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Costa a costa

El origen de la revolución

Entrenador revolucionario en la NBA, Mike D’Antoni tiene otro estatus totalmente diferente al otro lado del charo. El de leyenda incuestionable en Milano.

«Mike D’Antoni es a Italia lo que Michael Jordan es a América.»- Sam Amico.

West Virginia es un estado de vistas. Rural, con un encanto que solo puede provenir de los recursos naturales. Bajo Pennsylvania y Ohio, no conoce el mar. El verde es su color, propio de una vegetación abundante. De un entrenador de instituto, Lewis, y una madre estricta, Betty, nació Mike en el pequeño Mullens. El pueblo da sensación de ser parte de un decorado en películas que evocan al olvido, a buscar otro sentido. Fue, sin embargo, el camino totalmente opuesto el que tomó el hoy entrenador de los Rockets. Los destinos se le fueron sucediendo en forma de oportunidades. En el hoy vemos el reflejo de tal recorrido.

«Soy un producto de cómo crecí, los entrenadores que tuve. Tienes tu propia personalidad pero estás fuertemente influenciado por el pasado, así soy yo» recogía el Houston Chronicle. La primera figura que admiró y siguió en pos de un aprendizaje del juego fue su progenitor, pero se sucederían desde instituto a Italia, pasando por la NCAA (Marshall), NBA (Kansas City-Omaha Kings y San Antonio Spurs) y ABA (Spirit of Saint Louis). Lo intentó en Chicago, en entrenamientos para sorprender a los Bulls; agua. «Probablemente uno de los puntos más bajos de mi vida. Tenía 26 años y no sabía si volver a la universidad y hacer algo en la vida real o seguir jugando al baloncesto. Estaba algo perdido.» Recoge Business Insider.

Fue en Milán donde tuvo su indudable impulso, previo paso por Treviso. Aquello que hoy sigue pensando como casa, aunque no le viera nacer. Aquel lugar en el que se siente cómodo recordando el pasado, donde suspira y sonríe. Con 26 años se sentía contrariado tras fracasar en el intento de establecerse como profesional en su país natal, aunque algo le llamó más allá del charco. A la postre se daría cuenta de que había sido la mejor decisión que jamás había tomado.

Al principio se sintió algo solo, raro. Sobre sus dos primeros años en Europa, se reconoció en el New York Daily News casi un bicho raro. «No tenía coche, ni teléfono, ni televisión. Leía casi un libro al día, lo cual es alrededor de seiscientos libros y un nuevo mundo se me abrió.» Llegó a coescribir dos títulos; Playmaker, con Dan Peterson y Vivendo Giacando, con el periodista italiano Tullio Lauro.

Para el equipo milanés, no hay duda. El propio sitio web oficial del Olimpia habla de Mike como «el mejor base en la historia del baloncesto italiano.» Era un guard expresivo. Esforzado y habilidoso, tapaba sus carencias físicas con un excelente olfato para el robo. Llegó a recibir el apodo de Arsenio Lupin, como aquel elegante ladrón de las novelas del francés Maurice Leblanc que también tendría su lugar en la gran pantalla. Líder carismático, de habilidades especiales para crear y dominar la larga distancia. Era sencillo encontrar en él a alguien con quien sentirse identificado. Aquellos seguidores que ocupaban las gradas del Forum Assago veían a su estrella gritar, celebrar, gesticular, encararse con árbitros y rivales. En definitiva, vivir cada partido. No era de allí, pero quién lo diría.

Se acercaba a los cuarenta y planeaba pasar un último año sobre las canchas de España, pero Milán no se lo permitió. Tan flagrantes eran sus aptitudes para capitanear que no existió transición posible del centro de la cancha a su banda. Dejó de ser jugador para ser, sin más, entrenador. «Quizá estaba en mi ADN hacerme entrenador» decía refiriéndose a su padre. Encajaba además en el molde que el público suele imaginarse casi de manera automática, era aquel ordenador fiable, aquel que siempre estaba cuando era necesario. «Inteligente, gran líder, con grandes manos y robos. Era el tío que puede fallar cinco o seis tiros en el partido, no el que tiraría muchos, pero si el partido estaba igualado, él era el tío que hiciera el tiro ganador. Sí, era un ganador.» Las palabras vienen del actual vicepresidente de los Rockets, Gianluca Pascucci, quien reconoce haber crecido como fan de Mike.

1990, tomaba las riendas del Olimpia Milano. Once años antes, Dan, su hermano, recibió una llamada que resumiría todo lo que quedaría por venir bajo la batuta de Mike. La NBA acababa de introducir la línea de tres puntos. Comparaba, alucinado, el número de triples lanzados por partido y el lugar en la clasificación de cada equipo en la liga italiana. Curiosamente, el suyo había sido campeón siendo el que más utilizaba este recurso. «Deberías empezar a ver cómo de valiosa es esa línea de tres puntos.» Realmente estaba alucinado, como quien descubre un tesoro.

El primer año fue un camino de rosas hasta que topó con la espina del final. Ganar todos los partidos en casa para acabar cayendo en el quinto y definitivo de la final fue un duro palo. La copa Korac conseguida en 1993 dio confianza al técnico para seguir. Quería dar un paso adelante, ser ambicioso. Buscaba ser mejor dando un vuelco a su metodología, a la forma de entender el juego. Se definió como «tradicional», pero huyó. «Un día simplemente decidí hacerlo de la manera que quería hacerlo y aguantarme con las consecuencias.» Fueron las bases de lo que vendría después. La semilla de la revolución. No fue un invento suyo, era un estilo que ya existía, pero aportó (y sigue haciéndolo) de manera indudable a que esto se popularizara.

Se refería al run and gun. A aquel sistema en el que el espacio lo es todo, que prefiere atacar en siete que en ocho segundos, y si puede, en seis. De esa forma de jugar que crea seguidores. No había sido una ocurrencia repentina, sino fruto de sus experiencias vitales. Dan afirma que era muy popular cuando ambos crecían en su West Virginia natal. Aquella época en la que entró en contacto con el ritmo estaba claramente marcada en el otro lado del charco por Don Nelson. Lewis, su padre, también es parte de ello. Aunque solo cobrara cincuenta dólares al mes era considerado uno de los mejores del estado y su hijo, cómo no, le miraba con orgullo.

«Crecí en los setenta y jugué en aquella NBA, teniendo entrenadores como Doug Moe, todos jugaban de esta manera. Viendo a Don Nelson y a George Karl, quienes jugaban de manera similar y tuvieron la misma carrera, de la misma era.»

En Europa además encontró algo especial. Un componente que añadía vida al baloncesto pero que rara vez se veía, a lo que no estaba acostumbrado. Hoy, es rutina. «Los jugadores europeos tuvieron una gran influencia en eso, especialmente los grandes que podían salir y jugar en el perímetro. El juego se abrió. Entrené allí por más de siete años y vi los beneficios de tener un cuatro abierto.» Recogía Houston Chronicle. Hablaba con conocimiento de causa, desde la experiencia.

Milán sin embargo no conocería la idea en su plenitud. Sería Treviso donde abrazó el éxito, siendo campeón de Italia en 1997 y de la Recopa de Europa en 1995, siendo Benetton el equipo más anotador y asistente de la competición. Y luego, la NBA. Como entrenador asistente y luego jefe en Denver, despedido, tuvo un paso breve por San Antonio para hacer de scout  y por Portland como ayudante en los banquillos. Volvió a Italia para repetir como ganador de la LBA en 2002. Y tras eso, su experiencia realmente definitoria. Por la cual será recordado a pesar de no haberse adornado la mano. Mike D’Antoni en los banquillos te hace pensar de manera inevitable en los Phoenix Suns, con todo lo que significa y conlleva. Y para eso, el camino importa mucho. Sin sus precedentes no sería quien es. Y quien es lo define a la perfección Steve Kerr, quien un día fue su jefe y hoy perfecciona y amolda su estilo. «No hay muchos innovadores entrenando. Normalmente hay unas pocas figuras clave que cambian la manera en que todo el mundo piensa. Creo que lo que hace a Mike único es que es uno de esos innovadores.»

¿Estuvo todo esto en peligro alguna vez? Claro. Los resultados lo marcan todo, también para él. «Todos los días los jugadores, yo, escuchábamos a la gente decir: ‘No podéis jugar así, no podéis ganar, vas a matar a los jugadores, no es bueno para el baloncesto, estás haciendo una broma de esto…’ Tuve suerte de que empezáramos (en Phoenix) 31-4. Entonces, esos mismos dijeron: ‘Oh, esto funciona bastante bien.’ Si hubiéramos empezado 10-10 probablemente habría sido despedido.»

Hoy es una tendencia, una realidad. Alvin Gentry es el actual entrenador de los New Orleans Pelicans, pero hace no tanto ejercía de ayudante de Kerr en los Warriors. Al ganar el anillo en 2015, se acordó de su compañero: «¡Decidle a Mike D’Antoni que ha sido reivindicado! ¡Le hemos pateado el culo a todo el mundo jugando de la manera de la que todos se quejaban!» El círculo, sin embargo, no se ha cerrado. Sigue habiendo dudas respecto a su persona, pese a haber dado pie a la mayor revolución del juego reciente. La promesa sigue esperando, sin cumplir.

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