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Análisis

Argentina, un modelo exportador sin escalas

Un par de locos con una meta en común que encontraron la gloria como recompensa de cambiar todo para siempre. Un par de locos, llenos de talento y frutos de ese esfuerzo que nace de la fuerza más grande que tienen los seres humanos: el amor por las pasiones. Un par de locos dorados, eternos y dueños del rincón más feliz de la memoria colectiva. Una brevísima descripción de la Generación Dorada, el cúmulo de estrellas más importante en la historia del baloncesto argentino. Entender el presente resulta imposible sin incluirlos en la ecuación. Sus logros como disparadores del interés social. Su legado como camino a seguir para cualquier niño argentino que pique un balón. Más que todo, sus intervenciones quirúrgicas en la médula del deporte argentino, en su administración sucia, en sus males enquistados. Todo lo que esa Generación, todavía presente en cuerpo y para siempre imborrable en alma, pensó y creó para el baloncesto, está más latente que nunca en los nuevos exponentes del país sudamericano.  Argentina es, gracias a sus más grandes representantes, un modelo exportador por excelencia.

Nicolás Brussino y Patricio Garino tenían un año cuando Pepe Sánchez se mudaba a General Roca para disputar su primera temporada de Liga Nacional, la 1994/95. Nadie podía decir que, dos décadas más tarde, la carrera del bahiense, tanto en su faceta de jugador profesional como en la de directivo, marcaría a fuego la vida deportiva de los nuevos argentinos en la NBA. Brussino es uno de los tantos que aprovecharon (y otros tantos que seguirán aprovechando) la superadora gestión de Sánchez en su etapa dirigencial. Como cabeza de Bahía Basket desde hace ocho años, Pepe es el padre de un proyecto que formó desde sus experiencias y que se extendió a nivel nacional. “Pretendemos que nuestro club y finalmente todos los demás sean una escuela de la Generación Dorada, que tenga como esencia la promoción de las promesas juveniles”. Allí le secundan Alejandro Montecchia, compañero de selección y del prestigioso hecho de ser oro olímpico, y Sebastián Ginóbili, el hermano mayor de ese veterano que juega y lo hace bien en San Antonio Spurs. ¿El súmmum de la obra? La creación de la Liga de Desarrollo (LDD), espejo de aquella que dota a la NBA de casi la mitad de sus jugadores.

Resultados como consecuencia de un proceso a largo plazo y no como fin instantáneo. Ese es el click. El flamante escolta de Dallas Mavericks bien puede ser personificación de un ciclo que aún no tiene techo. A excepción de la LDD, que se creó dos años después de su debut profesional, Brussino atravesó todos los estratos del baloncesto argentino. Cada uno con sus obstáculos, con sus aprendizajes.  En San Martín de Marcos Juárez vivió el Torneo Nacional de Ascenso, categoría previa a la máxima. Regatas de Corrientes reconoció sus condiciones. Con diecinueve años debutó en Liga Nacional. Ya inmersa la corriente evolutiva de Sánchez en el seno de la institución, le dieron protagonismo de inmediato. Más rodaje, más puntos, mejor lectura de juego. El santafesino creció en un suelo preparado. “En Regatas profundicé eso de mejorar en todo, haciendo un enfoque principal en la defensa. Pero el trabajo de destreza individual, de lanzamiento, a mi entender, tiene que ser un tema de preocupación personal, de cada uno, para crecer, para mejorar. Y si hay que quedarse después a tirar, hay que quedarse, no queda otra”. Los ojos de la NBA no son tontos ni perezosos. No se posan en cualquiera. Y el nuevo modelo argentino, con figuras menores a 23 años en todos los equipos, es un mercado más que tentador. Finalizada su cuarta temporada en la liga, esta última con Peñarol, el campamento de verano de los Mavericks le recibió con brazos abiertos. Brussino, otro que llegaba a la NBA sin pasos previos. A dieciséis años de que Rubén Wolkowyski lo hiciera por primera vez. Pero, ahora, había por detrás un mundo de ejemplos a seguir. Otro regalo de aquellos locos.

Garino parece haber encontrado en Pepe Sánchez el molde perfecto. En su juventud, el base con raíces en Bahía Blanca vivía por y para hacer realidad su sueño: jugar en la NBA. Había completado su segundo año de Liga, el primero con Bahiense del Norte, club de su amada ciudad natal. Una posible trayectoria en el baloncesto nacional no estaba entre sus prioridades, no ahogaba los anhelos de algo más grande. Decidió dejarlo todo y arrojarse por completo al destino que él eligió. Vendió su auto y, con la pequeña cantidad de dinero que consiguió a cambio, pagó el pasaje a los Estados Unidos. Allí se enlistó en la Universidad de Temple. No le importó resignar el salario de las ligas profesionales. Incluso al recibir una oferta millonaria de Olimpia Milano luego de no ser elegido para el Draft del 2000 la declinó por completo, porque las pasiones se pagan con la dedicación propia del amor y no con plata. Larry Brown sintió interés por aquel extranjero que “prefería seguir luchando antes que tapar sus deseos con billetes”. Tras cinco cortes, le incluyó en el plantel de Philadelphia 76ers. Y muy adentro suyo, Pepe confirmó que el corazón pocas veces se equivoca.

Un conocimiento del que mamó Garino, para reeditar la historia más de una quincena de años después. El alero duró poco tiempo en Unión de Mar del Plata. Luego de participar en un campus de la NBA en México, dejó su ciudad para adentrarse en esa jungla que es el baloncesto universitario norteamericano. Y allí fue paso a paso. Primero, elegiendo un High School. Se decidió por Montverde Academy. Las “Águilas”, en donde Garino demostró que los patos vuelan alto, le permitieron ser considerado por la George Washington University. Para 2016 ya había dado sobradas muestras de que una franquicia de la NBA debía ser el siguiente escalón.  Las posibilidades de ser invitado al Draft de ese año se esfumaron. Pero cuando se cierra una puerta… se abre la Summer League. Orlando Magic fue el interesado. El verano terminó y ante sus ojos apareció una oferta irresistible: realizar la pretemporada con los San Antonio Spurs de Manu Ginóbili, quien aconsejó a Gregg Popovich que tuviera en cuenta a su compatriota. Y cuando todo indicaba que Argentina tendría otro valor NBA en su historia, decidieron cortarlo. El camino se dividió: Europa y sus jugosos contratos, la Liga Nacional y el regreso a casa o la incipiente D-League y su roce constante con el sueño. No lo dudó. “No me voy a desilusionar si no estoy en los Spurs”.  La enseñanza de Pepe Sánchez, aunque escondida en el tiempo, se transformó en presente puro. Lejos de hundirse en la depresión de estar tan cerca de la cima y no poder hacer pie, Garino utilizó a los Austin Spurs como vidriera. Comenzó a destacarse partido tras partido, para recordar cuál era el siguiente escalón y para que Orlando recobrara su interés. La NBA se hizo real a fines de la temporada regular y la vida de un modelo parece prolongarse por mucho tiempo.

Llegar al olimpo del baloncesto se materializa tan pocas veces, que para la gran mayoría de los estadounidenses se ha convertido en una utopía. Necesario es preguntarse qué ocurre entonces con aquellos que ven todo desde la periferia. La frialdad de los números dota de un entendimiento a quién se cuestione qué tan difícil es llegar a la cima. Según un estudio realizado por la empresa Statista, en 2014 unas 30 millones de personas jugaban al baloncesto en los Estados Unidos. La NBA cuenta con 450 jugadores, distribuidos en 30 planteles con 15 integrantes. Es decir que sólo el 0,001% de esos millones araña la liga. La empresa se vuelve aún más complicada si los aspirantes  pertenecen al resto del mundo. Y mucho más si estos no se exhiben en la vidriera europea, dueña de esa pequeña porción de boletos que sobra. El modelo de Argentina intenta quebrar esa realidad. Para los argentinos, ya no es necesario un paso previo. Europa dejó de ser ese trampolín obligatorio para saltar al estrellato. Y pese a que muchos todavía eligen enriquecerse con la filosofía de juego practicada en el Viejo Continente, lo cierto es que es uno de los tantos senderos posibles. Rutas hacia la excelencia que trazó años atrás ese grupo de genios, al cual es imposible omitir como causa fundamental.

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