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Anthony Randolph I. El Renacido

Anthony Randolph fue, con permiso de la renovación de Gustavo Ayón, el fichaje más rimbombante del Real Madrid 6.0 de Pablo Laso este pasado verano. Con una inusitada calidad técnica pocas veces vista en un jugador interior a este lado del Atlántico, de un tiempo a esta parte se ha erigido como uno de los jugadores de mayor importancia en los esquemas del entrenador vitoriano y en el más espectacular de lo que llevamos de curso.

Llamado Anthony Erwin Randolph Jr. y nacido en Würzburg (Alemania) el 15 de julio de 1989, es hijo de militares americanos por entonces allí ubicados. Más tarde, la familia se mudó a Dallas, donde el joven Anthony se convirtió en una estrella de instituto, en concreto en el Woodrow Wilson High School. Su entrenador por aquel entonces, Pat Washington, veía en él a un jugador bien dotado atléticamente, pero que aún necesitaba mucho trabajo de técnica individual si quería aspirar a llegar a lo más alto. El propio Washington se encargaría personalmente de trabajar, y con éxito, estos defectos con un Randolph que firmaba en su último año de instituto unos promedios de 25’8 puntos y 12’6 rebotes por partido. Contra todo pronóstico, no suficientes como para ser seleccionado para el McDonald’s All-American, lo que tampoco supondría una bajada de estatus de cara al salto a la NCAA.

Fue reclutado por la universidad de Louisiana State tras haber sido tanteado por Baylor, Georgetown, Kansas, Memphis y Texas, pero era Memphis -donde hubiera coincidido con Derrick Rose- quien le seducía en un primer flechazo. Sin embargo, el ansia por ir a un equipo donde pudiera jugar minutos importantes y contra equipos de gran calado hacía que en el último momento fuese la potente LSU quien se llevara el gato al agua. Su paso por la universidad fue tan llamativo -15’6 puntos, 8’5 rebotes, 2’3 tapones y 1’1 robos por partido- que tan solo duró un año, declarándose automáticamente elegible para el Draft de la NBA. Comenzaba lo que el joven Anthony intuía como un sueño.

Fue drafteado por los Golden State Warriors en la posición 14 de la clase del 2008, que confiaban en él como una de las piedras angulares de su nuevo proyecto de reconstrucción. Su estancia en la mejor liga del mundo no comenzó mal -casi 8 puntos y 6 rebotes de media no eran mal bagaje, con topes de 24 puntos y 16 rebotes- pero dos años después de ser drafteado era traspasado a New York Knicks como una de las varias piezas que salieron para hacer sitio al all-star David Lee en verano de 2010.

Justo en ese instante dio inicio el baile de equipos por los que pasaría un aún inmaduro Randolph. Tras comenzar la temporada en la franquicia neoyorquina, fue enviado a los Minnesota Timberwolves como parte del traspaso que daría con los huesos de Carmelo Anthony en los New York Knicks. Jugaría en Minneapolis el siguiente año y medio para después firmar en la agencia libre por los Denver Nuggets. Tras pasar dos campañas en Colorado, la noche del Draft 2014 sería utilizado como moneda de cambio, siendo enviado junto a Doug McDermott -recién seleccionado- a los Chicago Bulls. Sin tan siquiera haber debutado, recaló en los Orlando Magic, quienes le cortaron el mismo día de su cumpleaños. Lo que había comenzado hacía cinco años como un sueño ya hacía tiempo que se había tornado en pesadilla. Randolph necesitaba empezar de cero. Una nueva vida. El jugador afirmaba esto en una reciente entrevista en Movistar Plus:

“La NBA fue una gran oportunidad. Con 18 años, alcanzaba una situación semejante. Y no cambiaría nada de lo que ha pasado desde entonces. Todo me ha convertido en la persona que soy ahora. Me ha convertido en mejor persona dentro y fuera de la cancha. Y he aprendido muchas cosas, entre ellas, cómo funciona la cara del negocio en el basket”.

Tras un tiempo peinando el mercado, Randolph cruzaba el charco, desembarcando en la fría e inhóspita Krasnodar. Rusia, territorio comanche para todos esos yankees que deciden marcharse a Europa ante la falta de oportunidades en la mejor liga del mundo, aguardaba a un Anthony Randolph ansioso por demostrar de qué era capaz. Nada podía salir mal.

El Lokomotiv no era en aquel momento un equipo de Euroliga, aunque había dinero y buena base. Randolph quería reencontrarse a sí mismo. No era ni una sombra de lo que llegó a ser en su periplo universitario ni en algunos momentos durante su estancia en Golden State. Era un jugador que, cual ave fénix, animal mitológico que simboliza fuerza, purificación e inmortalidad, estaba dispuesto a renacer de sus cenizas.

Vaya que si renació. En la Eurocup 2014/15 firmó 12’7 puntos, 6 rebotes y 2 tapones por partido. En la 2015/16, compitiendo en Euroliga, con el griego Bartzokas a los mandos de la nave rusa y ayudado por los infatigables Malcolm Delaney y Víctor Claver llevó en volandas a un equipo que la campaña anterior había caído en cuartos de la segunda competición continental hacia la primera Final Four de su historia. Por el camino, asistimos estupefactos a exhibiciones del calibre de la del quinto partido de cuartos de final, disputado en el Palau Blaugrana, donde, impertérrito él, destrozaba al F.C. Barcelona con una actuación antológica.

Evidentemente, no fue solo esa demostración de facultades, poderío y fundamentos la que hizo que el Real Madrid se fijase en Randolph, pues ya tenían fijado su foco sobre él desde hacía meses, pero sí la que posibilitó que se lanzasen como locos a acometer su fichaje. Toda Europa se lo rifaba. Lo había conseguido. Había vuelto. Finalmente, recaló en la capital de España, sumándose a la potente batería interior del Real Madrid.

Randolph es un jugador sobresaliente a los dos lados de la pista. Con 2’11 metros de estatura, es un jugador prácticamente imparable en el concierto europeo, con un primer paso imposible de detener para la gran mayoría de interiores FIBA, contraataque de alero y bote de jugador exterior. Además, a la hora de las jugadas de bloqueo directo, antepone el tiro –donde es una amenaza de media e incluso larga distancia- a la continuación hacia el aro, una característica que le hace compatible con otros pívots de corte más clásico. Pese a eso, también muestra una alta efectividad cuando continúa. Es un buen reboteador gracias a sus infinitos brazos -2’21 metros de envergadura-, a una gran potencia de salto y a una buena colocación en el box out.

En defensa, gracias a su envergadura y a su correcto timing, es un gran intimidador a la par que taponador –en tan solo tres meses de competición ha dejado ya tapones para la posteridad (hola, Dorsey)-, condicionando muchas penetraciones y modificando multitud de tiros. No obstante, no solo se queda ahí, sino que también es capaz de aguantar cambios tras bloqueo con jugadores más pequeños que él y defenderlos correctamente en situaciones de 1×1 o anticiparse a las líneas de pase y finalizar en la otra canasta con mates espectaculares. Estas características le convierten en una bestia atrás a nivel Euroliga.

Hace poco más de dos años que Randolph se adentró en un baloncesto desconocido para él como es el europeo. Dos años que le han servido para crecer, madurar y progresar. Él disfruta jugando y nosotros disfrutamos de su juego. Dos años en los que no ha cejado en su intento por convertirse en el mejor. Dos años en los que, al igual que un fénix, ha nacido de nuevo.

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