Nunca pudo superarlo. La vida de Lamar Odom se había ido tiñendo cada día, y sobre todo cada noche, de un color oscuro que iba devorando ese viejo tono púrpura que tan feliz le había hecho durante años. Tan feliz como para desterrar esos viejos fantasmas que tanto le habían atormentado en su niñez y que parecían parte de una pesadilla superado. O al menos eso pensaba.
Los dobles campeones habían caído con estrépito ante Dallas, y el mundo que tanto les había adorado durante los dos últimos se les cayó a ellos encima de repente, aplastandolos. Aquel sweep fue la crónica de una muerte demasiado anunciada. Con un vestuario en guerra, y una plantilla envejecida de la noche a la mañana, Jeff Buss y Mitch Kupchak lo tuvieron claro a la mañana siguiente. Había que hacer cambios, e iban a doler mucho. Artest, Bynum, Gasol. Incluso Phil Jackson. Nadie era impune -salvo Kobe- de la volatilidad de aquellos días locos. Tampoco Lamar Odom. Sobre todo él.
Odom aterrizó en los Lakers hace siete años justo tras un terremoto -el que llevó a Shaq a Florida y descuartizó a los Fab Four- y se marcharía de Los Ángeles en otro. Sin embargo, el tren de salida tenía un vagón sorpresa para el, en forma de basketball reasons. Aquel veto de Stern al traspaso de Chris Paul desde los Hornets, y que de haberse completado dejaba fuera de los Lakers a dos vacas sagradas como Gasol y Odom es ya parte de la historia de la liga. Gasol se lo tomó con profesionalidad, con una calma que se podría considerar excesiva. Pero Lamar explotó. Explotó contra la franquicia, contra su entrenador, incluso contra Bryant. Devorado por la ira que solo insufla la traición de un hermano, pidió el traspaso, el único camino que le quedaba para restablecer el orgullo herido.
Lamar -como los Lakers- nunca se recuperó de ese divorcio, y comenzó a descender por la escalera de la liga, primero, el deporte, segundo, y por último, la de la vida. Pasó por Dallas -Mark Cuban llegó a decir que ha sido su peor fichaje desde que compró los Mavs- y al cabo de unos meses regresó en busca de la felicidad perdida a Los Ángeles, aunque con la camiseta de los Clippers. Rendimiento sospechosamente bajo y una excentricidad más sospechosa aún: fichar por un equipo de la liga española situado en la fría y áspera Vitoria, la antítesis perfecta de su adorada California. Allí poco dejó, al margen de dos partidos con valoración negativa y una espantada digna de un americano cutre de los ochenta. Conforme su carrera como jugador de baloncesto se evaporaba, su vida personal dejaba de serlo, convirtiéndose en un reallity show las 24 horas del día, en el que interpretaba el papel de actor de reparto en la vida de su mujer, la incalificable -de verdad, lo he intentado- Khloe Kardashian
La estrella caída fue hallada inconsciente en un burdel de Las Vegas, donde había explotado tras cuatro días experimentando una dieta rica en alcohol, sexo y drogas. El empleado del tugurio que lo encontró al borde de la muerte describió la situación de una forma tan acertada como macabra: «parecia Uma Thurman en Pulp Fiction». Una forma brutalmente gráfica de describir la caída de Lamar Odom a un infierno del que pronto sabremos si realmente quiere salir.
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