El diccionario define la palabra “resiliencia” como la capacidad de adaptación que tiene una persona o ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversa. Personalmente, en el ámbito familiar, yo siempre he tenido a mi abuela “Gely” como la perfecta definición de este cada vez más manido término. El “talento” que tienen algunas personas para afrontar situaciones desfavorables a lo largo de su vida y, aún así, seguir transmitiendo luz y entusiasmo por la misma, es una de las cualidades más maravillosas que pueden existir. Estos individuos no sólo son capaces de reponerse a los reveses que van sufriendo sino que, además, aprenden de ellos e iluminan al resto con su manera de afrontar estas delicadas situaciones. Y, aunque pueda parecer extraño, este es el sorprendente, pero extraordinario nexo que conecta a mi abuela (que, por cierto, cumple hoy nada menos que 86 “castañas”) a todo un Entrenador del Año de la NBA como Monty Williams y al que, como habréis podido imaginar por el título y la foto del artículo, hoy quiero dedicar unas cuantas líneas.
Corría febrero de 2016 cuando el teléfono comenzó a sonar en la casa de la familia Williams en Oklahoma. El, por aquel entonces, entrenador asistente de los Thunder se encontraba preparando un partido de la Regular Season y fue una de sus hijas quien cogió la llamada. Rápidamente su semblante cambió abruptamente y se descompuso llamando la atención de su padre que se encontraba junto a ella. Su esposa Ingrid y tres de sus cinco hijos acababan de sufrir un accidente mientras viajaban en su camioneta por la avenida South Western de Oklahoma al impactar violentamente contra otro vehículo que circulaba a una velocidad excesiva en sentido contrario. Como si de un milagro divino se tratase, sus tres hijos resultaron ilesos de tan terrible colisión, de hecho fue Faith, una de ellas, la que avisó a su hermana y a su padre de lo ocurrido. Desgraciadamente su mujer, Ingrid, que luchó durante más de veinticuatro horas en el hospital, no tuvo la misma suerte y no pudo superar las secuelas de tan terrible accidente y, a los 44 años, terminó perdiendo trágicamente su vida.
Monty e Ingrid se habían conocido hacía ya más de 30 años cuando éste estudiaba y jugaba para la Universidad de Notre-Dame en el estado de Indiana. Desde el primer momento congeniaron de tal manera que tan solo unos cuatro años después decidirían casarse y empezar a formar una familia. Ingrid fue clave para él desde el primer momento siendo su principal apoyo, por ejemplo, cuando le diagnosticaron una miocardiopatía hipertrófica en su corazón que, parecía, le alejaría definitivamente del baloncesto como jugador. Tras esta terrible noticia Monty cayó en una profunda depresión, se juntó con malas compañías e incluso llegó a pensar en quitarse la vida. Pero su mujer nunca le abandonó y, como posteriormente relataría, fue la principal “culpable” de que finalmente consiguiera salir adelante y reconducir de nuevo su vida. Y mucho tuvo que ver en esto una llamada que recibió por parte de su médico para informarle que había una solución para su problema y que si salía bien podría volver a jugar. No obstante, no todo eran buenas noticias. La intervención quirúrgica conllevaba unos riesgos importantes que podían acabar con su vida al tener que detener su corazón durante un instante para conseguir así solucionar su enfermedad. Monty lo tuvo claro y con el inestimable apoyo de Ingrid y de su madre decidió apostarlo todo confiando que saliese bien y, como podéis intuir, así fue.
A partir de ese momento todo empezó a encajar en su vida, tal como él siempre había soñado. Se casó con Ingrid, la mujer de su vida, pudo volver a jugar al baloncesto, tras tres años en la universidad fue elegido por los New York Knicks en el Draft de 1994, jugó durante 9 temporadas en la NBA… No obstante, y a pesar de haberse convertido en un jugador importante en la rotación de equipos como los San Antonio Spurs, Williams nunca pudo labrarse un hueco como imprescindible dentro de una plantilla, lo que le llevó a pasar por hasta 5 franquicias antes de que, en 2003, decidiese poner punto y final a su carrera debido a los numerosos problemas de lesiones en sus rodillas. Pero Monty siempre tuvo claro que, a pesar de todos los contratiempos que la vida pudiera ponerle por delante, su futuro, de una u otra manera, estaría ligado a la NBA. Sabía que como jugador no había podido disfrutarlo demasiado pero desde ese primer momento en el que afrontó su retirada, con toda la entereza que pudo, ya sabía que quería intentarlo en los banquillos.
A pesar de que muchos hayan descubierto la faceta de coach de Monty en estos Phoenix Suns lo cierto es que su historia en los banquillos empezó mucho antes. De hecho, lo hizo de la mejor manera posible al proclamarse campeón con los San Antonio Spurs en el 2005 como parte del staff técnico de Gregg Popovich. Su gran trabajo y recomendaciones de sus compañeros de profesión le sirvió para que Nate McMillan le diese la oportunidad de formar parte del cuerpo técnico de los Portland Trail Blazers, esta vez ya como entrenador asistente. Tras cinco años en la franquicia le llegaría su primera oportunidad como Head Coach a los mandos de los por aquel entonces New Orleans Hornets, donde, por cierto, coincidió con un joven Chris Paul, pieza fundamental en sus Phoenix Suns de hoy en día. De esta manera Monty se convertía en el entrenador principal más joven de toda la NBA al asumir el cargo con tan solo 38 años. Tras cinco temporadas en la franquicia llegaría el primer revés de su carrera en los banquillos de la liga al ser despedido. Sin embargo, muchas franquicias llevaban años siguiendo sus pasos y no tardaría en recibir varias ofertas para ocupar algún banquillo. De hecho, no pasó mucho tiempo ya que esa misma temporada, tras barajar varias posibilidades, asumiría el cargo de entrenador asociado de los Oklahoma City Thunder bajo el mando de Billy Donovan. Tras menos de una temporada, y después del desgraciado accidente en el que perdió a su mujer, Monty abandonó la disciplina de Oklahoma decidido a dejar los banquillos, al menos por un tiempo.
Y fue en este momento de vital importancia para él cuando la franquicia texana volvió a aparecer en su vida. Los San Antonio Spurs de Popovich llamaron a su puerta queriendo ayudarle en aquellos difíciles momentos que estaba viviendo para tratar de convencerlo de seguir dentro de la liga. A pesar de que Monty tenía claro que no quería regresar a los banquillos, al menos en ese momento, los Spurs le convencieron para que aceptase la labor de Vicepresidente de Operaciones de la franquicia. Le ofrecieron un puesto en el que podía compaginar su vida personal y familiar con sus hijos con las labores dentro del equipo. A pesar de solo haber militado allí durante apenas dos temporadas como jugador y una como ayudante de Popovich en 2005, Monty siempre tuvo un gran reconocimiento en San Antonio por su tremenda calidad humana y por sus vastos conocimientos baloncestísticos. En su momento, Pops declaró que estaba encantado de poder contar con un perfil como el suyo dentro de la organización en un puesto a caballo entre el desarrollo de jugadores y la dirección deportiva de la franquicia. Además, era consciente del duro momento por el que estaba atravesando y también quería que esto le sirviese como válvula de escape a su complicada situación personal.
Tras tres años en la franquicia texana a Monty le llegaría de nuevo la oportunidad de regresar a los banquillos de la mano de Brett Brown y de los Philadelphia 76ers. Su rol sería el de asistente principal del equipo, siendo este su primer trabajo en los banquillos tras haber abandonado la disciplina de Oklahoma en 2016. Pero, estaba claro que, tras todas las vicisitudes por las que había atravesado a lo largo de los años, el destino le tenía preparado algo especial y, menos de un año después, ya tenía una oferta encima de la mesa para asumir un puesto de Head Coach en una franquicia NBA. Eran los Phoenix Suns los que querían que liderase su ambicioso proyecto para volver a llevar a su equipo a competir con los mejores. Todo un reto para él ya que, a pesar de ser una franquicia histórica, llevaba más de una década sin conseguir jugar unos Playoffs. Monty llegaba a un equipo que la temporada anterior había cosechado un paupérrimo récord de 19 victorias y 63 derrotas situándose como el segundo peor de toda la NBA empatado con los Cleveland Cavaliers y solo por detrás de los New York Knicks. El margen de mejora era gigantesco pero el desafío era de unas dimensiones astronómicas. A pesar de que su primera temporada, sobre todo hasta la suspensión de la competición por la pandemia, tuvo muchos altibajos y un pobre récord de 24 victorias y 39 derrotas todo cambió en la burbuja de Orlando. Y mucha “culpa” de esto la tuvo el bueno de Monty Williams.
La NBA organizó una especie de “mini torneo” de ocho partidos en Disney para dar por finalizada la Regular Season donde concentró a los equipos que aún tenían posibilidades de clasificar para los Playoffs, entre los que, a pesar de todo, y al ser matemáticamente posible (aunque francamente improbable) se encontraban los Phoenix Suns, que recibieron la llamada de Adam Silver invitándoles a participar. De hecho, en aquel momento la franquicia de Arizona se situaba en la decimotercera posición a seis partidos de distancia de los Memphis Grizzlies, que marcaban el corte de los Playoffs. Según diversas webs deportivas contrastadas sus posibilidades de jugar la postemporada eran de menos del 1%. No obstante, Monty Williams quiso recalcar que lejos de ser una pérdida de tiempo era una auténtica bendición el poder acudir a Orlando. Creía que su equipo necesitaba un training camp para poder pasar tiempo juntos y adquirir así algunos automatismos que les faltaban además de empezar a implementar un cambio de concepto en el grupo que creía vital de cara al futuro. Iban a pasar de ser un “equipo” a una “familia”. Monty quería formar algo especial, un núcleo duro donde todos se conociesen a la perfección y cuya química, tanto dentro como fuera de la pista, fuese espectacular. Quería que tan solo con mirarse supieran que estaba pensando el otro y ejecutasen así las jugadas de una manera mucho más rápida y precisa. De hecho, durante el transcurso de la burbuja dijo que se vio gratamente sorprendido con sus jugadores, sobrepasando estos incluso sus expectativas iniciales. La totalidad del grupo acudía a todos los entrenamientos voluntarios en sus días libres para seguir desarrollando los automatismos y conociéndose mejor. El equipo era joven y ciertamente inexperto pero Monty utilizó el tiempo en Florida para inculcarles ese hambre y esas ganas de ganar y de dejar su huella en una franquicia histórica que llevaba ya más de 10 años sin jugar los Playoffs. Y el resultado, a pesar de la no clasificación, no pudo ser mejor. Ocho victorias y ninguna derrota, convirtiéndose así en el único equipo de toda la burbuja en lograrlo. No obstante, y como comentaba anteriormente, a pesar de la hazaña de dimensiones legendarias que habían conseguido, no lograron clasificarse para la postemporada, quedándose a tan sólo medio partido de los Blazers que fueron los octavos clasificados.
No obstante, los Suns salieron muy reforzados de esta experiencia. El excelso nivel de baloncesto que mostraron en Orlando hizo creer a un grupo cuya hambre era cada vez mayor y parecía no conocer límites. Además, Monty utilizó esa sensación de esquiva victoria en el interior de sus jugadores y ese amargo final para motivarlos de cara a la siguiente temporada. Su discurso de agradecimiento tras acabar el último partido marcó un antes y un después para una franquicia que quería y tenía que estar de vuelta en los Playoffs. Sin saberlo y casi sin darse realmente cuenta, acababan de volver a ganarse el respeto de toda la liga. El futuro parecía brillante ante sus ojos.
A pesar de tener una base sólida, el proyecto requirió unos cuantos cambios que le aportasen ese impulso necesario para escalar hacia el siguiente nivel competitivo. Además, y aunque llevaban más de una década de ausencia de los Playoffs, los Phoenix Suns no querían que su paso por ellos fuese testimonial, ansiaban poder competir con los mejores. Un objetivo que en ese momento quizás parecía demasiado ambicioso y excesivamente cortoplacista. Es por esto que la gerencia del equipo de la mano junto a Monty trataron de añadir al equipo las piezas necesarias que les permitieran codearse con la élite. Para ello tuvieron que renunciar a algunos jugadores importantes como Kelly Oubre o Ricky Rubio y otros de menor importancia como Aron Bayenns, Frank Kamisnky, Ty Jerome o Jalen Lecque, además de algunas rondas de Draft. Todo esto para traer a una figura experimentada como Chris Paul que pudiera ayudar a sus jóvenes figuras como Booker y Ayton a dar un pasito más allá. Además, la incorporación de una pieza como la de Jae Crowder, reciente finalista con los Miami Heat, acababa de dar el toque necesario a una plantilla cuyo techo aún estaba por descubrir.
Monty Williams siempre supo que necesitarían un jugador experimentado para ayudar a que el equipo siguiera creciendo y desde que supo que el nombre de Chris Paul podía acabar en Phoenix hizo todo lo posible para que terminase sucediendo. Desde el primer momento Monty insistió mucho en la conexión entre el veterano base All-Star y su joven pívot, Deandre Ayton. Sabía que Paul era la respuesta a todas las dudas que podía haber generado el center en la última temporada. Es cierto que tardaron en entenderse y que los primeros partidos les costó bastante asociarse pero poco a poco y con mucho trabajo detrás, CP3 comenzó a explotar todo el talento que tenía Ayton. Otro de los grandes beneficiados y con el que se le vio a menudo entrenando en solitario fue la gran estrella joven del equipo, Devin Booker. Desde el principio establecieron una relación especial que su entrenador trató de explotar liberando de peso creativo a Booker con Paul en cancha para que este se pudiese dedicar a lo que mejor hacía, anotar. De esta manera Monty ya tenía todas las piezas disponibles sobre el tablero, ahora solo quedaba encajarlas. A medida que fue pasando la temporada consiguió inculcar su estilo de juego y convertir a los Suns en un equipo de carácter eléctrico, que movía mucho el balón buscando siempre ese extra pass y que normalmente encontraban una buena opción de tiro liberado. Esto unido a los Pick and Roll de CP3 y al uso excelso no solo del triple sino del “extinto” tiro de media distancia le valió para acabar la temporada con un récord de 51 victorias y 21 derrotas, siendo tan solo superados en un partido por los Utah Jazz. El salto competitivo que había dado el equipo era tremendo y Monty tenía gran parte de la “culpa”.
Después de esto llegaron unos Playoffs en los que a priori y al enfrentarse a los vigentes campeones en primera ronda no tenían nada que hacer pero jugando un gran baloncesto, y aprovechándose de las bajas de los angelinos, consiguieron el pase a la siguiente ronda contra todo pronóstico. Los Nuggets en tan solo cuatro partidos y los Clippers en seis fueron los rivales que fueron dejando en el camino hacia la gran final donde se enfrentaron a unos Bucks que se mostraron intratables de la mano de un Giannis Antetokounmpo que rindió a un nivel histórico. Es cierto que se adelantaron 2-0 en la serie pero los de Milwaukee supieron sacarle los colores a los de Phoenix y le privaron de un título que hubiese consagrado este proyecto y colocado a Monty Williams y a sus Suns en la cima del baloncesto mundial. Pero siempre hay una nueva oportunidad en el horizonte, y eso Monty lo sabe mejor que nadie, y más para un proyecto tan bien construido en los despachos, excelentemente dirigido en los banquillos y con el gran talento en pista como el que tiene la franquicia de Arizona. Otra temporada de ensueño, batiendo el récord de victorias de toda su historia (63) y, además, y esta vez sí, convirtiéndose claramente en el mejor equipo de la Regular Season.
Es cierto que a lo largo de estas temporadas se incorporaron jugadores fundamentales en el esquema pero esto no puede restarle el mérito que tuvo, que está teniendo y que se merece el bueno de Monty Williams. Haber conseguido, y sobre todo en un espacio tan breve de tiempo, que todas las piezas funcionen al unísono como si de un engranaje perfecto se tratase, y el haber transformado un equipo perdedor en uno ganador que no deja nunca de competir es algo de lo que muy pocos entrenadores a lo largo de toda la historia pueden presumir. Y si hay alguien al que echar la “culpa” de todo esto ese es sin duda nuestro principal protagonista. Recordemos que Monty Williams asumió los mandos en 2019 de una franquicia que, a pesar de su historia, llevaba más de una década fuera de los Playoffs. Con un récord en la temporada anterior de 19 victorias y 63 derrotas situándose como el segundo peor récord de toda la NBA y con un futuro bastante incierto. A pesar de esto y consciente de lo que podía aportar a los de Arizona decidió liderar este proyecto, haciéndolo progresar desde su primer día. Un reto muy complicado debido a las “prisas” de la gerencia por hacerlo crecer. Una dirección que decidió seguir apostando por él tras la no clasificación en su primera temporada y conseguir llevar a cabo la hazaña de Orlando y que el tiempo ha demostrado que no se han equivocado con él. Las dos siguientes temporadas se convertirían en uno de los mejores equipos de toda la liga, llegando a las finales en una de ellas y quedando eliminados en un desastroso Game 7 contra Dallas en la siguiente hace unos pocos días. A pesar de esto, y en apenas tres años, Monty ha conseguido mutar a un equipo de 19 victorias en uno de 63, a una franquicia que hacía más de una década que no se dejaba ver en la postemporada en una habitual, no solo en las primeras rondas sino en las fases finales y lo que es aún más importante, ha logrado transformar un simple equipo de jugadores en una gran familia, donde todos luchan hasta el último segundo de la posesión y se preocupan no solo de mejorar individualmente sino de hacer mejores a sus compañeros.
Y por todo esto la NBA ha decidido premiar al Coach de Virginia como el Mejor Entrenador de la temporada 2021/22, algo que muchos aseguraban que ya le debían desde el año pasado. Un premio que va más allá de una sola temporada y del brillante récord que ha conseguido. Un galardón a una vida y a una carrera plagada de obstáculos que ha sabido ir superando uno a uno con ayuda de su familia y de sus compañeros de profesión hasta llegar al día de hoy donde se encuentra en la más absoluta élite del baloncesto profesional. Yo siempre tuve claro que la vida le tenía reservado a Monty algo especial por todo lo que había tenido que sufrir a lo largo de su trayectoria. Y a pesar de todo, lo que más me gusta de él, es que en pocos momentos se ha venido abajo, de hecho él siempre ha dicho que nunca ha dejado de disfrutar el camino que le ha llevado hasta donde está hoy por muy duras que fuesen las piedras que iba encontrándose a su paso. Y este año, cuando su equipo volvía a ser uno de los principales favoritos para repetir las Finales, ha sufrido otro duro revés, esta vez en términos puramente profesionales, tras la eliminación contra los Dallas Mavericks en Semifinales de Conferencia. Pero, si algo hemos aprendido de Monty es que tras las caídas siempre se levanta y que, además, siempre lo hace para volver con energías renovadas y mucho más fuerte. Parece que su consagración y el particular broche de oro a su trayectoria en los banquillos, alcanzando la cima y proclamándose campeón de la NBA con estos Suns, tendrá que esperar al menos una temporada más. No obstante, y lo que sí tengo claro es que el legado que nos está dejando a su paso por la liga es algo que ya se encuentra escrito en todos los libros de historia del baloncesto mundial. Porque así es Monty, esta es su historia de superación y este es su método para hacer soñar a todo un estado con su primer campeonato de la NBA.
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