– Es un chantaje en toda regla, Jerry. Y no sólo eso, nos está retando. Él es así. No tiene bastante con lo que se encuentra en la pista, también quiere ganarnos aquí. A nosotros…
Jerry Reinsorf se ajustó con delicadeza las gafas, y como siempre, suspiró pacientemente mientras escuchaba a Krause. Años de discursos como aquel había hecho que conociera perfectamente a su interlocutor. Y por eso sabía que aún no lo había oído todo.
– Podemos empezar de cero, estoy seguro. Ahora no es como en los ochenta. Ahora quieren jugar aquí. No te digo que en un año o en dos, pero podemos ganar sin él. Podemos ganar sin ellos.
Ahora sí, Reinsorf suspiró profundamente y garraspeó, no quería seguir escuchando más. Se había cansado de aquello. El juego para renovar a Michael Jordan había colmado su paciencia hacía semanas, y el hastío rebosaba en la mente del propietario, que no veía tan claro el plan de reconstrucción que proponía Jerry Krause. Jordan era la mayor y más grande gallina de los huevos de oro de la liga. Y dejarla salir de la granja no podía ser un buen plan.
– Llama a David. Que vengan mañana mismo. Y dile que aceptamos por un año.
***
El gran regreso de Michael Jordan
Michael Jordan había regresado en 1994 de su aventura en los Birmingham Barons para reclamar su trono de mejor jugador de la NBA, y no tardó demasiado en conseguirlo. Tras unos primeros playoffs en los que tomó contacto con la nueva realidad de la liga, la temporada 1995-96 se había convertido en un hito para los Chicago Bulls, que además del anillo lograron el récord de mayor victorias de la historia en una misma temporada (72) y el oficioso título de mejor equipo de la historia. De forma paralela a ese luminoso camino de éxitos, los Bulls vivían un momento de tensiones internas que amenazaban con volar por los aires un equipo repleto de personalidades opuestas y muy marcadas.
En el verano de 1996, y toda vez que se dieron por concluidos los fastos de las celebraciones por el cuarto anillo de la franquicia, había llegado el momento que tanto tiempo había temido la bicéfala dirección de los Chicago Bulls: renovar el núcleo duro a coste real de mercado.
Durante los años de éxito de Jordan y Pippen, la NBA se fue convirtiendo de forma casi exponencial en una especie de milagro de los panes y los peces. La consolidación de la televisión por cable a finales de los ochenta y primeros de los noventa, unida a la expansión de la liga a nivel internacional había ofrecido como resultado que las arcas de las franquicias y de la NBA recibieran cheques cada vez más grandes, con más ceros y de fuentes más diversas. Ese milagro no era tal, y la bonanza económica respondía realmente a las brutales campañas de marketing que viraban en torno a las principales estrellas de la liga, y en especial de Michael Jordan, el Rey Midas de la competición y abanderado de la marca deportiva Nike. Ese aumento de ingresos tuvo consecuencia una inflación en los salarios de unos jugadores que también reclamaban su parte del pastel, y la diferencia entre los contratos nuevos y los «antiguos» dejaban situaciones tan controvertidas como que Air, unánime mejor jugador del planeta, cobrase menos de cuatro millones de dólares, cifra inferior por ejemplo a los recién renovados Patrick Ewing o Dale Davis, jugadores a los que Jordan acostumbraba a mandar de vacaciones con sus Bulls mientras él se hartaba a ganar anillos.
El caso de Scottie Pippen era todavía más sangrante, ya que no solo estaba lejos de la élite de la liga, era el quinto jugador que más cobraba del equipo, estando por debajo de Toni Kukoc, B.J. Armstrong, Ron Harper y Michael Jordan. Además, por si fuera poco, otros dos pilares del anillo del 96, Dennis Rodman y Phil Jackson, también estaban sin contrato ese verano, y con muchas ganas de ajustar cuentas por diferentes motivos. Se avecinaba un verano de lo más movido en las oficinas de los Bulls.
Paradójicamente, y en contra de lo que se podía suponer, el caso más fácil de resolver resultó el de Dennis Rodman. El interior había cuajado una enorme temporada tras ser traspasado desde los Spurs -lugar del que prácticamente fue expulsado, ya que David Robinson «no quería punkis a su lado»- y esperaba una renovación acorde a su nivel de mejor defensor interior de la liga. Los Bulls no estaban seguros de extender el contrato de Dennis, ya que temían que el jugador se distrajese tras conseguir el objetivo esa campaña. Sin embargo, la gran temporada realizada -y la falta de sustitutos en el mercado- pesaron demasiado, y Rodman acabó renovando por diez millones de dólares, la cifra que El Gusano, medio en broma, había solicitado al palco durante un partido de la pasada temporada regular.
Mucho más complicadas fueron las negociaciones con Phil Jackson. El entrenador, a caballo todo el verano entre su rancho de Montana y Chicago, no tenía nada claro su futuro. Había rechazado a lo largo de la temporada una importante oferta de renovación por cinco años -«pronto voy a necesitar una pausa» manifestaría- y la relación con Krause se había ido enfriando durante las negociaciones, ruptura que tuvo su cenit cuando Phil Jackson dio la orden de que el autobús del equipo partiera tras un entrenamiento… olvidándose a Krause en el pabellón. Que fuera un accidente o una acción premeditada nunca lo sabremos. Lo que sí quedó claro es que a Jerry no le hizo ninguna gracia.
Finalmente, y tras quedar las negociaciones varias veces en punto muerto, Jackson se convertía en el entrenador mejor pagado de la liga, tras acordar una renovación de cinco millones de dólares por una temporada. Phil Jackson reconoció años después que aquellas negociaciones quebraron la cooperación entre él y la parte directiva de la franquicia, empeñada en quedar siempre por encima y de demostrar que Jackson era un entrenador, muy bueno, pero exclusivamente eso. Y que nunca sería nada más en los Chicago Bulls.
Es momento de que ajustemos cuentas, Jerry
En julio de 1996 Michael Jordan encargó a su por entonces súper abogado – representante- amigo David Falk llevar las negociaciones para su renovación. Era público y notorio que las personalidades de Jordan y Krause había chocado desde hace años, y el tiempo no había hecho más que aumentar el trecho que separaban a la estrella y el ejecutivo, que en su fuero interno llegó a desear la desintegración del equipo y con ello la oportunidad de demostrar que podía montar un equipo campeón sin Jordan en sus filas. Parte de esa fantasía se cumpliría años después con la elección de Tim Floyd como técnico jefe y elecciones de draft tan exitosas como la de Marcus Fizer o Eddie Curry. Sobra decir que la parte de la fantasía que se cumplió fue la de la desintegración.
La estrategia de Falk y Jordan eran dejar que por una vez el peso en las negociaciones la llevaran los Bulls, e instó a Krause y Reindsorf a que fuera ellos los que propusieran una cifra. Es conveniente aclarar que durante su retiro en el béisbol, los Bulls había seguido pagando el sueldo de Jordan pese a no estar obligados a hacerlo. Este gesto fue considerado por Jordan poco menos que una obligación por los años en los que había estado cobrando mucho menos de lo que le correspondía por su valor de mercado. Para los Bulls, era un gesto de fidelidad que debía valorarse como un puente en la negociación. En definitiva, tú de Venus y yo de Marte.
Los Bulls no se decidían a poner una cifra clara encima de la mesa, y los rumores en prensa se sucedían. Sonó con especial fuera la posibilidad de ver a Jordan con la camiseta de los Knicks, dispuestos a acometer una operación mastodóntica si Jordan se decidía a dar el paso. En la gerencia de Illinois se veía esto más como una medida de presión que como una opción real, y llegaron a ofenderse por recurrir a trucos que consideraban de mal gusto en una negociación que quedó prácticamente muerta. Finalmente Jordan tomó cartas en el asunto e instó a Falk para que fuera él quien diera el primer paso y levantara las cartas boca arriba de una vez por todas: serían treinta millones por una temporada o cincuenta millones por dos años. Jordan se iba a cobrar con intereses los años que no había cobrado como la mega estrella que era. Además, la oferta iba acompañada de una espada de Damocles que caería pasada una hora después de que esta fuera planteada. Si no la aceptaban en ese tiempo Jordan y Falk aceptarían tener una entrevista con los Knicks.
Los dos Jerry se quedaron a solas en su despacho, y el silencio cayó a plomo en la sobria habitación. Por una vez no eran ellos los que tenían el timón de la negociación, y pese a las íntimas amenazas de Krause, tocaba claudicar. Firmarían el mayor contrato de la historia y le pagarían treinta millones de dólares por una temporada a Michael Jeffrey Jordan.
Incluso la rúbrica de ese contrato tuvo un conato de incendio cuando Reindsorf exclamó un célebre «algún día me arrepentiré de esto» mientras Jordan firmaba el documento. Aquella expresión sentó a Jordan como un tiro, que salió del despacho furioso y maldiciendo a aquellos tipos, que irónicamente lo acababan de hacer treinta millones más rico. Aquella torpeza no era la primera vez que ocurría, y es conveniente aludir a la renovación de Paxson, que, tras estar meses prácticamente mendigando un contrato que se había ganado sobradamente en la pista, tuvo que escuchar de la boca de Krause un sincero -e innecesario- «jamás en mi vida pensé que te pagaría tanto dinero«.
Los Bulls de la 96-97 ya estaban listos para echar a andar, en lo que sería el penúltimo baile de aquel equipo, que justo un año después renovaron a Jordan por otros treinta millones, por lo que le pagaron diez más que los que les correspondía si hubieran aceptado la oferta de Falk por cincuenta. Aquel equipo se descompuso en 1998, aunque había comenzado a pudrirse mucho antes. Jordan dijo adiós tras su tiro mítico en Utah y dejó un mayúsculo «Y sí…» tras anunciar su retirada unos meses después, en complicidad con el lockout que retrasó la NBA aquella temporada.
Jackson se tomó un respiro antes de seguir con su colección de anillos con los Lakers, y Pippen acabaría en el proyecto faraónico(y fallido) de los Rockets. A Rodman aquel largo verano terminó de desvestirlo como jugador de baloncesto para convertirlo en un freak enorme, insoportable y eterno. Su posterior paso por los Lakers y Dallas quedarían como una nota al pie de una trayectoria con casi tantos escándalos como rebotes. Y Dennis Rodman capturó casi doce mil en toda su carrera.
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