Contamos con tal cantidad de bases sobresalientes en la NBA que a menudo pasamos por alto a otros jugadores. Stephen Curry, Russell Westbrook, Chris Paul, Kyrie Irving, Isaiah Thomas… La lista es más amplia que nunca. Pero hay un jugador que va a lo suyo, que tal vez no genere tanta atención como otros jugadores, pero que debe ser incluido en la conversación sobre los mejores jugadores de la liga. En un mercado pequeño como Portland, Damian Lillard no recibe el reconocimiento que se merece, pero está a la altura de cualquier superestrella de la NBA.
Pese a provenir de Weber State, una universidad no muy conocida en el panorama del baloncesto estadounidense, los números y el rendimiento de Lillard en sus tres años allí fueron tan destacados que los Trail Blazers lo seleccionaron en el puesto número 6 del draft de 2012. Lillard ha demostrado un nivel muy superior al de jugadores como Michael Kidd-Gilchrist, Dion Waiters o Thomas Robinson, que fueron seleccionados antes que él.
Lillard se encontró en Portland con un equipo joven y prometedor y un ecosistema que le venía como anillo al dedo. En su primer año ya fue la clara apuesta de Terry Stots como base titular. Desde el primer partido Lillard dejó claro que venía a la NBA para quedarse. Y de qué manera. Para quedarse como una de las referencias de la mejor liga del mundo, jugando 30 minutos por partido y siendo elegido novato del año por unanimidad. Lillard formaba un gran dúo con LaMarcus Aldridge, por entonces uno de los mejores jugadores interiores de la NBA, y piezas sólidas como Nicolas Batum, Wesley Matthews y Mo Williams como base suplente apuntalaban un gran equilibrio entre el juego interior y el exterior. Pese al potencial del equipo, los Blazers aún no estaban listos para competir con los mejores equipos de la liga, y cosecharon un balance mediocre de 33 victorias y 49 derrotas.
La segunda temporada de Lillard en la NBA supuso su coronación como uno de los mejores bases jóvenes de la liga. Portland cosechó los frutos de la temporada anterior y se consolidó como un equipo revelación en la Conferencia Oeste, consiguiendo 54 victorias y 28 derrotas. En los Playoffs, se enfrentarían a los Houston Rockets de James Harden y Dwight Howard, una serie tremendamente igualada con dos equipos con el mismo récord de victorias y derrotas. Los Blazers consiguieron una ventaja de 3-2 y tenían la opción de ganar la serie en casa. Fue entonces, el 2 de mayo de 2014, cuando Lillard nos regaló una de las jugadas más memorables del baloncesto reciente.
Nueve décimas por jugar. Rockets 98-96 Trail Blazers con posesión en medio campo. Nicolas Batum se dispone a poner la pelota en juego, cuando Lillard viene a recibir el balón desde la esquina opuesta, con Chandler Parsons persiguiéndolo. Lillard, que ve cómo Batum duda a la hora de pasar, pide el balón con un par de palmadas, recibe y tira según suena la bocina. Ganaron los Blazers 99-98, pasando de ronda en los Playoffs por primera vez en 14 años. Recientemente, en el podcast del especialista en NBA Zach Lowe, “The Lowe Post”, Batum admitió que la jugada estaba diseñada para LaMarcus Aldridge. Con tan solo nueve décimas en el reloj, Batum debía enviar un pase bombeado a Aldridge, que luchaba con Dwight Howard por posicionarse debajo del aro. Pero en cuanto el árbitro entregó el balón a Batum para ponerlo en juego, Lillard rompió la jugada y, siendo mucho más rápido que Parsons, esprintó desde pidió el balón para levantarse y anotar un triple histórico.
Esa capacidad de improvisación, esa personalidad para romper una jugada para anotar un triple decisivo en un partido histórico en tan sólo su segunda temporada en la NBA es lo que define a Lillard como el jugador más resolutivo de la NBA. En el último cuarto, cuando la presión y el cansancio hacen mella en otros jugadores, es cuando él se crece. En la fase final del partido, haciendo gala de un temple extraordinario, Lillard se echa el equipo a la espalda y hace todo lo necesario para llevarlo a la victoria. Su gen ganador y su sangre fría son fortalezas que no se pueden entrenar ni enseñar, y precisamente por ello es un jugador tan valioso. Lillard ha protagonizado un sinfín de jugadas y tiros ganadores sobre la bocina o muy cerca del final del partido, tras los cuales se lleva el dedo índice de su mano derecha y se señala la muñeca izquierda. El último cuarto es su hora, es la hora de Lillard.
El jugador nacido en Oakland es un perfecto ejemplo de base anotador que no sólo se limita a repartir juego y dirigir al equipo. Es un jugador total. Si hemos de buscarle una debilidad, tal vez sea la defensa. Muchos lo critican por su falta de capacidad de anticipación e instintos defensivos. No obstante, lo que puede faltarle a Lillard en defensa lo compensa con creces en ataque. Mucho más atlético de lo que puede parecer por televisión en un primer momento, Lillard es uno de los jugadores más rápidos y explosivos del mundo. Esta rapidez la complementa con su capacidad para encestar desde prácticamente cualquier lugar de la pista. Esta temporada ya hemos visto en un par de ocasiones cómo Lillard no duda ni un segundo en tirar desde el borde de los logos de los equipos en el centro de la pista, aunque aún quede tiempo suficiente en el reloj de posesión para conseguir un tiro más cercano. Canastas verdaderamente insólitas que muestran la espectacular autoconfianza de este jugador.
También posee un control de balón y una capacidad de finalización alrededor del aro fuera de lo común. A muchos jugadores de la NBA (especialmente a los bases), se les exige tener un gran manejo de balón, pero es la capacidad de combinarlo con su velocidad lo que hace especial a Lillard, que también es un experto usando su cuerpo para forzar faltas y penetrando hacia el aro para finalizar con un tiro de corta distancia, una bomba, una bandeja o un mate sobre jugadores interiores mucho más altos y corpulentos que él.
Durante las dos últimas temporadas, los Blazers se han visto obligados a comenzar un proyecto de reconstrucción y rediseñar su estilo de juego, que ha pasado a estar centrado en Lillard y en su principal escudero, CJ McCollum. En el verano de 2015, los Blazers perdieron a Nicolas Batum, LaMarcus Aldridge y Wesley Matthews, tres de sus jugadores titulares. Batum fue traspasado a Charlotte, Aldridge se convirtió en agente libre y puso rumbo a San Antonio, que le ofreció un contrato irrechazable, y Matthews sufrió una rotura del tendón de Aquiles y firmó como agente libre por los Dallas Mavericks.
Desde entonces, los Blazers han ido dando importancia a jugadores jóvenes de su plantilla como Allen Crabbe, Meyers Leonard, Mason Plumlee y el mencionado McCollum, y esta temporada se han reforzado con jugadores con experiencia ganadora como Festus Ezeli, pieza clave del reciente éxito de los Warriors, y Evan Turner, jugador importante en los Boston Celtics durante las dos temporadas pasadas, que unidos a un núcleo joven liderado por Lillard y secundado por McCollum, nombrado jugador más mejorado de la pasada campaña, deberían aspirar a clasificarse para los Playoffs y luchar por pasar de ronda en la siempre competitiva Conferencia Oeste. A cierre de este artículo, los Trail Blazers ocupan la cuarta posición en el Oeste con un balance de 7 victorias y 4 derrotas tras haber vencido a los Denver Nuggets con 32 puntos, 8 rebotes y 6 asistencias de Lillard. Otro día más en la oficina para él en esta temporada en la que es el cuarto jugador que más puntos anota por partido (30.7), por detrás de DeMar DeRozan, Russell Westbrook y Anthony Davis. De seguir a este nivel tanto individual como colectivo, Lillard debería ser un firme candidato a llevarse el MVP de esta temporada. Es la hora de Lillard.
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