Se acabó. La primera noticia de alcance en la NBA 2015/2016 ya ha saltado y se ha cobrado una víctima ilustre, la de Kevin McHale, un mito celtic que se marcha por la puerta de atrás en la franquicia de Texas, a pesar de ser el técnico con mejor porcentaje de victorias en la historia de los Rockets y de haber llevado hace unos pocos meses a su equipo a las puertas de la Finales, cita de la que fueron privados por los Warriors en una serie sin excesivo recorrido.
Oficialmente se contará que el dubitativo comienzo del equipo liderado por James Harden es la principal razón del cese. Sin embargo, no es fácil creerse que un récord de 4-7, aliñado con cuatro derrotas consecutivas tengan el suficiente peso para justificar el carísimo despido de McHale, renovado el pasado diciembre por la astronómica cifra de trece millones de dólares repartidos en tres años. Por eso, no hace falta ser demasiado malo para pensar que existan problemas de carácter extradeportivo detrás de una decisión muy controvertida, y que va a acabar señalando, antes o después, al carísimo elenco de estrellas reunido por Daryl Morey durante los últimos años.
Antes de entrar en especulaciones, conviene recordar que McHale no es un don nadie en la NBA. Es un tipo duro, exigente, un entrenador de la vieja escuela que tiene pasado de estrella elevada a los altares en los lejanos ochenta, por lo que los enfrentamientos con sus jugadores, hijos de otra generación, no han sido un elemento extraño durante su carrera. Kyle Lowry y su exilio en Canadá pueden atestiguar bien este hecho. Ese carácter no parece el idóneo para ser mezclado -y agitado- con tipos como James Harden, que ha incrementado, y era difícil, su nivel de pasotismo defensivo esta temporada. Tampoco Dwight Howard es la personificación del jugador de equipo inteligente y sosegado, y tras sus tumultuosas salidas de Orlando y Los Ángeles, en Houston tampoco a podido alcanzar su mejor nivel, en parte por un deplorable estado físico, y en parte por una, comentan, alergia considerable al trabajo diario.
Que la plantilla esté sobredimensionada, o, simplemente marcándose un vulgar «hacer la cama» lo dirá el tiempo. Por el momento, le llega el turno al prometedor J.B. Bickerstaff, ayundante sempiterno de McHale e hijo de Bernie Bickerstaff, y que tendrá que luchar contrarreloj para hacerse con un control de un vestuario que hasta hace un par de semanas parecía diseñado para plantar cara a esa maravillosa máquina de baloncesto en la que se han convertido los Golden State Warriors, y que ahora camina en una senda de autodestrucción demasiado peligrosa, sobre todo si tenemos en cuenta lo cerca que les queda la NASA.
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