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Análisis

Cousins y los brindis al sol

Mientras el mundo NBA pasaba las últimas horas antes del cierre del mercado de fichajes pegado al teléfono a la espera de un tweet de Adrian Wojnarowski, pocos sabían más allá de los despachos que las líneas más sorprendentes del guión ya habían sido escritas. Se equivocaban los que aguardaban un giro final a lo Se7en; en la película de este año las emociones fuertes habían llegado antes y no se volverían a repetir. No, Paul George no acabó en Boston. Ningún español se movió de la franquicia a la que pertenecía antes del 24 de febrero. Las operaciones entre equipos, aunque algunas interesantes, quedaron eclipsadas por la bomba del domingo 19. Tratándose del traspaso de DeMarcus Cousins, es comprensible que el factor sorpresa hubiese quedado obsoleto por esta vez.

La relación entre Cousins y Sacramento Kings parecía estable y volátil al mismo tiempo. El jugador había expresado su deseo de quedarse en el equipo que lo trajo a la NBA, y en California tenían en Boogie al único pilar al que agarrarse en tiempos de sequía y palos de ciego. La calma, sin embargo, no era más que un preludio del terremoto que iba a sacudir los Estados Unidos de la pelota naranja. DeMarcus, que durante su carrera ha acostumbrado al espectador a no saber qué esperar de él, si un partido de 50 puntos o una expulsión por increpar al árbitro, probó de su propia medicina. Esta vez fue él quien no pudo predecir lo que pasaba a su alrededor. No en vano, se enteró en plena rueda de prensa posterior al All-Star de que Vlade Divac había incumplido su promesa de no traspasarle. Su cara fue pura tragicomedia.

Fue entonces cuando, mientras le susurraban al oído las noticias ante la excitada mirada de la prensa, el pívot vio evaporarse los 219 millones de dólares por cinco años que se especulaba que recibiría en una hipotética renovación con Sacramento, nuevo convenio mediante. La media sonrisa que esbozó entre incredulidad y sorpresa habló más que cualquier palabra que pudiese salir de su boca: Boogie estaba descolocado. Su futuro, planeado y certero, se le había escapado entre los dedos directo al sumidero. «He tratado de entender la situación y he llegado a la conclusión de que esto es un negocio«, dijo en su rueda de prensa de presentación como Pelican. Bienvenido a la realidad, DeMarcus.

La ciudad que deja atrás vive ahora instalada en un estado de shock postraumático. Si Cousins sonrió nervioso al ser informado de la operación, en Sacramento las mandíbulas se desencajaron. No sólo por lo inesperado de la operación tras las promesas de la directiva ante los micrófonos, sino por lo que los Kings han recibido a cambio. El mejor cinco puro de la NBA —con permiso de Marc Gasol— y estandarte de la franquicia morada tiene el mismo valor, junto al también incluido en el acuerdo Omri Casspi, que el pack formado por Buddy Hield, Tyreke Evans, Langston Galloway, una primera ronda y una segunda del Draft de 2017. La comparación es sangrante. Y el salto al abismo del tanking, más que evidente. Una idea muy difícil de digerir para el aficionado de Sacramento, que no ha vuelto a ver a los Kings aspirar a la gloria desde que a principios de siglo su equipo maravillara con Chris Webber, Mike Bibby y Pedja Stojakovic, entre otros. Para añadir sal a la herida, Divac reconoció que días antes habían tenido ofertas mejores que la de New Orleans, pero en ese momento decidieron declinarlas. Si lo que querían era disputar el premio a la peor gestión con Orlando Magic y Brooklyn Nets, ése es el camino.

Si los Kings parecen condenados al desinterés mediático y de los aficionados, el nombre de DeMarcus Cousins va a estar a buen seguro en boca de todos durante los próximos años. Por ahora, por la emocionante dupla interior que forma con Anthony Davis en la pintura de los Pelicans. Y en un par de años, por una decisión a la que su nuevo equipo ya debería ir anticipándose. Vayamos por partes.

En el plano puramente deportivo, la incorporación de DeMarcus es un regalo para los ojos del espectador. «Un equipo de League Pass», se podía leer por Twitter el día del fichaje. Va a valer la pena el dinero pagado para ver a New Orleans, eso seguro. En Louisiana han juntado a dos talentos jóvenes descomunales que dejaron de ser promesas hace tiempo y se encuentran en plena explosión. Tienen, por edad y condiciones, un margen de mejora abrumador —Cousins tiene 26 años y Davis, 23—. Y han adaptado su juego a la ‘nueva NBA’ hasta encajar en ese perfil de hombre alto polivalente que también tira de tres. Con Cousins como cinco y Davis en labores de cuatro, está por ver hasta qué punto se pisarán o se complementarán, si bien el ex de Sacramento tiende a buscar sus puntos al poste bajo en mayor medida que La Ceja, que se aferra más frecuentemente que su nuevo compañero a su buen tiro de media distancia. Ambos han desarrollado el mencionado tiro exterior frontal que, como mínimo, merece respeto por parte del rival, ya que no puede flotarlos en defensa como solía hacerse con los hombres interiores desde esas posiciones alejadas del aro.

No todo son perspectivas positivas, precisamente porque se trata de Boogie. Está fuera de duda que es un jugador de baloncesto sobresaliente, pero es presa de un temperamento incendiario del que nunca nadie puede fiarse. Tan pronto descose al rival anotando, capturando rebotes y canalizando el juego del equipo como vuela por los aires todo lo progresado con sus técnicas y salidas de tono. Cuando el pívot sabe alimentarse de ese fuego interno tan suyo con moderación, es un competidor feroz, imparable en estado de gracia. Cuando se empacha y sobrepasa la línea de la cordura, es probable que acabe sancionado y provocando peligrosos daños colaterales. Quién sabe. Puede que sólo necesite sentirse parte de una franquicia ganadora —jamás ha jugado la postemporada con los Kings— para dejar a un lado sus frustraciones.

Siguiendo la lógica tras el fichaje de una estrella del calibre de Cousins, los Pelicans deben ser ahora los principales candidatos a la octava plaza de la Conferencia Oeste, lo que juntaría su camino con los Warriors en primera ronda de Playoffs. Seguro que más de uno ya se lo ha imaginado al leer esta posibilidad: sí, el small-ball de Golden State contra la pareja interior más temible de la NBA. Si ambos están enchufados, los de la Bahía tendrán que inventar algo más allá de la omnipresencia de Draymond Green para contener semejante poderío bajo los aros. Eso no quita que, por derecho propio, los Warriors serán favoritos. Son esos escenarios en los que jugadores como Jrue Holiday —que debería ser la tercera espada y tiene ante sí un contexto muy favorable para alcanzar su mejor versión—, Solomon Hill, E’Twaun Moore, Tim Frazier u Omri Casspi tienen que dar un paso adelante, aunque a priori es complicado que vayan a ser un factor diferencial suficiente.

Deportivamente, es evidente que Cousins y el nuevo panorama que ha generado van a dar mucho juego. Pero, ¿y qué pasa con el futuro? Es una pregunta que rellenará horas y horas de programas. Boogie está ligado por contrato a New Orleans hasta que concluya la próxima temporada 2017/18. Comenzará entonces el baile: será agente libre sin restricciones. No queda demasiado para que el momento llegue y los Pelicans deben poner los pies en la tierra tras la euforia para empezar a plantearse cómo convencer a Cousins para que se quede con ellos. ¿Y si en el verano de 2018 llega un equipo como los Lakers y presenta una oferta que DeMarcus no podrá rechazar, al estilo Vito Corleone? En Louisiana se quedarían con las manos vacías y el traspaso que hoy se lleva todos los elogios sería un simple gatillazo. ¿Hasta qué punto tendrá New Orleans poder de atracción hacia otros jugadores de calidad que eleven su nivel competitivo para así ofrecer un proyecto deportivo convincente a Cousins? Todo ello teniendo en cuenta que, a día de hoy, lanzarse a la búsqueda de victorias inmediatas es un brindis al sol dada la dictadura a la que Warriors y Cavaliers están sometiendo al resto. Si quieres ganar en el Oeste, ahora no vale lo que antes sí: tienes que estar preparado para hacer frente a una plantilla con Stephen Curry, Kevin Durant, Draymond Green, Klay Thompson y unos secundarios a sus espaldas que entienden su rol a la perfección.

No cabe duda que el cambio de aires de DeMarcus Cousins abre un apasionante abanico de posibilidades, debates e incógnitas. Sólo un milagro puede hacer que con el tiempo se relajen las críticas a la gestión de los Kings. Pero, en el caso de los Pelicans, aún hay claroscuros por definir. El presente merece como mínimo ilusión, pero el futuro próximo invita al escepticismo. Por el momento, disfrutemos de lo que puedan ofrecer Cousins y Davis juntos. Incluso con Sacramento hay espacio para la diversión. ¿O acaso no es gracioso que su propietario diga que quieren ser «como los Spurs, pero en versión emocionante«?

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