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Perfiles NBA

Hal Greer y el premio a la perseverancia

Nadie hubiese apostado por él como uno de los mejores de la historia, pero se ética de trabajo hasta el infinito le llevó más lejos de lo que jamás pudo soñar.

Ya había estado en una situación similar con anterioridad. De hecho, la adversidad y el rechazo fueron dos términos que lo persiguieron de manera incansable desde su más tierna infancia. Nacer en Virginia Occidental, un estado fuertemente marcado por la política segregacionista –por suerte no al terrible nivel de Alabama , Mississippi o la vecina Virginia-, supuso una inclemente bofetada por parte de la triste realidad que asolaba el país por aquel entonces y le obligó a madurar a marchas forzadas, y a asumir la crueldad de un sector de la sociedad que se creía todavía con el poder y el derecho de esclavizar a sus hermanos de color.

Su primera experiencia en el mundo del baloncesto fue en la Frederick Douglass High School, un recinto exclusivo para estudiantes de raza negra. Allí se convirtió en uno de los jugadores más destacados de todo el estado, llamando la atención de Cam Henderson, leyenda de la modesta Universidad de Marshall, donde cumplía las funciones de entrenador de los equipos de fútbol americano, béisbol y baloncesto.

Así, Hal Greer rompió la, hasta entonces, infranqueable ‘barrera del color’, convirtiéndose en el primer jugador afroamericano en ser becado en una universidad de Virgina Occidental y uno de los pocos jugadores en todo el sur de Estados Unidos en poder disfrutar de dicho privilegio. Una oportunidad que el propio escolta devolvería a su mentor en 1956 con el campeonato de la Mid-American Conference, apenas unos meses antes de que la diabetes sesgara la vida del entrenador el 3 de mayo de aquel mismo año.

Sus grandes actuaciones y soberbio papel sobre la cancha -19.4 puntos y 10.8 rebotes en las tres temporadas que defendió la camiseta de los Thundering Herd-, conectó directamente con la grada y alivió las posibles tensiones raciales con la afición, la cual pudo disfrutar, además, de la primera aparición de su humilde equipo en el torneo de la NCAA, algo que no volvería a ocurrir hasta 1972, para repetir posteriormente en 1984, 1985 y 1987. La derrota en primera ronda ante la Morehead State University no empañó, ni mucho menos, la sensacional temporada de una universidad conocedora de sus limitaciones y acostumbrada a deambular por el pozo del sistema universitario estadounidense.

«No faltó a un entrenamiento ni a un partido. No importaba si tenía que hacer el trayecto en autobús, avión o tren. Siempre estaba allí, puntual». – Dolph Schayes.

Pero quizá no fuera suficiente. Su nombramiento como All-American en su temporada senior y sus casi 1.400 puntos en 71 partidos en Marshall no ayudaron lo más mínimo a fortalecer la quebradiza confianza de un espigado chaval que se presentó por primera vez en el training camp de los Syracuse Nationals, quienes lo habían seleccionado en segunda ronda del Draft de 1958, completamente asustado y sin un ápice de seguridad en su interior.

“Nunca pensé que me llegaría la oportunidad de jugar en la NBA. Ni siquiera deshice la maleta cuando fui a mi primer entrenamiento. Daba por hecho que no estaría en el equipo», reconocería años después.

Sin saberlo, no obstante, su transformación ya estaba en marcha. De hecho, había dado comienzo ya en su periplo universitario, cuando recibió -tras previa solicitud- una copia de la llave del pabellón de los Thundering Herd para entrenar a cualquier hora del día. Durante aquellas interminables jornadas de entrenamientos, salpicadas cada sábado con pequeñas ‘pachangas’ junto a sus amigos, Hal Greer estableció las bases de su disciplina de juego y de su emblemático tiro en suspensión desde la línea de tiro libre, principal sello de identidad durante el resto de su carrera profesional.

Pese a las grandes dudas que inundaban su cabeza, Greer convenció a Paul Seymour, por aquel entonces, entrenador -y jugador- de los Nationals, logrando el tan ansiado, como inesperado para él, premio en forma de puesto en una plantilla en la que Dolph Schayes, ocho veces All-Star hasta entonces y campeón de la NBA en 1955, Red Kerr, George Yardley y Larry Costello eran las principales caras visibles.

El camino, eso si, no iba a ser nada fácil. Las buenas sensaciones de la pretemporada no se vieron reflejadas en el inicio del curso. Pese a conseguir la victoria ante los Pistons, el escolta firmó un gris debut en la NBA -un 19 de octubre de 1958- después de errar los cuatro lanzamientos que intentó en los 17 minutos que estuvo en pista. Apenas seis días después se resarcía con once puntos ante los Warriors de Paul Arizin y Tom Gola, aunque su amago de rebeldía se vería ensombrecido por una racha de trece derrotas en 17 partidos que hacía saltar las alarmas en Syracuse.

Sin aparentes soluciones a la vista, Seymour optó por dar mayor peso específico en el equipo a Greer, quien rápidamente devolvería la confianza de su técnico y se instalaría como ‘Sexto Hombre’ del equipo. Tras cerrar unas últimas semanas del año aciagas, los Nationals dieron comienzo a 1959 con un mes de enero en el que sumaron once triunfos, con el propio Hal asumiendo mayor responsabilidad ofensiva -con cinco encuentros por encima de los 20 puntos, siendo su tope hasta entonces los 18 tantos logrados a comienzos de noviembre ante los Lakers de otra leyenda en su año ‘rookie’, Elgin Baylor- y demostrando estar más que preparado para afrontar con éxito el reto que la mejor liga de baloncesto del planeta le había propuesto.

La incertidumbre y las vacilaciones de las primeras semanas se esfumaron por completo para empezar a mostrar al -todavía- chaval que se convertiría en uno de los mejores escoltas de la liga durante la siguiente década y uno de los jugadores más respetados por compañeros de profesión. Una consagración que tendría lugar ese mismo año, en un idilio anotador con el que se iría hasta los 45 puntos -y 11 rebotes- en el legendario Boston Garden, santuario que vivió durante 50 años los mayores éxitos de una de las franquicias más laureadas de la historia.

Reescribiendo la historia: Destronando al ‘orgullo verde’ y asalto al título

Nueve años después y en un marco completamente distinto, Celtics y 76ers -ya bajo su nuevo denominativo tras trasladarse la franquicia a Philadelphia en 1963- medían sus fuerzas con el fin de imponer su hegemonía en la Conferencia Este y sellar la clasificación para las Finales de la NBA. La batalla del año. La legendaria dinastía comandado por Bill Russell que sumaba ocho campeonatos consecutivos -y nueve en los últimos diez años- contra el que sería, posteriormente -en 1980-, considerado el mejor equipo de la historia de la liga después de firmar el mejor balance de siempre (68-13, incluidas 45 victorias en los primeros 49 encuentros). No duraría mucho este registro, superado por Los Ángeles Lakers poco después, pero eso es lo de menos.

Nuestro protagonista, ya asentado como una de las grandes figuras de la competición, con casi 700 partidos y siete All-Star a sus espaldas, aguardaba su oportunidad con decisión, convencido de que esta vez la fortuna les sonreiría a ellos. En las últimas dos temporadas los propios Celtics se habían interpuesto en el gran objetivo de los 76ers, que no era otro que alcanzar el trono de la NBA. Pero esta vez sería diferente. Aquellos fueron los Playoffs en los que una franquicia que todavía desconocía el poder del número ’23’ participaba en su primera eliminatoria de postemporada en su primer año en la NBA. También fueron los Playoffs de la explosión de un incipiente sophomore llamado Rick Barry y sus sorprendentes San Francisco Warriors. Pero, principalmente, aquellos Playoffs estarán conectados eternamente al jugador portador del dorsal ’15’ de aquellos 76ers de leyenda, sustentados, además, en el coloso Wilt Chamberlain y escuderos del calibre de Chet Walker y Billy Cunningham.

«Aquel fue un equipo especial que no se ve todos los días. Hicimos una temporada realmente espectacular», fueron las palabras de Greer recogidas por el Philadelphia Daily News. «Sabíamos que íbamos a ganar, simplemente nos quedaba averiguar por cuántos puntos lo haríamos».

“Si la NBA otorgara un premio al jugador más respetado por todos los compañeros de la competición, este sería para Hal Greer sin ningún tipo de discusión”. – Herald Tribune.

Una profecía tan pretenciosa e irrisoriamente optimista que, no obstante, terminaría por cumplirse. Los 76ers barrieron a unos irreconocibles Celtics en cinco partidos, con Greer como brazo ejecutor a merced de sus 29.2 puntos por velada y un glorioso Wilt Chamberlain a la altura de su interminable leyenda (21.6 puntos, 32.0 rebotes y 10.0 asistencias).

Con el ‘maleficio verde’ roto, los 76ers se plantaron en la gran final con la moral por las nubes y una sensación de seguridad que volatilizó cualquier amago de aparición de los términos ‘presión’ o ‘nerviosismo’. Un último capítulo que solo sirvió para desvelar un final ya escrito desde hacía semanas. Los 76ers se coronaron campeones de la NBA -su segundo título tras el logrado en 1955, todavía en Syracuse- tras deshacerse de los Warriors en seis partidos pese al sobrehumano esfuerzo de un Rick Barry al que el destino le ofrecería en bandeja una segunda oportunidad unos años después.

Hal Greer lideró nuevamente la ofensiva de su equipo con una media de 26.0 puntos por encuentro -a los que hay que sumarle unos nada desdeñables 8.0 rebotes y 6.2 asistencias-, en una memorable actuación global que, posiblemente, hubiera merecido un MVP de las Finales que no se instauraría hasta dos años después, en 1969, con Jerry West como su ilustre inaugurador, y que hubiera supuesto el broche de oro a una exitosa carrera que no se entendería sin los conceptos ‘constancia’ y ‘trabajo’.

Greer era un ferviente defensor del aprendizaje continuo y la adaptación constante para poder tener éxito en la NBA. El consejo que siempre daba a los jugadores jóvenes que pasaban por sus manos definió a la perfección su carácter y filosofía hacia el baloncesto. «Cada jugador debe intentar mejorar. Cada partido. Cada minuto. Cada vez que pisa la cancha. Siempre debe tratar de aprender algo diferente».

Durante su discurso en la ceremonia en la que fue inducido en el Salón de la Fama de la NBA, Greer admitió que antes de recalar en la competición hizo una pequeña lista con cuatro deseos que cumplir en el mundo del baloncesto. El más importante -con una mezcla de humor y la realidad de un joven chaval nacido en un pequeño pueblo alejado de la abundancia- era comprar un automóvil nuevo y brillante. En orden descendente, el resto de objetivos señalaban objetivos ‘más modestos’: participar en un All-Star Game, ganar un campeonato de la NBA y entrar en el Hall Of Fame.

Con todos los propósitos cumplidos, el premio final llegaría en forma de inclusión en la prestigiosa lista de los 50 mejores jugadores de la historia de la NBA. Un honor que permitió a Greer reconciliarse consigo mismo y su pasado y regresar a su Huntington natal, donde puede pasear apaciblemente por la Hal Greer Boulevard, una calle que ha servido y servirá para futuras generaciones como recordatorio de un jugador de leyenda que elevó la disciplina deportiva a un nivel superior.

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