Debajo de una farola hay un chico entrenando: un, dos, tres, cuatro. Boto, reverso, finto y machaco. “Hey, Moses. ¿No te vas a la dormir? Es la una de de la noche ya”, le preguntan desde la calle unos amigos que han salido de fiesta. Pero Moses sabe que aún no debe ir a la cama y que debe seguir entrenando. Es la temporada 1974/75 y el chico ha decidido que no irá a la universidad, aunque ha estado un par de días por el campus de la Universidad de Maryland, y que se irá a jugar directamente con los profesionales de la ABA. Será el primer jugador en hacerlo. La responsabilidad es enorme para un center novato que ha nacido en 1955 y tiene diecinueve años, pero él está preparado. Al día siguiente los ciudadanos de Petersburg, una de las treinta y nueve ciudades independientes del estado de Virginia, se despiden él. Durante cinco años les ha llevado a la gloria. Ha promediado, según sus propias palabras: “38 puntos por partido, 16 rebotes y 10 o 12 tapones” y ha conseguido 50 victorias seguidas y dos títulos estatales. Moses Malone coge el autobús y ve cómo la ciudad se va haciendo cada vez más pequeña. En su viaje, solo se pregunta donde encontrará una cancha en la que mejorar cerca del pabellón de los Utah Stars, su nuevo equipo profesional.
Debajo de la luz de una bombilla hay un muchacho entrenando: un, dos, tres, cuatro. Tiran, fallan, me muevo y el rebote es mío. “Hey, man. Te vas a la NBA”, le dice Ron Boone, el escolta de los Utah Stars, que le ha acogido en su casa junto a su mujer y que se ha convertido en un padre para él. Estamos a finales de la temporada 1974/75. Malone ha jugado 83 partidos, pero no ha conseguido números. Aún es joven y solo pesa 98 kilos para sus 208 centímetros de estatura. Le esperan los Spirits of St. Louis de la ABA, donde jugará 43 partidos, para, de ahí, dar el salto a la NBA en el Draft del 77 y ser elegido por Portland Trail Blazers. Equipo al que no le interesa, ya que tienen como center a Bill Walton, con el que han ganado las Finales de ese año. Portland le traspasará a Buffalo Braves inmediatamente, donde jugará dos partidos, y de allí a Houston Rockets, su nueva casa. Sus estadísticas lo dicen todo: 13 puntos por partido y 13 rebotes. Es un chaval y debe madurar. Malone ve cómo se aleja la ABA y cómo se acerca la NBA con una buena franquicia y la posibilidad de un titulo. Pero a él solo le interesa saber donde habrá una cancha cerca donde poder practicar.
Debajo de la luz de un foco hay un hombre entrenando: un, dos, tres, cuatro. Boto, te empujo, no tengo miedo y machaco. “Hey, Malone. Te vas a Philadelphia”, le dice, al final de la temporada 1981/82, su entrenador en los Rockets, Del Harris. Houston le ha recibido con los brazos abiertos y Moses, a partir de la temporada 78/79, ha despegado con 24 puntos por partido y 17 rebotes. Pero no se estanca. En la temporada siguiente acumula 25 puntos y 14 rebotes, y sigue en progresión hasta la temporada 81/82, en la que llega a los 31 puntos y los 14 rebotes. Ha ganado peso y fuerza, pero no ha perdido rapidez. Y se ha plantado con los Rockets en las finales de la NBA de 1981 frente a los Boston Celtics. En las que Malone, que no teme a nada, despliega con poder todo su juego frente al equipo de la Costa Este. Con la serie empatada a 2, llega a declarar que: “los Celtics no son tan buenos. Puedo coger a otros cuatro chavales de Petersburg y derrotarles”. Robert Reid, de Houston, se encargará de apagar a Larry Bird en todos los partidos que quedan y Malone se esforzará al máximo, pero la figura de Cedric Maxwell por los de Boston se abrirá paso con fuerza y los Celtics ganarán 4-2.
Delante de luz de las cámaras hay un jugador hablando: “Cuatro, cuatro, cuatro”. He entrenado, soy rápido, tengo la fuerza y voy a machacar. “Hey, Moses. ¿Qué quieres decir con fo’ fo’ fo’?”, le pregunta un periodista en los inicios de los Playoffs de 1983. Philaldephia le ha tendido la alfombra roja a Moses y le recibe con una amplia sonrisa. Pero el pívot nada más aterrizar dice que el jefe es Julius Erving. Durante la pretemporada solo tiene una música en la cabeza: uno, dos, tres, cuatro-cuatro-cuatro. Los 76ers arrasan en la temporada regular con 65 victorias y 17 derrotas. Billy Cunningham ha armado un gran equipo con la incorporación de Malone. Junto al Dr. J, Maurice Cheeks, Andrew Toney y Bobby Jones dominan a los demás equipos y se plantan en los Playoffs. Malone se convierte en profeta y vaticina que ganarán 4-0 a todos los equipos que se interpongan en su camino. En la final se enfrentan a Los Ángeles Lakers de Magic Johnson y Jabbar, y no hay color. Moses cumplió lo prometido, salvo un partido que perdieron ante los Bucks, ganando casi todas la eliminatorias por 4-0: four-four-four (fo’ fo’ fo’) y les llevó al País de Nunca Jamás, porque los Sixers no han vuelto a conseguir otro anillo.
Debajo de la luz de sus propios focos hay un hombre entrenando: un, dos tres, cuatro. Boto, te empujo, lo he conseguido y hay que seguir. “Hey, Mo. What’s up?”, le pregunta Pat Williams, el general manager de los 76ers en la temporada 1985/86, que desea saber qué quiere hacer. Moses se va. Fuerza su posición de agente libre restringido y se va a los Washington Bullets por dos temporadas. De ahí a los Atlanta Hawks por tres y a los Bucks por dos, para volver de nuevo a Philadelphia en la temporada 93/94 y acabar su carrera la temporada siguiente en los San Antonio Spurs con solo 17 partidos. Durante 21 años ha estado jugando en el baloncesto profesional al máximo nivel. Ha estado en nueve equipos y ha jugado 1.555 partidos. Ha conseguido ser el máximo reboteador ofensivo de todos los tiempos con 6.731 rebotes y es el sexto máximo anotador de siempre en la NBA con 27.409 puntos (actualmente es octavo). Ha sido tres veces MVP de la temporada regular en 1979, 1982 y 1983, y ha sido MVP de las Finales en 1982/83. Y ha participado 13 veces en un All-Star.
Debajo de las luces del gimnasio de un hotel cercano al edificio del Hall of Fame de Springfield hay un jugador retirado entrenando: un, dos, tres, cuatro. Soy lo que he hecho, me he enfrentado a todos, reboteo y machaco. Lo he conseguido. “Hey, mito. ¿Qué haces aquí?”, le pregunta David Aldridge, periodista de la TNT. Moses sigue entrenando, igual que siempre, dos días antes de entrar en el Salón de la Fama del año 2001. A sus 46 años lo sigue haciendo como cada día, como cada hora y como cada segundo. Le van a reconocer su mérito, pero antes ya ha nombrado a su sucesor, Hakeem Olajuwon, al que ha estado entrenando sin descanso para que lleve su esencia. Por su vida han pasado todos los pívots conocidos de la NBA, desde Bill Russell y Wilt Chamberlain, a los que vio jugar de pequeño, hasta Kareem Abdul-Jabbar y Shaquille O’Neal, con los que ha compartido temporada; pasando por Bill Walton, Artis Gilmore, Pat Ewing, Hakeem Olajuwon, Bill Laimbeer, Darryl Dawkins, Robert Parish, Dave Cowens, Swen Nater y demás. Es el jugador puente entre la NBA del pasado, cuando se peleaba con la ABA, y la NBA del futuro, que nació con Michael Jordan.
Moses Malone sabe que, al igual que un pescador lanza su red practicando una y otra vez hasta capturar su pesca, él ha capturado sus presas solo con su esfuerzo. Y al entrar en el salón principal del Basketball Hall of Fame levanta la mirada al techo y recuerda aquel campus de verano, cuando era un muchacho, en el que Dick Vitale, entrenador asistente en la Universidad Rutgers en aquella época y años más tarde entrenador principal de los Detroit Pistons en 1978, observó que, mientras los demás se iban a comer, Malone se quedaba entrenando el rebote. Vitale le preguntó por qué lo hacía y Moses Malone le contestó: “Coach, you got to get the ball before you can shoot it.”
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