Tras el dorsal ’43’ de Valencia Basket encontramos a Luke Sikma, ala-pívot estadounidense que el 30 de julio cumplirá 28 años. Ese número que lleva en su camiseta taronja tiene una historia: fue el mismo que vistió su padre, Jack Sikma, a lo largo de su brillante trayectoria por la NBA. La sombra del progenitor está presente más allá de ese rubio que adorna los cabellos de ambos, y el baloncesto tiene la culpa.
Un niño ligado a un balón
Jack se retiró en 1991. Luke entonces solo contaba dos años, por lo que no recuerda verlo jugar de manera profesional. Jack Sikma colgó las botas sobre el parqué de los Milwaukee Bucks, pero no sobre el suelo de su casa. El baloncesto estaba tan presente en casa de los Sikma que Luke ni siquiera es consciente de cuándo se interesó por este deporte: “siempre hubo un balón de baloncesto en casa”, afirma.
Creció con el basket en sus genes y recuerda como lo practicaba con sus amigos y hermanos, tanto en su más tierna infancia como a lo largo de su juventud. Luke dio sus primeros pasos hacia la canasta bajo la atenta mirada del padre, quien inculcó ese deporte en las venas del ahora jugador del Valencia Basket, pues lo vio como una manera de mantener a sus hijos activos. Los concursos de tiros eran frecuentes entre Jack y sus niños, pero conforme estos se hicieron mayores, fueron menos comunes. Jack perdía condición física y sus hijos la ganaban. Las cosas ya no eran igual.
Jack, el espejo donde mirarse
Luke progresó en el baloncesto y fue dándose cuenta de la importante carrera de su padre. Es normal que lo cogiera como referente, ese espejo donde verse reflejado. “Es un punto de orgullo muy grande para mí, y para mi familia. Solo quiero jugar para que él esté orgulloso de mí”, declara el ala-pívot taronja.
En numerosas ocasiones, Luke no ha dudado en afirmar que los siete All-Star que jugó su padre suponen un punto de orgullo para él, aunque haya tenido que conformarse con vivirlos a raíz de vídeos y de testigos vocales. “Jugó con muchos tíos importantes de la liga. Era uno de los grandes”, declaró Luke en una entrevista para Libertad Digital en 2015.
Ante esto, Luke sabe que de quien mejor puede aprender es de él. Se puso a sus órdenes en la Summer League de 2012 con los Minnesota Timberwolves, donde, por aquel entonces, era segundo entrenador, aunque reconoce que la relación fue estrictamente profesional. Jack es su referente, y éste ejerce como tal. En las ocasiones en las que ha venido a España, el progenitor ha estado presente en los partidos que ha jugado su hijo, observando atentamente cada movimiento. “Mi padre, cuando puede, mira los partidos, y después me da algún consejo, pero él confía mucho en mí”.
Inevitables similitudes
Entre padre e hijo es evidente que algún parecido debe haber. Y si a ello le unimos que comparten profesión, más aún. Luke ofrece, al igual que su padre, un perfil de jugador muy completo, que sabe moverse en ataque y defensa. La efectividad en ataque y el acierto en el rebote son los principales rasgos que asemejan a padre e hijo.
Ambos son intensos en el tiro interior. Aunque Luke no llega a las cifras de su padre en tiros libres, posee una buena efectividad en el tiro de dos. La faceta reboteadora es una de las que más destacan en el juego de Luke, y tiene de quién aprenderlo, ya que Jack fue en dos ocasiones el máximo reboteador defensivo de la liga.
Aunque no en muchas ocasiones, Luke también se anima desde la zona de triples. En la pasada campaña, el ala-pívot consiguió una efectividad de más del 50%, cifra a la que no llegó en la última temporada con Iberostar Tenerife, donde no era tan frecuente verle lanzar desde el exterior. Es decir, Luke no suele acudir a este recurso, pero sí lo hace, el acierto es muy probable. Su padre, que mide 2’11 metros, fue de los primeros jugadores interiores que decidió probar el tiro de 6’75, ya en el ocaso de su carrera, resultando casi igual de efectivo con un nada desdeñable 35’6% de acierto global en sus últimas tres campañas en la NBA.
Parecidos, pero no iguales
Entre ellos, por supuesto, también existen diferencias notables. El físico, más allá de los ojos azules, el pelo rubio y esos pequeños rasgos que evidencian esa relación familiar, es lo que pone la brecha entre el juego de uno y otro.
Luke, más ‘menudo’, mide 2’03 metros frente a los 2’11 de su padre. Esa minoración de centímetros han hecho que Luke se mueva mucho mejor en la pista, con una cadera más suelta, algo que, por otro lado, le resta efectividad en el acierto frente a su progenitor. Esa menor seguridad en el tiro la suple con un mayor trabajo físico, que, al final, le hace el dueño de los trabajos sucios en el equipo (defender a rivales altos y potentes, recuperar balones, dar asistencias…).
El padre, más alto, jugaba mucho más lento que su hijo, pero exhibía unas grandes aptitudes defensivas y un acierto envidiable en los tiros libres para un jugador de sus dimensiones. Sin ir más lejos, alcanzó la estratosférica cifra de 92’2% de acierto en la temporada 1987/88, siendo el mejor tirador de libres del año. El trabajo físico no era lo destacado de él, sin duda, pero Jack llegó a disfrutar de una brillante carrera gracias a su gran efectividad en el tiro, ya fuera de dos, de tres o tiro libre y sus ‘encarnizadas’ peleas en la zona. Algo que le valió para ser campeón de la NBA con los Seattle Supersonics en 1979 y participar siete veces en el All-Star Game, midiéndose, entre otros, con nombres como el de Larry Bird, uno de los ídolos de su hijo.
El transcurso y desarrollo de sus respectivas carreras también es otra de las principales disimilitudes entre los dos. Luke ha dirigido la suya por un sendero totalmente distinto al de su padre. Empezó en Estados Unidos, en la Universidad de Portland, donde, a pesar de sus buenos números, vio que su hueco no estaba en la NBA y puso rumbo a España. La Palma fue su primer destino y Burgos su carta de presentación hacia la ACB. En el Iberostar Tenerife se dio definitivamente a conocer y en Valencia Basket se ha consolidado en la máxima competición del baloncesto español. Una trayectoria que en poco se parece a lo que vivió Jack, cabeza visible en la NBA desde el primer momento.
No obstante, toda esta serie de similitudes y diferencias convergen en una relación padre e hijo que, en el caso de Luke, no se entendería sin el gran legado dejado por su progenitor, ‘El Gran Jack’, quien está tranquilo, pues confía plenamente en su hijo: “entiende muy bien el juego, sabe lo que tiene que hacer y cómo tener éxito”.
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