Competitividad. Pasión. Carácter. Garra. Constancia. Espíritu. Personalidad. Voluntad. Términos que definen a la perfección a uno de los mayores talentos que nos ha brindado el baloncesto argentino en la historia. Uno de los estandartes de su Generación Dorada. Un héroe. Un animal. Se trata de una leyenda. Su devoción en la pista ocasionó un seísmo en el país austral. Hablamos de Andrés Nocioni.
Santa Fe, Argentina. El lugar donde se alumbró al mito. Un mito apadrinado por el legendario León Najnudel –uno de los impulsores de la Liga Nacional y otro histórico preparador de la misma-. Cuentan que el mítico entrenador acudió a observar al joven Andrés a un choque y, que transcurridos tan solo tres minutos, se levantó con la sensación de que ya había visto suficiente y con la firme convicción de necesitar incorporar a aquel bisoño jugador a su campus.
Allí, bajo su tutela, pasó de ser un completo anónimo en el panorama nacional a debutar en el Racing de Avellaneda con tan solo 15 años. Un niño entre gigantes. Su tozudo carácter jamás le permite achantarse ante las adversidades, huir. Esconderse. Desaparecer. Y es por eso por lo que en lugar de empequeñecerse, se creció cuando debido a determinados contratiempos hubo de abandonar Racing. Su padre ansiaba tenerle de vuelta, pero él, impávido en su afán de abrirse paso y labrarse un nombre en tan lustroso deporte, fichó por el Olimpia de Venado Tuerto, que posteriormente también quebraría. De allí, al Independiente de General Pico, el cual le abriría las puertas de Vitoria.
Carácter Baskonia, que se le llama. Y no puebla persona el mundo que encarne mejor que Nocioni dicho eslogan. Brío, fe, épica e inenarrables epopeyas que corren a su cargo durante su estancia en una ciudad vasca más argentina que nunca: Julio Lamas a los mandos y Oberto, Espil y el mismo Chapu como representantes en la pista. Posteriormente, llegaría Luis Scola para completar un plantel de ensueño. Permanencia que se vio alterada por un breve inciso de tan solo una temporada en el Básquet Manresa durante la campaña 2000/2001. Para cualquier otro jugador hubiera supuesto un paso atrás en su carrera. Sin embargo, para Andrés Nocioni no. En lugar de hundirle, le confirió el rol y la experiencia necesaria para destaparse como el tres total: defender, tirar, rebotear, taponar. Liderar tanto en juego como en espíritu. Dejar huella allá donde va. Cazar imposibles.
Tras regresar de Manresa y grabar a fuego su nombre en la historia baskonista, llegó Chicago. La Windy City. El hogar de sueños, esperanzas e ilusiones. Pero también de corazones destrozados. La morada del 23. Del mejor jugador de todos los tiempos. Sin embargo, él no quería ser Jordan, sino que anhelaba ser Pippen. Resultaron cuatro años extraordinarios en los que aupó a los antaño gloriosos Bulls hacia los Playoffs por primera vez desde la retirada de Air. Su objetivo jamás había sido jugar más allá de la liga argentina, pero sin embargo, allí se encontraba, comiendo en la misma mesa que los mejores jugadores del planeta. No obstante, fatídico el momento en el que la directiva dictaminó traspasarle a Sacramento –peor equipo de la NBA-. Él mismo confesó, ya transcurridos unos años vista, que ese día el baloncesto americano concluyó para él.
De nuevo, Vitoria salvadora. Una nueva etapa bajo los focos del Fernando Buesa Arena con distintos objetivos a los de su primera etapa en la ciudad. Sin embargo, eso no varió su ya habitual brega en todos los aspectos del juego. Un exitoso segundo periplo en Gasteiz en el que resultó elegido mejor alero de la Liga Endesa y se erigió como supremo líder valió para que se volviese a hablar de él. Pero sentía que debía dar un paso al lado y dejar a otros tomar la delantera mientras él se entregaba desde una posición más agazapada, atento al menor descuido del rival para dar fin a su existencia. Por eso llegó a Madrid.
Chapu, qué bueno que viniste. Así rezaba la pancarta desplegada por la grada del Real Madrid el pasado 2 de junio en la que le agradecían los servicios prestados tras tres temporadas que saben irrisoriamente aun teniendo en cuenta que han resultado extraordinariamente productivas –MVP de la Final Four incluido-. Se le adivina un romance con el club, un idilio que pudo haber comenzado años atrás: en la 2003/2004 había ya estampado su firma en un contrato con el Real Madrid sin haber negociado aún con el Baskonia, que se negó en rotundo. Pero más vale tarde que nunca. El propio Nocioni se mostraba sorprendido en su rueda de prensa de despedida ante tal número de muestras de cariño por parte de la afición blanca. Un tipo especial.
Argentina, patria querida. La única camiseta que amaste, amas y amarás por sobre todo lo demás, Andrés. La camiseta que te enfundabas en cada período estival con el objetivo de defender tu orgullo nacional. La camiseta con la que fuiste campeón olímpico. La camiseta con la que caíste eliminado frente a España en 2006 en el final más cruento posible. La camiseta con la que saboreaste la gloria y te elevaste a los altares del baloncesto.
Todos los genios sufren cierto punto de locura. Por eso, gracias.
Nocioni es carácter, carisma y emoción. Un hermano, un maestro y un guerrero. Aquel que indica que es necesario batallar exprimiendo tu última gota de sudor aun pareciendo demasiado tarde, pues los partidos, como la vida, se extienden hasta el pitido final. El que te exige vivir con intensidad y dedicación. “Viví como jugué”, afirmó en su despedida.
Ha caído diversas veces. Pero en cada una de ellas se ha alzado de nuevo con más vigor que la anterior. Nocioni es amor a un deporte. Nocioni es pasión. Nocioni es corazón. Pero por encima de todo, Nocioni es un amigo.
Nocioni y baloncesto son dos términos intrínsecamente ligados. Es tarea irrealizable concebir al Chapu sin baloncesto y al baloncesto sin el Chapu. Por eso costará hacerse a la idea de que jamás te volveremos a ver enardeciendo a la grada, anotando la canasta decisiva o simplemente intimidando al rival mediante trash talking. Decimos adiós a uno de los mejores jugadores que nos ha brindado la historia del contexto baloncestístico europeo.
Gloria eterna a Don Andrés Marcelo Nocioni.
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