agredido. Un equilibrio de las dos naturalezas. Sus felicitaciones a la delegación del USAB incluyeron la perplejidad ante el distinto respeto que los silbatos les dieron. Acostumbrado a pedir a sus pupilos a no entrar en dimes y diretes con los colegiados, espera un quid pro quo que no sintió en unas semifinales que, sea como fuere, pasaran a los anales de los mejores duelos olímpicos.
En la Vieja Escuela el resultado no lo es todo. Ognjen Dobrić hizo lo que debía al lanzar un triple que podría haber puesto el colchón definitivo. Fue uno de los héroes contra Australia. Era lo que debía hacer el alero y no se iban a escuchar reproches en ese sentido. A quienes sí pitarían los oídos seria a las autoridades que debían velar por un enfrentamiento justo y en igualdad de oportunidades. Serbia había planteado ese escenario idílico que solamente podía darse el día D y la hora H. Quedaron penalizados por las faltas personales del que estaba siendo el mejor jugador del torneo, el respeto al juego físico en los bloqueos de los legendarios pistoleros estadounidenses y el propio agotamiento que impidió a los balcánicos tener la energía suficiente más allá del arco en la segunda mitad.
Los festejos desmesurados de las deidades de la NBA no solamente honraban su forma de sobrevivir al abismo… también personificaban qué había hecho Serbia durante 38 minutos en una especie de homenaje a la primera pelea entre Apollo Creed y el desconocido Rocky Balboa.
El valor de las cosas
“Este bronce brilla como un oro para nosotros”. Las declaraciones son de alguien que dista muchísimo de ser eso que en la cultura deportiva norteamericana más extrema (e implantada a otros lugares de Occidente) se ha denominado con mal gusto como el winner o el loser. Vasilije Micić ganó todo lo posible en el Anadolu Efes de Ergin Ataman, obligando a un monstruo como Shane Larkin a reinventarse si no quería perder la titularidad. Instituciones de la Euroliga como el Olympiacos pueden dar fe de la puntería legendaria de un artista que tomó la exigente decisión de atreverse a cruzar el Atlántico cuando era un rey incontestable en Estambul para desgracia de rivales con el potencial del Real Madrid o el Barcelona.
LeBron James todavía recuerda con amargura el bronce de Atenas. Carmelo Anthony, casi siempre a pie de pista para apoyar a su país y a los últimos compañeros de generación, tampoco ha olvidado el estropicio provocado por Papaloukas para el milagro heleno de 2006 en Japón. Da la sensación de que en el USAB únicamente vale el oro y cualquier otra cuestión es un fracaso. El palmarés avala y nadie puede discutir la hegemonía de sus atletas en esa disciplina, además de que han marcado el rumbo a seguir por alguno de sus más enconados oponentes (al final, los mejores jugadores de España, Argentina, Lituania o Francia, por citar solamente unas cuantas, terminan doctorándose en la experiencia NBA).
Por ello, resultó tan importante la pureza serbia que se manifestó en figuras como Vasilije Micić. Era una cuestión de respeto a un gran combinado como Alemania, dueña de prodigios como Dennis Schröder. Un tercer puesto a nivel planetario en una competición tan augusta como traicionera no se logra todos los días. Posteriormente, la imagen descamisada de Jokić, dueño ya de un anillo nada menos, bebiendo y comiendo con sus amigos con una sencillez apabullante contrastó con un deporte altamente profesionalizado y donde el marketing es un Santo Grial contra el que no se puede blasfemar.
Micić afirmó que sus compañeros y él trataron de ignorar una posible sensación de desesperación. Hay varios exponentes de prodigiosas escuadras que se fueron con amargo sabor de boca de la cita tras haber desplegado el basket más vistoso: la Lietuva de los Juegos Olímpicos de 2004 merece una mención aparte en dicho panteón de reyes sin Corona. Serbia salió a divertirse, confirmando su propuesta y el aroma de divertirse durante el proceso.
La Federación de Baloncesto Serbia tuvo que ir recomponiéndose de inmediato tras tanto festejo, especialmente porque uno de sus máximos artífices, el seleccionador, confirmaba un retiro que ya llevaba tiempo anunciado. Quedó la sensación durante toda la competición de que nada de lo que sucediera en París iba a impedir a Pešić colgar los bártulos de un combinado nacional en que ha cerrado dos círculos preciosos. Se iba contento por su última victoria, una donde pudo exhibir su buen conocimiento de una selección con la que ha trabajado, Alemania, no dejan de expresar su admiración por figuras como Franz Wagner y afirmando a todo aquel que quisiera escucharlo que ambas naciones debieron disputarse el oro.
Desde luego, Jokić no se ha aburrido con él. El mismo mister, capaz de decirle que no viniera a los Juegos Olímpicos si no estaba mental y físicamente en forma, que lo sentó con Puerto Rico para impedir un triple-doble se rindió a su jugador como el mejor del planeta el día de la derrota contra los Estados Unidos. El camino del honor.
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