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Reflejos

Denver 2009: La gran oportunidad

Los Nuggets de Carmelo sorprendieron con una metamorfosis con pocos precedentes en la historia, haciendo soñar a su afición con un anillo que finalmente no pudo concretarse.

Denver Nuggets 2009
Arthur Mouratidis / Creative Commons

«Me pone mal decirlo, pero se supone que deberíamos haberles ganado ese año. No me gusta la palabra debería». Aquella confesión de Carmelo Anthony a Dwyane Wade representa la metáfora perfecta de una campaña crucial en las tierras de Colorado: los Denver Nuggets del curso baloncestístico 2008/09 sorprendieron a la NBA con una metamorfosis con pocos precedentes, haciendo soñar a su grada con el milagro de un anillo que, con todo, no llegaría hasta le era de Nikola Jokić.

¿Por qué un éxito innegable se convirtió en un recuerdo amargo para uno de los referentes del USAB en los Juegos Olímpicos? Hoy en Skyhook vamos a viajar al frío invierno de 2008, justo el instante donde se dio una operación que alteró la vida de dos grandes jugadores para siempre.

The Trade

En noviembre de 2008, los Denver Nuggets aceptaban un intercambio con los Detroit Pistons. Joe Dumars, buscando agitar la coctelera de un proyecto ganador, pero necesitado de algo distinto tras la marcha de Ben Wallace, había rozado incluso la posibilidad de traer a Kobe Bryant. Su siguiente tentativa tampoco iba escasa de talento: Allen Iverson, para muchos, el anotador más duro libra por libra de la NBA. A cambio, la Ciudad del Motor mandaba a Chauncey Billups, MVP de las finales de 2004, un base trota-mundos que logró hacer explotar todas sus virtudes como floor general en el Palace de Auburn Hills.

Billups ya conocía las montañas de Colorado, puesto que militó en las filas de Denver en la temporada 1999/00. No obstante, ahora era un jugador muy cambiado, con gran madurez en las eliminatorias por el título. Los altos mandos de la franquicia detectaban que la pareja formada por Iverson y Carmelo Anthony (una de las joyas del draft de 2003) eran ametralladoras, pero que en las eliminatorias faltaba un punto de experiencia. The Answer acaparaba mucho el balón por su don natural, igual que Melo. Por ello, la llegada de alguien más distribuidor podía mejorar el roster, aunque se perdiera en el camino a un Salón de la Fama en potencia.

Billups tuvo una reunión conmovedora con sus amigos inseparables. Gente como Richard Hamilton no solamente compartían el balón con él para buscar las mejores posiciones de tiro, estaban unidos por una sincera amistad. Las llamadas telefónicas al núcleo duro (Tayshaun Prince, Rasheed Wallace, etc.) no quedaron exentas de alguna lágrima. Detroit estaba invicto en aquel inicio de campaña. Nadie podía imaginar que Michael Curry iba desde entonces a sufrir un naufragio constante en un año fatídico para el antiguo gallito del Este, quitando alguna exhibición de Iverson en escenarios como el Staples Center o un triunfo a domicilio en San Antonio durante la fase regular.

Por el contrario, la química funcionó de inmediato para las huestes de George Karl. En abril, mes fundamental para conocer el estado físico y anímico de una plantilla que va a luchar por el campeonato, solamente cedieron un par de encuentros. Segunda plaza de un Far West Salvaje, el Pepsi Center contaba con muchas ventajas, no solamente la altura. La grada tenía ojitos derechos como Chris Andersen, renacido tras haber violado el programa antidroga de la NBA. En lugar de quitar su ficha, la franquicia le cuidó, permitió que se entrenase y «El Pájaro» volvió para desplegar el mejor basket de su carrera. También había nombres como Nené Hilario, explosivo ala-pívot brasileño que había superado serios problemas de salud y, junto con un veterano con dos títulos de la conferencia Este, Kenyon Martin, era el pilar de un froncourt rocoso y temible.

La tarjeta de presentación

«Nunca imaginé que ganaríamos por 58 puntos. Siempre pensé que nadie podía hacerlo en Playoffs». Carmelo Anthony, acostumbrado a sufrir deportivamente en aquellas semanas de trabajo, estaba extasiado por la primera ronda de la conferencia Oeste 2009. Los análisis especializados elogiaban el estado de forma de la plantilla de George Karl, aunque nadie se atrevió a vaticinar un terremoto de esa intensidad.

Los New Orleans Hornets venían de una épica temporada anterior, perfectamente liderados en la pista por Chris Paul, quien advertía que Billups era «el fuel» que necesitaba Denver para dar energía a su talento. Apenas hacía unos meses, los pupilos de Byron Scott tuvieron a los San Antonio Spurs contra las cuerdas. Sin embargo, Tim Duncan y Ginóbili lograron prevalecer. Ahora, la magia del moméntum parecía desvanecida en beneficio de unos adversarios que venían cansados de irse a las primeras de cambio de la mejor liga del planeta. Generalmente, verdugos como L.A. o los Spurs los terminaban despedazando con su estilo coral.

George Karl, rodeado de micrófonos después del triunfo, se confirmó como uno de los técnicos más peculiares de la NBA. Con experiencia en finales con los Seattle SuperSonics de Gary Payton y Shawn Kemp, también había ejercido sus funciones en Europa, nada menos que en un club con la relevancia del Real Madrid. Nadie podía cuestionar su pizarra o pasión por el basket, si bien sus declaraciones podían ser chocantes. Con Billups desatado en los dos primeros choques en casa, sobrepasando la treintena de puntos, su técnico afirmó que era un ganador, pese a su falta de cualidades. Luego se corrigió al señalar que quería decir que era muy cerebral y prefería el bloque a la acción individual. Sea como fuere, el Pepsi Center podía asegurar que Mr. Big Shoot merecía mayor aprecio por el triunfo en la postemporada.

Desmintiendo el tópico que inciden sobre que en la NBA no se defiende y que el basket es un deporte blando, el tercer choque donde los Hornets cayeron 63-121 mostró unas barricadas infernales. Incluso Carmelo, arma ofensiva enorme con fama de acomodado en la defensa, demostraron que Denver quería hacer algo en aquel curso. Desde ese correctivo, los Hornets fueron una legión derrotada que solamente esperaba el golpe de gracia. Byron Scott observaba a un antiguo jugador, el joven J.R. Smith, avanzar a las semifinales del Oeste. Realmente, aquellos Nuggets eran una mercurial combinación de talento y temperamentos volcánicos. De momento, todo les funcionaba.

O.K. Corral

El siguiente contendiente se antojaba temible. Los Dallas Mavericks habían apostado por asociar a uno de los bases más completos de la liga, Jason Kidd, con un All Star perenne como Dirk Nowitzki. El propio LeBron James protestó amargamente por haberse quedado sin el completo playmaker para la causa de Cleveland. El ala-pívot alemán logró ser nombrado en el quinteto ideal de la NBA por su prodigiosa segunda vuelta en el torneo regular. Sin importar esas estadísticas tan notables, Billups siguió ordenado a sus compañeros en la pista del Pepsi Center, donde la dureza del anfitrión empezó a ser criticada por fans rivales y medios de comunicación.

Otras cuestiones pudieron beneficiar a los Nuggets. La pareja en aquellos momentos de Nowitzki fue arrestada por la policía, acusada de falsa identidad. El crack alemán se comportó en todo momento como un perfecto caballero y su rendimiento no pareció verse afectado por la exposición mediática. Más preocupante era cómo la defensa exterior de Denver (Anthony Carter, Dahntay Jones, etc.) estaba desactivando a un especialista como Jason Terry, revulsivo y sexto hombre de los texanos, heroico a la hora de dejar en la cuneta a los Spurs de Popovich. Carmelo anotó una daga mortífera para colocar el 3-0 en la tierra de J.R., con error arbitral incluido reconocido por la NBA, y ya luego solo era cuestión de tiempo. Complacido con el 4-1, Billups advertía que Melo había dado un gran salto en su carrera.

«Los Nuggets son unos matones, y eso incluye a tu hijo». Mark Cuban, dueño de los Dallas Mavericks, se dirigió así a la madre de Kenyon Martin durante el tercer partido de aquellas semifinales. El improperio mostraba el grado de hastío que provocaban los Nuggets, un caballo desbocado que parecía imposible de domar en un Far West que no había contado con aquel proyecto al principio de curso. El resto de la NBA miró asombrado cómo se desembarazaron de unos Mavs realmente fuertes como si apenas hubieran sido una pequeña molestia en su camino.

Nombres como Chris Andersen echaban fuego en esos partidos por el título con hasta seis tapones. Con todo, el rival por el cetro del Oeste iba a ser poderosísimo: Los Ángeles Lakers, quienes había acompañado el talento de Kobe Bryant con el fichaje estrella de Pau Gasol hacía apenas a un año. La recompensa por el reto se antojaba irresistible. La rodilla de Garnett había dicho basta y la Conferencia Este, con muy buenos equipos, podía ser más manejable en unas hipotéticas finales sin el ogro verde del Big Three.

Entre la fantasía y la realidad

Antes de comenzar la campaña, el staff técnico preguntó a cada miembro de la plantilla que rol le gustaría ser en su mundo ideal. Dahntay Jones no dudó, «Kobe Bryant». El escolta angelino era el mejor jugador en talento individual de todos esos Playoffs. Además, proceso de Colorado mediante y duros años deportivos sin Shaq, tenía el punto de madurez para canalizar su don en aras del colectivo. Con todo, los angelinos llegaban rasguñados, puesto que las estrategias de Rick Adelman habían llevado a unos diezmados Houston Rockets a una serie de siete choques donde el Maestro Zen, Phil Jackson, admitió que su equipo era Jekyll y Hyde.

Kobe Bryant tampoco estaba complacido, pese a sobrevivir a Ron Artes y sus arteras tretas. No vaciló en lanzar un aviso a navegantes: «Denver es un gran equipo. Fuerte por dentro. Fuerte en el perímetro. Un gran problema para nosotros». De hecho, sin importar la ventaja de campo, parecía factible que la irregular escuadra de púrpura y oro pudiera perder en su feudo contra un equipo joven, ambicioso y con un anotador tan demoníaco como Carmelo. Billups lo abastecía de balones y era más generoso que el exuberante Iverson, con quien Anthony tenía una relación personal excelente. De cualquier modo, parecía que su nuevo asociado convenía a que luciera su estrellato en la pista.

Los Nuggets se presentaron con una insolencia y presencia física que amedrentaba en el primer cuarto. Los Lakers, como siempre hacían en aquella era, se encomendaron a su mejor jugador. Con un Carmelo Anthony que veía la canasta como una piscina, Bryant empezó a exhibir el mejor juego de pies que la NBA había visto desde Michael Jordan.

Paulatinamente, fue metiendo a los suyos en un duelo en O.K. Corral. Los 40 tantos del escolta angelino frente a los 39 del Nugget. Derek Fisher, muy criticado en la serie ante los Rockets (incluyendo una acción sucia absolutamente innecesaria contra Luis Scola), demostró de qué pasta estaba hecha su templanza como capitán y anotó triples decisivos en el último cuarto. La diferencia es que Chauncey Billups hizo lo propio con una eterna sonrisa; en Detroit se ganó el mote de Míster Big Shoot por algo. Con todo por decidirse, Anthony Carter ofreció demasiado su saque a media pista y Trevor Ariza selló con un robo el triunfo psicológico. Ninguna plantilla de Phil Jackson había perdido una eliminatoria tras ponerse 1-0.

Días de felicidad

Lo habían logrado. Denver cerró filas tras la dolorosa derrota e incluso se dieron el lujo de remontar 14 puntos de desventaja ante los Lakers. Billups osó usar la espalda de Kobe para sacarse a sí mismo y anotar un tiro a tabla clave. Carmelo seguía iluminado en puntería. Era el plan de los de George Karl funcionó a las mil maravillas. Robar la ventaja de campo y aliarse con su devota grada para meterse en las Finales. Por un mágico instante, eso pareció posible en el Pepsi Center.

Con todo, había miguitas de pan que se perdieron por el camino. De no haber sido por Trevor Ariza, podrían haber vuelto a su guarida con un 0-2 que parecía virtualmente imbatible. De la misma forma, Anthony Carter, el suplente principal del curtido Billups, no estaba hallando su ritmo. J. R. Smith dejaba chispazos de calidad al alcance de muy pocos, pero no lograba la regularidad que es vital para batir a un oponente con tantos recursos como los de púrpura y oro.

Por momentos, Smith hacía enloquecer a los suyos. Logró un triple sobre la bocina del tercer cuarto en las narices de Sasha Vujačić. El electrónico lucía 8 puntos de ventaja para los locales. En el otro banquillo, una serpiente cargaba su veneno: Kobe Bryant se puso manos a la obra y bajó todo el entusiasmo. Aquel día, Jones sobrepasó los límites y le dio un empujón innecesario mientras estaba en el aire entrando a canasta. Podría haber provocado una lesión fatal. Ya en el Staples le había propinado una falta dura con todo resuelto. Bryant, en el momento de plenitud en la pista, ni se inmutaba. Tiro libre tras tiro libre, enmudecía a una grada encantada de odiarle. Penetraba a canasta ante perros de presa como un Kenyon Martin reverdeciendo sus mejores laureles en los días de los Nets.

Con un lanzamiento de tres con rectificado imposible ante Smith, Bryant, casi exhausto por la exhibición, puso a los de Phil Jackson con la ventaja, devolviendo la moneda a una daga de J.R. sobre un Fisher que sufría mucho intentando contener al explosivo joven. Martin estaba en la banda con 95-97, había tiempo de sobra, Billups y Anthony eran garantías. Entonces… Trevor Ariza demostró ser el más listo de la por segunda vez. Carmelo casi no respondió cuando los colegiados señalaron la falta que se vio obligado a hacerle. Ariza se escapaba para certificar una sorpresa que dejó a los Nuggets patidifusos. Podían haber ganado los tres. Únicamente lucía una victoria en el casillero. Los angelinos volvían a mostrar esa cordura que caracteriza a los equipos veteranos cuando los jóvenes exuberantes tienen problemas para controlar su propia explosividad.

El triunfo del Doctor Jekyll

El cuarto choque fue el único donde Melo pasó casi desapercibido. No importó, bajo la comandancia de Billups, quien estaba siendo exprimido minuto a minuto, todos los Nuggets arrimaron el hombro para derrotar a L.A. como bloque. Anthony, aquejado de un virus estomacal y con problemas en el tobillo, asistió conmovido al recital de su escuadra. Ya no eran el equipo de un solo hombre o de dos superestrellas anotadoras. Aquella velada Denver volvió a exhibir que todo era posible en el Pepsi Center y que el cuento de hadas podía terminar enfundándose un anillo.

Melo podía aprovecharlo para transformar su propio legado. Era compañero generacional de una bomba como LeBron James, el prodigio de los Cleveland Cavaliers que estaba siendo sorprendido por los Orlando Magic de Dwight Howard y Hedo Turkoglu. Todos los pronósticos distaban que el astro de Colorado viviría a la sombra de un prodigio atlético como pocas veces se había visto. De cualquier modo, si alzaba su primer campeonato antes que el futuro soberano de la NBA, podría abrirse un debate sumamente interesante.

J. R. Smith acudió al auxilio de su mentor en el vestuario y sobrepasó la veintena de puntos, dando los respiros necesarios a Billups, un hombre que acumulaba Finales de Conferencia con una facilidad pasmosa. Anthony firmó 3/16 en tiros de campo sin que George Karl tuviera que preocuparse por ello. Kenyon Martin y Nenê Hilario se partieron el alma bajo tableros para contener a Gasol y compañía. El 120-101 supuso otro potro de tortura para el Maestro Zen, cuyos aprendice en el triángulo podían sacar su mejor o peor versión de manera impredecible.

Serie empatada a dos y ningún equipo capaz de ganar dos partidos de forma consecutiva. El quinto se antojaba la bisagra definitiva. Por aquel entonces, Jackson, zorro viejo de olfato fino, decidió que Lamar Odom debía ser titular. Tremendo prodigio desde sus días de instituto, problemas extradeportivos le hacían ser irregular, pero gozaba de la plena confianza de Pau y Bryant. Sabían que estaría en los momentos más apretados de los duelos, allí donde a muchos otros les podía temblar el pulso.

Tras tres cuartos de basket de quilates, el mejor que podía ofrecer aquel Far West, el electrónico estaba empatado. Ahí se produjo una transformación bien advertida por Karl frente a los medios poco después: «De alguna forma, nosotros cimentamos su crecimiento. Ahora son el mejor equipo de la NBA». Los angelinos arrollaron con un parcial de arranque del último acto ante unos Nuggets que se difuminaron. Con todos los ojos puestos en él, Bryant halló a Odom y este respondió. El resto del cuarto fue equilibrado y Denver incluso se acercó… pero ya era tarde. Quizás una oportunidad única se evaporaba.

¿El principio o el fin?

El sexto día, los futuros campeones no dieron ninguna opción. El único partido de la serie resuelto por la vía rápida. Hubo un emotivo abrazo entre Bryant y Anthony, camaradas en el oro olímpico apenas un verano atrás. También merecidos elogios. Kobe recordó a sus compañeros que, si no hubieran subido tanto el listón, abrían iniciado antes sus vacaciones. El inconveniente fue que se habló mucho de un tópico que, a veces, es real… y otras no tanto. «El año que viene». «No estaban listos todavía». Lo cierto es que los Nuggets cogieron un pico de forma increíble. Había ejemplos de escuadras que crecían tras esos lances, pero el propio recuerdo de los Hornets mostraba que todo podía cambiar en apenas una campaña.

George Karl, quien había lanzado al trío arbitral contra los perros en vísperas del choque, no dudó en quitarse el sombrero tras la eliminación. A pocos sorprendió que los californianos superasen a los Magic en cinco enfrentamientos. Otro reflejo de lo cerca que realmente estuvo Carmelo de ser el hombre franquicia de un conjunto campeón. Las casas de apuestas y el mismísimo Kobe los señalaron como el futuro peligro de la Conferencia Oeste, un aspirante con ribetes de campeón.

Hubo flashbacks en la 2009/10 que recordaron a aquellos meses de antología. Carmelo Anthony metió la canasta sobre la bocina que derribó a los Cleveland Cavaliers en The Q. Un pulso en fase regular que tuvo aroma a Playoffs. Sea como fuere, los problemas de salud de George Karl alejaron a su pizarra de muchos encuentros, justo cuando más lo necesitaba un proyecto talentoso, pero que iría perdiendo impulso. Adrian Dantley, maestro de la anotación, los sustituyó de la forma más honorable posible, si bien los Nuggets irían diluyéndose como un azucarillo.

Los Utah Jazz le dieron el golpe de gracia. Dantley quedó despedido en un clima enrarecido y con muchas discusiones de vestuario que salieron a la luz. Karl no volvió en iguales condiciones y Carmelo empezó a mirar otras ofertas, generando el típico divorcio que siente la grada devota cuando su ojito derecho amenaza con irse. Furibundo por las críticas a uno de sus mejores amigos en el torneo, Kobe Bryant tuvo duras declaraciones hacia la grada del Pepsi Center. En el caso de Black Mamba, el asunto tenía también cuentas pendientes, puesto que fue en Colorado donde sufrió el juicio más impactante y terrible de su carrera como profesional.

Tiempo después, el entrenador Karl firmó un libro donde entraba en unas críticas realmente fuertes sobre miembros de su plantilla, dando como resultado declaraciones en redes sociales de otras personalidades explosivas como Kenyon Martin, J. R. Smith, etc. Todos los trapos sucios fueron expuestos en público. Costaba recordar lo realmente cerca que estuvo aquel proyecto de haberse llevado un anillo. Ahora incluso Chauncey Billups, el arquitecto de la metamorfosis, parecía querer ligar su destino al de Melo y marchar conjuntamente allá donde fuera el joven prodigio.

Tal vez nada de eso hubiera importado si hubieran impedido los dos robos de Ariza. Aquella sensación de que estaban en el momento adecuado y en el sitio idóneo.

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