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Objetivo Europa

El ocaso del baloncesto italiano

Hubo una época en la que Europa al completo miraba con cierta envidia y recelo a Italia. El país transalpino aglomeraba títulos continentales temporada tras temporada, espoleado inicialmente por aquella maravillosa Varesa que alcanzó cinco títulos de Copa de Europa y diez finales consecutivas en la década de los 70.

Los Dino Meneghin, Pierlo Marzorati, Antonello Riva, Enrico Gilardi y Vitoretto Gallinari eran las principales caras visibles de una generación dorada que prolongó su hegemonía en los años 80 con otras cuatro Copas de Europa –tomado el testigo por parte de Cantú, Roma y Milano- y dos Copas Korac. De hecho, entre 1969 y 1988 –a excepción del curso 1984/85- siempre hubo un equipo italiano entre los cuatro mejores del máximo título intercontinental.

Un éxito que también compartía a nivel de selección. Una plata en los Juegos Olímpicos de 1980 que tendría como cumbre el oro en el Europeo de 1983 –a costa de nuestro querido combinado patrio- y un posterior bronce en la cita continental de 1985, confirmando el gran estado de forma del baloncesto azzurra.

En los soporíferos años 90 del ‘basket-control’, Italia sacó petróleo de competiciones ‘menores’, como la Copa Korac o la Saporta. Griegos y españoles comenzaban a dar muestras del que sería un posterior salto a la élite continental, mientras Ettore Messina, al mando del Virtus Bolonia, daría una Copa de Europa más al baloncesto italiano en 1998. Tres años después, Manu Ginóbili, Rashard Griffith y Antoine Rigadeau devolverían el cetro a los del río Reno en la que sería la primera edición de la actual Euroliga.

La selección, por su parte, recuperaba la gloria de los años 80 con una nueva medalla, esta vez en los Juegos Olímpicos de 2004. El futuro nacional parecía garantizado y la salud del baloncesto italiano daba lugar a la esperanza, pero ese metal adelantó el principio de una decadencia que parecía ya escrita.

Los años de los sponsors gigantes

El nivel de talento que desbordaban las canchas del país del Mediterráneo era notable. A la par que potentes y ‘ligeros de chequera’ los patrocinadores que respaldaban a las grandes potencias nacionales. Ignis, Banco di Roma, Ford, Benetton, Phillips, Kinder,… fueron algunas de aquellas grandes compañías que llenaron con cientos de millones las arcas del baloncesto italiano.

Así, hasta hace aproximadamente veinte años, los equipos que participaban en la Serie A eran propiedad de grandes empresas que invirtieron una gran cantidad de capital en la construcción de proyectos de gran envergadura.

En su momento, la liga italiana carecía de un límite establecido de extranjeros por plantilla, por lo que las directivas no escatimaban en gastos en su afán de reclutar talento, principalmente venido desde más allá de las fronteras. De este modo se vivieron años dorados en los que jugadores de la talla de Mike D’Antoni, Bob McAdoo, Sasha Danilovic, Toni Kukoc o Manu Ginóbili formaron parte del elenco de la competición.

Con este mecanismo, los equipos italianos dominaron en Europa, pero la llegada del euro afectó a la calidad de la Lega A. Las grandes  empresas fueron abandonando paulatinamente los diversos equipos que tantos éxitos habían cosechado. Invertir en el baloncesto ya no era un negocio rentable y algunas plazas históricas empezaban a sufrir graves problemas económicos. Otras, históricas, no tuvieron más remedio que desaparecer o refundarse (Treviso, Bolonia, Udine, Siena…).

Por otra parte, el éxodo de jugadores a la NBA, que solo afectaba a los internacionales y a cuentagotas, comenzaba a extenderse también al producto interior. La mejor liga de baloncesto del mundo dejaba atrás su proteccionismo patrio y la apertura de puertas al talento exterior era un hecho, en su propósito de extender su marca por todo el globo y enriquecerse de, principalmente, el pallacanestro europeo. Así, el objetivo de los jugadores europeos –mal de muchos, como podemos apreciar recientemente también en la ACB- era claro: cumplir el sueño americano o buscar un destino más ‘agradecido’ económica y deportivamente en Europa, con los mercados griego, ruso, español e israelí como principales destinos.

Curiosamente, coincidió con esa medalla de plata en Atenas la última aparición de un equipo italiano en la final de una Euroliga. Y con una sonrojante derrota (-44) del Fortitudo Bolonia ante el Maccabi Tel Aviv.

Desde entonces, tan solo el Montepaschi Siena sería capaz de alcanzar la Final Four (2008 y 2011) con un núcleo de jugadores, eso sí, netamente importado. El último gran dominador del baloncesto italiano –siete títulos consecutivos de liga, dos de ellos retirados por los escándalos que apuntaron directamente a la cúpula del club- antes de, como sus antecesores, caer en la quiebra y desaparecer en 2014. Siena, en esos años, fue señalado como un chivo expiatorio de la decadente tendencia de los italianos en Europa: el mensaje que se transmitió fue el de un movimiento italiano que luchaba a nivel continental porque en el ámbito nacional la brecha era patente.

Las vitrinas de trofeos de la geografía italiana dejaron de acaparar grandes títulos a tener que conformarse con campeonatos de segunda –o tercera o cuarta- línea. Así, de aquel último título en Euroliga del Bolonia en 2001 se pasó a las conquistas del FIBA Challenge –último en discordia- en 2009 (el propio Bolonia) y 2014 (Reggio Emilia). Ni siquiera la Eurocup ha sido terreno fértil, con ninguna aparición en la final y solo tres en la Final Four desde 2011.

MÁS SOMBRAS QUE LUCES

El baloncesto italiano se encontraba sumido en un pozo y la selección nacional tampoco era ajena a ello. En 2009 no lograron clasificarse para el Europeo de Polonia –una ausencia que solo se había dado en dos ocasiones anteriormente, en 1949 y 1961- y la presencia en el EuroBasket de 2011 llegó ‘in extremis’ en una repesca para, posteriormente, caer a las primeras de cambio con una única victoria en cinco partidos. Con el ‘run-run’ previo de siempre, los Gallinari, Bargnani, Belinelli y compañía eran, finalmente, insuficientes para regalar ese plus a una selección que veía incapaz el repetir las gestas pasadas.

En clubes, la ruina económica del Montepaschi Siena y su posterior desaparición terminaron por convertir el baloncesto transalpino en poco más que un solar. En las últimas seis temporadas, en solo una ocasión (2013-14), un equipo italiano firmó un balance positivo –al menos un 50% de victorias- en Euroliga, con aquel EA7 Emporio Milano que alcanzó los cuartos de final. Al cierre de estas líneas, los de Lombardía pueden repetir la gesta, con un registro de 14 victorias y 12 derrotas que los mantiene en la séptima posición de la tabla.

VISIÓN ACTUAL DE UNA REALIDAD OSCURA, POR CLAUDIO COLI

En julio de 2014, se hizo oficial la caída del glorioso Montepaschi Siena, una máquina infalible capaz de ganar siete campeonatos consecutivos y alcanzar tres Final Four de Euroliga (2004, 2008 y 2011), en el que ha sido el último emperador italiano capaz de luchar de tú a tú con las potencias europeas.

Unos éxitos en la cancha que, en un momento dado, dejaron de ir de la mano con el presupuesto existente. El drástico recorte de patrocinio, en particular el procedente de la Banca Monte dei Paschi –también sumido en una crisis dramática-, quien había aportado a las arcas del club cien millones de euros repartidos en siete años.

Unos problemas financieros que, combinados con una serie de conductas fiscales ilegales por parte de la cúpula deportiva, empujaron a un club con una gran tradición baloncestística llamado a tomar el testigo de sus antecesores hacia el abismo.

Según la Guardia di Finanza, que llevó a cabo la investigación del caso, un complejo sistema criminal de evasión, falsa facturación y blanqueo de dinero habría llevado a la erosión de los activos de la compañía y la total desestructuración de las cuentas de la compañía, arrastrando, por ende, al Siena.

El caso, con acusaciones contra los exejecutivos por asociación criminal, fraude fiscal, abuso de crédito y quiebra fraudulenta, sigue siendo muy polémico años después: nadie sabe con total seguridad la cantidad exacta que el exgerente y presidente Ferdinando Minucci habría podido adjudicarse durante todos esos años.

La destrucción económica del Siena tendría, por consiguiente, un desenlace definitivo a modo de puntilla: el Tribunal Federal de Deportes anunció la cancelación de los dos últimos campeonatos de liga (2012 y 2013) a consecuencia de un estado total de insolvencia que no permitía, siquiera, la inscripción del equipo en la competición.

En 2014, gracias a los esfuerzos de la antigua empresa matriz, Mens Sana Polisportiva, el Siena resurgía de sus cenizas y comenzaba una nueva andadura en la Serie B y un rápido ascenso a la A2. Sin embargo, los problemas financieros siguen acechando a la institución.

La falta de patrocinadores y la fragilidad del proyecto desencadenaron un primer amago de quiebra en 2016, evitado por una recaudación de fondos liderado por los propios aficionados del club, quienes pasaron a convertirse en accionistas minoritarios con la entrada del grupo “Siena Sport Network”.

Las buenas intenciones iniciales de los propietarios, la familia Macchi, sin embargo, no han tenido continuidad y el club vuelve a estar al borde del caos. De hecho, el Siena tiene hasta el 20 de marzo para abonar la quinta entrega del FIP y podría ser excluida del campeonato de no hacerlo.

Un ligero renacer

Aún así, no todo son sombras y el primer atisbo de luces comienza a ascender por los Apeninos.

La selección italiana volverá a disputar un MundoBasket trece años después tras firmar una notable actuación en las Ventanas FIBA y el Olimpia Milano puede volver a disputar unos Playoffs en Europa después de varios proyectos fallidos.

Por su parte, la apuesta por la cantera parece haberse convertido en uno de los principales focos de la Federación Italiana y los clubes, con la aparición de varias escuelas que promueven la formación de los jóvenes jugadores. Entre ellas destaca el Stellazzurra Basket Academy, equipo que ha nutrido a la NCAA con promesas europeas y que se ha dejado por el Adidas Next Generation de la Euroliga.

Muchas son las voces -y teorías- que han querido arrojar algo de luz al panorama de un baloncesto que añora tiempos gloriosos. Aquella generación dorada dominó con mano férrea toda Europa, quizá irrepetible. Un halo de esperanza vuelve a flotar en el país y solo es cuestión de espera y paciencia el comprobar si veremos de nuevo a un equipo italiano en lo más alto del pabellón baloncestístico continental.

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