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Análisis

Cuando CP y Deron eran el techo

Corría el año 2005. Tiempo de certezas en la NBA. Si alguien cruzara el horizonte y se situara en aquella época con la idea de preguntar por el mejor base de la liga, un unísono de voces le aturdiría. Todas al nombre de Steve Nash. El canadiense ganaría en esa temporada el primero de sus dos MVP. Se quedaría en la puerta de un campeonato que nunca iba a llegar, pero con la tranquilidad de que nadie armaba mejor el juego. Resulta extraño que bastaran solo dos meses para que este trono se ponga en jaque. La NBA tiene esas cosas. Es una maquinaria ideada para cazar talentos y empaquetarlos en una caja con pantalla para que todos lo vean. Como si uno fuera poco, el Draft de 2005 le regaló a la liga dos de los mejores bases que los próximos años tendrían. En el puesto tres y cuatro, respectivamente, aparecieron Deron Williams y Chris Paul. Los jóvenes y prodigiosos. Los prometedores bases que dominarían el futuro. Doce años más tarde, se puede ver con claridad cómo sus historias se entrelazan para luego separarse. Y aunque el camino de uno sea más laureado que el del otro, es preciso viajar al momento en el que todos los ponían en el mismo pedestal. Un tiempo en el que eran los mejores.

“¿Es Chris Paul el mejor base de la NBA?”, era un sitio común de las mesas de periodistas y de las de aficionados allá por 2007.  Pero dicen los que saben que lo más importante no es llegar, sino mantenerse. Y Paul ha conseguido que esa pregunta todavía esté en boca de todos, una década después. Todo comenzó en New Orleans.  Llegó a una franquicia que lo necesitaba como el aire para respirar. Aquellos Hornets estaban devastados por el paso del huracán Katrina. Y a ese pequeño armador que llegaba de Wake Forest le bastó con esa temporada para avisarle a los aficionados que en su equipo tenían a una joya. Fue elegido Rookie del Año y se llevó puesto a otras figuras como David West, uno de los asombrados con el joven líder: “No se calla nada. Te indica cuando debes ser más agresivo, tirar o ir al lugar indicado”. Ese fue el plus que lo puso en las tapas de los diarios. Y con semejante presentación, la era Chris Paul tenía que ser algo grande.

Para ese entonces ya era indiscutida su calidad de asistente. Pateó por los aires las marcas de la NBA en ese rubro.  Los promedios de asistencias en sus primeras tres temporadas fueron superiores a las de glorias del pase como Magic Johnson y John Stockton. Y a fines de 2008 ya relegaba a Steve Nash al segundo puesto de pasadores en la NBA. Atrevido como pocos, no se contentó con ser un especialista de un único libro. Ese mismo año se convirtió en el jugador con más robos en la liga durante el curso, el quinto en la historia en conseguirlo en conjunto. Paul se salía del molde en New Orleans y la posibilidad de liderar un contendiente al título era un secreto a voces.  Mejor quintento NBA, Mejor quinteto Defensivo. CP3 tomaba del cuello al estrellato en muy poco tiempo. El broche de oro se lo sacó de las manos Kobe Bryant, quien se llevó el MVP en esa temporada. La siguiente no hacía más que consolidarlo. Se convirtió en el primer jugador en la historia en liderar la liga en asistencias y robos en años consecutivos. Ya era imposible sostenerlo para los Hornets. Demasiado Chris Paul para una franquicia con pocos aires de contendiente al título. Luego, lo conocido. El pase trunco a los Lakers para llegar a Los Angeles por otra vía, la de los Clippers. Quizás otra sería la historia de Paul y sus vitrinas si su entorno hubiese sido distinto. Pero ninguna frustración opacará su condición de hito en la historia de los bases en la NBA. Una verdad que comenzó a materializarse en aquella época, en la que compartía el trono con su espejo de Utah.

Aquellos Jazz de mediados de la década no brillaban. Simplemente eran pisoteados antes de llegar a los Playoffs. “Deron Williams”, dijeron en el Draft de 2005, y la cosa se dio vuelta como una tortilla. Su temporada de rookie, en la que fue elegido en el mejor quinteto de novatos, fue la clave.  Jerry Sloan comprendió que el base traía consigo la receta del éxito. Con Williams como titular, Utah consiguió el mejor arranque de temporada de su historia: 12 triunfos. En Salt Lake City todos culpaban a D-Will. En el resto de la liga se lamentaban no haberlo escogido un año antes. En esa temporada sus promedios de asistencias superaron a los de los tres mejores pasadores de su equipo juntos. Vital como nadie para conseguirlo, Williams vio como San Antonio hacía pedazos sus sueños y los de sus compañeros en las Finales de Conferencia. Pero la postemporada ya no era tierra virgen. No para ese al que el veterano Spur Bruce Bowen ya comparaba con Stockton: “Es un base puro, de esos que se echan de menos en la NBA”.

Pero como un tatuaje en su brazo lo dice, “lo que no te mata te fortalece”.  En los siguientes tres años no bajó su producción. La aumentaba cuando sonaba las alarmas de los Playoffs.  “Soy el mejor base del mundo” llegó a decir Williams en 2009. “Chris (Paul) debe pensar que él es el mejor y está bien, pero yo no tengo dudas”. Y por entonces nadie tenía los argumentos para callarlo. Elegir entre Paul y él era cuestión de estado y de gustos. La NBA dividía sus aguas entre los dos mejores armadores del momento. Algo así como ser republicano o demócrata. Si uno pasaba más, el otro golpeaba la mesa con sus promedios de puntos.

Hasta que uno de los dos cayó. Y ese fue Williams. Su paso a New Jersey Nets, el lockout de la NBA, se transformaron en un antes un después para su carrera. Aunque seguían ubicándolo como una estrella, sus números emprendieron una caída constante.  De aquel portento fulgurante solo quedaban chispazos. Noches de 11 triples, de 57 puntos y la esperanza de que el pasado se adueñaría del presente. Todo en la vida tiene un ciclo. Pero le resulta más difícil al tiempo barrer con lo hecho cuando una figura se adueña de una época.

Carreras que empezaron un mismo día. Trayectorias de dos hombres que parecían cortados por la misma tijera. Luego, la NBA y el paso del tiempo hicieron lo suyo. Quizás, preguntarse quién es el base más  la actualidad sea la clave para entender qué destino tomó cada uno. Entre las luces de Steph Curry, Russell Westbrook y James Harden, muchas miradas irían hacia Chris Paul. Una suerte de premio por lograr que su presente no distinga del pasado. Ya no aparecería Deron Williams, relegado a ser recordado por lo que fue y pudo ser.  Sin embargo, ambos estarán ligados para siempre a aquellos años en los que la NBA se rendía a sus pies y todos sabían a quiénes señalar cuando se preguntaba por los mejores.

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