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Objetivo Europa

El infierno de Koridalos

El Barcelona, a base de talonario para aquella época, confeccionó en 2003 un plantel a la altura de lo que se les exigía: ganar la Euroliga. ¿El gran inconveniente? Un Koridalos Sport Hall prendido en llamas y cuarenta minutos muy largos por delante.

foto: FC Barcelona

Un sueño faraónico estaba en el aire. Corrían tiempos institucionales convulsos en el Fútbol Club Barcelona, especialmente en la sección del balompié, la más popular de la institución blaugrana. No obstante, el baloncesto se había convertido en un asidero para propios y extraños en la Ciudad Condal. Conscientes de que la Final Four de aquel curso baloncestístico (2002/03) se iba a disputar en el Palau Sant Jordi, los aros catalanes dispusieron la conformación de una escuadra de estrellas.

Junto con las referencias emergentes que ya estaban (sobresaliendo Šarūnas Jasikevičius y Juan Carlos Navarro), llegaron fichajes de postín como Dejan Bodiroga, el astro de los Balcanes que había maravillado en Italia y Grecia, pero pasado con una (relativa) discreción en el Real Madrid. Considerado el jugador más determinante del continente por voces autorizadas como la de Željko Obradović, Bodiroga llegaba para alzar, al fin, la ansiada Euroliga que había traumatizado los años dorados del Barcelona de Epi. Para ello se firmó a un preparador como Svetislav Pešić, alguien que estaba en perfecta sintonía con el prodigio nacido en Zrenjanin.

Por si fuera poco, aterrizaba Gregor Fučka, un ala-pívot de finísima muñeca que había deleitado en la Fortitudo Bolonia. Con una Copa del Rey ganada en La Fonteta, el proyecto pronto parecía encaminado a quitarse uno de los grandes fantasmas de un conjunto histórico, si bien condicionado por el mal hado a la hora de dar el último paso en el trofeo más codiciado del Viejo Continente. Hasta Ettore Messina había bromeado en la primera fase, citando a los azulgranas a vérselas con su Benetton de Treviso, liderada por Jorge Garbajosa y Tyus Edney.

Sea como fuere, ningún pronóstico importaba a comienzos del mes de abril de 2003. La plantilla confeccionada con el mejor roster que el dinero podía comprar volaba a Atenas con rictus serio. Aguardaba el Koridalos Sports Hall, donde el Olympiacos había montado un auténtico infierno para sepultar las esperanzas de la escuadra de Pešić. Un partido a vida o muerte. ¿Cómo se habían metido en aquella ratonera? Una campaña entera dependería de cuarenta minutos.

Top 16

El transcurso de los años suavizó aquel vendaval. Pese a ello, en aquellos compases las reglas de la Euroliga convertían aquella segunda fase de su torneo en un potro de tortura. Hasta los clubes más poderosos temían aquel formato: entraban cuatro conjuntos clasificados de la primera ronda y solamente salía uno con el billete a la F4. Cualquier error se penalizaba con suma dureza. Tras cumplir con nota los primeros meses, el Barcelona quedó encuadrado contra el Olympiacos heleno, el ASVEL francés y el Olimpia de Liubliana.

Entre los oponentes, el conjunto galo se antojaba el más sencillo. Nada más lejos de la realidad ocurrió durante el debut de la fase con un Palau dispuesto a disfrutar tras haber obtenido el primer título del año contra un Tau Cerámica en una de las mejores etapas de su historia. De la mano del búlgaro Vasil Evtimov, el cual había logrado pasaporte de la República francesa, logró contener en la medida de lo posible la muralla que representaba Roberto Dueña hasta que las faltas personales le impidieron seguir ejerciendo esa presión.

Gregor Fučka y Bodiroga se combinaron para salvar los muebles (85-77), aunque el mensaje quedaba claro: no habría jornada simple a esas alturas en el Viejo Continente.

El aviso llegó y la confirmación del riesgo se materializó en apenas una semana. El Olimpia de Liubliana preparó una encerrona a uno de los favoritos del torneo. El Barcelona sufrió una inesperada mala puntería (5/22) desde los triples que fue perfectamente aprovechada por los locales. Pešić se vio golpeado por los centers tan móviles que presentó Tomo Mahorič, muy hábil a la hora de exprimir sus recursos. El electrónico llegó a lucir un 49-29 en el ecuador del duelo que complicaba muchísimo la existencia blaugrana en el Top 16.

El preparador del Barcelona apostó por rodear a Dueñas de la velocidad de Navarro y Jasikevičius, acompañados de la defensa de Rodrigo de la Fuente y la fiabilidad de Bodiroga. La apuesta salió a la perfección y hubo aportación de hombres de la rotación como Patrick Femerling, interior alemán que gozaba de la plena confianza de Pešić y era reconocible por ponerse la mano como Napoleón Bonaparte antes de ejecutar los tiros libres. Parecía que por segunda vez habían jugado con fuego y se iban a librar in extremis.

Sería una noche aciaga para Fučka, puesto que la grada eslovena no podía olvidar el hecho de que se hubiera nacionalizado italiano. El pabellón Tivoli supo convertirse en una caldera donde cocinar a fuego lento a un favorito que no demostró su condición hasta demasiado tarde, quedando desfondado al final. Ratko Varda, una torre de 2’13 metros de altura, sería la gran presencia en los cielos del anfitrión, mientras que el resto de lo planteado por la plantilla de Liubliana se basó en la rapidez y la agresividad bien entendida en defensa.

A nivel de curiosidad, la expedición de la Ciudad Condal se quedó con el nombre de Vlado Ilievski, un playmaker macedonio realmente aseado en la circulación de balón y con buenos fundamentos defensivos. Ovacionado aquel día por su antigua grada, Saras (uno de los pocos visitantes que tuvo buena muñeca desde más allá del arco) no podía ni imaginar que su adversario aquella velada se convertiría en su reemplazo en el Palau aquel mismo verano.

Guárdate de los idus de marzo

Nikos Boudouris había conseguido una acción clave. El Olympiacos se encontraba 7 tantos arriba (68-75) y su acción defensiva había provocado una falta en ataque de Bodiroga. Hasta ese momento, los hombres de Pešić habían dependido por completo de su genio de los Balcanes, autor de 20 puntos. Ahora quedaban dos minutos y medio en un Palau silenciado. Los intentos de filtrar balones de Jasikevičius a Roberto Dueños estaban siendo frustrados por la tela de araña de Lefteris Subotić. La segunda derrota en apenas tres encuentros parecía reforzar los clavos del ataúd, un nuevo drama que incluso maestros de la pizarra como Aíto García Reneses habían sufrido en aquel potro de tortura que, en ocasiones, representaba la Euroliga para el Barça.

Entonces ocurrió uno de esos milagros deportivos que convencen a una escuadra de estar en su año. Una suspensión de Maurice Evans, quien luego militaría en los Detroit Pistons, salió repelida por el hierro y acabó en las manos de Dueñas. Como si no hubieran importado sus errores anteriores, el playmaker lituano sacó su muñeca a pasear con un triple que enloqueció a la grada. De repente, el abismo parecía más factible de saltar con gracia por parte de los anfitriones.

Hasta ese momento los locales estuvieron con 28% de acierto desde el exterior. Los colegiados entonces omitieron una falta del brasileño Anderson Varejao, surgiendo finalmente otro tiro de DeMarco Johnson, hasta ese momento un dolor de muelas para los interiores de la Ciudad Condal. El fallo hizo aumentar la confianza de un Barcelona que se había visto perdiendo un encuentro crucial de la temporada. Nenad Marković tuvo que cargarse con su quinta falta personal para impedir otra suspensión de Jasikevičius. El báltico no perdonó sus dos visitas a la línea de tiro libre.

El propio técnico azulgrana estaba en entredicho. Impresionado por las habilidades defensivas de Varejao, Pešić mantuvo en el banquillo a su ala-pívot estelar, al italo-esloveno a quien había elogiado sobremanera por el triunfo copero en Valencia: Gregor Fučka apenas llevada 2 puntos y era reciente su superación de un proceso gripal. Quedaban menos de un par de minutos y el estratega estaba dispuesto a sacrificar a hombres franquicia en aras de colocar a quienes dieran mejor rendimiento.

Fue la hora de Rodrigo de la Fuente, un canterano del Estudiantes que había llegado al Barcelona en 1997. A pesar de estar rodeado de estrellas, él era quien ostentaba la capitanía de uno de los conjuntos más poderosos jamás ensamblados para ganar la Euroliga. Y suyo sería un robo decisivo cuando Milan Tomić no logró descifrar los sistemas de ayudas ejecutados por los barcelonistas.

El descaro de Juan Carlos Navarro provocó la expulsión de Boudouris. “La Bomba” no perdonó y colocó unas tablas que se antojaban una quimera (75-75) hacía apenas segundos. Un minuto y medio para dirimir una victoria clave en el feroz Top 16. De la Fuente, quien estaba en plena fase de negociación con la cúpula del club para su renovación, volvió a recuperar otra bola que llevó al éxtasis a su público. DeMarco Johnson tuvo que hacer falta a “Saras”, quien se disparaba a los 16 de anotación en su casillero.

El Olympiacos empezaba a sentir una inmensa presión al verse por detrás por primera vez en mucho tiempo. Entonces surgió la explosividad de Evans para asegurar un rebote defensivo clave. Entre de la Fuente y el muro de Dueñas lograron evitar la igualada de uno de los americanos afincados en Atenas. Georgios Giannouzakos provocó otro ensordecedor grito de la afición barcelonista al cargar sobre Jasikevičius. Los helenos hubieron de pedir tiempo muerto con poco más de veinte segundos y dos aciertos más del atacante báltico.

9.000 personas empezaron a despojarse de aquellos viejos fantasmas instaurados desde los días de la Jugoplastika o el nunca olvidado “tapón” de Stojan Vranković. La tercera jornada mantenía a los rojiblancos como líderes, pero empatados en el balance con el Barça (2-1), misma cifra que el Olimpia de Liubliana. Nadie podía imaginar lo distinto que habría sido todo aquello si los griegos hubieran rematado la faena.

Cumpliendo, ahora sí, las expectativas en Francia contra el ASVEL, los dados estaban en el aire para dirimirse en la Hélade. Pešić, sagaz sorteando presiones, exoneró a los árbitros en las horas previas al duelo decisivo. Afirmó tener plena confianza en ellos, pero recordó que muchos oponentes de la Euroliga les habían acusado a ellos de tener trato preferencial del silbato por disputarse la F4 en el Sant Jordi. Ahora, si querían tener esa ventaja, deberían ganar en un auténtico campo minado.

El pabellón atípico

¿Por qué estaban en Koridalos? La persona lectora, sin duda, asociará al conjunto afincado en el Pireo con el pabellón de la Paz y la Amistad. Sin embargo, las Olimpiadas del verano 2004 estaban el horizonte y la nación griega estaba acondicionando la emblemática cancha para que cumpliera todos los requisitos de un evento mundial con dicha magnitud. Lejos de ser una mala nueva para los anfitriones, el hogar improvisado daba una sensación de campo estrecho que era ideal para su propósito de incomodar a los visitantes lo máximo posible.

Tampoco hacía falta mucho para levantar dudas en el contrincante. El Barcelona jamás había ganado en el feudo de los atenienses. Rodrigo de la Fuente ejerció su rol como capitán para recordar que era la cita más relevante de todo el curso. Por su lado, Bodiroga mantenía todavía antiguas heridas de guerra como el puñetazo que le propinó Milan Tomić durante un tenso Panathinaikos-Olympiacos en la postemporada helena. Nadie dudaba de que el jugador estrella del Barcelona iba a ser el objeto receptor de los principales silbidos de la velada.

Dos decenas de policías escoltaron al deportista balcánico antes de entrar en el pabellón. Curiosamente, sería la noche de Gregor Fučka, quien se desmarcó con 17 puntos en una atmósfera tensa donde las dos escuadras apostaron mucho por el basket control y los tanteos bajos. Nenad Marković fue el único capaz de sobrepasar la veintena, incluyendo un notable 2/3 en triples. Roberto Dueñas ayudó a asegurar la batalla bajo tableros y supo aprovechar la obsesión de la defensa contraria por Bodiroga.

Transcurrido el ecuador del encuentro, la hazaña del equipo ACB parecía muy factible. El Barcelona dominaba por 28-40 en el marcador, pero las gargantas del Ática no iban a desfallecer ante aquella afrenta. Con una furia propia de sus días de gloria, el Olympiacos endosó un parcial de 11-2 que desarboló por completo a las huestes de Pešić, incapaces de hallar su fluidez en ataque. Serían unos compases donde la circulación de balón hizo aguas.

Marković empató a 45 y llevó a la entusiasta grada al delirio. Las espadas estaban en todo lo alto, máxime cuando los dos clubes sabían que el Olimpia de Liubliana estaba cumpliendo los pronósticos frente al ASVEL.

La decisión

Iñaki de Miguel era uno de los mejores defensores que en aquellos momentos militaban en el baloncesto griego. El jugador de origen español tenía experiencia internacional y era un seguro de vida a la hora de hacer bloqueos y el trabajo sucio para su causa. En el Palau había hecho todo lo posible para el lucimiento de Maurice Evans. No podía esperarse que fuera el líder de anotación en el duelo crucial contra el Barcelona, pero su staff técnico no podía alinear a nadie mejor para pelearse bajo los tableros.

Por su lado, Jasikevičius era uno de los mejores atacantes que estaban en aquella Euroliga. Maestro en los momentos calientes de los partidos, era frecuente verle pedir la bola en los minutos clave, incluso sin importarle que estuviera Bodiroga en pista. Pese a ser uno de los favoritos de la grada, Pešić solía reprocharle una falta de implicación atrás que le llevaba a preferir a Nacho Rodríguez, uno de los mejores especialistas surgidos de la cantera de Unicaja, para secar a los playmakers rivales. Ironías del destino, en Koridalos se produjo una inversión de papeles.

El lituano hizo una falta obvia a de Miguel, pero sin caer en la antideportiva. Una especie de hack a Shaq encubierto que propició dos tiros libres errados que, en ese instante, valían su peso en oro. El báltico despertó con algún triple de mérito, su especialidad, pero aquella jornada decidiría en las sombras, trabajando en las barricadas. Ahora solamente hacía falta que Bodiroga afrontará los tiros adicionales más hostiles de su carrera, volviendo a exhibir un temple que le había hecho célebre en el OAKA. El público en el Pireo incluso movió la base de la canasta sin que eso restase aplomo al hombre que había sido fichado por el Barcelona justo para esa circunstancia.

“Ellos han elegido jugar un partido a 50 puntos), afirmaba el campeón mundialista en uno de los viajes más complicados de su carrera en la Euroliga. El 55-58 ayudaba a quitarse una losa de muchos años con sinsabores en una competición que penalizaba al máximo cualquier error.

Como en algunos de los momentos menos edificantes del Aris Salónica en los ochenta, un sector del público inició un lanzamiento de objetos y hasta una bengala encendida que provocaron la rápida salida de los visitantes. Por fortuna, no tuvieron que lamentarse daños físicos y, tras otro duelo agónico contra el Olimpia de Liubliana, el Barcelona pudo estar presente en “su” Final Four. Como en anteriores ocasiones, a Rodrigo de la Fuente le cupo el honor de convertir algunos tiros libres decisivos que confirmaban su capitanía y que fuera el encargado de alzar el ansiado título tras otro clinic de Bodiroga, nombrado MVP del fin de semana, sin importar haberse medido a especialistas en el marcaje como Ricardo Pittis.

Nadie podía estar más satisfecho que Dejan Bodiroga. Quien fuera el icono del Panathinaikos volvía a provocar felicidad en la hinchada de los orgullosos verdes en la cuna de la filosofía. El balcánico se había sobrepuesto a muchas citas complicadas, pero quizás a ninguna como la que tuvieron que afrontar en el infierno de Koridalos.

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