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Análisis

Damian Lillard: el supersaiyajin de Portland

Cuando Goku alcanzaba la metamorfosis en supersaiyajin era señal de que el relato estaba a punto de transformarse. Algo similar ocurre con Damian Lillard

Cuando Goku alcanzaba la metamorfosis en supersaiyajin era señal de que el relato estaba a punto de transformarse. Nada iba a ser igual a partir de entonces. El guerrero había elevado su capacidad para el combate hasta máximos extenuantes. Tomando el relato ficticio y épico como salvoconducto, en la NBA ocurre algo parecido con según qué jugadores y sus gestos. Por ejemplo, si vemos a Curry morder el protector bucal podemos intuir que está experimentando lo que el comentarista Guille Giménez denomina como el picorcito. De igual forma, si Michael Jordan sacaba la lengua, hasta Magic Johnson sabía que todo lo que venía no podía devenir sino en una derrota púrpura y dorada. Algo similar ocurre con Damian Lillard, salvando las (muy largas) distancias. Si, en mitad de un partido, el de Oakland sacude los hombros, con un gesto felino muy característico, es muy posible que la película esté a punto de experimentar su giro argumental definitivo. 

Lo pudieron sentir en Orlando, una noche de 2018, cuando, tras una primera parte nefasta en la que un aficionado la tomó con él, burlándose e insultándolo, Damian Lillard anotó 34 puntos en la segunda mitad para destrozar a los Magic en un final estratosférico. “No le escuché decir nada en la segunda parte”, comentaba, con cierta arrogancia, en la entrevista pospartido a pie de campo. Lillard acababa de hundir sus dedos en los ojos sangrantes de aquel Oberyn Martell que, minutos atrás, lo había tenido a su merced y cuyas fanfarrias le habían martirizado el oído. La imagen de Lillard es la de un depredador suelto y de apetito voraz. No hay duda: con el tiempo se recordará mucho más el gesto de señalarse la muñeca y anunciar el Dame Time, mucho más icónico y significativo como elemento en torno al que articular una imagen. Sin embargo, esa agitación corporal se podría definir casi como una aproximación a la ferocidad de un jugador capaz de cambiarlo absolutamente todo. 

Damian Lamonte Ollie Lillard Sr. creció en la marginal y conflictiva Oakland que lleva tatuada en su pecho. Sin duda, su infancia marcó su carácter a la hora de enfrentarse a la vida y configurar su forma de afrontar la adversidad deportiva. Bandas callejeras, drogas, esquinas conflictivas… un vergel del crimen en el que la familia Lillard trataba de sacar a los suyos adelante. Cuentan que, una noche, cuando esperaba el autobús tras un entrenamiento en la secundaria, fue asaltado por unos delincuentes que pretendían robarle y, al tratar de defenderse, se encontró con el cañón de una pistola de bajo calibre en la frente. Evidentemente, aceptó la derrota, pero ese episodio fue decisivo para que el hoy base de los Blazers se plantease seriamente la idea del baloncesto como vehículo de salida. 

Desde muy pequeño, Lillard se evadía de su entorno con el basket. En uno de sus primeros cumpleaños, el regalo estrella fue un balón del que jamás se separaría a partir de entonces. El propio base cuenta en una entrevista televisiva (se puede ver en el video de Leandro Carranza sobre su carrera) cómo, al no tener una canasta real en la que practicar, su tío y él se pasaban horas tirando sobre una rama de un árbol que hacía las veces de aro. Allí empezó a mejorar el pequeño Dame su lanzamiento, con el que años después ha deslumbrado –y continúa haciéndolo– a la NBA. 

Vídeo de Leandro Carranza sobre Lillard

El instituto y los años de la NCAA

Dame comenzó a destacar ya en sus años de instituto, sobre todo de la mano de la Oakland High School. Tras un paso nada fructífero por St. Joseph Notre Dame, en Alameda, una ciudad de aires victorianos en el noreste de California donde sí había triunfado el ilustre Jason Kidd, Lillard recaló en la Oakland High School. Allí fue donde realmente comenzó su periplo exitoso en el baloncesto. En su primera temporada, el base ya promediaba los 19,4 puntos, que aumentaría hasta los 22,4 y 5,2 asistencias en segundo año. Fue entonces cuando Lillard comenzó a pensar seriamente en el baloncesto como forma de ganarse la vida. Su éxito en las ligas de secundaria le sirvió como plataforma para hacer valer su inabarcable lectura del juego, su inmensa habilidad con el balón y la explosividad de sus mates y entradas a canasta. El nombre de Damian Lillard empezaba a resonar con cierta admiración entre los institutos de Oakland, donde ya era considerado una gran promesa, mientras que una noche el cinco veces All-Star se colaba en el Oracle Arena para lanzar unos tiros a canasta tras un partido de los Golden State Warriors. Todo parecía apuntar a que, en unos años, allí podría estar Damian, defendiendo al equipo de su ciudad.

Tras cuatro años en el baloncesto de instituto, en los que consiguió ser uno de los pocos jugadores con una camiseta retirada en el equipo de la High School (su dorsal 1 de los OHS Wildcats luce en el techo del pabellón), Damian Lillard aceptó la propuesta de la Universidad de Weber State, en Ogden (Utah), donde desplegaría su talento los siguientes cuatro años y comenzaría a estudiar Ciencias de la Tecnología (se licenció en 2015). Las canchas universitarias fueron testigos de un progreso incuestionable. En su primer año universitario, el jugador californiano fue elegido en el quinteto de oro de la Big Sky Conference, así como Rookie del año, tras promediar 11’5 puntos, 3’9 rebotes y 2’9 asistencias por partido. Cuatro años después, en el año previo a su entrada en la NBA, sus stats habían subido a 24’5 puntos por encuentro, 5 rebotes y 4 asistencias. Un avión estaba pidiendo pista para el despegue.

Los primeros años en la NBA

Así las cosas, en el draft de 2012, Damian Lillard fue elegido en el sexto pick por los Portland Trail Blazers. En el patio de butacas del Prudential Center (Newark, Nueva Jersey) había tipos como Anthony Davis, elegido en el número 1 por los New Orleans Hornets, Bradley Beal, el futuro All-Star Khris Middleton, Andre Drummond o su amigo y némesis deportiva Draymond Green. Sus declaraciones previas al draft ya mostraban su humildad y la ética de trabajo que se impone el jugador: “Sé que hay jugadores como Derrick Rose, Russell Westbrook o Jrue Holiday en el siguiente nivel. Sé que no soy mejor que ellos. Es el mismo proceso. Cuando vine a la universidad debía demostrar que pertenecía aquí. Ahora debo hacer lo mismo en ese nivel”, argumentaba el base antes de ingresar en la rutina de trabajo de los Trail Blazers.

“Sé que hay jugadores como Derrick Rose, Russell Westbrook o Jrue Holiday en el siguiente nivel. Sé que no soy mejor que ellos. Es el mismo proceso. Cuando vine a la universidad debía demostrar que pertenecía aquí. Ahora debo hacer lo mismo en ese nivel”

Lillard previamente al Draft

Su aterrizaje en el Moda Center significó una nueva esperanza para la franquicia. El equipo de Oregon estaba inmerso en una reconstrucción en la que hasta el entrenador era rookie. El primer año de Dame con la escuadra franjirroja coincidió con la llegada de Terry Stotts al banquillo. Desde entonces, sus carreras han ido ligadas hasta hoy. Sin embargo, a pesar de las altas miras que tenía Lillard para su nuevo equipo, la química con la gran estrella LaMarcus Aldridge nunca pareció ser del todo buena sobre el parquet. Dame había estudiado con profundidad el juego de un mito como John Stockton con la vocación de alcanzar, junto a su nuevo compañero, un rendimiento similar al que obtuvo la pareja formada en los Utah Jazz por el número 12 y el MVP Karl Malone. Aquello nunca llegó a ocurrir, aunque, ahora, cursos después, una luz similar parece iluminar la conexión entre Dame y el gigante bosnio Jusuf Nurkic.

Pese a ello, en el aspecto netamente individual, Damian Lillard se destapó muy pronto como la futura estrella que iba a ser. Su impacto en la NBA fue absoluto, ganando el premio al Rookie del año y convirtiéndose en el cuarto jugador en la historia en conseguirlo por unanimidad. Un dato significativo para medir la irrupción de Dame en la liga es que, durante su primera temporada, fue elegido el rookie del mes durante todos los meses de la competición. Un apunte esclarecedor de lo que significó, ya desde los primeros compases, su llegada a los Blazers. En su primera campaña pasó a ser el tercer jugador debutante en alcanzar la cifra de los 1500 puntos y las 500 asistencias, consagrando su nombre en un cielo en el que gobernaban Oscar Robertson y Allen Iverson. Asimismo, en 2014, el número 0 de Portland alcanzó los 3000 puntos en sus primeros 150 partidos y colocó su impronta entre la de hombres como LeBron James, Kyrie Irving, Kevin Durant, Carmelo Anthony (hoy compañero en los Blazers), Dwyane Wade y Blake Griffin. Solo ellos seis habían conseguido alcanzar esa cifra desde 2002. Siguiendo esa línea de batir marcas, en 2018 superó al histórico Clyde Drexler como el jugador que menos partidos había necesitado para alcanzar los 10000 puntos: Dame lo hizo en 441 encuentros frente a los 500 que le tomó al mito de los Blazers de los años 80/90. 

El liderazgo amable

Tras su tercera campaña con el equipo dirigido por Stotts, la franquicia de Oregon traspasó a LaMarcus Aldridge, por lo que el hoy cuatro veces All-NBA quedó como primera espada del proyecto deportivo del Moda Center. Ese “ascenso” fue tomado por Lillard como una oportunidad de poner en práctica su idea del liderazgo amable. Damian no cree en aquello de los líderes tiranos, de los jugadores estrella que apenas hablan a los secundarios en el vestuario. Lejos de esa idea, Lillard es un capitán modélico que se preocupa por cada uno de los integrantes de la plantilla que comparten su día a día. Tanto es así que, para favorecer la dinámica de grupo e involucrar a todo el roster, el de Oakland suele organizar asiduamente cenas de equipo, vacaciones colectivas y todo tipo de eventos para las familias de sus compañeros con el fin de fortalecer vínculos y estrechar lazos. No es casualidad que los general managers de la NBA le hayan elegido en sus votaciones como el mejor líder del campeonato.

Un buen ejemplo de la relevancia que otorga Lillard a sus relaciones humanas, por encima de lo que rodee al juego, es el Magic Johnson Award (un reconocimiento al jugador que mejor trato ofrece a los medios) que la prensa le otorgó al término de la temporada 2016-17. Puede parecer algo banal, pero es otra muestra del carácter de una persona que persigue el bienestar común por encima de todas las cosas. “Apártate del mal, haz el bien y vivirás para siempre”, dice el verso 27 del Salmo 37 de la Biblia, del que el propio Damian lleva tatuada una parte en su brazo izquierdo. No hay duda de que en las calles de Portland, Oregon, así como en las de su Oakland natal, su legado ya es inmortal.

Sin embargo, no solo ejerce Lillard su liderazgo amable en la cancha y el vestuario, sino también fuera de allí. Quizás el mejor ejemplo lo encontremos la noche del 9 de octubre de 2018, en la que la directiva y el cuerpo técnico de los Blazers se reunieron en el restaurante Dr. Jack de la Plaza Rose para homenajear a Lori Spencer. La taquillera del Moda Center, de 69 años, abandonaba su puesto para jubilarse tras cuarenta años de entrega y trabajo. En su despedida no podía faltar el jugador insignia del equipo. Sin avisar, Dame apareció, con su habitual encanto, para acompañar a Lori en su último servicio a los Portland Trail Blazers y en el adiós definitivo. Un gesto que muestra el factor humano tan potente que gobierna los actos del base. “Su corazón es más grande que su baloncesto”, decía Spencer, emocionada por la sorpresa.

Evidentemente, sobre el parqué, el liderazgo tranquilo que abandera Lillard empezó a dar sus frutos y, en sus primeros años como estrella del equipo, la dinámica de los Blazers cambió. El número 0 (esa “letter O” con la que homenajea a las tres ciudades de su vida: Oakland, Ogden y Oregon) se echó el equipo a la espalda y sus porcentajes elevaron la incidencia en el juego: de los 19 puntos, 6’5 asistencias y 3’1 rebotes de su año rookie, Lillard pasó a un 25’1P/6’8A/4R en su cuarta temporada, la primera sin la alargada sombra de LaMarcus en la pintura y el imaginario colectivo.

La postemporada anterior ya había traído uno de los momentos más memorables de la carrera de Damian Lillard. En el sexto partido de la primera ronda ante Houston Rockets, Dame recibió el balón a 0’9 segundos de la bocina y con dos puntos abajo en el marcador. El resto, ya lo sabemos: un catch & shot que provocó uno de los estallidos de júbilo más notorios del Moda Center en los últimos años (ay, cuando había público en los pabellones…). Los Blazers habían vuelto a ganar una ronda de playoff catorce años después gracias al talento para el tiro de larga distancia del que ya era su comandante indiscutible sobre la pista.

No obstante, si hay un winner shot por el que siempre recordaremos el Dame Time ese será el que eliminó a los Oklahoma City Thunder. Un triple en el que Lillard posterizó a Paul George (no era un mal tiro, Paul, y lo sabes) para regalar uno de los instantes más épicos de la NBA de los últimos cursos. Metafóricamente, podemos hablar de que Logo Lillard desmanteló la franquicia con una sola canasta (la temporada siguiente comenzaría con Russell Westbrook en los Rockets, PG13 en los Clippers y los OKC inmersos en una nueva reconstrucción). Un asesinato alevoso en el prime time nacional; el halo de Jerry West y Chauncey Billups ofreciendo su testigo y nomenclatura a Lillard, que bien podría adoptar cualquiera de sus dos apodos (Mr. Clutch, el laker; Mr. Big Shot, el de los Pistons de 2004). 

The Lillard Effect

“I’m where I need to be”, decía Lillard en una entrevista para el medio independiente The Athletic. El arraigo de Damian con Portland es absoluto. Una buena muestra de ello, aunque aparentemente banal, podría ser la mención que se hace sobre él en la serie Stumptown (Jason Richman; ABC, EE.UU., 2019), en la que Cobie Smulders interpreta a Dex Parios, una investigadora privada de Portland. La teleficción es eminentemente portlander, el espíritu de la ciudad queda perfectamente recogido gracias a su mirada hacia la gastronomía de los foodtrucks, la craft beer y el deporte. Son varias las menciones a los Portland Timbers del soccer y los Blazers en la NBA, llegando incluso a aparecer el propio CJ McCollum en una escena en la que prueba y valora la comida de un gastrobar local. Así, que un jugador como Lillard, natural de Oakland, aparezca en la serie que mejor recoge y representa la idiosincrasia de Portland es un ejemplo de cómo ha encajado en el sistema portlander llegando a ser uno más en la ciudad.

«Estoy donde quiero estar»

Lillard sobre su futuro Portland

Ese “estoy donde quiero estar” no es banal, ni mucho menos una frase para quedar bien con los aficionados. Es la realidad: Damian Lillard quiere estar en Portland porque allí se siente bien y porque allí, además, ha nacido su hijo Damian Jr. Por eso, el jugador de los Blazers no duda en llevar a cabo iniciativas que traten de mejorar la vida y el día a día de los ciudadanos de la ciudad de Oregon. Una de las más significativas es el programa RESPECT, que lanzó durante su temporada de rookie y que está encaminada a mejorar el rendimiento de los jóvenes en las escuelas. El lema del programa, Show Up, Work Hard & Be Kind, es otra muestra de la idea que tiene Lillard sobre la importancia del factor humano y la implicación. 

Otra de las iniciativas que lleva a cabo el base consiste en la rehabilitación de canchas callejeras para el uso y disfrute de los más jóvenes. Esta idea podría devenir de una traumática vivencia que le ocurrió cuando tenía nueve años. La cuentan los compañeros del podcast El reverso en el programa que le dedican al jugador. De niño asistía a uno de los torneos callejeros que se disputaban en las canchas del Brookfield Park de Oakland. Tras uno de los partidos más cruciales del campeonato, se desató una pelea que terminó en un tiroteo del que los hermanos Lillard y sus primos se refugiaron en la licorería. Ya como profesional, en sus periodos de vacaciones, Lillard consiguió rearmar ese torneo y convertirlo en el Damian Lillard Brookfield Picnic, una fiesta popular anual para la que contrata músicos, barberos gratis, repartos de comida y todo tipo de juegos y actividades para las familias de Oakland. Incluso ha conseguido que se dejen ver por allí algunos de los compañeros de la NBA ligados a The Bay, como su amigo Draymond Green o Kevon Looney, entre otros. Su impacto humano es innegable, como su humildad; algo similar a lo que mostraba Sean Menard en The Carter Effect (EE.UU., 2017) sobre la importancia que tomó Vinsanity en Toronto y toda Canadá desde su llegada a los Raptors. Una circunstancia que, haciendo un símil con la relevancia de Air Canadá, en Portland podríamos denominar como The Lillard Effect.

Dame D.O.L.L.A. (Different on Levels the Lord Allows)

De igual manera, el alter ego musical de Damian Lillard, el rapero Dame D.O.L.L.A. se muestra constantemente preocupado por los problemas sociales, raciales y de toda índole. La figura musical de Damian Lillard no es otra cosa que una extensión de su personalidad, una efigie más del hombre que del mito. Sus letras pueden ser tanto alegatos sociales, como Blacklist, lanzada tras el asesinato de George Floyd, como homenajes al juego –GOAT Spirit o Shot Clock– y a sus ídolos caídos, como el último tema que ha lanzado junto a Snoop Dogg y Derrick Milano, titulado con un clarividente KOBE! Todo está en un alambre, prácticamente en el mismo plano. Es muy difícil separar a Lillard de Damian, como lo es igualmente complicado hacerlo de Dame D.O.L.L.A. Por ese motivo, tal vez la mejor forma de definirlo sea haciendo mención al título de su último LP: The Letter O (2016), que también es el número con el que juega. Porque, como el mismo reconoce, no es el número cero, sino la letra O, en homenaje a las tres ciudades que han marcado su vida: Oakland, Ogden y Oregon. Por eso, el speaker lo presenta con un reconocible juego: “¡con la letra O a la espalda… Damian Lillard!”. Un tipo que hace mejores a los demás, un hombre sencillo, cuyo miedo a las estatuas de personajes históricos le impedirá disfrutar de la que, seguramente, algún día se le levantará en su Brookfield o en Stumptown y que reconocerá el profundo calado de un tipo tan extraordinario como humilde. El supersaiyajin de Portland.

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