Ese quizás se me antoja imprescindible. Si hay algo que detesto a estos niveles es la masiva utilización de ese manido concepto, el mejor de la historia, usado las más de las veces por seres humanos cuya historia no va mucho más allá de la vuelta de la esquina. El mejor partido de la historia, el mejor equipo de la historia, el mejor jugador de la historia, el mejor mate de la historia, la mejor historia de la historia y así sucesivamente, lo repetimos una y otra vez y nos quedamos tan anchos como si en verdad conociéramos toda la historia. O como si (aún conociéndola) pudiéramos compararla, como si el mero hecho de establecer clasificaciones entre momentos históricos (deportivos, competitivos) muy diferentes no fuera ya en sí mismo una aberración. Si cada vez que vemos o vivimos algo (que nos parece) grande lo etiquetamos de inmediato como lo mejor de historia, de alguna manera estaremos prostituyendo la propia historia. He dicho.
Dicho lo cual, permítanme que incurra yo también (por una vez y sin que sirva de precedente) en esa misma aberración, aún poniéndole el quizás delante. No es que lo diga yo (que no soy nadie, que apenas sé nada, que jamás me atrevería a una afirmación tan categórica), es que si usted pregunta a un buen puñado de expertos NCAA por el mejor partido de la historia (de la historia del baloncesto universitario, no desparramemos) o aún mejor, por el partido que marcó sus vidas, probablemente la gran mayoría de ellos mencionarán precisamente éste: 28 de marzo de 1992, Elite 8 o lo que viene a ser lo mismo, Final Regional (es decir, el paso previo a la Final Four, aclaro para los neófitos), seed 1 vs seed 2, Duke vs Kentucky. Nadie dudó que sería un buen partido, nadie imaginó que sería algo tan grande. Puede que usted ya lo sepa todo sobre aquel encuentro o puede que aún no sepa nada, de una forma u otra relájese y disfrute. Y luego seguimos hablando.
De un lado Duke, la que aspiraba a su segundo título consecutivo y a su cuarta Final Four consecutiva, la elitista Duke de Mike Krzyzewski, la de Bobby Hurley o Christian Laettner, la de Grant Hill aún en su papel de sexto hombre, también la de Brian Davis, Thomas Hill, Antonio Lang o Cherokee Parks. Del otro lado Kentucky, la Big Blue Nation que de la mano de Pitino intentaba por fin reponerse de los años más oscuros de su historia, una Kentucky joven y trabajadísima por su técnico (presión defensiva, desinhibición ofensiva) que presentaba en sociedad a tipos como Jamal Mashburn, Sean Woods, John Pelphrey, Dale Brown o Travis Ford. Blue Devils vs Wildcats, campeón vs aspirante, el no va más.
Y esa primera mitad que acaba 50-45 para Duke, esa Duke que a poco más de 7 minutos para el final se pone 12 arriba, 12 que apenas unos segundos después (segundos de locura, obviamente) son ya sólo 4, a partir de ahí desenfreno absoluto, el picanrol Hurley-Laettner haciendo estragos a un costado, Mashburn, Woods y Pelphrey haciéndolo al otro, al final combate nulo, empate a 93 que a menos de dos minutos para el final de la prórroga era ya empate a 98, que a poco más de 30 segundos aún seguía siendo empate a 98. ¿Cómo demonios explicar con palabras lo que habría de suceder en esos últimos treintaitantos segundos? (Si nunca lo vieron vean esto al menos, sitúense más/menos en el punto 1:33:00 del vídeo y déjense llevar, y luego ya si eso sigan leyendo…)
Laettner sobre la bocina de final de posesión clava un escorzo imposible, el narrador exclama oh my godness creyendo que ya lo ha visto todo, quedan 31 segundos, bola para Kentucky, inmediatamente Mashburn se inventa un dos más uno sobre la línea de fondo, 100-101 para los Wildcats, quedan aún 19 segundos, nueva bola para Laettner al que hacen falta, dos tiros libres anotados, otra vez 1 arriba Duke a falta de 14 segundos, ataca Kentucky, Sean Woods que la tiene, que alcanza la línea de tiros libres, que desde ahí se levanta y convierte un floater maravilloso (lo que aquí llamaríamos una bombita a lo Navarro, aunque entonces aún no supiéramos quién era Navarro). 102-103 a falta de 2.1 y en Kentucky ya se ven en Final Four, ya se desata la locura, dos segundos pueden ser mucho tiempo en NBA pero son apenas nada en NCAA (recuérdese al respecto que aquí no existe lo de pedir tiempo muerto para sacar de campo contrario, aquí pides tiempo muerto para diseñar jugada pero sacas desde el mismo sitio en el que estabas, es decir, desde tu propia línea de fondo). Coach K diseñó lo que parecía imposible, diseñó que Grant Hill se sacara un pase de quarterback de 23 metros hasta la cabeza de la bombilla, que allí lo recibiera Laettner y luego éste hiciera todo lo demás. Y lo demás ya es historia: el tremendo pase llegó a su destino, Laettner lo capturó, botó, se dio la media vuelta en escorzo forzado, se sacó EL TIRO (el que quedaría ya conocido como The Shot para toda la eternidad, el único, auténtico y genuino The Shot, rechace imitaciones) y puso al planeta baloncestístico entero del revés.
104-103, Duke se metió en su cuarta Final Four consecutiva y nueve días después consiguió su segundo título consecutivo derrotando en la Final a aquella imponente camada de freshmen de Michigan que llamábamos Fab 5. Kentucky por su parte aún hubo de esperar un año para conocer las mieles de la Final Four y otros tres más para ganarla, Kentucky recuperó finalmente la grandeza que nunca debió haber perdido pero ello en el fondo tanto dio: sus buenos aficionados jamás podrán olvidar, ni aún con cien vidas que vivieran, aquello que sucedió el 28 de marzo de 1992.
Y Laettner, siempre Laettner, héroe y villano a la vez. El partido perfecto, 10 de 10 en tiros de campo y 10 de 10 en libres para un total de 31 puntos a los que añadió además siete rebotes y tres asistencias. El mejor momento en la carrera de una de las mejores carreras que jamás haya conocido la NCAA. Nadie jugó más partidos de March Madness que él, nadie anotó más puntos en March Madness que él, nadie disputó más Final Four que él. Nadie. Pero nadie dio que hablar más que él, tampoco. Para lo bueno y para lo malo, véase sin ir más lejos este mismo partido que nos ocupa: un cien por cien de acierto, un montón de canastas imposibles, un tiro definitivo que habría de quedar para la historia… pero que en condiciones normales jamás debería haber llegado a tirar. A falta de 8 minutos para el final y tras una refriega como otra cualquiera en el interior de la zona, Laettner aprovechó que el jugador de Kentucky Aminu Timberlake se encontraba en el suelo para pisarle intencionadamente en el torso, más o menos a la altura de la boca del estómago. [Si no vio el partido (en el pecado llevará la penitencia) pero aún así no quiere quedarse con la curiosidad, sitúese poco antes del punto 1:03:00 del vídeo]. Hoy a los árbitros no les habría quedado más remedio que revisar la acción en el instant replay y seguidamente no les habría quedado más remedio que expulsarlo, pero en aquellos tiempos no existía aún tanta sofisticación. O no lo vieron bien o acaso sí lo vieron y se hicieron los locos, se limitaron a sancionarle con una técnica y aquí paz y después gloria. Gloria para Laettner, precisamente.
Nadie generó más amor que él (entre los aficionados de Duke, por supuesto; también entre cierto sector de público femenino rendido a sus evidentes encantos) pero nadie generó más odio que él, tampoco: era el típico niño pijo (aunque en el fondo no lo fuera, o no tanto como lo parecía) en la típica universidad pija (aunque tampoco todos lo fueran, en absoluto), algo que tampoco habría ido mucho más allá si él no hubiera hecho también todo lo posible y lo imposible a lo largo de su carrera (universitaria, que luego ya en NBA se diluyó bastante) para hacerse odiar: no ya entre sus rivales ni entre el público en general, sino incluso entre sus propios compañeros de equipo, que ya es decir. De todo eso y más trató aquel tremendo documental que la ESPN estrenó hace año y pico con un título sumamente esclarecedor, I hate Christian Laettner. del que los Pluses difundieron la versión en castellano. Véanlo como puedan, donde quieran y en el idioma que puedan y quieran pero véanlo si aún no lo vieron, háganse el favor: no sólo habla de aquel partido, no sólo habla de Christian Laettner (aunque lo parezca) sino que representa también un magnífico fresco del baloncesto colegial en aquellos años. Disfrútenlo.
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