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Análisis

Un ‘lockout’ por la igualdad: la WNBA decide su futuro

“Esto no es solo por el negocio. Es totalmente personal. Es sobre la clase de mundo en la que queremos vivir”. Nneka Ogwumike, presidenta de la WNBPA, describía así el paso al frente que habían dado: ejercer su opción para romper el convenio colectivo y negociar uno nuevo.

El 1 de noviembre de 2018, Nneka Ogwumike publicaba en The Players’ Tribune una carta abierta en la que no solo anunciaba que las jugadoras de la WNBA habían decidido ejercer su opción para salirse del actual convenio colectivo, sino para alzar la voz por una serie de legítimas reivindicaciones que nunca les han sido concedidas. El problema de la liga, como reconocerían sus más destacadas integrantes, no es únicamente económico, sino de poner en valor un producto sin demasiada atención mediática y de dotar de mayores recursos a las jugadoras, a menudo obligadas a buscarse la vida con salarios que no alcanzan para mantener una carrera profesional.

“Es una batalla constante cada día simplemente tratar de alcanzar la igualdad de alguna forma”. Elena Delle Donne, jugadora de las Mystics y vicepresidenta de la Asociación de Jugadoras (WNBPA), describía así la situación a la que a diario se enfrentan tanto ella como sus compañeras. Ahora bien, ¿cuáles son esos problemas? ¿Por qué salir del convenio colectivo, aparte de para negociar un reparto equitativo de los ingresos, como hicieran en su día sus homólogos masculinos? Vamos por partes, que dijo aquel, para entender un conflicto que ha trascendido más allá del propio negocio del deporte y se ha convertido en un reclamo social y existencial en una era marcada por el empoderamiento de los atletas.

“Seguramente no lo creeréis, pero, como jugadoras, nunca hemos podido acceder a las cuentas de la liga para saber qué están haciendo con el negocio. Lo que queremos es transparencia para identificar cómo hacer los cambios que reclamamos y mejorar nuestra calidad de vida”, afirmaba Ogwumike. Seguramente, ella explicará mejor de lo que este autor podrá nunca el sentimiento que inundaba la liga entonces, por el mero hecho de vivir la desigualdad a diario. “No es solo por dinero. Queremos visibilidad, reconocimiento. ¿Alguno sabía que Delle Donne tiene su propia compañía de diseño de interiores? ¿O que Essence Carson trabaja en Capitol Records? Queremos lo que valemos y queremos dejar este deporte un poco mejor a la próxima generación”. El qué está claro, lo que falta es el cómo.

Maya Moore lo llevaría un paso más allá y aseguró que “la sensación que sientes al llegar a la WNBA es desoladora. Asientos vacíos, sin apenas atención mediática… Te rompe el corazón que tu sueño sea así, que no se valore el producto que tenemos”. Producto. Esa es la palabra más repetida en todos los artículos y cartas escritas por las jugadoras. Y quizá ese también sea el fallo porque, aun siendo conscientes de que su liga y su carrera no dejan de ser eso, un producto del entretenimiento, detrás se encuentran unas historias vitales que no han llegado a conocerse y que han de ser puestas en valor, porque son el principal reclamo para empatizar con el aficionado más allá de la pista. “Creo que tenemos una mala estrategia de marketing. El formato de competición es atractivo, los partidos son intensos, las jugadoras tienen un gran discurso… Pero no llega. En serio, paraos a pensar esto: ¿cuánto sabéis de LeBron James? ¿Y de Sue Bird? ¿O de mí? A eso me refiero”.

“Resulta que tenemos un montón de ejemplos femeninos que han surgido en los últimos años que están explotando las grandes compañías. ¿Por qué nosotras no? ¿Por qué no somos un reclamo en medio de una era que no se cansa de repetir lo importantes y fuertes que son las mujeres?”, se quejaba Elizabeth Williams. Esa es la cuestión. ¿Por qué? ¿Cómo resolver el cubo de Rubik? Desde el punto de vista de las jugadoras, las reivindicaciones son claras, pero a la par se enfrentan a un negocio que aún no ha repartido beneficios y que batalla a contrarreloj por adaptarse a los problemas que asolan al deporte en general, no solo a su liga. Eso sí, la NBA, propietaria mayoritaria de la WNBA, también tiene algo que decir.

La NBA contraataca

“La WNBA ha tenido pérdidas en sus 22 años de historia, aunque trabajamos para revertir la situación y hacer que la liga sea rentable”. Mark Tatum, mano derecha de Adam Silver y presidente en funciones de la WNBA tras la inesperada marcha de Lisa Borders, incendió la relación entre la competición y las jugadoras con esas declaraciones tras conocer la decisión del ‘opt out’. Según Forbes, la liga femenina genera en torno a 60 millones de dólares, aún lejos de los 9.000 millones de dólares -8.032,7 millones de euros- que mueve la competición masculina. La misión de Cathy Engelbert, que por primera vez en la historia ostentará el cargo de comisionada -hasta ahora eran presidentas y respondían ante el comisionado de la NBA- no solo será establecer el nuevo marco de relación entre liga y jugadoras, sino también impulsar el negocio de la misma para hacerla rentable.

Con la amenaza del ‘lockout’ aún sobre la mesa, la fórmula del crecimiento no está clara, aunque la NBA ha ido haciendo diferentes guiños durante los últimos meses para templar los ánimos. La WNBPA, sin embargo, no barajará ninguna opción que no sea el reparto equitativo del Basketball Ralated Income (BRI), aupadas por el efecto dominó que generó la NBPA tras negociar el suyo. “No pedimos cobrar lo mismo que LeBron James, sino negociar un convenio en el que los ingresos se repartan de forma equitativa”, aseguraba en su carta Ogwumike.

De hecho, más allá de la parcela económica, existen otra serie de reivindicaciones que se han convertido en prioridades dadas las actuales circunstancias. En 2018, Las Vegas Aces pasaron 24 horas atrapadas en un aeropuerto y ni siquiera pudieron disputar el partido que les enfrentaba a las Mystics. Uno de esos episodios que, aunque nos recuerden a la ABA, siguen ocurriendo en la actualidad. ¿El motivo? No viajan en chárters privados, sino en clase turista, y su vuelo se canceló. Vamos, que lo mismo vas de Washington a New York y te cruzas con la plantilla de las Mystics tratando de descansar un par de horas antes de jugar al día siguiente. Un día de lo más normal.

Lisa Borders abrió un cisma en la WNBA tras su renuncia como presidenta. El papel recae ahora sobre Cathy Engelbert, por primera vez nombrada comisionada, igual que Adam Silver.

Así que más allá de las razones de Tatum y la NBA acerca de las pérdidas económicas que ocasiona el negocio de la WNBA, existen otras demandas que aluden simple y llanamente a la condición profesional de las jugadoras. “Estamos cansadas de oír que debemos esperar. Cansadas de viajar en aviones comerciales. Cansadas de escuchar que debemos estar agradecidas de que esta liga exista. Quizá si viéramos algún cambio real y una inversión en la WNBA creeríamos en ellos y seríamos pacientes, pero siempre es el mismo cuento. Nunca hemos visto ningún cambio y esto se ha acabado”.

Ventanas entreabiertas

No solo la cobertura televisiva dificulta aficionarse a la WNBA, sino que las entradas también son desmesuradamente caras, lo que hace que la mayoría de los encuentros presenten pabellones desangelados que desmerecen el lustre de los partidos. Pero, ¿cómo va un aficionado a aficionarse a la liga si apenas puede ver los partidos por televisión y ha de pagar un dineral por ir al campo? Además, en una era marcada por la comodidad de las plataformas audiovisuales, en la que todos los clubes y todos los deportes han emprendido un asalto masivo por mantener a sus aficionados en las gradas en vez de en el confort de sus sillones, captar un público que nunca ha estado fidelizado se antoja una tarea titánica. Silver, de hecho, considera que el crecimiento de la WNBA no debe llegar únicamente a través de las audiencias televisivas, sino que el objetivo es buscar otro ‘target’ y, para eso, deben abordar nuevas estrategias: “Quizá el futuro del deporte pase por las redes sociales y la WNBA debe atraer otro perfil de audiencia que sea, sobre todo, más joven. Por eso la prioridad no es firmar un mayor contrato de televisión, sino que en este punto hay que trabajar el ‘engage’ en las plataformas que consumen a diario esos aficionados potenciales”.

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Equivocado o acertado, lo cierto es que los últimos esfuerzos de la NBA en ese sentido han ido, precisamente, encaminados en esa dirección. A finales de 2017 encargó a una consultora externa elaborar una estrategia para saber qué tipo de marketing beneficiaba más a la liga. La WNBA cuenta con un marcado carácter reivindicativo. Una gran parte de sus integrantes han declarado abiertamente su homosexualidad y han sido de las primeras firmas activistas del deporte en cuestiones como el feminismo y el racismo. El plan, por tanto, pasa por “mostrar a las jugadoras al natural, como personas multidimensionales con la capacidad de influir en el mundo”, establecía aquel informe.

“No queremos jugar en Europa”

Hoy día, el sueldo máximo de la WNBA es incluso inferior al que aprobó la NBA este año para los jugadores de instituto que se saltasen la NCAA y jugasen en la G-League, que alcanzaba los 125.000 dólares. La número uno del último Draft, Jackie Young, apenas percibirá 53.500 dólares, mientras que Zion Williamson rozará los diez millones como rookie. De nuevo, no se trata de una cuestión de paridad salarial y cobrar lo mismo que los jugadores NBA, sino de lograr ese reparto equitativo para que las profesionales, que bastante sufren ya con su futuro deportivo, no tengan que vigilar su futuro financiero también. La petición más demandada es la de estirar el calendario para obtener más ingresos televisivos y, sobre todo, para no tener que ir a jugar a Europa. En el Viejo Continente pueden ganar mucho más durante el resto del año y, tradicionalmente, ha sido la forma de poder sostener sus carreras, pero esa tendencia ha cambiado desde los años más duros de la crisis. “Los trabajos ya no son iguales. Te pueden prometer mucho dinero, pero a menudo te encuentras con situaciones horribles”, explica Cappie Pondexter. Entre ellas, los impagos generalizados, dar la patada a las jugadoras si se lesionan con cláusulas abusivas o pasar olímpicamente de su adaptación a una nueva cultura y ciudad, lo que dificulta aún más la adaptación de unas jugadoras que han de dejar atrás a su familia para competir unos meses al otro lado del Atlántico. Todo ello, por supuesto, sin contar con que en cada partido ponen en riesgo su integridad, ya que una inoportuna lesión las deja sin blanca en la WNBA.

“Jugar en Europa es distinto. Si te lesionas muchos clubes no te pagan y a menudo las condiciones de vida son horribles”

“Mi hermana tiene doce años y su sueño es llegar a donde yo estoy ahora, pero no quiero que tenga que lidiar con las mismas dificultades por las que yo he tenido que pasar”, asegura Kayla McBride. Su caso, lesionada de gravedad mientras jugaba en el Sopron, hizo replantearse a muchas jugadoras la posibilidad de dar el salto a Europa. Algunas, como Layshia Claredon, prefieren sobrevivir con el sueldo de la WNBA y no arriesgar la temporada, aunque no deja de ser igualmente complicado entrenar durante tantos meses en solitario. Claredon contaba en un artículo de Mirin Fader para Bleacher Report las dificultades por las que pasan mientras no hay competición: “Con mi sueldo -inferior a 100.000 dólares- puedes llevar una buena vida, pero no una adaptada al entorno profesional. Necesitas viajar y entrenar muchas horas, llevar una alimentación muy estricta…”.

De hecho, a diferencia de los jugadores NBA, que han establecido como moda ir a las instalaciones de alguna universidad o instituto de prestigio a entrenar en solitario, las atletas de la WNBA no lo tienen tan fácil. “No puedo permitirme pagar tanto dinero por un gimnasio y mucho menos alquilar uno por mi cuenta. Terminé entrenando en un LA Forus, haciendo cola para lanzar un par de tiros y usar las máquinas de fitness”. Claredon terminaría en un pequeño gimnasio privado y, con la ayuda de su mujer, practicaba los movimientos. Al menos, todos los que la arquitectura le dejaba, ya que si arqueaba demasiado el tiro, cuenta, el balón daba al techo y, si hacía algún movimiento rápido para driblar, se escurría constantemente. “¡Soy una profesional! ¡Solo quiero entrenar para ser mejor! ¿Por qué tengo que preocuparme de esta mierda?”, vociferaba enrabietada.

Así que, sí, la igualdad es algo más que salarial. Y las reivindicaciones de las jugadoras van aún más allá del negocio del deporte. Es una batalla por ganar el respeto profesional que merecen, por ser consideradas como tal y, sobre todo, por poner punto y final a un problema extendido a lo largo de la historia de la liga. Las dimensiones del problema son enormes, pero al final del día, lo único que cada una quiere sentir es la preocupación por el partido del día siguiente, no por el pago del alquiler. La NBA mueve ficha. ¿Estará a la altura?

Este artículo es un extracto del que publicamos en nuestra revista Skyhook #18 y que puedes adquirir aquí.

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