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Reflejos

El loco de la Bahía

16 triunfos en los 21 últimos partidos del curso servirían a los Warriors para hacerse con el último billete de cara a los playoffs en la Conferencia Oeste 2007. Y sin embargo, aquella proeza no fue nada comparado con lo que vino después

El año nuevo trajo un regalo para Don Nelson, bajo la forma de un recluta recién llegado que le permitiría ascender otro escalón más en esa escalera hacia el radicalismo ofensivo que tanto disfrutaba subiendo. El small ball, tan en boga estos días, era poco menos que un sacrilegio en la primera década del siglo XXI para todos menos para la mente del revolucionario de Michigan, en permanente búsqueda de los límites ofensivos del juego. Stephen Jackson era la pieza perfecta para aquel loco engranaje, un tipo capaz de defender 4 posiciones en pista y castigar a los power forwards rivales con su velocidad, manejo balón y rachas de acierto en el tiro exterior. La navaja suiza necesaria para implantar un sistema defensivo de cambios automáticos, 7 años antes de la llegada al banquillo de Steve Kerr.

Captain Jack y Al Harrington llegan a Oakland el 18 de enero de 2007 con los Warriors inmersos en un récord negativo de 19 victorias y 20 derrotas. Para el 5 de marzo el balance sumaba apenas 26 triunfos, afincados en la 12ª posición de la Conferencia Oeste y en plena racha de 6 derrotas consecutivas. Fue entonces, en pleno viaje a Detroit para cerrar una gira de 5 citas a domicilio, cuando nació el mantra del We Believe.

«Estábamos en el avión, comenzamos a revisar la clasificación y nos dimos cuenta de lo que teníamos que hacer para llegar a los playoffs. En aquel vuelo fijamos el compromiso de hacer todo lo que estuviera en nuestro poder para llegar al objetivo»

Jason richardson

16 triunfos en los 21 últimos partidos del curso (incluyendo aquel en el feudo del mejor equipo del este) terminarían con los de Nelson haciéndose con el último billete de acceso a los playoffs en la Conferencia Oeste: 42 victorias y 40 derrotas. Los todopoderosos Dallas Mavericks de Dirk Nowitzki (MVP de la temporada regular) y sus apabullantes 67 triunfos esperaban en la primera ronda que los Warriors no pisaban desde 1994.

Y lo que toda la prensa especializada anticipó como un sacrificio ritual, con Golden State asumiendo el rol de carnero ceremonial, acabó siendo una de las más sonoras sorpresas de toda la historia de los playoffs de la NBA.

El tamaño no era importante en la revolución de Nelson: todos corrían (99.97 posesiones por partido, registro más alto del curso 2006/07) , todos tiraban (9º ataque más eficiente de la competición, 106.2 puntos anotados por cada 100 posesiones), todos reboteaban y todos defendían (21ºs en eficiencia destructiva). Pero toda revolución necesita de un líder que inspire a la tropa con sus heroicidades sobrehumanas, alguien que empuje a sus compañeros a creer en lo imposible, y Don contaba con ese perfil de jugador en sus filas.

Baron Walter Louis Davis llegó a la NBA elegido en la 3ª posición del draft de 1999 (con Elton Brand, Steve Francis, Ron Artest o Shawn Marion como compañeros de camada) por los Charlotte Hornets, entre las dudas generadas por una grave lesión en el ligamento cruzado anterior de su rodilla sufrida durante su año sophomore en UCLA. Tras una temporada de aclimatamiento como novato (18.6 minutos por partido, disputando las 82 citas) Davis explotó al año siguiente, doblando su minutaje en cancha y firmando unas fantásticas series por el título (a una victoria de la final de Conferencia Este, cayendo en 7 partidos ante los Milwaukee Bucks de Ray Allen, Glenn Robinson y Sam Cassell). En su tercer y último curso en Carolina del Norte llegaría su primera incursión en el All Star Game, y los problemas físicos no impedirían el brillo continuado tras la mudanza de la franquicia, rumbo a una Nueva Orleans previa a la devastadora llegada del huracán Katrina.

Ahora, tras temporada y media afincado en California, su momento había llegado: Baron miró a los prodigiosos Mavericks a los ojos y se situó en primera línea, para liderar la carga de sus guerreros sin atisbo alguno de duda. Y todos los demás siguieron a su caudillo hasta el final.

Las victorias en el tercer y cuarto partido dejaron a los tejanos heridos de muerte, 3-1 abajo en la serie, y en el sexto llegó la sentencia para el equipo con mejor balance victorias-derrotas de toda la liga. 25 puntos (prodigioso 54% de acierto en tiros de campo) por partido con la firma de Davis, además de 6.2 rebotes, 5.7 asistencias y 1.8 robos de balón. Jackson, Barnes y Pietrus turnándose para acosar a un desacertado Nowitzki (21.1% de acierto en triples), que días más tarde protagonizaría una de las más tristes ceremonias de entrega del MVP de la temporada jamás celebradas. La jugada maestra de Nelson cristalizó en milagro, arropado por los inolvidables cartelones del «We believe» que poblaban las gradas del Oracle Arena de Oakland. Hasta entonces únicamente los Denver Nuggets en 1994 y los New York Knicks en 1999 habían conseguido la heroicidad de eliminar al nº1 en la 1ª ronda.

Davis encaró las semifinales de conferencia con las mismas dosis de energía y poderío, pero los sólidos Utah Jazz de Sloan, Kirilenko, Williams y Boozer fueron una montaña demasiado alta para los rebeldes de California. La victoria en el tercer partido (125-105) evitó un sweep que hubiera sido del todo inmerecido para unos Warriors que compitieron al máximo, liderados por los 25.6 puntos, 7.6 asistencias y 4.2 robos de balón por noche de su estelar base. Para el recuerdo quedaría el portentoso mate de B-Diddy en la cara del alero ruso, uno de los mejores defensores de aquella NBA que se mostró incapaz de detener tal explosión arrolladora. Figurará para siempre como triste invitado en una instantánea inmortal.

Aquella gloriosa aventura en la jungla de la postemporada quedó como el momento más álgido de una carrera que incluye 2 nominaciones al All-Star Game, una inclusión en el tercer mejor quinteto de la NBA (2004) y dos liderazgos en robos de balón (2004 y 2007). Pero el mayor logro de la trayectoria como jugador de Baron Davis fue aquel poso de satisfacción que dejó en la memoria de unos aficionados que añoramos aquellas madrugadas de excitación e incredulidad al presenciar la mezcla de creatividad y exhuberancia física de un tipo verdaderamente especial.

El loco de la Bahía.

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