Tras ocho años siguiendo al Obradoiro, hace unos días me desperté en la Leb Oro. Nunca llegué a mentalizarme de que este momento podría ocurrir. Lo cierto es que el Obra estuvo codeando los puestos de descenso durante toda la segunda vuelta y este triste suceso no fue ninguna sorpresa para nadie.
Año 2016. Tras una rutinaria comida familiar de domingo, regreso a mi casa dispuesto a hacer los deberes y posteriormente irme a dormir. Una vez dentro, dejé mis cosas en la cocina y observé atentamente el televisor. En la pantalla se mostraba un partido entre el Manresa y el Obradoiro. Mi memoria me dice que Manresa, dirigido por Ibon Navarro, estaba en una situación crítica y necesitaba ganar para cambiar la dinámica y así poder tener opciones de salvación. El marcador proyectaba un resultado abultado para los santiagueses, un hecho poco habitual durante las temporadas posteriores, que finalmente maquilló Manresa con canastas de Jekel Foster, Chase Simon, y Marius Grigonis. Por otro lado estaba el Obradoiro, que arribó al Nou Congost también con urgencia. En esa plantilla obradoirista estaba el valenciano Juan José Triguero, el mítico Jesús Chagoyen, y o noso capitán, Pepe Pozas. Ese importante triunfo cayó del lado santiagués, y dos meses más tarde, se certificó la permanencia en un partido igualadísimo ante el MoraBanc Andorra. Esa campaña apenas la viví; me subí al barco en la segunda mitad de la temporada y no supe apreciar lo difícil que era conseguir tal objetivo.
Como alicantino, me resultaba extraño explicarle a mis entrenadores y compañeros de equipo que mi club era el Obradoiro y no el Lucentum. Para ellos no tenía sentido que un niño de Alicante estuviera esperando toda la semana para poder sentir los partidos del Obra como un aficionado más. En ese momento, Alicante tenía muy poca oferta baloncestística, y yo, como gran amante del basket, necesitaba un equipo al que atarme. Mi padre y hermanos, madridistas de nacimiento, me incitaban a unirme a ellos. No obstante, yo consideraba que ser del Madrid era demasiado sencillo, ya que sólo te ves en situaciones de apuro durante momentos específicos de la temporada. Como resultado, dado que mi familia conocía a personas del Obradoiro, me hice un obradoirista más, que como muchos otros, no paró de apoyarles fuese cual fuese la situación del equipo.
Febrero de 2019. Un aire cálido acompañaba la ciudad de Valencia, que disfrutaba del Año Nuevo Chino como cada año por esas fechas. Saliendo de la estación de tren, me sorprendió la importancia del acontecimiento. Iba acompañado por mi madre, también obradoirista, y nos dirigimos en taxi a la Fuente de San Luis. Allí se iban a citar Valencia Basket y Obradoiro, dos equipos con objetivos y economías relativamente distintas. Pero en la Liga Endesa no existen, o así lo creo yo, los enfrentamientos que son y no son de tu liga, ya que cualquiera puede dar la sorpresa en cualquier partido. De todos modos, era mi primera vez viendo al Obra en Valencia y no podía estar más ilusionado. Ver a tu equipo en un pabellón fascinante a punto de plantar cara a una entidad de Euroliga era un orgullo. De camino a la capital valenciana, estuve hablando con mi madre sobre la posibilidad de vencer al Valencia Basket en su casa. Previo a ese día, los santiagueses nunca habían cosechado una victoria en suelo taronja, y el reto resultaba complicado, pero no imposible.
Antonio Conde mandó el balón al aire indicando el comienzo del partido. Allá por un fondo de La Fonteta estábamos situados todos los aficionados obradoiristas, que celebramos cada canasta como si de un título dependiera.
Se llegó al descanso siete puntos abajo, un más que notable resultado teniendo en cuenta que los porcentajes de tiro de los taronja eran elevadísimos y que pronto tenían que descender. Tras quince minutos de parón, se reanudó el partido con parciales igualados, el Obra iba haciendo la goma mientras que los locales controlaban el ritmo del juego. La aparición de Mike Tobey y Will Thomas abrían brecha en el marcador, situándose trece puntos arriba a falta de dos minutos para acabar el tercer cuarto. No obstante, gracias a un omnipresente Nacho Llovet y al carácter de David Navarro, el período se terminó con un parcial de 0-7 a favor de los visitantes, que los dejaba en un buen lugar a las vísperas de un último cuarto que se presentaba apasionante.
En el intermedio del cuarto, Moncho Fernández reemplazó a Brodziansky por Hlinason para defender mejor a Dubljević. Con ocho minutos restantes y el equipo en bonus, el partido se puso muy arduo. Pero, después de un par de ajustes y mejores porcentajes de acierto, el Obra se posicionó por delante en el marcador. Jaume Ponsarnau pidió un tiempo muerto para reorganizar la defensa, pero el Valencia Basket sólo anotó dos puntos más, mientras que los visitantes sumaron cinco, finalizando el partido 87-94 a favor del Obra. Los aficionados locales reaccionaron con descontento, mientras que en el otro lado de la moneda estábamos nosotros, saltando de alegría, coreando los nombres de los jugadores, y celebrando con gritos de “Obra, Obra, Obra”
Después del partido, ya en el túnel de vestuarios, pude tener una pequeña conversación con Moncho. Él, al verme tan contento y entusiasmado, me regaló una chapa y una pizarra que iban conjuntadas. En los dos objetos estaba presente una misma frase, “Obradoiro racing team”, además de estar acompañado por una ilustración de un velocímetro que marcaba que íbamos a máxima potencia. Al principio, dado mis nervios al estar hablando con un ídolo como es Moncho, no asocié cómo el dibujo en la pizarra que me entregó reflejaba los valores del club. Sin embargo, una vez ya tranquilizado, pudiendo así disfrutar de la conversación post partido, me explicó el significado que portaba, siendo una representación de los integrantes del equipo, que siempre iban a tope sin importar las circunstancias. Ahí entendí que éramos más que un club de baloncesto; el Obra representa el compromiso de unos jugadores y entrenadores que siempre dan el máximo, el cien por cien para materializar los objetivos, y por eso siempre van al máximo, tal y como marcaba aquel velocímetro adherido a la pizarra, que aún mantengo guardada en la estantería de mi habitación.
Ese mismo año 2019, pero en la temporada posterior, tuve la oportunidad de viajar a Murcia para asistir a otro partido del Obra. Era la sexta jornada y sólo habíamos cosechado un triunfo hasta la fecha, lo cual nos posicionó en los puestos de descenso. Todavía era demasiado pronto para sacar conclusiones, pero los resultados eran los que eran y el equipo necesitaba una victoria para por lo menos sacar la cabeza, aunque fuese simplemente por una semana. Nos presentamos en tierras murcianas mi padre, mi madre, y yo. Al igual que en Valencia, teníamos pocas expectativas, ya que, por aquel entonces, UCAM Murcia atesoraba una plantilla física y dinámica que estaba generando ilusión entre sus aficionados.
El Obra entró al partido con una apuesta arriesgada, tirando mucho de tres y apostando por quintetos pequeños para desestabilizar la férrea defensa murciana. Nosotros estábamos en la grada, disimulando tras cada canasta visitante y festejando por cada fallo local.
Tras el descanso, al que se llegó con empate, se vio el festival de triples de Fletcher Magee, uno de los mejores tiradores de la historia de la NCAA. Los universitarios no pudieron frenarlo en todo el partido pese a los distintos sistemas defensivos. El joven de Orlando enchufó hasta ocho triples, los cuales celebramos efervescentemente ya que nos acercaba a la ansiada victoria.
Finalmente, y tras una emocionante prórroga, el partido terminó, por suerte, con una victoria gallega. Desde la grada disfrutamos la machada como una final de Champions; un momento indescriptible que sin ninguna duda repetiría. Aún ganando, tuvimos que disimular lo mejor que pudimos aunque, sinceramente, la victoria se saboreó de la misma manera que si hubiera sucedido en Sar (donde tristemente he estado sólo una vez). (Paradójicamente, he presenciado más partidos como visitante que como local, ya que la distancia entre Alicante y Santiago es demasiado larga y, por lo tanto, intentamos amoldarnos e ir a los partidos que nos quedan más cerca de casa).
Más adelante, y como ya había ocurrido en Valencia, bajé al túnel de vestuarios con la ayuda de Moncho para así poder sacarme algunas fotos con unos jugadores que habían vuelto a hacer historia. Cada triunfo del Obra, así es como lo explica Fernández en las ruedas de prensa, es un privilegio inigualable. La dificultad para competir durante treinta y cuatro jornadas al máximo nivel es extrema, y estos jugadores volvieron a representar lo que significa ser del Obradoiro, tal y como lo ilustra ese velocímetro que tanto nos describe.
Mayo de 2024. Acabamos de descender a una liga que hacía muchos años que no pisábamos. Han tenido que pasar trece años para darnos cuenta del increíble trabajo realizado durante estas temporadas en las que hemos gozado de la mejor liga nacional de Europa. Ahora volvemos a lo que muchos denominan “el pozo”. Yo elijo ser optimista, y creo que volveremos más pronto que tarde a la ACB, porque un club como el Obra tiene que estar entre los grandes junto al Madrid, Barça, Unicaja, Baskonia y demás.
Por cierto, no me quiero olvidar del Covirán Granada y del Río Breogán; ha sido una batalla espectacular por la permanencia en la que los dos equipos han hecho méritos para mantenerse. Enhorabuena y ojalá volvamos a coincidir en un futuro no muy lejano.
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