Era una estrella. No emergente, tampoco en un plano secundario. Toda una estrella. De esas de las que para hablar de la franquicia a la que pertenecen se utiliza siempre su nombre acompañado con un determinante. Eran los Raptors de Chris Bosh. El de antes de Miami, el que brillaba en Canadá siendo el líder. José Calderón lo acabó reconociendo. Intentaba analizar su juego; habilidades para asistir, movimiento de pies en el poste, ventaja ante hombres más lentos… Pero se le escapó. Acababa de verle anotar 35 en un partido ante los Hawks, en enero de 2008. «Ese es nuestro chico», afirmó, sonriente. Hasta entonces, ya había sido All-Star en tres ocasiones consecutivas, iba camino de la cuarta. Incluso, había devuelto los Playoffs a Toronto, para un corto paseo. No le pareció suficiente.
Pero el cambio no se haría esperar. Fue a principios de junio de 2009. El ala-pívot terminaba contrato. Tenía la opción de un año más o, si quisiera rechazarla, podría firmar un nuevo contrato con la franquicia canadiense. Él mismo despejó todas las incógnitas tras un evento publicitario de los propios Raptors. Se le acercó un grupo de periodistas de prensa local y lanzó su mensaje. No solo negó (sin llegar a decirlo así) que fuese a renovar, a pesar de que el por entonces GM expresara su deseo por mantenerle, sino que, además, ya hablaba como si se viese fuera, en otro uniforme. Rara vez un agente libre discute con tal naturalidad sus opciones. Generalmente, más cuando hablamos de élite, se muestran reticentes no solo a lanzar tajantes sentencias sino también a comentar posibles movimientos con reporteros y cronistas.
No llegó a decir nombres de posibles destinos ni cerró puertas de un modo explícito. Pero sus palabras venían cargadas de una interpretación subjetiva muy clara. Como no podía ser de otra manera, dio pie a toda clase de conjeturas y suposiciones.
Lo anunció a los cuatro vientos; hablaba de mantenerse con las mismas metas, de un plan personal que tuvo y mantuvo. No quiso ser claro, pero todos lo entendieron así. Quería un anillo. Pero más allá de eso, se veía con un acuerdo firmado a lo grande. El máximo salarial. «No hay ninguna duda. No veo ninguna negociación sobre eso». Por dinero no sería, Toronto disponía de opciones en ese sentido. Era un equipo preparado para construirse a su alrededor. El principal inconveniente se daba, precisamente, en los objetivos predispuestos por el jugador. Por entonces, el Norte no tenía capacidad para atraer. No hacía ni diez años, pero el mercado era bien distinto al de hoy. Los grandes nombres predominaban sobre proyectos, acaparaban interés. Llegar al dorado allí arriba era impensable a corto plazo. No se podría sin mimbres. Los mimbres no se conseguían sin aires de grandeza.
«Un tío de la vieja escuela me dijo: ‘Toma ventaja. No podrás jugar a esto siempre. Asegúrate de que maximizas tu potencial'».
¿Qué se puede sacar de una cita como esta? Sin llegar a expresarse con clarividencia, la interpretación era obvia. Sonaba a veterano que no quería apagarse sin dejar estela. A astro que no quiere arrepentirse, que evita pensar en lo que pudo ser y nunca llegó.
Hay un detalle que se nos escapa. Finalmente quedó en eso, un detalle. Algo que ni siquiera se tuvo en cuenta, pero se planteó. Fue en el célebre portal deportivo estadounidense SB Nation donde encontramos tal conjetura. En mitad de la temporada que lo cambió todo para los Raptors, lanzaron un rumor de grandes dimensiones. Un hecho extradeportivo que podía hacer click en la mente de Colangelo. Para la web, estaba claro. Bosh con esto dejaba de ser uno de los chicos buenos de la liga. El turbulento caso en cuestión era el supuesto abandono a la madre de su hijo tras haber consensuado tenerlo. Ella, con un niño de siete meses a cargo, quedó sola. «No piensen que no le importa a Colangelo, y no piensen que no va a ser un factor clave en las decisiones de Colangelo en la próxima postemporada».
Igualmente, su oferta estaría sobre la mesa. Sin embargo, como sabemos, ganaron los Heat, mediante un sign and trade. El destino tenía todo para hacerlo; un archiconocido arquitecto con ambiciosas ideas, un definido cabecilla con pasado triunfador y una fama de playa dorada que engrandece aún su nombre. El jugoso contrato, de 110 millones en seis años, guardaba algo revelador. Había dejado de lado otros 15 por jugar con LeBron y Wade. Por ganar.
«Fue difícil salir, pero no podía seguir allí. Sabía que tenía que irme porque sabía que nadie iba a venir. Quería ganar un campeonato, solo eso. Quería ganar y a lo grande».
Se declaró la guerra. Colangelo hizo de Dan Gilbert (propietario de los Cavaliers), atacando al bautizado como traidor por la afición. No lo hizo esta vez con una carta abierta en modo de comunicado, sino en el podcast de Bob McCown, en julio de 2010. Lanzó duras acusaciones contra un jugador que, por un codazo en la cara que le hizo pasar por quirófano, se perdió el tramo final de la temporada 2009/10, jugándose entrar en Playoffs como octavos. Según el General Manager, fue decisión del propio Bosh no vestirse en seis partidos en los que ya estaba preparado para jugar. Alargó su baja. «El hecho de que nuestra temporada estaba cayendo en espiral y que esperábamos tenerlo de vuelta antes, además de hacer frente a otras cosas en ese momento… realmente sufrimos ahí».
Dijo más. «Estuviera mentalmente fuera o que simplemente no estaba ahí en la recta final, no era el mismo. Creo que todo el mundo lo vio pero nadie quiso darse cuenta«. Sobre la posible pero finalmente inexistente intención del interior de renovar en Toronto, fue más duro si cabe. «Nunca sentí que estuviéramos ahí. Había demasiado ahí fuera, demasiado construido para que tomara una opción sencilla. Y eligió eso». «Intentamos con nuestras fuerzas poner las piezas alrededor de Chris. Distintas piezas, estilos. No funcionó. No importaba qué tipo de jugador traíamos, no parecía que hubiera la mezcla correcta con él como pieza central«.
Pero el aludido respondió. «Juego a esto tan fuerte como puedo cada vez que piso la cancha. En la espalda de mi camiseta pone ‘Bosh’. Los Bosh son grandes trabajadores. Tenemos mucho orgullo en lo que hacemos. En nuestros trabajos y en la vida.»
Un jugador que escapaba de las dificultades, que no estaba mentalmente en sus tareas y sobre el que no se podía edificar. Así dibujaban en las oficinas de Canadá al flamante integrante del big three de South Beach. Pero había tomado su decisión.
DeMar DeRozan reaccionó de forma más sutil. «No os preocupéis, aquí estoy yo». Pero no lo serían los asiduos del Air Canada Centre. Animados por la portada del Toronto Sun, que titulaba ‘Bosh bash‘ (algo así como el golpe de Bosh), abuchearon, insultaron y gritaron a quien fue su estrella. Como suele pasar, una marcha de peso es una llama que enciende el fuego del odio. Desde la presentación, al salto inicial. Desde cada tiro libre, a la bocina final. El ruido jugaba en su contra. Los carteles con originales mensajes atacándole inundaban las gradas del pabellón.
Desde dentro, con opiniones de aficionados, la noche de su vuelta:
Pero realmente, CB4 no parecía preocupado. «Quiero ser bien recibido en Toronto… pero aún no». ¿Cuándo, entonces? «Cuando me retire. Entonces todo estará bien», dijo entre risas.
Siete años después, no sabemos qué recuerdo habrá elegido el Norte. El que vendió Colangelo o el que sus ojos vieron. Quizá, todo torna de rosa por el contexto tan negro en el que vive. Quizá, solo quizá, lo mejor sea el olvido. Ojalá, y esto es algo que todos deseamos, pueda volver a las canchas. Mientras siga, desgraciadamente, en stand-by, la respuesta seguirá en la nevera.
«Fue un tiempo de mi vida. Es, literalmente, sangre, sudor y lágrimas y, sí, tienes tus lazos emocionales. Pero trabajas y debes tener esa confianza en tu cabeza para intentar conseguir esas metas y lo dejas todo en la cancha. Tienes grandes momentos y recuerdos con la gente que se quedarán para siempre».
La salida de Chris Bosh no fue, ni más ni menos, que un tercio de una historia de rencor que se alargó por cuatro Finales consecutivas. Cleveland sintió lo mismo, la NBA se unificó contra el grande de los grandes. De LeBron, todos hablan. De Bosh, pocos se acuerdan. Fue parte de un hervidero. Contra él, se declaró la guerra.
Nota: el ala-pívot acabó ganando el caso de abandono de la custodia de su hijo, aunque tendría que pagar 30.000 dólares al mes a la madre para sus cuidados.
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