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Costa a costa

El fenómeno Lonzo

Cuando alguien empieza a ser el centro de todas las miradas, es muy difícil no prestarle atención y no fijarse en él. Todo el mundo habla sobre él y, de pronto, al verle, uno empieza a entender por qué está en boca de todos.

La historia de un nuevo modelo se empezó a escribir en un instituto de una ciudad ubicada en el condado de San Bernardino (California), en Chino Hills. Ahí es donde se encontraba la familia Ball, una familia en la que los tres hijos, Lonzo, LiAngelo y LaMelo, vivirían por y para el baloncesto.

El padre y mentor (y también polémico, pero eso ya es otro tema), LaVar Ball, entrenaba a sus hijos con una premisa muy clara y en la que renunciaría a lo meramente tradicional. Era la de correr lo máximo posible, evitando bajar el ritmo de juego.

«La filosofía de mi padre es que no siempre puedes acelerar, pero siempre puedes frenar. Él nos enseñó a jugar rápido, y así es cómo siempre ha sido», decía en su día el protagonista de estas líneas.

La segunda norma podría considerarse una excentricidad y más bien fuera de lo común, como si se tratara de un experimento.

«Un mal tiro es ese tipo de lanzamiento que no se practica. Si practicas tiros desde unos 30 pies (unos 9 metros), eso puede ser un buen tiro. Es mejor lanzar desde treinta pies con espacio suficiente y con una mecánica cómoda que tirar desde la línea de 3 con una mano en la cara», aseguraba LaVar Ball a The Ringer.

Entrenó a sus hijos con esas dos reglas. Corrían sin parar y practicaban tiros desde mucho más lejos que la mayoría, por tal de normalizar ese lanzamiento que pocos se atreven a tomar. Al fin y al cabo, la cuestión era tener el espacio suficiente para tirar cómodamente.

En definitiva, la teoría de LaVar tenía un objetivo: Revolucionar el baloncesto y tratar de imponer una nueva forma de entender este deporte como tal. Sus vástagos serían los encargados de reproducir su filosofía, de intentar crear un nuevo precedente desde el primer escalón, el instituto.

Y es que toda historia tiene un comienzo.

Lonzo Ball, el hijo mayor, sería el primero en crear expectación de los tres hermanos, por no decir el que más. Ya comprometido en su momento con la súper prestigiosa universidad de UCLA y catalogado como una de las grandes estrellas de su class, sacaría a Chino Hills del ostracismo y pondría a su instituto en el mapa. Sería la gran razón por la cual la televisión nacional tendría interés en retransmitir encuentros de su instituto. Conseguir una entrada para verle jugar no era tarea fácil, porque llenaba pabellones partido sí, partido también.

Un ‘point guard’ de casi 2 metros de estatura que promedió triple-doble en su año senior en Chino Hills, con una extraordinaria facilidad para crear juego y de tirar desde más de 7-8 metros con total naturalidad y efectividad a pesar de su mecánica poco convencional, la cual intentó modificar en la pretemporada con UCLA en Australia.

Pero ese intento de mejorar la estética de su tiro no tuvo éxito.

«No jugué nada bien. Todo el rato intentaba cambiar mi tiro, pero no entraba nada. Tan solo intentaba que mi tiro fuera algo más tradicional, supongo», contaba Lonzo a Bleacher Report.

Al final, regresó a sus orígenes. A pesar de que su mecánica siguiera pareciendo terrible estéticamente hablando, los tiros entraban, que a fin de cuentas era lo más importante.

«Los lanzamientos más bonitos son los que entran», decía Steve Alford, su técnico en UCLA.

Volviendo a lo de antes, su meteórico paso por high school reforzó su condición de futura estrella. Ball era una máquina de crear hype, y en UCLA, su siguiente destino, ya se frotaban las manos con él.

El hype era real.

Porque Lonzo Ball era sinónimo de show, y él acabaría cambiando la identidad de un programa entero. El base del futuro había llegado y UCLA iba a ser testigo directo desde el principio de año. Con Steve Alford en el banquillo, con Ball a la cabeza y con Ike Anigbogu, Aaron Holiday, Bryce Alford, T.J. Leaf e Isaac Hamilton formando un elenco inmejorable, los Bruins se transformarían, de un plumazo, en el mejor ataque de la competición y en uno de los grandes candidatos al título nacional.

Lonzo hacía mejores a los demás y eso, jugada tras jugada y partido tras partido, se evidenciaba cada vez más.

«Puedo ver las jugadas antes de que sucedan la mayoría de las veces», decía el base. «Sé dónde van a estar situados mis compañeros, entonces el juego pasa a ser más sencillo para mí».

Esa era su gran virtud: Lo veía todo y lo hacía al ritmo que él quería. La filosofía de juego que asimiló de niño, con la que se expresó en el instituto, pues marcaría el compás de los Bruins durante todo el año. Un genio cuyo hábitat natural era el caos y con la imaginación como recurso indispensable para darle personalidad y una nueva dimensión competitiva a todo un grupo. Lonzo Ball era el motivo de una mutación colectiva total y la personificación de una idea. La ejecución de su estilo era por puro instinto, como si se tratara de un simple estímulo, sin pensar, cuando otros necesitaban unos segundos de más para tomar la decisión correcta. Estaba adiestrado así.

«Una reacción es mucho más rápida que pensar», decía LaVar Ball.

Un prospect diferente con unas capacidades únicas sobre el parqué, que seducían a cualquiera, como si de amor a primera vista se tratara. Un ‘modus operandi’ del cual puede beneficiarse su futuro destino profesional, porque Lonzo Ball es un molde perfecto para el baloncesto moderno actual.

De expandir el rango de tiro hasta lo impensable a iniciar un ataque con un ‘outlet pass’ para crear desajustes. De generar juego a través de un bloqueo directo, a dirigir con maestría un contraataque. Ball es un ‘floor general’ diferente, imaginativo y rompedor, capaz de reventar un sistema defensivo en transición, en estático y desde el perímetro. Cuando deja que el juego venga a él, es pura dinamita. Un líder que, a pesar de la inexpresividad que aparenta en pista, no le asusta lo más mínimo asumir el control de la situación incluso en los momentos más hostiles. Un ganador inconformista dispuesto a cambiar un sistema y la cultura de toda una franquicia.

«Quiero asumir el reto de transformar cualquier equipo de la liga», afirmaba en una entrevista en The Vertical.

Pero toda razón de ser tiene un origen. La de Lonzo se llamaba Magic y se apellidaba Johnson. Y aunque muchos jóvenes soñaran en parecerse un mínimo a la leyenda de los Lakers, algo casi utópico, él sería capaz de capturar un poco de su esencia: la de hacer mejores a los que le rodean a su manera, con un toque fresco y atrevido, divirtiendo al espectador.

«Veía ‘tape’ de Magic cuando era niño, y eso se puede ver en mi juego. A él le gustaba pasar el balón, a mí también me gusta hacerlo. Él era un ‘point guard’ grande, yo también lo soy».

Ambicioso, todo un estudioso del juego y un ganador. El hijo mayor de la familia Ball, habituado a la filosofía del ‘fast-pace game’, se embarcará en un nuevo y atrayente desafío: el de triunfar en el nuevo baloncesto moderno, con un swag propio como su principal valedor.

Lonzo Ball ha atraído a las masas desde el instituto hasta UCLA. Ahora, con la NBA en el horizonte, le toca justificar todo el hype que ha arrastrado hasta ahora.

El ‘fenómeno Lonzo’ ya está aquí, y ha venido para quedarse.

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