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Costa a costa

El laboratorio vintage: Sabonis como mito creador

Ponemos en nuestro laboratorio a todo un mito del baloncesto europeo: Arvydas Sabonis

Arvydas Sabonis con Lituania
Foto: Mariano Pozo

«Podía hacerlo todo. Tenía la habilidad de Bird y Maravich, la capacidad atlética de Kareem, y además podía lanzar triples. Podía driblar, pasar y correr la cancha. Deberíamos haber diseñado un plan a principios de los ochenta para raptarlo y traérnoslo aquí.»  –  Bill Walton

Hace alrededor de 2700 años nacía, en una vasta región de la periferia central griega llamada Beocia, el poeta clásico Hesíodo. Su contribución a la historia cultural, social y política de la Antigua Gregia resultó fundamental por muchos motivos, pero entre todos ellos destaca especialmente uno: a él se le atribuye la autoría de la Teogonía. Una obra fundamental para comprender la cosmovisión que engranó todo el mundo clásico griego puesto que, entre otras cosas, en dicha obra se cuentan los ‘mitos teogónicos’, una serie de poemas donde se relata el origen y linaje de todos los dioses. Desde Afrodita hasta Poseidón, pasando por Zeus, Hades, Atenea, Taumante, Electra, Tifón y el fiero Ares, dios de la guerra.

Hace poco más de 35 años, en la acogedora y majestuosa Kaunas, situada en Lituania (entonces parte de la Unión Soviética), empezaba a despuntar un jugador distinto, descomunal por su estatura y especial por su talento. Aquel interminable chico despertaba una contradicción curiosa: en él convivían gesto y porte muy serios, casi castrenses, con una clase natural en su manera de moverse, como si esa expresión natural desprendiera cierto aire arcano. Parecía un misterio humano que invitaba a ser descubierto. Es muy posible que los cronistas deportivos soviéticos de la época, fieles a un proceder muy jerarquizado, no fueran del todo conscientes de lo que tenían delante de sus narices. Aquel chaval había llegado desde el futuro con vistas a transformar la posición de pívot, buscando crear su propio ‘mito teogónico’, el de un linaje de jugadores, de auténticos titanes, cuya evolución y reproducción ha terminado amenazando (en el sentido más positivo de la palabra) con revolucionar el baloncesto contemporáneo.

Ese mito creador responde al nombre de Arvydas Sabonis (1964, Kaunas), y suyo es su derecho a reclamar el título de «primer unicornio oficial de la historia».

Antes de que sus explotados y malogrados tendones le obligaran a reconvertirse físicamente a partir de 1986, debido a una desafortunada mezcla de motivos evitables y fortuitos, Sabonis resultaba un auténtico terror en pista. Respondía a un perfil capaz de expandir los límites lógicos del juego, moldearlos a su antojo y desde ahí, utilizarlos para castigar al rival con una suficiencia casi insultante. Sabonis aglutinaba la condición de base, alero y pívot en una sola figura, mostrando todas sus caras de manera simultánea. Un perfil jamás contemplado hasta entonces y cuya milagrosa magia ejercería su influencia en décadas postreras, con el advenimiento de interiores europeos (y no europeos) cuyas cualidades parecen remitir, inexorablemente, al genio lituano. Desde los hermanos Gasol hasta Nowitzki, pasando por Jokic, Markkanen o Porzingis. Todos beben, de una u otra forma, de ese primer Sabonis anterior a las lesiones, el que dejó retazos de talento en el MundoBasket de Colombia ’82 y el EuroBasket de Francia ’83, y el que empezó a dominar definitivamente, con férrea autoridad soviética, en el EuroBasket de Alemania ’85, donde fue MVP y se proclamó campeón con tan solo 20 años.

Aquella versión auténtica, que puede extenderse también hasta la Copa de Europa de clubes y el MundoBasket de España ’86, fue como un sueño cortado abruptamente por los problemas físicos que, aunque no pudieron fulminarle (su versión posterior le daría de sobra para dominar el baloncesto europeo hasta bien entrado 1995 y dejar buenas sensaciones con Portland en NBA), sí limitaron mucho su potencial real.

En este artículo, por tanto, nos proponemos desentrañar el juego de ese primer Sabonis, dividiendo el análisis en tres apartados – anotación, pase y defensa – y mostrando también la influencia que su componente técnico ha tenido en los unicornios europeos modernos.

Comenzamos.

Anotación

El joven Sabonis poseía una capacidad natural para dominar todos los registros del juego, incluido el apartado anotador, que resultaba fundamental a la hora de guiar a los suyos hacia la victoria; sobre todo cuando la estructura táctica colectiva se quedaba famélica ante una potente defensa rival, y se necesitaba por tanto crear canastas de la nada. El pívot lituano, tan versátil y versado en recursos, era capaz de castigar al contrario tanto desde el juego interior como desde el exterior.

De hecho, es precisamente su habilidad para producir desde fuera lo que, en mayor o menor medida, define especialmente su condición de ‘unicornio’. Sabonis, lejos de comportarse con el clasicismo canónico que demandaba la posición, gustaba de salir al perímetro y explorar nuevas vías de producción. Un hecho que además oxigenaba enormemente el juego ofensivo de su equipo, tanto en el Zalgiris como en la URSS.

Para empezar habría que destacar la naturalidad con la que lanzaba triples tras catch and shoot (recibir y tirar), normalmente a pies parados y esperando recibir el pase de un compañero. Era habitual, por ejemplo, que el base penetrara hacia dentro para atraer a la defensa, y que dicha maniobra empezara una serie de movimientos que terminaban dejando a Sabas completamente liberado para el tiro.

A destacar la inteligencia que demuestra en esta secuencia para dar un pasito hacia atrás, cuadrarse perfectamente con la canasta, y ejecutar el triple para sacar el máximo rédito a la jugada.

La capacidad de abrirse para tirar el triple tras ‘catch and shoot’ o ‘pick and pop’, especialmente preferido desde zona central, se aprecia claramente en el juego de interiores modernos como Pau Gasol, que en los últimos años ha terminado recuperando un recurso que ya utilizaba en sus primeros momentos como profesional. En su caso, como en el de Sabonis, demuestra preferencia por el triple frontal (aunque en San Antonio también se ha atrevido con las esquinas):

Por supuesto también su hermano, Marc Gasol, ha incorporado este recurso a su arsenal en los últimos tiempos con Memphis Grizzlies. Incluso Jokic, actualmente algo menos preciso desde la larga distancia que los demás, suele ejecutar triples en ‘catch and shoot’ desde posiciones centrales. Pero al margen de Nowitzki (sobre el que se hablará más adelante porque constituye todo un fenómeno en sí mismo), el unicornio que más potencial demuestra en este apartado no es otro que el fenómeno letón, Kristaps Porzingis. Desde su atalaya de 7’3 pies (221 centímetros) es capaz de dominar, como ningún otro, secuencias de recibir y tirar tras obtener el balón del compañero que ha iniciado el ‘pick and pop’. De hecho, el atrevimiento de Porzingis en este aspecto es tal que en más de una ocasión le hemos visto lanzar triples desde mucho más allá de la línea NBA, desafiando toda lógica argumental que sienta dictámen sobre eficiencia y dificultad. No sería de extrañar que si algún día, polémica mediante, se introdujera el four-point play (jugada de cuatro puntos), viéramos al letón como uno de sus consumidores más habituales.

Pero siguiendo con Sabonis, no solo era un tirador de triples tras recibir el balón, sino que era capaz de ejecutarlo con la posesión ya en sus manos, fabricándolo espontáneamente y a pesar de tener un defensor en su zona de visión. En esta secuencia, que corresponde al Sabonis de Stuttgart (1985), su versión más potente y auténtica, vemos a un siete pies que ejecuta el tiro demostrando una suavidad y ligereza de piernas (también a la hora de soltar el lanzamiento) muy impropias de alguien de su estatura y teórica posición nominal.

Esos derroches de surrealismo técnico que vemos hoy día en Gasol, Nowitzki o Porzingis ya tenían su eco tres décadas antes en el lituano, como un testimonio temprano de lo que depararía el mañana. Aunque con un grado de productividad menor, claro está. En sus dos primeros años con Portland, y ya muy lejos de su mejor versión, dejaría buena muestra de su toque de muñeca y de lo que podría haber mostrado el Sabonis bisoño. Obsérvese esta gráfica por ejemplo, donde se puede intuir el potencial que albergaba el pívot lituano de haber llegado con piernas más frescas, y donde compite con dignidad en cuanto a porcentajes a pesar de que la NBA de 1996 era muy distinta a la de 2017 (menos espacios y sistemas menos enfocados a la explotación del triple, especialmente entre los jugadores interiores).

 

 

JUGADOR

MEJOR TEMPORADA EN TRIPLES (al menos 100 intentos) 

NÚMERO DE ACIERTOS/INTENTOS TOTALES

 

PORCENTAJE GENERAL DE CARRERA

 

 

EDAD

Nowitzki42 % (09-10)51/121 en 201038 %31
Pau Gasol53 % (16-17)56/104 en 201736 %36
Marc Gasol38 % (16-17)104/268 en 201734 %32
Porzingis35 % (16-17)112/314 en 201734 %21
Jokic32 % (16-17)45/139 en 201732 %21
Sabonis37 % (95-96)39/104 en 199632 %31

Pero no solo de triples vivía Sabonis, también manejaba con maestría el recurso del ‘fadeaway’, un tipo de lanzamiento muy poco habitual entre los siete pies de la época (principios de los ochenta). Para encontrar perfiles que lo ejecutaran con frecuencia y precisión había que irse al otro lado del charco, donde habitaban los últimos estertores del mejor Kareem, el majestuoso Parish con su Rainbow Shot, el infravalorado Bob McAdoo y el oficioso Jack Sikma (estos dos últimos no alcanzaban los siete pies de estatura). Pocos casos más, y sin embargo Sabonis volvía a adelantarse a su época.

Su secuencia preferida era recibir desde zona media, generalmente rodeado de rivales, para girarse rápidamente y lanzar el fadeaway sin usar bote. De esta manera evitaba la primera reacción del defensor y ahogaba así cualquier tipo de respuesta. Su estatura, su toque de muñeca, y esa gracia a la hora de arquear el tiro para anular el intento de tapón, eran casi siempre garantía de éxito.

En este particular apartado la influencia más clara se puede apreciar en Nowitzki, cuyo talento y ensayo permitió aportar sofisticación al ‘fadeaway’ hasta convertirlo en patrimonio del baloncesto mundial. Bajo sus dictados, el alemán ha logrado las mayores cotas jamás alcanzadas por un europeo en NBA, y ha conseguido patentar su tiro como una de las armas más imparables y devastadoras que ha conocido este deporte.

Por otra parte, Sabonis también era capaz de ejecutar ‘fadeaways’ tras bote si la situación lo requería, buscando siempre crearse el espacio de manera óptima.

No obstante, en líneas generales se pueden apreciar dos diferencias con el ‘fadeaway’ de Nowitzki: primero, el uso de ambas piernas para impulsarse y ganar en equilibrio tras la continuación del tiro (frente a la famosa utilización de una pierna que solemos ver en Dirk); y segundo, una preferencia por la zona central frente a los codos, territorio natural del alemán.

En cuanto a la anotación interior y cerca de canasta, hay que destacar, por encima de todo, la combinación de fuerza + agilidad + velocidad que vemos en Sabonis, que en su versión joven era capaz de realizar las jugadas más inverosímiles jamás proyectadas por un siete pies hasta la aparición de Nowitzki, Gasol o Porzingis entre los europeos, o Garnett en cuanto a norteamericanos.

Dicha combinación de aptitudes físicas le permitía, sin ir más lejos, correr la cancha como el más atlético de los aleros. A veces su dominio era tal que iniciaba la secuencia defensiva en su zona (mediante tapón o robo), para cruzarse toda la pista en busca de una finalización contundente. Es el caso de esta jugada con el Zalgiris, donde fuerza el robo y termina haciendo de ‘trailer’ al contraataque para machacar el fallo de su compañero.

O en esta otra con la URSS en el europeo de 1985, en la que culmina un ‘alley-oop’ a una mano tras recorrerse la cancha al completo y superar por pura velocidad la espalda de su defensor. Una jugada producto de otra dimensión y adelantada varias décadas en el tiempo.

También era habitual que, para aprovechar su velocidad, fuerza y salto vertical, el conjunto soviético (al igual que el Zalgiris) dibujara jugadas para un alley-oop de Sabonis cortando hacia dentro, y en posesiones estáticas. Una contundente demostración de autoridad física que no era común en los pívots europeos de la época.

Estas expresiones de fuerza solían traducirse en brutales mates, verdugos de unos frágiles tableros que, en más de una ocasión, acababan resquebrajándose. En el europeo de 1983, sin ir más lejos, el pívot lituano llegó a romper dos tableros; así como en el famoso torneo navideño de 1984 ante el Real Madrid, donde una poderosa finalización a una mano dibujaría un crisol de cristales, y dejaría para la posteridad una de las instantáneas más míticas en la historia del baloncesto europeo ochentero.

Con respecto a sus movimientos en el poste, es preciso mencionar que Sabonis siempre encontró mucha utilidad en ese medio-ganchito echándose hacia un lado (preferiblemente el derecho), escogiendo anteponer la precisión y el pragmatismo a lo meramente estético. Se puede argumentar que su paleta de recursos en el poste nunca llegó a ser tan completa como la de Pau Gasol, que sí dispone de unos movimientos y contra-movimientos casi infinitos forjados tras toda una vida de disputas en el fango de las zonas NBA; pero aún con todo el lituano puntúa con nota también aquí. En este caso se añade el hecho de que el primer Sabonis prefería iniciar sus movimientos jugando de cara (cosa que veíamos mucho en el Gasol del Barcelona), frente a un Pau que en su madurez técnica con los Lakers prefirió moverse siempre en los aledaños del poste bajo, es decir, de espaldas.

Aquí podemos observar un ejemplo claro de esa secuencia típica de Sabonis yéndose hacia la derecha y soltando el semigancho a tabla con una continuación rápida:

O en esta otra también saliendo hacia el lado derecho, aunque en esta ocasión completando el gancho clásico:

Pase y visión de juego

«Uno de sus puntos fuertes era su habilidad para pasar el balón. Era capaz de anotar también, pero podías estructurar todo tu ataque en torno a él, y su inteligencia baloncestística superaba lo normal para un siete pies.»  –  George Karl

Describir el talento que poseía Sabonis para encontrar al compañero abierto y abrir huecos, pasajes y amplias avenidas en los lugares y momentos más inverosímiles seguramente daría para una pieza entera. Para muchos es esta, aún a día de hoy, su cualidad técnica más reconocible: esa facilidad natural, inserta en su adn, para disfrazarse de base en la pista. Sin abusar del bote o consumir una cantidad excesiva de balón, simplemente permitiendo que fluyan las corrientes del juego colectivo, y a veces potenciándolas con pases de auténtica fantasía.

Su condición como uno de los mejores point-centers que ha tenido el baloncesto mundial está fuera de toda duda. No es que fuera el primero, puesto que en NBA ya se habían divisado las cualidades de Chamberlain, Boerwinkle o Walton en este aspecto; pero a nivel estrictamente europeo no era fácil encontrar a un pívot que desempeñara las funciones con las que se estaba atreviendo Sabonis. Esa capacidad innata para interpretar los códigos del juego a la perfección, y dominar partidos solo con sus asistencias, terminaría creando una escuela de fantasistas repartidos en el tiempo. Entre sus exponentes más célebres habría que mencionar a Vlade Divac, Dejan Tomasevic, Nikola Vujcic, los hermanos Gasol y más recientemente Nikola Jokic. Todos ellos beben directamente de las pautas que dibujó el genio de Kaunas.

Para empezar este somero repaso habría que destacar la visión periférica en pista que mostraba siempre Sabonis, como un estratega situado delante del tablero controlando perfectamente el posicionamiento de cada pieza. No solo sabía donde estaban sus compañeros sino que también se anticipaba a donde iban a estar, demostrando esa cualidad de ‘visionario’ que posee todo buen playmaker. Obsérvese esta secuencia por ejemplo, donde nada más recibir el balón se anticipa al movimiento que hará el tirador, en este caso Kurtinaitis, devolviéndole el esférico en el lugar y momento oportunos.

Otro de sus recursos era leer perfectamente la situación de los dobles equipos, alimentando a sus compañeros cuando veía que dos defensores se le echaban encima en el poste. Saca la bola al instante, cambiándosela de manos rápidamente para facilitar el pase y evitar imprecisiones. Es como si estuviera interpretando una dulce sinfonía colectiva.

Pero lo que más impresionaba de Sabonis era su habilidad para fabricar pases imposibles, asistencias que dibujaban trayectorias en apariencia ficticias y que solo la repetición podía fotografiar. De ahí que Walton le destacara como un «Bird de siete pies», porque al igual que el alero de Boston Celtics, podía inventar caminos allí donde solo existía un mar de cuerpos, y hacerlo sin salirse del compás natural que dicta el partido. En otras palabras, sin forzar las cosas.

En el caso de Sabonis, al igual que en casi todos los grandes pívots pasadores que ha habido, el poseer una mano de dimensiones destacables, que le permitía sujetar la bola como si fuera una naranja, supuso una enorme ventaja añadida. Atención a este picado a una mano que ejecuta para encontrar el corte hacia canasta de su compañero. Resulta interesante apreciar cómo rastrea el movimiento del exterior para calcular el ‘timing’ ideal del pase.

Otro de sus recursos patentados, y que antes de él rara vez aparece en pívots de semejante estatura (al menos a la luz del material audiovisual disponible), eran los pases sin mirar y por detrás de la espalda. Un tipo de asistencia cuyo grado de dificultad y riesgo implicado es sumamente alto, ya que basa su ejecución en una intuición a ciegas, en un conocimiento no contrastado por medio de la visión directa de donde están los demás (tanto compañeros como rivales).

Este tipo de pases se los hemos visto hacer mucho esta pasada temporada a Nikola Jokic, el talentoso pívot de Denver, que ha dado una clase magistral en este aspecto, a la altura de los más dotados. A pesar de su corta edad (21), el serbio aspira a reclamar el trono de «mejor pívot pasador que ha habido», y por su visión de juego unida a su manera de repartir con una sola mano y en cualquier tipo de situación, recuerda mucho a lo que hacía Sabonis más de tres décadas antes. En este caso la influencia directa no podría ser más evidente.

También Marc Gasol, que por cualidades físico-técnicas podría establecer un paralelismo con el Sabonis postrero, ha ejecutado este tipo de pases por detrás de la espalda y sin mirar. El más reciente ante la República Checa en el EuroBasket de 2017 que estamos presenciando estos días.

En los tres casos – Sabonis, Gasol y Jokic – se unen a la perfección toque, timing y dominio de ángulos. Elaborar una corta lista con los mejores pasadores desde posiciones interiores obliga a incluirles a ellos.

Otro ejemplo de la creatividad de Sabas era el pase picado por la espalda, moviendo brazo y mano con una suavidad y velocidad inauditas, fruto de una expresión corporal nacida para practicar este deporte. Ojo a esta secuencia, por ejemplo, cómo espera pacientemente el corte de su compañero y logra colar un pase entre varios defensores. Importante destacar el hecho de que posicionalmente se coloca desde zona de poste alto, lugar ideal para rastrear la cancha y generar trayectorias precisas.

De nuevo hemos visto a Jokic realizar pases de esta naturaleza durante todo el curso. Cabría preguntarse si, en algún momento de su entrenamiento no físico, se ha empapado de todo el material sobre Sabas que ha encontrado a su alcance. Los paralelismos son demasiado claros.

Paralelismos que, vuelvo a repetir, también se pueden apreciar en el juego de los hermanos Gasol.

En el caso de Pau destaca el hecho de que, en sus primeros años con el Barcelona y con la selección española (EuroBasket de 2001) era capaz de ejercer como auténtico ‘playmaker’ gracias a un manejo de balón y a un dribbling más propio de un base. Como ejemplo esta jugada en la que se cruza toda la cancha y termina encontrando al compañero abierto.

Defensa

Una de las mayores diferencias entre el primer Sabonis y el último tiene mucho que ver con la actividad defensiva. No es que el último Sabonis fuera un factor negativo ahí, ni mucho menos, puesto que su buena colocación todavía le permitía ser un ancla defensiva en la zona (sobre todo a nivel de intimidación) y en NBA era capaz de sobrevivir con su defensa al poste bajo, como demuestra el buen nivel mostrado ante Shaquille O’Neal durante las Finales de Conferencia Oeste del año 2000 (al que aguantó de manera más o menos digna, aunque gracias también a las ayudas que realizaba Pippen). En líneas generales, y siempre dependiendo del contexto, el Sabonis pos-lesiones todavía era capaz de dar la cara en este particular aspecto.

Sin embargo, la extrema movilidad y agilidad que poseía el Sabonis pre-lesiones desde sus 2.21 metros le permitió ser una pesadilla defensiva durante varios años. No solo en lo que se refiere a mera intimidación interior (es decir, no era una simple ancla de naturaleza estática como pudiera serlo su compañero en la selección Tkachenko), sino que se mostraba muy activo en la defensa de ayuda, rastreando toda la pista en busca de una oportunidad para forzar el tapón o el robo. Ese extraordinario físico, lo suficientemente robusto para aguantar el contacto pero al mismo tiempo también liviano, libre de ataduras a la hora de realizar segundos y terceros saltos, o de esprintar, le permitieron ser una fuerza defensiva casi omnipotente en cancha.

Como ya hemos dicho, uno de sus puntos fuertes quizá fuera la defensa de ayuda combinada con la pura intimidación interior. Sabonis era un experto en corregir los errores de sus compañeros si resultaban superados por el rival, apareciendo súbitamente con su zancada para bloquear y anular la acción. El hecho de que, a nivel europeo sobre todo, su superioridad física destacara con respecto a la gran mayoría de pívots, causó que en numerosos partidos, incluso en competiciones importantes y ante rivales de entidad, rondara los 8-10 tapones. Demostraciones de incontestable dominio defensivo como la que tuvo ante el Maccabi en la Copa Europea de 1986:

Esa capacidad de cerrar la zona y dominar con su defensa de ayuda también la hemos visto mucho en los hermanos Gasol. Marc, sin ir más lejos, y aunque potenciando una defensa más basada en la colocación y fundamentos que en la verticalidad salvaje, fue nombrado Mejor Defensor del Año (NBA) en 2013. Pau, por su parte, aún a día de hoy, y a pesar de la edad, se muestra dominante y fundamental en este aspecto a nivel de torneos FIBA (en NBA ha tenido un rendimiento irregular en este aspecto, aunque en sus mejores años con los Lakers supo contribuir con una buena defensa interior).

Hay que destacar en Sabonis esa disciplina y coordinación a la hora de aguantar las fintas del rival, y en base a su respuesta calcular el momento ideal para el salto. Poseía un dominio de los fundamentos defensivos que realmente le acompañaría durante toda su carrera, pero que en estos primeros años ejercen más daño que nunca. En esta jugada ante España, y a pesar de que Iturriaga logra engañar a dos defensores con su finta de tiro, no puede superar al gigante lituano, que por su tremenda envergadura le lleva a un callejón sin salida y a ejecutar un tiro forzado que no toca ni aro.

O en esta otra, también ante España, donde su capacidad de realizar un primer y segundo salto aún no se verá mermada por el desgaste físico. Aquí Sabonis se muestra en todo su esplendor a nivel defensivo. Un auténtico seguro de vida que puede ejercer su dominio en ambos lados de la cancha.

Pero sin duda el unicornio europeo moderno que mayor potencial y aptitudes demuestra en este aspecto es Porzingis. Aunque el letón todavía debe mejorar en su defensa al poste bajo (sobre todo a la hora de aguantar estructuras más robustas que la suya), y en otros aspectos del juego cuyo conocimiento suele llegar en base a la experiencia; lo cierto es que ya demuestra una capacidad para taponar y sorprender en las defensas de ayuda como nunca se había visto en un europeo de su tamaño. Es esa capacidad atlética, unida a una envergadura extraterrenal y a un físico que parece moverse incluso con mayor soltura que el del primer Sabonis, lo que hace del letón un aspirante a ser dominante ahí. Es casi como si el ya retirado Kirilenko, experto en las defensas de ayuda y en los tapones, se hubiera reencarnado en un cuerpo que supera con comodidad los siete pies.

Y si en NBA es capaz de ejercer un terror así, solo dios sabe lo que podrá hacer durante su carrera en competiciones FIBA, menos exigente en lo físico y donde las diferencias anatómicas se acentúan mucho más. De momento, en este EuroBasket 2017 ya estamos asistiendo a sus primeras exhibiciones oficiales con la selección letona.

Recapitulación

Cuando Hesíodo ordenó, de forma escrita y en un tono dulcemente poético, todas las leyendas sobre los dioses que hasta entonces se habían transmitido de forma oral, es decir, por medio del simple boca a boca, el sistema de creencias griego ganó en solidez, sofisticación y empaque. Dejaban de ser simples leyendas para convertirse en una manera ‘oficial’ de comprender el mundo, una que además empapaba todos los aspectos de la vida colectiva. Conociendo el origen de todos los dioses podía entenderse así su naturaleza y sus motivos.

Cuando Sabonis se retiró definitivamente en el año 2004, aún dominando a sus casi 40 años con el Zalgiris (MVP de la fase regular de Euroliga y MVP del top-16), todo el mundo del baloncesto se rendía ante un jugador hasta ese momento irrepetible, cuyo dominio había dejado cierta sensación agridulce. Era como un titán caído, más incluso que Sampson en NBA, cuyo genio había sobrepasado el entendimiento de la época. A una joya como esa, única en su brillo, no se le había querido o sabido cuidar acorde a su valor. Y aún con todo había sido capaz de dominar el baloncesto europeo hasta hacerlo, junto con Petrovic, sencillamente suyo. Todavía no contemplábamos su caso como el de un profeta, el primero de un linaje especial, sino simplemente como una anomalía histórica imposible de replicar. La revolución de los unicornios aún quedaba lejos, a pesar de que Gasol, Garnett y Nowitzki ya daban pistas de lo que podía deparar el futuro inmediato (sobre todo el alemán, que ayudaría a romper para siempre las cadenas del encorsetamiento funcional y posicional).

Con la segunda década del siglo XXI se produjo el esperado advenimiento, la llegada de una serie de siete pies que, de una manera u otra, soflamaban su espíritu con aquel ‘pecado original’ surgido del mundo soviético. Al margen de los europeos ya mencionados a lo largo del artículo, también se empezaron a observar especímenes provenientes de otras partes del mundo como Embiid (Camerún), Karl-Anthony Towns (República Dominicana), Thon Maker (Sudán, aunque con nacionalidad australiana) y productos genuinamente norteamericanos como Anthony Davis. Incluso alguien como Giannis Antetokounmpo (Grecia), teóricamente definido como alero y point-forward, responde por estatura y cualidades a lo que podría esperarse de un unicornio (aunque aún debe seguir mejorando en su tiro exterior). Todos ellos son capaces de realizar cualquier función en cancha y voltear los conceptos tácticos y técnicos más clásicos. Un fenómeno que muchos puristas denuncian con virulencia y que aún no alcanzan a comprender, como esperando detener el tiempo y que el pívot clásico, ese que antaño ejercía su daño exclusivamente de espaldas al aro, tenga hueco en un baloncesto que ya no está dispuesto a esperarles.

Así pues, y al igual que hiciera Hesíodo con la religión en la Antigua Grecia, el primer Sabonis representaría para el juego moderno una especie de ‘mito creador’, un punto de partida real mediante el cual rastrear el origen de la especie. Con él, las fantasías más difíciles de imaginar tendrían su eco en la eternidad. El siete pies obtendría legitimidad histórica para explorar nuevas vías y, en el proceso, empezaría a cambiar para siempre.

«En última instancia el baloncesto es un juego basado en la creatividad, la imaginación y la expresión, y lo juegas al mejor nivel posible para convertirte en el mejor y que sea la proyección emocional de lo que eres. Tiene muy poco que ver con tu genética. Sabonis lo tenía todo. Lo tuvo todo salvo buena salud a largo plazo.»  –  Bill Walton

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