La unión de Larry Bird con él fue tal que, sin escuchar otras ofertas, estaba decidido a darle las cifras que pidiera. A ese nivel llegó el valor que Lance Stephenson tomó para los Pacers más guerreros de los últimos años. Eran una bestia defensiva, con Hibbert como ancla y Paul George con unas capacidades atléticas que poco a poco tornaban en polivalencia. Todo se torció dentro de ese vestuario con una salida, la de Danny Granger, y una llegada, la de Evan Turner. Pero ni por esas iba a ser expulsado por la puerta de atrás. Lo hizo a hombros, con un gran cariño labrado a sus espaldas y una gran oportunidad; la de ser estrella.
El resto, lo conocemos. Promesas que quedaron ahí. El aire se llevó toda expectativa del Stephenson más protagonista que deseaba el gran público. Quedaban recuerdos y esperanzas que progresivamente se diluyeron. Porque no solo fue Charlotte, también Los Ángeles, Memphis, Nueva Orleans y Minnesota. Ecosistemas distintos, entornos distintos. Pero siempre el mismo resultado; la negativa a un talento único que no se encontraba. Como aquel que pierde las llaves, Lance dejó al gran jugador en Indiana y llevó consigo al mediocre dolor de cabeza con diversos problemas físicos.
Pero ahora vuelve. Vuelve a ser noticia, a sentirse importante. A ser motivo de conversación y a provocarnos una sonrisa o el más despiadado de los improperios. Porque es así, sin término medio. Lo amas, lo odias. En nuestra mente, la imagen del soplido a LeBron se repite. Ahí decides el bando. El de quienes ríen sus gracias y lo toman como una atracción en el gran escaparate, o el de quienes condenan cada actitud desafiante y le consideran poco más que un inmaduro forrado de dinero.
En la ciudad del blue collar, gold swagger (lema de los Pacers que simplifica el contraste entre lucha y brillo) lo tienen claro. Son de los que sonríen. Celebran la vuelta, no a ser noticia ni a sentirse importante. Celebran la vuelta a casa. Se ha producido un consenso que solo los deportes de masas consiguen. El de los dioses de carne y hueso que incondicionalmente imaginamos perfectos sin reconocer evidentes errores. Lance no está por encima del bien y del mal, las recientes experiencias bien claro se lo han dejado. Pero para muchos así será.
El amor es correspondido. «Son los mejores fans del mundo» declaraba a Fox Sports el escolta a su llegada. Sentirse a gusto en una caldera es algo que solo a quien su fuego protege entiende. Para Indiana el baloncesto es su religión, para Born Ready es su forma de expresar ante el mundo cómo ve las cosas. Y, aunque a priori choque, existe una potente conexión entre ambas cuestiones. Solo quien aprovecha el ruido ensordecedor para brillar será guardado para siempre en el corazón de quienes lo provocan. El cariño no brota de la nada, se gana por asalto.
Como protegido del mandamás, como favorito de la grada, hace su retorno. Lo hace, además, en unas condiciones propicias para que la historia sea redonda. Se rodea de un contexto idóneo para engordar la leyenda de esta máquina mediática que es la NBA. El valor simbólico queda sobradamente claro solo al recordar la rivalidad creada en cuestión de minutos con aquellos Miami Heat que cerca estuvieron de lograr el three-peat. Hay mucho más, también en lo deportivo.
«Tenemos un vínculo en la pista. Esperemos cogerlo donde lo dejamos. Él está motivado. Siempre ha considerado a Indiana su casa, así que está muy emocionado de que juguemos de nuevo. Aquí es donde se hizo su nombre y su marca.” Paul George
Los Pacers vivían en tierra de nadie. En la lucha por ser parte de los ocho mejores de su conferencia, pero con sensaciones realmente complejas de explicar. Paul George no titubeó al hablar de falta de competitividad y exigir compromiso. Del suyo no se duda. Cada noche se expone, con el pecho al descubierto, ante el rival. Creándose tiros, confirmando su estatus de estrella. Alrededor, una densidad que no permite fluidez alguna. Piezas que no parecen encajar. Jeff Teague acelera, pero la pintura se sobrecarga de hombres grandes. El ritmo vive condenado a la primera marcha, pero ha encontrado un nuevo motor que contagia al resto.
En ese mismo puzzle, los problemas no quedan ahí. Entre los planes de Nate McMillan y Frank Vogel fácilmente se divisa un componente que establece fronteras. Un extraño elemento hoy alejado del ayer. Monta Ellis vive, en uso y rendimiento, en una realidad paralela. La temporada pasada vimos en él a un acaparador sin nombre. Una clave que tenía en el bote el mayor de los recursos para crear espacios y oportunidades. No se llevaba el crédito, pero lo merecía. Ahora, sin embargo, la incisión no está. Simple y dolorosamente, aquel penetrador que hacía de cualquier tirador su socio no existe hoy. Pero llega uno. Alguien que va a buscar cada balón. Alguien que está deseando llamar a los defensores y crear peligro. Un Lance que necesita echar la bola al suelo.
En medio de estas cuestiones técnico-tácticas, lo emocional de nuevo sale a flote. Porque del juego de Stephenson no puede borrarse. Porque la estética también tiene una función. Sus bailes con el yo-yo, de plásticos reversos, asistencias imposibles y posteriores gritos al cielo, son pura energía. Dicen que ni se crea ni se destruye, sino que se transforma. Él la tiene dentro, forma parte de su naturalidad. Al exteriorizarla simplemente la comparte y ahí reside la importancia; en la retroalimentación. El público se crece con él y viceversa. Es un microondas sin necesidad de estar enchufado. Un simple robo o un solo pase le basta para hacer que todo estalle y se encuentre en su salsa.
Pero todavía hay algo más importante que eso. Algo que ha sido clave para que la decisión finalmente se haya tomado. Algo por lo que el riesgo merece la pena. Ni más ni menos que el timing. Una carrera prácticamente a la deriva, con una subida que pronto tornó en un descenso que hasta hoy no ha frenado. Cinco ciudades y un verdadero toque de atención. Todo está en sus manos. El talento es una evidencia que ni sus detractores pueden negar, lo mental se escribe en otro renglón. La vuelta a los orígenes puede ser el impulso definitivo para recuperar el cauce. Sentir amor, expresarlo.
Para los Pacers, su figura no es más que un acicate. Un símbolo de lo que fue y lo que, ¿por qué no?, puede volver a ser. Una dosis extra de electricidad para un bloque necesitado de ella justo antes de la batalla que mayor carga exige. Semanas antes de los Playoffs, un equipo con un rumbo que no quedaba del todo claro ha encontrado al hombre capacitado para, de un golpe, encontrar la ruta. Si verdaderamente quiere y el destino le acompaña, de sus manos llegará un empujón considerablemente serio.
«Siempre supimos que quería volver y creemos que es el tiempo correcto. No solo para el resto de la temporada, sino para seguir adelante.» Larry Bird
No hay oportunidad mala, ni buena. Solo aprovechada o dejada pasar. Si hay algo que haya aprendido, debe ser eso. Porque si Lance nació preparado, Lance ha vuelto preparado. Ahora, el balón está en su tejado.
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