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Análisis

Indiana Pacers, construyendo un fracaso

A toro pasado, todos somos Manolete. La ventaja del analista reside en poder hablar con total conocimiento de causa, apuntando a los errores o a los aciertos cuando ya se han dado los hechos. En alguna ocasión, la conclusión final podía intuirse desde buen principio, algo que encontramos en nuestro caso de estudio: la nueva dinámica de equipo de los Pacers.

Destruir una cultura

Para entenderla, hay un elemento fundamental sobre el que cabe reparar especial atención: quién lleva el timón del barco. El fichaje del técnico Nate McMillan es clave para comprender los rumbos que ha tomado el equipo, ya que su incorporación llegaba bajo el pretexto de implementar nuevas ideas.

De acuerdo con lo que comentó el General Manager Larry Bird, McMillan debía amoldar la franquicia a los nuevos tiempos y traer aires renovados en forma de baloncesto vertical y un sustancial incremento del ritmo de juego. La pausa mató al anterior entrenador, Frank Vogel, que basó su concepto de juego en una defensa férrea y un ataque equilibrado cocinado a fuego lento.

La elección en sí parece un tanto dudosa; si quieres abrazar una nueva filosofía radicalmente distinta a la que has planteado durante los últimos años, no seleccionas a alguien que ha sido parte del equipo como entrenador asociado durante las tres últimas campañas. Quizás las oficinas pensaron que, para no afectar a la dinámica del conjunto, lo mejor sería firmar a alguien que ya conociera a los jugadores, sus filias y los problemas internos. No obstante, el repentino cambio de rumbo del equipo junto con la destitución de Vogel y la contratación de McMillan apuntan a un intento desesperado de reanimar el cadáver de una cultura ganadora pasada.

Por otro lado, la justificación es insuficiente si recordamos a McMillan y sus costumbres. Si la intención era ‘darle vidilla al asunto’ en cuestión de ritmo, no tiene sentido incorporar a alguien que ha destacado por su lentitud. Tanto en Seattle como en Portland dirigió al conjunto más lento de la liga durante varias temporadas y, en tres de sus últimos cuatro años como Head Coach, su equipo tuvo el ritmo más bajo de toda la competición. En ningún momento de su dilatada carrera en los banquillos ha sido capaz de estar entre los 14 «más rápidos» -los que juegan a más posesiones-, por lo que es difícil de comprar su papel como acelerador.

Tras un año en el el vestuario del Bankers Life -sorpresa, sorpresa-, los Pacers no practican un baloncesto más rápido y han perdido cualquier identidad pasada. El primer objetivo, transmitir una nueva filosofía, no se ha cumplido y no admite otras interpretaciones. Si ponemos la vista sobre la estadística, nos damos cuenta de que McMillan ha implementado una mejora relativa de la eficiencia ofensiva de los Pacers; han pasado de 104.6 puntos por 100 posesiones a los 108.6, el mejor registro de la franquicia desde la 1998-99. Sin embargo, en comparación con el resto de la NBA, se encuentran levemente por debajo de la media, así que aquello podía parecer una gran mejora se queda en un pasito hacia adelante muy pequeño.

Además, hay que tener en cuenta la gran regresión que han vivido en Indianapolis durante el presente curso. El naufragio de la defensa y un descenso escalofriante de la eficiencia defensiva eclipsan por completo los brotes verdes de la ofensiva. En pocos meses, Indiana ha pasado de ser Top-3 en Rating Defensivo (índice que calcula los puntos permitidos por cada 100 posesiones) a perder cualquier rasgo del equipo feroz que rugía para proteger su canasta. Una losa demasiado pesada para unos Pacers irreconocibles.

Los Pacers, sin plazos

Para un entrenador primerizo que llega a una nueva ciudad, lograr la clasificación en su temporada de debut es un éxito, pero McMillan es un perro viejo que conoce a los suyos y dispone de buenos activos con los que trabajar de inmediato. No hay nada que pueda excusar al técnico ni al proyecto, aunque desde el primer día reflejaran la imagen de un equipo hecho a pedazos que jugaba a rachas.

La peor noticia -sin duda alguna- es que la situación contractual de la franquicia es muy complicada y a Larry Bird se le acaba el tiempo para tomar decisiones. De cara al año que viene, los contratos ya ocupan unos 78 millones de dólares, 7.5 de los cuales son no garantizados. A la vista, dos renovaciones clave en la rotación exterior: CJ Miles y Jeff Teague. El primero saldrá con su opción de cancelación para buscar algo más que 4 millones de dólares, mientras que el segundo opta a triplicar los 8 millones que ha cobrado durante las últimas tres temporadas.

Teniendo en cuenta que se estima que el limite salarial esté en 102 millones, firmar a ambos implicaría quedarse sin margen de actuación e hipotecaría la futura renovación de Paul George. A las nefastas perspectivas de la agencia libre hay que sumarle el peso muerto que acumula la plantilla en cuanto a salarios; Thad Young, Al Jefferson y Monta Ellis son vacas cansadas rindiendo a un nivel muy inferior al esperado, con lo que su valor de mercado es 0. El paisaje es desolador y Bird tiene las manos atadas por las circunstancias: si trae de vuelta a Teague, pocos billetes quedarán en las arcas de la franquicia; de no hacerlo, no hay un recambio viable y se pierde en competitividad, enfadando a Paul George.

A grandes males…

Todos convenimos en que el bien más preciado para el baloncesto de Indiana es Paul George, un All-Star versátil que se encuentra entre los 10 mejores jugadores de la liga. También es obvio que el equipo necesita cambiar cosas para mejorar, por lo que no moverse significa la muerte segura. Llegados a este punto, hay pocas opciones reales con las que intentar dar un salto de calidad en un futuro, que cada vez es más lejano:

  1. La difícil, tankear con Paul George. Explícale a una superestrella en el mejor momento de su carrera que tiene que esperarse unos años para triunfar cuando puede ser agente libre sin restricciones el verano del 2018. George atesora muchísima calidad y una vía es rodearle de juventud, tener paciencia y tankear fuerte mientras los contratos más difíciles de tragar perecen o son intercambiados por rondas, chavales o dinero y espacio salarial. Viendo el tono de las últimas declaraciones y los rumores de una posible marcha a los Lakers, pensar que pueda quedarse en Indiana haciendo lo mismo en un sitio más atractivo con una mejor base de juventud es un tanto inocente. En la actualidad, Indiana solo dispone de tres jugadores con 23 o menos años; un handicap que retrasaría el proceso de ‘tankeo’ y que decanta más la balanza hacia California.
  2. La dolorosa, traspasar a Paul George -y ‘tankerar’, claro-. Si no puedes retener a tu mejor jugador, no te quedes con las manos vacías. Es una opción que no debe gustar en exceso a Larry Bird, que no lo traspasó en el pasado trade deadline. Quizás esperaba una mejor oferta, pero el tiempo no corre a su favor y pocos serán los que tenten a la suerte de adquirir a PG sin un contrato asegurado. A cada minuto que pasa, su valor desciende mientras que el riesgo crece y tenemos precedentes de fuga (Dwight Howard) y precios de saldo (DeMarcus Cousins). De irse, lo más lógico sería iniciar una reconstrucción desde 0, posiblemente cimentada sobre Turner, ya que no tendría sentido renovar a Jeff Teague por un dineral si no quieres luchar por competir.
  3. La extraña, seguir explorando el camino actual. Es decir, intentar retener a Teague convenciendo tanto al base como a George de que deben ser el núcleo unido de este equipo, contando con Thaddeus Young y Myles Turner, un jugador de futuro capaz de liderar la defensa y aportar en ataque. De suceder, sería una oda al romanticismo condenada al mismo fracaso de siempre, la opción menos probable.

Por desgracia, McMillan ha tenido un papelazo este año: ser la orquesta del Titanic sin quererlo ni saberlo. Las decisiones de la oficina lucen torpes y encaminadas al desastre desde buen principio, con un horizonte que se complica cada vez más; derrocando un pequeño fortín para construir, sin quererlo, sobre un auténtico descampado.

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