El lema del homenaje de la conmemoración de los 20 años del subcampeonato “1995, el año que aprendimos a soñar” hace honor a un grupo de personas que trabajó duro y creyó en su talento hasta las últimas consecuencias. De hecho, no fue un sueño, fue una realidad tan poderosa que fijó las bases de un proyecto deportivo importante. Es evidente que antes del subcampeonato hubo baloncesto en Málaga, y mucho, pero aquella hazaña supuso un salto de varios años para consolidar al equipo en la élite y convertir al Unicaja en un referente deportivo de Andalucía en España y en Europa.
Fue un éxito inesperado para la gran mayoría, aunque lo de “inesperado” no lo fue en absoluto para los protagonistas y para los que lo vivieron desde dentro, desde el día a día. Aquel equipo -Kenny Miller, Alfonso Reyes, Gaby Ruiz, Manel Bosch, Michael Ansley, Curro Ávalos, Serguei Babkov, Nacho Rodríguez, Dani Romero…- tenía los ingredientes necesarios para triunfar: trabajo, pasión, agresividad, sacrificio y mucho talento.
Y así, con un juego alegre, vistoso y ofensivo se plantó en la final con suficiencia tras eliminar 2-0 y 3-0 a Estudiantes y Manresa respectivamente. El Barça de Aíto, que ya estaba sobre aviso y con el factor cancha a favor en la final a 5, no fue capaz de desactivar la maquinaria verde en el primer partido. 77-84 fue el resultado, y las crónicas de la época adulaban a aquel Unicaja:
Inapelable. El Unicaja se agarró a la final con un descaro que disipó el menor asomo de escepticismo en torno a su iniciático viaje. Su baloncesto es tan capaz de enamorar como de poner del revés el santuario de un equipo tan favorito y lujoso como el Barcelona. Así lo demostró ayer en un compromiso de altos y desconocidos vuelos para él. Juegan rápido, juegan duro, no tienen complejos y son letales. Hay final. Robert Álvarez, El País, 13 de mayo de 1995.
El Unicaja infundía respeto, cuando no miedo por tierras catalanas. El segundo partido, intenso hasta el final 93-92. Victoria del Barça por la mínima, 1-1 y para Málaga. Ambiente de gala en Ciudad Jardín, que, como no podía ser de otra, llevó en volandas al equipo hasta ganar 88-87 el tercer partido de la final. El “humilde” Unicaja estaba a un paso de cargarse al todopoderoso Barça y ganar su primer título de liga.
18 de Mayo de 1995
Fecha en mayúsculas para el deporte malagueño. La ciudad entera vivía en una burbuja de éxtasis y euforia. Málaga estaba paralizada por un partido de baloncesto. Era el tema de conversación en bares, oficinas o autobuses. La ciudad vibraba con su equipo y el verde se puso de moda. Como en otros muchos acontecimientos importantes, cada malagueño recuerda dónde estaba aquel día a la hora del partido. Pudo ser en la plaza de toros de la Malagueta, en el Parque del Oeste o en Carranque, donde se montaron pantallas gigantes; o con la familia delante del televisor; o en Ciudad Jardín, como los más de 5.000 afortunados que lo vivieron in situ. Da igual, toda Málaga estaba pendiente de aquel partido, que marcó la vida baloncestística de una ciudad dada a pocas alegrías deportivas. No solo Málaga, cinco millones de personas en el resto de España (récord de audiencia) estaban pegados al televisor para contemplar aquella batalla entre David y Goliat.
Y llegó el momento. Calor sofocante en un pabellón a rebosar envuelto en la locura colectiva. Como no podía ser de otra manera, partido intenso, igualado, precioso, emocionante y doloroso. Porque en el momento, el no triple de Ansley dolió. Muchas lágrimas y un grito de guerra: “No pasa nada, la liga está ganada”. Y la liga no se ganó. El quinto partido en Barcelona casi no existió, no porque nadie lo viera o no fuera competido, sino porque quedó ensombrecido por la leyenda. El título para el Barça; lo de menos. Los héroes de Unicaja, con Imbroda a la cabeza, fueron recibidos en Málaga como campeones. Aparecieron por la cinta transportadora de llegadas del aeropuerto. Para Málaga aquel triple sí entró. Luego vendrían los títulos. Pero en 1995 los malagueños aprendieron a soñar.
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