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Análisis

Zach LaVine, talento eclipsado

El 11 de julio de 2014 una carta conmocionó como casi nunca antes al mundo NBA. LeBron James anunciaba en el portal de Sports Illustrated que volvía a su casa, a Ohio, a intentar dar a la franquicia de su estado natal ese primer anillo que no logró en ninguna de las siete temporadas en las que ya había jugado allí. En el texto decía que sería un largo proceso y que estaba preparado para ejercer de mentor de los jóvenes Tristan Thompson y Dion Waiters y para ayudar a ser mejor al hasta entonces jugador franquicia Kyrie Irving.

En dicha carta no mencionaba al que hacía tan sólo quince días habían seleccionado los Cavs como número 1 del Draft y del que se decía era el mejor proyecto que llegaba a la NBA, curiosamente, desde el mismo LeBron James: Andrew Wiggins. Es de suponer que se le olvidó.

Casualidades de la vida, en cuanto pasaron los treinta necesarios días desde que estampase el canadiense su firma en su soñado contrato de número 1 fue traspasado a Minnesota junto con otro jugador que también habían seleccionado en primer lugar los de Cleveland el verano anterior, y que casualmente tampoco mencionaba King James en su manifiesto de vuelta a casa: Anthony Bennett.

Flip Saunders, Presidente de Operaciones Baloncestísticas de los Timberwolves, había hecho una gran operación al transformar el contrato de un Kevin Love hastiado de no conocer lo que eran los Playoffs, -al que sólo le quedaba una temporada por delante y que seguramente cambiaría de destino sin dejar nada como retorno- en un joven talento como Wiggins. Para los de Minnesota aquella carta terminó siendo un boleto de lotería ganador.

La ilusión en los Wolves duró tan sólo cinco partidos, lo que tardó Ricky Rubio en lesionarse. Flip, que también ejercía el papel de entrenador, decidió que el lugar del español lo ocuparía un rookie que había drafteado con el número 13, Zach LaVine, y las derrotas cayeron una tras otra, pues a la plaga de lesiones que tuvo el equipo contribuyó en gran medida que el ganador del concurso de mates del 2015 fuese un absoluto desastre jugando en la posición de base; que Wiggins fuera Rookie del Año no impidió que el equipo tuviese el peor récord del curso.

Como no hay mal que por bien no venga, los Wolves ganaron la lotería del Draft de 2015 y eligieron a Karl-Anthony Towns con el pick número 1. El tankeo encubierto que había sido insistir con LaVine fuera de su posición natural había dado frutos con creces, y el futuro de la franquicia pintaba muchísimo mejor que 365 días antes.

Tras el fallecimiento de Saunders, su asistente Sam Mitchell fue nombrado entrenador interino, pero pese a contar con Wiggins, Towns y Rubio, y no sufrir bajas, los resultados no llegaban. Gran parte de las críticas hacia Mitchell se centraban en su insistencia en usar a LaVine como base, que venía de ser estadísticamente el peor jugador de la NBA el año anterior y que aún no podía pasar de media cancha con el balón en las manos sin problemas, además de ser incapaz de organizar el ataque, consumiendo la mayor parte del crono con frecuencia hasta que lograba dar el primer pase.

Tras el All-Star en que LaVine volvió a ganar el concurso de mates, Mitchell decidió ponerle como escolta titular y se vio lo que el potencial real del jugador nativo de Washington podría ofrecer  jugando en su posición: moverse sin balón para anotar desde fuera con su preciosa mecánica difícil de puntear por los rivales dado lo que se eleva y lo alto y rápido que suelta el balón, y anotar en transición gracias a la gran velocidad y zancada que posee. Los resultados comenzaron a llegar pero el equipo había hecho click demasiado tarde para pelear por Playoffs.

Llegó un nuevo verano y con él Thibodeau. Se renovó la ilusión y la franquicia recibió focos y atención por parte de los medios como no sucedía desde la era de Garnett. Al fin y al cabo reunir al mejor entrenador disponible en el mercado junto con los dos últimos Rookies del Año debía ser una fórmula exitosa sí o sí. Nada más lejos de la realidad.

El nuevo head coach no ha logrado solucionar el problema defensivo, Karl-Anthony Towns, “el nuevo Duncan con tiro de tres”, ha dado un paso más que llamativo atrás en vez de adelante y Andrew Wiggins es prácticamente el mismo jugador que entró en la liga, apenas ha evolucionado y lo de “mejor proyecto desde LeBron” suena a broma de mal gusto a día de hoy.

Mientras toda la atención se sigue centrando en dichos tres nombres, la luz en los penumbrosos -y tan cacareados- Timberwolves de Towns y Wiggins la está poniendo aquél del que la mayoría sólo se acuerda cuando se empieza a acercar el All-Star, aquél que muchos dieron por perdido antes de tiempo sin tener en cuenta el contexto y sin saber apreciar lo mucho que podría llegar a hacer.

Y es que ése que comparte posición, título de ganador del concurso de mates, número de elección en el Draft y dorsal con su ídolo Kobe Bryant es el único en el equipo que va a contracorriente del resto y evoluciona, progresa y mejora con el paso de las semanas siendo el jugador más consistente y fiable del equipo de Towns y Wiggins, metiendo cada noche al igual que estos dos más de veinte puntos por partido de forma más eficiente y sin contar con apenas jugadas diseñadas para él. Camino de entrar al exclusivo club de los que promedian más de un 40% en triples tirando siete o más por partido -sólo Curry y Thompson pertenecen a él-, el que jugase tantos minutos fuera de su posición en las dos primeras temporadas ha hecho que desarrolle un entendimiento del juego y una creación con el balón en las manos completamente inesperados para ése que hace dos días era incapaz de subir la bola y de dirigir un ataque, haciendo de él un jugador mucho más completo capaz de generar 0’9 puntos por posesión iniciando pick&roll, siendo el mejor del equipo en una faceta de entre los que tienen con frecuencia posesiones en tal tipo de jugada. Wiggins se encuentra en 0’79 y el que sí que es base, Ricky Rubio, en tan solo 0’61 en lo que se supone es uno de sus puntos fuertes.

Por si fuera poco, cada vez está siendo más capaz de utilizar ese prodigioso atleticismo del que goza para llegar al aro y sacar puntos finalizando cada vez mejor y entendiendo con el paso de los partidos cómo aprovechar ese gran primer paso, esa explosividad y esos muelles sin igual con los que fue dotado.

Zach LaVine es un espécimen único, un freak con un arsenal casi completo para llegar ser uno de los mejores de su posición durante muchos años. Del repertorio ofensivo estamos viendo sólo la punta del iceberg, pues ha dejado flashes de poder llegar a ser una amenaza exterior de gran rango como lo es Curry, unos movimientos en fade away como los que hacía su ídolo y una capacidad para tirar tras dribbling como la de su paisano Jamal Crawford.

Él sabe que puede ser un jugador de 27-28 puntos por partido en su prime en un equipo hecho para él una vez que haya aprendido a vivir en la línea de tiros libres pero también que eso no será suficiente para consagrarse como gran estrella si no es capaz de ser al menos un defensor decente. Tiene herramientas para ser muy bueno en defensa al hombre con su rapidez de pies, gran desplazamiento lateral, largos brazos y altura para su posición pero ha de poner el esfuerzo todas las noches, y sobre todo mejorar a nivel de defensa colectiva cuando defiende a alguien sin balón, por ahí pasa alcanzar o no su enorme techo. Tiene la mentalidad, las ganas, las cualidades y la ética de trabajo para triunfar independientemente de que siga pasando desapercibido pese a ser ya una realidad igual, si no mejor, que aquel premio con el que agració LeBron a los Wolves el 11 de julio de 2014.

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