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Opinión

Pesadilla canaria en Portland

Nate McMillan. Durante años, ese nombre fue el sinónimo de un ogro, del responsable principal de que Sergio Rodríguez no brillara allí donde tenía su sitio, la NBA.

sergio rodriguez blazers
Getty Images

No cabe duda de que Sergio Rodríguez es un jugador singular. Diferente. De los que practican el ilusionismo a espuertas, siéndole igual el contexto en el que se encuentre. Al Chacho siempre le ha fascinado maravillar a espectadores, compañeros y rivales mediante su hipnótico y eléctrico juego. Desde años atrás resulta sencillo encontrar asistencias o canastas de su autoría en los tops de highlights semanales o incluso de la temporada. Por la sangre de Sergio Rodríguez Gómez, nacido en San Cristóbal de la Laguna (Tenerife) el 12 de junio de 1986, no circulan glóbulos rojos o leucocitos. Circula magia.

Dicen que los prodigios gozan de gran capacidad para innovar, siendo a su vez personas que poseen una cualidad en grado extraordinario. En el caso de nuestro protagonista, se trata del baloncesto. Pero no siempre ha sido capaz de exteriorizar ese don prestidigitador que lleva consigo. O, mejor dicho, no se lo han permitido. Y el tirano tiene nombre y apellidos: Nate McMillan.

Pero vayamos por partes.

Sergio comenzó a jugar al baloncesto en su Tenerife natal, más concretamente en su colegio, La Salle San Ildefonso. Desde ahí ficharía por el Tenerife, emigrando posteriormente hacia el Centro de Formación Siglo XXI País Vasco. Pondría punto y final a su estancia allí tras tres temporadas firmando por el Estudiantes, club con el que haría su debut en liga ACB. Ahí daría comienzo el boom: debut en la Final ACB de 2004 siendo aún junior de segundo año, se alzaría con el trofeo de jugador revelación tan solo una temporada después tras hacer las delicias del mundo del baloncesto merced a un juego brillante, imaginativo y vistoso. Finalmente, se presentaría al Draft del 2006, resultando elegido por los Phoenix Suns en vigesimoséptima posición, siendo traspasado a Portland pocos minutos más tarde.

Justo entonces daba comienzo su vía crucis.

Nate McMillan jugó en la NBA durante doce años. Ningún jugador prolonga su carrera tal número de temporadas si no es apto para el baloncesto: buen defensor, se esforzaba más en distribuir el juego hacia sus compañeros que en lanzar a canasta –su promedio de anotación jamás sobrepasó los 7’6 tantos de media y posee el honor de haber entregado 25 asistencias en un partido siendo apenas un rookie-. Aseado y exacto, McMillan se ganó un caché durante sus años en la pista que se alargó durante sus primeros pasos como head coach. Sin embargo, existía un problema: entre tanta exactitud no tenía cabida ninguna la fantasía. Y el Chacho no encajaba con su entrenador. McMillan encarnaba el basket control, con ritmos de juego pesados, y Sergio representaba la alegría. Eran como la noche y el día. Agua y aceite. El yin y el yang. Polos opuestos.

Sin embargo, lejos de achicarse y con ávido apetito de aprender y empaparse de baloncesto americano, el jugador dejaba sus impresiones a los días de ser drafteado: “Me han asegurado el contrato y mi impresión personal es muy buena. Todavía no me hago a la idea, quiero ir a conocer la ciudad, el equipo y todo lo que me va a rodear allí. Los Blazers ofrecen las mejores condiciones posibles para dar el salto a la NBA», afirmaba. No alcanzaba a imaginar el calvario que iba a comenzar a vivir. Fueron tres temporadas con aroma a frustración y la sensación de que en Europa hubiera sido infinitamente más productivo.

Durante su primera campaña pisó pista en 67 partidos de temporada regular –los Blazers no accedieron a las rondas por el título-, con una media de 3’7 puntos en unos paupérrimos 12 minutos, cantidad que se achacaba sobre todo al hecho de encontrarse en su primera campaña y al manejo del inglés. Al término de la temporada, ofrecería una rueda de prensa en la que diría que «estoy contento por haber llegado a la NBA, pero no me conformo con eso. Hay muchos factores que influyen a lo largo de una temporada, pero mi meta para el próximo curso será tener más minutos y sentirme parte del equipo en todos los momentos«. Si hubiera sido conocedor de que el mundo se iba a desmoronar sobre sus hombros…

En su temporada de sophomore, la situación iniciaba a cobrar importancia en demasía. 9 minutos por partido provocaban que un descontento Sergio Rodríguez comenzase a dejar entrever que le gustaría salir traspasado. Él sabía que era capaz de aportar inmensamente más de lo que lo estaba haciendo, pero a su vez, sentía que le estaban frenando. Alguien le estaba cortando el desarrollo. Las alas. Le estaban impidiendo divertirse sobre una cancha de baloncesto. Cuando ocurría algún imprevisto, Sergio tenía minutos que no desaprovechaba en absoluto. No obstante, al partido siguiente retornaba al banquillo. No entendía nada.

Pero conocía al responsable de tamaña infamia. Así se refería al año que acababa de finalizar: Estoy contento en Portland con la ciudad, los compañeros y el club, pero con el entrenador no he tenido ese feeling o no hemos sabido conjuntarnos para conseguirlo. Ha sido una temporada rara y contradictoria. Por parte de todo el mundo, del general manager, la afición y la prensa ha habido un mensaje de paciencia, porque soy joven. Pero el entrenador me ha hecho ver en estos dos años que su mensaje no es el mismo«.

Sin embargo, la franquicia, con el GM Kevin Pritchard –quien confiaba ciegamente en él y sus posibilidades- al frente, decidía renovarle el vínculo contractual que les unía ejerciendo la team option de la que disponía uniéndole así al equipo hasta 2010.

En su tercer año se destapó definitivamente la Caja de Pandora. Nate McMillan ya no se cortaba en absoluto en sus escarmientos públicos para el base canario, sobre todo unos días después de que Sergio Rodríguez expusiera en la prensa sus intenciones de salir de la franquicia en el diario The Oregonian: Después de dos años de espera, yo creo que es justo decirle que estoy aquí. He sido profesional, soy buen compañero y he esperado tres años a la promesa de jugar. Ahora es mi turno. Me siento muy mal por estar en esta situación». El preparador americano manifestó en un estado de visible furia: Si tiene algún problema que venga a mi despacho y lo hablamos. Mis puertas están abiertas. Yo escucho y si es infeliz, que venga y me lo diga a mí y no a la prensa”.

Sin embargo, jamás sabremos si Sergio llegó a platicar con su entrenador. Lo único que conocemos a ciencia cierta es que su tiempo de juego se redujo considerablemente durante lo que restaba de temporada regular y Playoffs –primer accésit para su equipo en años-. McMillan lo relacionaba intrínsecamente con su rendimiento atrás cuando era inquirido por ello: “Defensa. Tiene que defender mejor y punto”, zanjó en diversas ocasiones.

Al concluir la campaña, el canario reanudaba su petición de cambiar de equipo. Especialmente sonadas resultaron estas palabras a un periódico local: «Algo tiene que suceder. No puedo estar aquí para siempre, con la misma situación. He estado aquí tres años y estoy en la misma posición que estaba en mi primera semana. Es la misma situación una y otra vez. Él (McMillan) es un buen entrenador, pero creo que no soy su tipo de jugador. No se siente cómodo conmigo. Creo que eso es obvio. No sé qué va a pasar, pero pase lo que pase, quiero dar las gracias a Portland por todo, por su apoyo. Siempre tendré un buen recuerdo de aquí. Yo sabía que jugaría en la primera mitad y que no lo haría en la segunda. Por eso daba igual lo que hiciera, podía cometer errores. El entrenador y yo vemos el baloncesto de forma diferente. No estoy diciendo que debamos tener la misma visión, pero tenemos que tener la capacidad para adaptarnos. Él no lo hace. Aquí no creo que pueda hacer más. Es imposible”.

Palabras que, sin duda, atronaban enérgicamente a despedida.

Sergio Rodríguez partió rumbo Sacramento un mes después de estas confesiones, donde esperaba jugar con más asiduidad. No obstante, salió a los pocos encuentros hacia Nueva York. Allí en la gran Manzana y bajo la tutela de Mike D’Antoni supo encontrar un pico de juego con más minutos que en sus dos anteriores equipos. Sin embargo, con la temporada finalizada y con alguna que otra oferta NBA, optó por la propuesta del Real Madrid. Ya en la capital española, tras una aciaga primera temporada, se convirtió en uno de los mejores playmakers de Europa, alzándose incluso en 2014 como MVP de la Euroliga.

Pero el Chacho sentía que tenía una deuda que saldar con la competición americana. Por eso, cuando los Sixers le prepararon una oferta tras haberlo ganado todo en el Viejo Continente, y tras pensarlo no sin abruptos, decidió realizar de nuevo el trayecto overseas en el camino que conduce a la Ciudad del Amor Fraternal. Necesitaba volver a tratarse con los mejores, pues se adivinaba cuantiosamente más experimentado que antaño. Sobre todo después vivir en sus carnes una auténtica pesadilla canaria en Portland.

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